Rodrigo Fresán, el lector que no quería ser escritor
Rodrigo Fresán nos remite, en «El estilo de los elementos» (Random House), amplificados, a los temas que desde siempre le han causado incertidumbre y curiosidad. Sus temas. Los conflictivos y los que no lo son tanto. Es posible que la novela que yo haya leído no sea la misma que lean ustedes, creo que es muy deseable. Todo y así hay unas constantes en la obra de Fresán que permanecen, más allá de posibles matices. La memoria. El tiempo. Los escritores. La relación entre padres e hijos… Esas constantes que he detectado -debe haber más-, son puro Rodrigo Fresán. El que me divierte, con el que me río y sonrío, el que me intriga.
Texto: Pere SUREDA Foto: Alfredo GARÓFANO
Land no quiere ser escritor y tiene unos padres que son editores en cuyo catálogo sobresale nada más y nada menos que la figura de César X Drill, un escritor de cómics de gran éxito. Sobre todo, en Tres Grandes Ciudades. Si hay otras, no informan.
Land solo ambiciona ser lector. Pero Land (no) ha olvidado que puede escribir, sin ser escritor, porque una joven de la que estuvo enamorado perdidamente, Ella, grabó una serie de cintas y eso le permite escucharlas y, sin escribir, reescribir su vida. Una joven que estaba desaparecida, para posteriormente regresar. Sin ellas algo habría inventado el escritor, mayúsculo en esta novela, que solo quiere ser lector. Y leer repetidamente el “Tractatus lógico-philosophicus. Este libro le será de gran inutilidad a lo largo de su vida.
Land reescribe esas grabaciones y en ellas se reconoce, y se siente extraño al mismo tiempo. Land habla y a la vez habla otro. Land reescribe, pero escribe al mismo tiempo. Un lío, pero un lío maravillosamente literario.
Con esta exuberancia no exenta de ironía, de pesar y de amor y tristeza de enamorados, Rodrigo Fresán regresa, como no podía ser de otra manera, a sus temas más odiados, pero siempre favoritos: la escritura, las lecturas, la paternidad, el tiempo, la memoria, los “otros” escritores…
Ahora me detengo y sigo.
Parece que es una realidad consensuada que para ser escritor -bueno, malo, regular o “de aquellos otros”- es muy recomendable leer libros. Muchos libros. Hasta parece de sentido común, pero hay escritores que no quieren ser escritores, quieren ser lectores. Gente rara, ciertamente. Minorías. Pero haberlos, haylos. Yo me he topado con uno muy persistente en ese deseo no cumplido pero cumplido. Ya me entienden. Land, ese chaval, tiene bastantes contradicciones o si ustedes quieren mucha riqueza de lenguaje dentro de su cabecita. ¿Sirve de algo? En absoluto, es una tremenda ganancia de tiempo y enriquecimiento literario, pero eso no te da de comer, quede claro.
Rodrigo Fresán, inasequible al desaliento, nos ofrece una nueva visión de su mundo, o un nuevo capítulo de su desvarío literario, que lo podemos o no compartir. Yo quiero. Me divierte, me aburre, me hace recapacitar y me insiste en lo que ya me sé de memoria. Y sus personajes son unos pelmazos muy entretenidos. Molan. Entro en un mundo desconocido, aunque ya me haya sumergido en otras ocasiones, no en el caso de Melvill, su anterior novela, que es harina de otro costal.
Estamos en una nueva región de su Yoknapatawpha particular, del que es dueño y propietario, faltaría más. Pero forma parte geográfica de los Estados Unidos de Fresán también llamados Land, Land, Land. Hay quien los tararea, y no lo hace mal, no. Hay profesionales del tarareo literario muy útiles a la causa de la lectura sin escritura. Seguimos por el mal camino que nos lleva a las mejores páginas de esta no-novela, no-diario. La verdad es que no tengo ni remota idea de qué va. Si me preguntaran de qué va el ¿libro? N.P.I. Peeero, me engancha, no lo quiero soltar, tengo a mi compañera desesperada, almuerzo tarde, duermo poco, ayuno, y hay días que son un infierno y tardes que son maravillosas.
Pero, de verdad, no esperen que les sepa decir de qué va esa cosa rectangular llena de páginas con ¿letras? Si, muchas letras y mucho Land. Y mucho lío con los escritores, los que escriben porque han leído, los que escriben y no han leído ni una frase de un prospecto médico; hay lectores de todo tipo, créanme. Y luego está Land. El puñetero Land que no me deja ni a sol ni a sombra. Está en la página 276, 277, 278, 279, 386,387, 388, y ya no enumero más. Se acabó: está en todas las páginas de esta novela escrita para ser leída y subrayada en azul y rojo (¡son supersticiosos los escritorazos!) titulada, ( tela marinera ) ni más ni menos que los “Los elementos del estilo” en rojo y “El estilo de los elementos” en azul. ¿A quién se le ocurre semejante semejante?
Voy a quedar con Rodrigo Fresán para dar una vuelta por los Jardines de Kensingnton, ¿o quedamos para dar una vuelta y charlar por los Jardines del Turó Park de Barcelona? Es igual, los jardines siempre son bellos lugares para sentarte en un banco y conversar con un amigo, y por qué no, con un escritor.
He leído muchas críticas y he asistido a conversaciones en librerías. Pero debo decir que no he leído este libro del que los comentaristas literarios hablan. Yo he leído otro. ¿cómo se toma el autor que alguien haya leído -y además se lo haya pasado pipa- “un” libro que no es el que él cree que ha escrito?
Yo creo que el libro que se lee nunca es el que escribió uno, y creo que parte del “éxito” de ese libro es que tenga todos los lectores posibles que lo consideren de manera diferente. Los libros que generan unanimidad, un libro tipo Juan Salvador Gaviota, a mí ese no es el libro que me interesa escribir. Quiero que sea disonante, proponga alternativas y que cada quién haga con él lo que quiera. A mí me parece que parte del interés, el atractivo y la magia de la literatura pasa por esa especie de democracia, por ese milagro auténtico.
No sé porque, pero el personaje de Cesar X Drill me recordó a Hari Seldon, el holograma protagonista de la serie de Isaac Asimov, La Fundación.
¡Ahhh! Mira, qué curioso. Puede ser. A mí me encanta que me digan estas cosas porque de repente te hacen consciente de ese momento, pero yo puse ahí trozos de vida de Rodolfo Walsh, Oesterhed, Quino, Claudio López Lamadrid… qué sé yo. Pero en realidad, si alguien quiere leerlo como un Roman à clef, no lo veo. Nadie es nadie en mis novelas, nadie es nadie en En busca del tiempo perdido, ni en ¡Absalón, Absalón!…
¿Se podría decir que en las obras totalizadoras se impusiera lo total a lo particular?
Quizás. Pero eso es una forma épica de verlo una vez se leyó el libro.
Además, esta es una novela divertida, que te va llevando, crea curiosidad en el lector.
Es que en realidad lo que yo busco es divertirme mientras escribo, y si encuentro lectores que se divierten, mejor todavía.
Parece demostrado que tienes inclinación literaria por los tríos, trilogías o cómo quieras llamarlo: La parte inventada, La parte soñada, La parte recordada… En esta nueva novela, la estructuras en tres partes. ¿Es algo consciente?
Digamos que no es del todo consciente, pero eso me viene
De acuerdo, y además lo que leí se desarrolla en tres partes, y me remite a las novelas más clásicas: inicio, nudo y desenlace.
No, viene más dado por el escribir de-a-tres. No escribo de una forma continuada, tengo tres libretas y voy pegando saltos. en ellas voy escribiendo, son como tres archivos. En realidad, cuando escribí La parte inventada pensé que terminaba ahí. No tenía en mente que hubiera una segunda y una tercera novela. Pero, sí; yo fui el primer sorprendido de que hubiera tanta trama, tanto acontecer, tanta picaresca, casi decimonónica pero envuelta en una especie de disfraz metaficcional postmodernista del siglo XX. Esa visión trina, o de santísima trinidad, me viene dada por la impresión que me causó ver 2001: Una odisea del espacio, que está montada en tres partes y cuando escuché A Day in the Life, de los Beatles.
¿Te gustan los helados?
Si, claro…
Te lo pregunto porque los helados, los de vainilla, fresa o chocolate que aparecen en tu novela me causaron una cercanía a Land que otra situación no lo hubiera conseguido. Estas cosas no están en la literatura de hoy. Y me parece importante y que sea de vainilla o fresa y no de otros sabores.
Si, en realidad mi libro también es una especie de catálogo, sobre todo en la primera y segunda parte, y creo que influenciadas por Moby Dick en esa parte enciclopédica que tiene la novela de Melville. Piensa que el grueso de la novela pasa en la infancia y en la adolescencia. Y eso lo vio muy bien Patricio Pron que en la presentación en Madrid comentó que este era mi libro más sensual, hedonístico, de los sabores se llega al amor. No hay que olvidar que el grueso de mi libro transcurre en la infancia y la adolescencia, que son las épocas en las que la búsqueda de la novedad es una constante.
Hay un momento en la novela en la que hay como una especie de pandemia y nos invaden unos extraterrestres, no especialmente inteligentes. ¿Esos extraterrestres podemos ser los humanos invadiendo otro planeta?
Puede ser, puede ser, no lo sé. Pero a mi me gustan los libros artefactos, como puede ser Tristram Shandy de Sterne o incluso aunque alguien lo pueda discutir ¡Absalón, Absalón! de William Faulkner o Pálido fuego que es uno de mis libros clave. En realidad, no me interesa tener las certezas absolutas de lo sucedido. En eso hay mucho del lector que no sabe y quiere seguir adelante para saber…
Desde que ha salido la novela ¿Qué es lo que más te ha sorprendido positivamente?
Pues casi todo. Yo creía que sería mi novela más huérfana en el sentido que lo sentía como un libro más personal, que podría ser más entendido por alguien porteño o venezolano de mi época. Pero estoy muy sorprendido del entusiasmo que ha suscitado. Ahora vengo de una comida con libreros y había mucho entusiasmo, bueno, de hecho el libro fue reeditado a los tres días. No dio tiempo ni a cambiar la faja, pero lo más bonito es que si miras en la página de legales, pone: «Primera edición: enero 2024. Primera reimpresión: enero de 2024».