Ramón J. Soria Breña: «Nuestros ríos se secan»

El antropólogo y escritor Ramón J. Soria Breña publica «España no es país para ríos. Viaje por las aguas que una vez amamos» (Alianza Editorial).

Texto: David VALIENTE

 

“Pronto, en el siglo XVIII, los ingleses se dieron cuenta de que las aguas del río Támesis eran insalubres e incompatibles con el uso diario, su excesiva contaminación producía epidemias de cólera en la población. Para solucionar este problema, desarrollaron un sistema de alcantarillado, limitaron los vertidos y controlaron la pureza del agua”, dice Ramón J. Soria Breña (Jarandilla de la Vera, 1965). Antropólogo, escritor, consultor y colaborador en CTXT, Cadena Ser y Canal+, Soria Breña nos muestra su amor (y su profundo conocimiento) por los ríos españoles en su último libro publicado en Alianza Editorial: España no es país para ríos. Viaje por las aguas que una vez amamos. Recorriendo cuarenta ríos de nuestro país, el escritor denuncia los males que atormentan las cuencas y nos advierte de lo peligroso que es jugar con fuego (en este caso con agua) cuando por medio se arriesga la existencia de ecosistemas vetustos y engendradores de vida.

Su libro tiene muchas vertientes, como afluentes protege un río, que permiten al lector concebir su lectura de diferentes maneras, que van desde una crónica periodística que pretende denunciar el maltrato que sufren los ríos, pasando por el género ensayístico cuando quiere analizar con agudeza la relación histórica y actual de los españoles con sus ríos, hasta un libro de viajes que por su calidad descriptiva bien nos posiciona en las orillas del río Tinto o del Tajo sin levantarnos del sofá de casa; y todo esto lo recubre la memoria sentimental del autor, quien reconoce que la causa de los ríos es el único activismo que no ha abandonado.

Sin embargo, en España, a diferencia de Reino Unido, “el agua no la cogíamos de los tramos bajos, si hubiera sido así los españoles y españolas ya no existiríamos, sino que nos abastecíamos en los tramos altos que estaban limpios, pues en los alrededores había poca concentración demográfica y se hacía un buen uso del agua en la agricultura, por lo tanto el agua que se embalsaba era limpia y de buena calidad. Eso no lo tenían los ingleses”, asegura Soria Breña. Los ingleses tampoco podían disfrutar de la bravura de nuestros ríos en cuesta a causa de la orografía montañosa de la península ibérica; aunque ahora “el agua se encuentre embalsada y los ríos ya no corran con la misma virulencia y libertad que antes”.

Lo que no tenemos en España y sí lo tienen los ingleses con el Támesis es una memoria colectiva enraizada en la literatura; desde la Edad Media se puede seguir el rastro del Támesis en los libros: “Sucede lo mismo con el Danubio, el Misisipi o el Nilo, son ríos muy presentes en la literatura de sus respectivos países, y eso ha hecho que también se encuentren en la memoria de sus pueblos”. En cambio, la literatura española apenas ha dado un espacio al Duero, al Ebro o al Guadalquivir, salvo por algunos autores como Rafael Sánchez Ferlosio, José Luis Sampedro o Julio Llamazares, pero siempre desde el discurso de la queja y tratando de denunciar el lamentable estado de los ríos y su olvido, pero nunca como un sujeto activo de la acción literaria. “Tal vez, por no formar parte de nuestra narrativa y, por lo tanto, de nuestra memoria, a los españoles y españolas nos ha costado tan poco destruirlos y contaminarlos”, lamenta Ramón J. Soria Breña.

Y eso que los ríos fundamentan nuestra esencia civilizadora: “No hace mucho, apenas un siglo, nos sentíamos ribereños; en los ríos se desarrollaba nuestra vida, en ellos lavábamos la ropa y de ellos comíamos; por la falta de puentes, cruzábamos de orilla a orilla en barcazas”, comenta el antropólogo. “La única actividad que no hemos podido hacer en nuestros ríos es transportar personas y mercancías, por lo comentado anteriormente, aunque hubo tímidos intentos poco exitosos con el Canal de Castilla y el Canal de Aragón de transportar cereales”. “Tras la Guerra Civil, el valor de nuestros ríos se fue diluyendo en el tiempo, ahora nos sirven de cloaca y para exprimirlos al máximo en nuestros sistemas de regadío. Antes, toda nuestra existencia giraba en torno a los ríos, pero ahora nos hemos aferrado a la etiqueta de ciudadanos”.

Los 35.000 ríos que riegan de vida a España componen una comunidad muy particular, valiosa y de difícil hallazgo en otras regiones de Europa: “Cuando los limnólogos vienen aquí alucinan con la riquísima biodiversidad que se encuentran, en poquísimo espacio se producen cambios diametralmente opuestos de los ecosistemas”, asegura sin reprimir su orgullo. Resulta que nuestra situación en el mapamundi confiere a nuestra tierra el honor de albergar ríos muy diferentes en su morfología: “Los ríos que desembocan en el norte nada tienen que ver con los que desembocan en el sur, y los ríos que finalizan su recorrido en el mar Mediterráneo poco se asemejan a los que fenecen en el océano Atlántico”, añade el escritor.

Nuestra mala praxis contribuye a la perdida de esa maravillosa riqueza natural. En el mundo subacuático, las anguilas nadaban a sus anchas por los ríos de nuestras comarcas, pero “ahora se encuentra en un claro retroceso por todo el continente, aunque en nuestro país el problema es especialmente grave”. Según las estimaciones, en treinta años la población de esturiones en el Guadalquivir o los sábalos en el Tajo y el Guadiana dejarán de mover las aletas.

La contaminación, con seguridad, no será el mayor de nuestros males si se cumplen las previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Los escenarios que vaticina en sus informes son incompatibles con el tipo de vida actual, ni siquiera los peces alóctonos, tan felices en aguas estancadas, podrán reproducirse en nuestras cuencas. “El escenario más leve que plantea la AEMET es muy malo, y el peor es el apocalipsis; y ya no estamos hablando de posibilidades, sino de hechos”.

Nuestros ríos se secan. El proceso de desertización ha echado a andar y, si nos quedamos de brazos cruzados, en unos años la rica diversidad que alimenta y engalana a los ríos españoles desaparecerá sin dejar rastro. España es un país pequeño que cuenta con microclimas muy frágiles y dependientes de las capas vegetales. Estas capas vegetales, a su vez, necesitan del agua invisible, o lo que es lo mismo, de los acuíferos subterráneos de agua dulce. “Si no paramos de explotar los acuíferos como si no hubiera un mañana y la acción climática sigue el curso de los últimos años, los ecosistemas desaparecerán y no solo será en perjuicio de peces y plantas, también nosotros sufriremos cuando abramos el grifo y no salga agua”. Una parte de España, donde hoy crecen bosques, dehesas y pinares, se asemejará a los desiertos que bañan el sur de los países del norte del Magreb, las semillas no podrán volver a tirar. “El pasado verano sufrimos durante algunos días temperaturas entre los 45º y 50º, y lo paamos mal, pues imagínese ese mismo panorama extendido en un periodo de dos meses y además sin agua que poder beber. Nos tocará emigrar a Suecia porque una parte de España se transformará en un apocalipsis real”, advierte Ramón, que agrega: “No obstante, podemos evitar este escenario, por ejemplo, modernizando nuestros actuales sistemas de regadío para evitar así tanta perdida de agua”.

El sistema actual de regadío se lleva pergeñando desde el siglo XIX, momento en el que Joaquín Acosta llamó la atención sobre los problemas alimentarios que España iba a sufrir si no se modernizaban los sistemas de regadío y los embalses. Asimismo, por aquel entonces, la industria manufacturera catalana y vasca requería de mucha energía para poder competir con los paños ingleses. Durante la República se dinamizó la modernización acuífera a través del sector público, y se llegó a nacionalizar algunas empresas privadas dedicadas a estas labores. La Guerra Civil española, por razones obvias, paralizó los trabajos de mejora y modernización, pero con el advenimiento del franquismo volvió la preocupación por la falta de agua y se iniciaron nuevos proyectos hidráulicos, esta vez a cargo del sector privado y, a veces, financiados con dinero estatal.

“Para empezar, la Unión Europea califica a los embalses de sostenibles y no de limpios porque, al romper la conectividad de los ríos, impiden que los lodos y las arenas lleguen a las playas, además de interrumpir la subida de los peces para el desove. Para continuar, se hicieron concesiones a empresas privadas de un periodo de duración de hasta cien años. Unas pocas personas se han enriquecido con un recurso público, y con esto no estoy diciendo que sea ilegal”. Muchas de las concesiones aún siguen vigentes, pero algunas ya han expirado, “y el Gobierno las volvió a poner en licitación, dando la opción de nuevo a las antiguas propietarias, que además son las mismas empresas que controlan el resto de modos de producción de energía, a que nos cobren la electricidad a precio de oro, cuando la obra ya está amortizada y los costes de producción son prácticamente cero”, expone Ramón J. Soria Breña.

En algunas regiones de Estados Unidos, desarrolla Breña, los saltos de agua son de propiedad comarcal, algunos incluso los gestionan los pueblos originarios, la comunidad puede disfrutar de ese bien tan preciado sin intermediarios que encarezcan el precio. Así que, puesto que romper con los contratos acarrearía un grave perjuicio económico para el Estado porque este debería pagar a las empresas el lucro cesante, “cuando las concesiones finalicen los embalses deberían retornar al sector público, de este modo se podrá establecer precios de la energía más asequibles y las personas con bajos recursos económicos tendrán mayor facilidad para acceder a ella”. Por otro lado, las presas pueden hacer las veces de grandes baterías que acumulen energía. “Esta técnica se encuentra muy extendida por Europa y debería implementarse en nuestro país para, entre otras cosas, recuperar agua que si no se perdería”.

Con relación a este asunto, al escritor y antropólogo le preocupan aquellas pequeñas presas que ahora mismo no cumplen ninguna función, salvo la de obstruir la corriente de los ríos. “Este tipo de presas o azudes lo único que generan son lodos y aguas verdes, por eso deberían clausurarse, algo que ciertas confederaciones hidráulicas ya están haciendo”.

Asegura Soria Breña “que el Ministerio de Transición Ecológica y muchas confederaciones hidrográficas están concienciadas sobre la importancia de nuestros ríos” y afirma que “existe la conciencia de que el agua no es solo un recurso para los seres humanos, los ríos también requieren de ese líquido incoloro, inodoro e insípido, y como tal parte del agua debe restituirse a los ríos; por lo menos el marco legal va por esa dirección”. Sin embargo, no cree que la sociedad lo esté tanto. “Nuestra mente sigue programada para pensar que el agua es importante para regar los campos que nos darán de comer, y esto es cierto; pero… gran parte del agua no va destinada a regar las cebollas y las zanahorias que se servirán en su mesa, sino que se emplea para hacer crecer el maíz, la cebada y la soja que integran los piensos compuestos que engordan las carnes de vacas y cerdos destinadas a venderse en China a un buen precio”. “Entonces, yo pregunto a los ciudadanos y ciudadanas, ¿de verdad todo el agua de nuestros acuíferos debe servir para que unos pocos se enriquezcan mientras nuestro paisaje se seca y nuestros ríos agonizan?”.