Philippe Claudel: «Un único libro no cambia el mundo, pero sí lo cambia la suma de voces y de energías»
El escritor francés publica “El crepúsculo/Crepuscle” (Salamandra/Angle Editorial).
Texto: Antonio ITURBE Foto: Roser NINOT
Philippe Claudel llega a la librería Laie de Barcelona rayado, pero disimula porque es extremadamente amable. Se le ve fatigado. Explica, disculpándose, que está constipado, y aun así se esfuerza por escuchar educadamente la tabarra que le da el presentador del acto en un inglés cochambroso. Su esposa, Dominique, observa todo de manera prudente. Él lo ha explicado en entrevistas a medios franceses: ella es su primera lectora, la que le dice eso tan importante que solo te dicen las personas que te quieren: la verdad.
En El crepúsculo, el cura de un remoto pueblo de un imperio centroeuropeo es asesinado con una piedra. El policía, el capitán Nurio, se alegra de tener por fin un asunto importante en ese villorrio atenazado por el frío y la apatía donde la mayoría católica convive con armonía y cautela con la minoría musulmana. Sus pesquisas no avanzan y se va abriendo paso una idea oscura: ¿lo importante es encontrar al verdadero culpable o un culpable que convenga a esa mayoría que ve con desconfianza el florecimiento en su territorio de los musulmanes? Con el tono seductor de una fábula siniestra se nos va mostrando cómo la verdad se hunde en la nieve.
Claudel toma asiento ante los lectores. Está serio. Explica que “En El Crepúsculo hay una comunidad minoritaria, es la que siempre acata, es la víctima. Pero tras el asesinato del cura, el relato interesado la señala como culpable. Esto resuena en lo que está sucediendo en la actualidad cuando Vladimir Putin dice que fue Ucrania la que empezó la guerra y él únicamente se está defendiendo. Después de repetirlo hasta la saciedad, hay gente que se lo cree. Como la gente acaba creyendo a Donald Trump cuando dice que el presidente ucraniano Zelenski es un dictador. Las mentiras, a base de repetirlas con ayuda de la caja de resonancia de las redes sociales y los algoritmos de internet, se acaban imponiendo como verdades”.
Cuando se le pregunta si es un pesimista o un optimista mal informado sonríe. “¡Si yo no fuera optimista no escribiría libros! Si sigo escribiendo es con la idea de que se puede arrojar luz, que el mundo puede cambiar. Un único libro no cambia el mundo, pero sí lo cambia la suma de voces y de energías. No hemos de arrojar la toalla. El mundo está sumido en la locura de los que lo dirigen pero nosotros, que vivimos en Europa, tenemos la fortuna de que en nuestros países podemos votar. Nuestra opinión cuenta y hay que hacerse oír. Los libros contienen alarmas que nos ayudan a despertar”.
Su sonrisa se amplía cuando explica en qué consiste esa “materia confusa” de la que habla en la dedicatoria del libro a Dominique. “Hay escritores que dicen que sufren mucho escribiendo, pero para mí es un placer y como soy un hombre débil, cuando disfruto con algo quiero seguir… ¡Y me extiendo demasiado! Es mi esposa Dominique la que poda ese exceso de páginas para que las novelas acaben estando en su punto ideal”.
Ya, sin rastro de seriedad ni fatiga, cuenta que el personaje más luminoso de la novela, el ayudante del capitán de policía, un gigantón inocente llamado Baraj, “es una reescritura del mito del buen salvaje. Tiene esa conexión de la naturaleza, conoce el nombre de las plantas, habla con afecto a los animales, disfruta del placer de estar en su sencilla cabaña con sus perros, frente a su jefe devorado por las ambiciones y el deseo sexual que lo arrastra”. Incluso bromea: “Mi perro está siempre alegre y es amable con todo el mundo, mientras las personas tenemos facilidad para crear problemas y alimentar el odio. ¡Cuando hablo con mi perro me doy cuenta de que es una forma de vida superior!”
Ya es la hora, pero Claudel todavía revela en la novela un guiño a Borges a través de la parábola de un escritor del siglo XVIII, que se propuso contar toda la vida de todas las personas del planeta y al morir a los 86 años apenas llevaba un centenar. “El universo de Borges ha sido muy importante para mí, también La invención de Morel de Bioy Casares”. Claudel, relajado, desvela el secreto de ese realismo simbólico suyo que lo hace distinto a la mayoría de los escritores de su país: “Los autores latinoamericanos fueron determinantes en mi juventud. Yo estaba acostumbrado a la literatura francesa, que acostumbra a ser más realista y racional, así que esa ventana abierta al realismo mágico y lo fabuloso fue algo tremendamente formador y debo mucho a esas voces”.
Hay que recordarle que hay que terminar. No tiene prisa ni rastro del cansancio que traía. ¿Aún hay gente que se pregunta de qué sirve la literatura? A Philippe Claudel le ha curado el resfriado.