Peter Frankopan: “Como especie, se nos ha dado muy bien tomar decisiones malas basadas en interpretaciones erróneas”

El historiador y profesor universitario Peter Frankopan publica «La tierra transformada. El mundo desde el principio de los tiempos« (Editorial Crítica).

 

Texto: David VALIENTE

 

“Escribí Las nuevas Rutas de la seda para mostrar que el auge de Asia es uno de los grandes retos del siglo XXI”, dice el historiador y profesor universitario Peter Frankopan. El mismo motivo le ha llevado a zambullirse en la composición de La tierra transformada. El mundo desde el principio de los tiempos (Editorial Crítica), un ensayo magno donde narra la historia de nuestro planeta y de la especie que mayor incidencia tiene sobre el medio ambiente que lo acoge. A través de los cambios experimentados por el clima o los procesos de trasmutación propios del planeta, Frankopan construye una historia de la humanidad y sus desafíos más profundos y duraderos.

Peter Frakopan es un distinguido académico de fama mundial. Profesor de Historia Global en la Universidad de Oxford, su profundo conocimiento sobre el mundo asiático y el Medio Oriente quedaron bien patentes en dos de sus anteriores libros: El corazón del mundo. Una nueva historia universal y Las nuevas rutas de la seda. Presente y futuro del mundo. Asimismo, dirige el Centro de Estudios Bizantinos, Eslavos y del Este de Europa en Oxford. Si algo se le da bien a este historiador es conectar los diferentes puntos del planeta y las numerosas culturas y civilizaciones que se desarrollaron alrededor de los grandes ríos; y es normal que por ello haya asesorado a instituciones internacionales tan destacables como la ONU o el Banco Mundial.

El profesor nos advierte en sus libros sobre los nexos tan profundos que existen entre la geopolítica y el mundo natural: “Las ciudades más grandes e importantes de la actualidad se encuentran en Asia, y precisamente las más contaminadas están en la India. Dependemos enormemente de esas poblaciones, sin embargo, no invertimos el suficiente tiempo para reflexionar sobre este asunto”.

 

Su perfil de historiador es muy curioso, se embarca en grandes libros que tocan temas muy amplios y los prospecta desde diferentes lugares del mundo y diferentes etapas de la historia. ¿Qué es aquello que le hace embarcarse en este tipo de odiseas que, además, desafían la tendencia académica de la hiperespecialización?

Mi trabajo como historiador en la Universidad de Oxford me incita a ser ambicioso, a encontrar problemas complejos e intentar comprenderlos. Pero mi labor no se queda ahí. El siguiente desafío consiste en escribir sobre este problema de tal modo que un público no especializado y amplio pueda allanarlo en su totalidad. No creo que exista un muro que separe la especialización académica de los grandes problemas del presente, porque estos no se podrán solucionar sin un cierto grado de especialización. He trabajado en este libro 30 años de mi vida y he recopilado 240 páginas de notas (que están disponibles online), en las que el lector encontrará trabajos de diferentes áreas. Asimismo, todas esas notas a pie de página también representan a mis colegas. Me considero una especie de director de orquesta que, en vez de dirigir un grupo instrumental, une los trabajos especializados de mis compañeros de profesión de todo el mundo en un concierto de papel y tinta. No he inventado nada, mi trabajo se fundamenta en las investigaciones de especialistas. Podría haber escrito un texto que respondiera a preguntas menos intrincadas, pero creo que un gran libro de historia debe impresionar, apelar a la precisión y contar con grandes dosis de especialización. No lo voy a negar: disfruto mucho enfrentándome a los desafíos y respondiendo a preguntas grandes, y me siento un privilegiado por poder hacerlo.

 

El libro habla sobre los cambios experimentados por el planeta Tierra a lo largo de millones y millones de años y de cómo esto ha modificado los entornos donde las comunidades humanas han buscado seguridad, alimento y refugio pero a su vez es una historia de la humanidad. ¿Qué le llevó a escribir con este enfoque?

Varias cosas. Para empezar, en mi escuela, las lecciones de historia siempre comenzaban con los egipcios, nunca lo hacían con los chinos, los mesoamericanos o los sumerios, pueblos que aportaron mucho al desarrollo humano. Siempre con las gentes del valle del Nilo. En verdad, no solo vale con ampliar en los planes escolares el estudio de las culturas y las civilizaciones que precedieron a nuestro presente. La historia no solo la componen los grandes hechos históricos protagonizados por los gobernantes y sus pueblos, sino que también la geografía física (por poner un ejemplo) ha repercutido en las actividades de las comunidades humanas. De hecho, algunos de los motivos que están detrás de la invasión de Ucrania por parte de Rusia tienen que ver con la aspiración a controlar las tierras negras ucranianas. Estas tierras durante miles de años han sufrido los efectos de las transformaciones climáticas, y ahora son cuatro veces más fértiles de lo habitual. Por lo tanto, los humanos no somos los únicos actores relevantes, no podemos desdeñar la intervención de otros factores y entes en los procesos históricos. Entonces, en esta misión de desvelar el pasado, tampoco podemos obviar las aportaciones de la ciencia. Mis compañeros, por lo general, no emplean la estadística, la genética o la geología en sus investigaciones, Debido a eso, se pierden todo un mundo de conocimiento relacionado con el clima y el medio ambiente o con la evolución de la dentadura, lo que permite conocer con mayor precisión la dieta que se llevaba en épocas pretéritas. Por último, yo soy profesor de Historia Global y en mis anteriores libros he intentado convencer a los lectores de que abran sus horizontes y entiendan que fuera de la órbita occidental hay millones de personas con las que estamos conectados. Así pues, fenómenos, como la inflación, tienen repercusiones en el lejano oriente. La cuestión aquí es dar a la historia un enfoque tridimensional y dejar de centrarnos solo en los líderes famosos.

 

Es una de las cosas más destacables de su libro: sale de las bibliotecas y archivos y entra en los laboratorios y los espacios naturales.

En 2011 se produjo un terrible terremoto en la costa de Japón que se cobró la vida de miles de personas e interrumpió el trabajo de la central nuclear de Fukushima. Por este incidente sin implicación humana, Angela Merkel, dos semanas después, decidió cerrar todas las centrales nucleares de Alemania. Sin embargo, alimentar a la potente industria de ese país requiere de mucha energía y, precisamente, no destaca por tener ingentes cantidades de recursos naturales. La solución fue importar gas de Rusia. En el momento en que se produjo la invasión de Ucrania, el 60% del gas consumido en Alemania provenía del país invasor. Como comprobará, la geografía y la geología influyen y mucho. Crean oportunidades al igual que producen desastres. Nuestro mundo es holístico, por lo tanto, como historiador no puedo hacer distinciones entre las diferentes disciplinas, todas están conectadas, las unas con las otras.

 

Existen distintas corrientes discursivas en lo relacionado con el cambio climático. Grosso modo, podemos diferenciar tres: colapsismo, humanismo ecológico y negacionismo. ¿En cuál de ellas cree que se puede incluir su libro?

Mucha gente viene a preguntarme sobre mi visión de tal o cual asunto. Al final, la gente va a tomar una decisión por sí misma, por lo tanto, mi trabajo como historiador no consiste en hacer profecías, sino en contar a las personas lo que sucedió en el pasado. Es como en una película, cuando Tom Cruise está colgado en un rascacielos; yo no tendría que predecir cuál será su siguiente movimiento para salir del entuerto, sino narrar que le llevó a estar ahí colgado a varios metros sobre el asfalto. En 2024, hemos podido oír hablar a los científicos de la sexta extinción, de la posibilidad de que Cataluña se quede sin agua, de las inmigraciones masivas o de las probabilidades que hay de que una pandemia futura ataque a nuestras sociedades; mi misión es contar al lector por qué se habla de estos temas precisamente y no de otros. La buena historia no se posiciona con uno u otro bando, solo intenta explicar calmadamente lo sucedido.

 

¿Y cómo es posible que hayamos llegado a la situación actual?

¿Quiere las buenas o las malas noticias? Una perspectiva positiva debe tener en cuenta lo increíblemente inventivos y competitivos que somos los seres humanos. Hemos sido capaces de transformar el entorno de tal forma que sirva a nuestros propósitos. Mientras hablamos, un bebé que nazca en cualquier parte tendrá la mayor esperanza de vida que nunca haya tenido un niño a lo largo de la historia. Sin duda, esta es la parte positiva, pero las luces guardan sus sombras, y es que hemos sido incapaces de entender lo que le sucedía al planeta. Y eso sí que son malas noticias. ¿Cómo es posible que en Cataluña se abra el grifo y no salga agua? ¿Cómo es posible que el agua potable contenga cuatro pedazos de microplásticos por cada metro cúbico? ¿Cómo es posible que en Madrid la calidad del aire sea dos veces peor de lo recomendado por la OMS? Se nos ha dado muy bien tomar decisiones malas basadas en interpretaciones erróneas, si no ¿por qué hemos talado tantos bosques para mantener a nuestro ganado? ¿Por qué creímos que Rusia y China terminarían convirtiéndose en democracias liberales? No hemos sido capaces de entender lo acontecido en estos últimos 40 años. Cuando yo era niño había mucha preocupación por el agujero de la capa de ozono; los acuerdos globales han conseguido en cierto modo reducir las consecuencias, pero ¿por qué no hemos sido capaces de hacer lo propio con el cambio climático? Nos hemos dormido en los laureles pensando que no habría consecuencias, que el mundo seguiría bien. Aunque el cambio climático no es el único factor que nos pone hoy en día en riesgo, pues el elevado gasto militar, la desafección política de los jóvenes, las enfermedades que azotan al mundo también son factores a tener presente. Estos últimos años han servido para darnos cuenta de que el mundo es un lugar diferente al feliz que nos imaginábamos. La historia, la geografía y la ciencia, disciplinas que dejamos de lado, están de regreso.

 

¿En el pasado los seres humanos mostraban preocupación por las transformaciones climáticas?

¡Claro! Las tres religiones del libro cuentan que Dios creó el Jardín del Edén e introdujo a Adán y Eva con la condición de que no comieran del fruto prohibido. Al no cumplir con el mandato divino, se les impuso un castigo en forma de amenaza medioambiental y ecológica: con la expulsión del Edén, los humanos comenzamos a preocuparnos por las sequías y a cultivar los alimentos en polvo. En la historia del Arca de Noé, por un lado, existe esa vinculación con la norma celestial, pero, por el otro, se observa un intento de preservar la biodiversidad; de ahí que Dios mandara a Noé subir dos animales de cada especie al arca. Saliendo del terreno bíblico, en los textos griegos ya hay referencia a los cambios climáticos y a la necesidad de labrar adecuadamente la tierra para que no sufra daños. En suma, los sistemas de creencias de todo el mundo inciden en esa preocupación por el espacio en que habitamos.

 

Hay un elemento fundamental en las transformaciones que ha sufrido el planeta, llámalo suerte, azar, casualidad, destino…, que tiene que ver con la probabilidad de que un meteorito impacte contra la Tierra, que un volcán entre en erupción mañana mismo o que una bolsa del subsuelo libere cantidades elevadas de CO2. Sin embargo, según nos acercamos al Antropoceno, especialmente desde la Revolución Industrial, la acción humana ha modificado el paisaje y el clima con mucha más severidad. ¿Considera que nuestra especie está desplazando el factor azar (llámelo como quiera)?

Hay dos respuestas posibles. La primera, nuestro ingenio nos ha permitido conectar las diferentes comunidades humanas en cualquier parte del mundo, es fantástico poder hablar en tiempo real con una persona que se encuentre en el hemisferio opuesto. El contratiempo surge cuando esa hiperconectividad se rompe. Lo hemos podido comprobar hace cuatro años, cuando un virus que surgió en Wuhan nos mantuvo confinados en casa durante meses. La conectividad es algo positivo, pero también nos expone a una alta vulnerabilidad. En cualquier momento puede entrar un volcán en erupción o una tormenta solar de gran magnitud, golpear nuestro planeta y cortar esta ultraconectividad. En 1816, en Europa, se produjo el llamado año sin verano. Resulta que la erupción del volcán Tambora en Indonesia emitió grandes cantidades de humo a la atmósfera que bloquearon el sol. Se produjeron unas lluvias terribles en el Viejo Continente y las cosechas se anegaron. Pero justo se produjo en el momento que una gran parte de la población activa y joven se encontraba desempleada, pues un año antes habían finalizado las guerras napoleónicas. El mercado laboral no pudo asumir tanta mano de obra y el precio de los productos subió porque la demanda superaba con creces a la oferta. Aunque pueda sonar extraño, esta situación terrible tuvo su lado positivo: las personas empujadas por la necesidad se sublevaron contra el gobierno que protegía los intereses de los ricos. El abanico de derechos democráticos se amplió, es cierto que no para todo el mundo, pero fue un paso significativo. No sabemos cuándo ni dónde se producirá la próxima erupción, sin embargo, sí deberíamos estar seguros de nuestra capacidad para adaptarnos a las situaciones extremas. De hecho, deberíamos estar preparados para cuando las cadenas de suministros se rompan. Ahora mismo, el mar Rojo está bloqueado por la guerra en el Próximo Oriente, el canal de Panamá por la falta de agua en los lagos que lo alimentan no está en mejor situación y la guerra entre Ucrania y Rusia está costando muchísimo dinero en defensa, aparte de la subida en el coste de los alimentos y la energía. El cambio en el clima no va a destruir nuestras sociedades, a lo largo de la historia las civilizaciones no han colapsado por la falta o el exceso de lluvia, pero la situación se puede desbocar si varios desafíos se superponen unos sobre otros y las decisiones que se toman no son las más acertadas.

 

Precisamente, en su libro, hace hincapié en el asunto de la gestión de los gobernantes. ¿Cree que están preparados para afrontar el reto climático?

No quiero atacar a nuestros políticos; la política es un trabajo muy complicado y también han tomado buenas decisiones que han reducido nuestras emisiones. Sin embargo, en Europa, la desigualdad social ha crecido: la pobreza alimentaria ha aumentado, los sistemas educativos cada vez son más desiguales, tenemos altísimos niveles de paro, y eso que nos encontramos en la zona rica del planeta. Nos hemos percatado de que estamos en una posición muy delicada, sobre todo en lo relacionado con el medio ambiente. Hace unas semanas, Europa central registró unas temperaturas más altas de lo habitual en el mes de febrero, en concreto siete grados más a lo que están acostumbrados en esa región del continente. Hemos entendido que debemos enfocar de otra manera nuestras soluciones, por consiguiente, consideramos que nos encontramos en una fase negativa de nuestra historia. En cambio, resulta interesante comprobar cómo las regiones que yo investigo (China, India, Indonesia, Filipinas…) piensan que el mundo toma una dirección más adecuada; hay un optimismo generalizado gracias a la mejora en la conectividad y al auge corporativo. Esto nos demuestra que hay una fuerte polarización internacional y, por supuesto, ambas partes no pueden estar en lo correcto. Por eso ahora toca determinar cuál de las dos visiones es la más acertada.

 

¿Confía en nuestra creatividad para solventar los retos que se nos avecinan?

Con la física cuántica se resuelven muchos problemas, pero a la vez se crean nuevos. La transición energética está provocando una mayor tensión en materias primas, como el litio, el cobre o las tierras raras, por lo tanto, se abre un nuevo desafío que en algún momento deberemos afrontar. A los seres humanos se nos da bien solucionar problemas y seguramente para muchos de los desafíos que se avecinan estaremos preparados, pero para otros aún no lo estamos. Por ejemplo, ¿cómo solucionar el problema de la falta de agua en Barcelona? La gente reza para que la meteorología retome las dinámicas de antes, porque si no lo hace en los próximos tres años, se tendrá que empezar a tomar una serie de decisiones drásticas. Estos desafíos nos obligarán a apoyarnos los unos a los otros, aunque el Brexit nos enseñó que el entendimiento entre varias comunidades no es tan fácil (y eso que con los exsocios europeos se compartían una serie de valores). La dislocación, la fragmentación y las decisiones erróneas son parte de nuestro día a día. Con todo esto quiero decir que no suceden cosas positivas, pero tampoco estamos siendo capaces de poner solución a todos nuestros problemas.

 

Recurre a un tema, por desgracia, de actualidad: las armas nucleares. Quiero que me dé su opinión sobre un asunto: ¿cree que la sociedad actual y nuestros gobernantes han perdido el miedo a una guerra nuclear?

Somos la única especie del planeta que ha inventado una forma de autodestruirse. Eso demuestra que tenemos unas grandes habilidades pero también que en nuestra naturaleza reside una parte oscura. Ahora nos toca confiar en que las decisiones de nuestros líderes nos mantengan seguros. De todos modos, y no importa la ideología política que se tenga, hay gobernantes en todas las áreas geográficas con la capacidad de tomar decisiones peligrosas y volátiles, y esto sí debería preocuparnos. En la Guerra Fría, la destrucción mutuamente asegurada evitó un gran desastre, pero en la actualidad hay más actores estatales con acceso a armas de destrucción masiva, y no podemos asegurar al 100% que nunca se vayan a emplear. Tarde o temprano (esperemos que más tarde que temprano), se emplearán las armas nucleares; la cuestión es determinar cuándo y dónde se hará. Ahora, con tantos conflictos, por motivos varios, estamos más expuestos al riesgo nuclear que hace treinta años e incluso me atrevería a decir que desde los momentos posteriores al lanzamiento en Hiroshima y Nagasaki.

 

China quiere liderar la lucha contra el cambio climático. De hecho, Pekín controla muchas de las materias primas y tecnologías críticas para la transición ecológica. ¿Qué podemos esperar de China: una cooperación en la lucha contra el cambio climático o un empleo de esas materias primas y tecnologías para defender sus intereses políticos?

¿A qué China se refiere?: ¿Al Partido Comunista? ¿Al pueblo chino? ¿A la industria tecnológica? Dependiendo de que elija, se puede dar una respuesta diferente. Desde luego, China se ha convertido en un competidor no solo para nuestro continente, también para otros estados. Sin embargo, la competencia no tiene que ser destructiva ni negativa y en este caso puede ayudarnos con nuestras preocupaciones medioambientales. China está liderando el desarrollo de las renovables, es más, en los últimos meses ha generado más energía limpia que los Estados Unidos en toda su historia. Y en gran medida esto se debe al dineral que se gasta en preservar su seguridad energética, importando gas y petróleo de diferentes puntos del globo terráqueo. La conjugación de competencia, seguridad energética e inversión convierten a China en un actor eficaz en lo referente a la transición ecológica. Pero claro, esta ventaja competitiva de China implica una desventaja para otros estados o instituciones supranacionales, máxime cuando la población china es la segunda más grande del planeta y cuenta con un poder manufacturero importante. En realidad, no veo que las renovables vayan a ser un tema de preocupación y de conflicto internacional, de hecho, la situación sería más alarmante sin la emergencia de las energías renovables, ya que Pekín se vería obligado a importar mayores cantidades de combustibles fósiles.