Nueva biografía sobre el que fue la mano derecha de Napoleón y fundó Europa, Talleyrand

Xavier Roca-Ferrer retrata en “Talleyrand” la vida de este fascinante personaje que marcó la escena política de mediados del siglo XVIII y del XIX

Texto: David VALIENTE

 

En Talleyrand, de la editorial Arpa, el escritor, editor y traductor Xavier Roca-Ferrer sigue el rastro y aporta una nueva mirada de quien fuera la mano derecha de Napoleón y que “durante 50 años dirigió Francia y Europa”. Un hombre con una personalidad arrolladora del que Víctor Hugo, tras su muerte en 1838, escribió en su esquela: “Era un personaje raro, temido y considerable (…) Era noble como Maquiavelo, sacerdote como Gondi, défroqué como Fouché, ingenioso como Voltaire y cojo como el diablo. (…) Como araña en medio de su tela, había atraído y capturado héroes, pensadores, conquistadores, grandes hombres, reyes, príncipes y emperadores. (…) Ese cerebro que había pensado tantas cosas, inspirado a tantos hombres, construido tantos edificios, dirigido dos revoluciones, engañado a veinte reyes, contenido el mundo entero”.

Charles Maurice de Talleyrand, entre otras cosas, ocupó casi una decena de cargos públicos, obtuvo el título de príncipe de la mano del emperador y con argucias llegó a ostentar el puesto de obispo a la edad aproximada de 30 años sin importar cuantas mujeres le calentaban las sábanas. Sí, su condición de clérigo no le impidió tener varias amantes, incluso una relación complicada con su esposa Catherine Grand con quien se casó por mandato imperial. Esto fue después del exilio en la tierra de Shakespeare, donde, siendo fiel a su estilo, al año de establecerse el primer ministro William Pitt lo expulsó por considerarlo un espía de la Revolución francesa. Amaba Inglaterra, como muchos contemporáneos. Pero este traspié no le desalentó. Reinició su vida en el Nuevo Mundo donde no faltaron los chanchullos económicos y las aventuras en tierras salvajes. Ya de regreso en su tierra natal, retomó la vida política bajo el mando del Directorio, pero no será hasta la Restauración de los Borbones que su infatigable carrera termine.

“Si tuviera que definirlo, diría que era un hombre práctico, brillante y muy suyo”, porque  “directa o indirectamente siempre barrió hacia sus intereses”, comienza su relato Xavier Roca-Ferrer. La vida de Talleyrand está íntimamente ligada a la historia de Francia de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Acontecimientos tan notables como la Revolución francesa o el Imperio napoleónico se suceden como un film italiano en las páginas del libro. Muestra evidente de su intensa actividad diplomática y social son los diarios y la prensa del momento: “Mucho se escribió de él ya en el siglo XIX, para bien o para mal”.

Talleyrand inició la escritura de su autobiografía cuando el Imperio echaba a andar su pesada maquinaria, pero no sería hasta 60 años después de su muerte cuando los familiares deciden mandar el texto a imprenta. El mismo Talleyrand dejó dicho que debería de publicarse 30 años después de su defunción porque en las memorias justificaba su conducta y los actos cometidos a lo largo de su vida política: “Talleyrand, a la edad aproximada de 40 años, sufre una crisis de conciencia y comprende que tarde o temprano va a morir; por eso inicia la escritura de sus memorias como una manera de justificarse ante la iglesia y lograr el permiso dispensado exclusivamente por la institución para ser enterrado en el panteón que se había mandado construir y que sus buenos cuartos le costó”, narra Xavier. La sombra de la duda recae sobre el estadista francés que achaca su mala conducta a la penosa infancia padecida con unos padres que no le querían y que le obligaron a emprender una carrera (la eclesiástica) para la que no tenía vocación. Pero, ciertamente, la mejor de las escusas la encontró en una condición física que desde pequeño lo acompañó y que lo empezó a limitar a la par que comenzaba a escribir sus memorias: la cojera.

Por supuesto, Talleyrand quería proyectar una personalidad ambigua, o al menos así se deduce de una carta enviada a la condesa Kielmansegge: “Quiero que durante siglos se siga discutiendo lo que he sido, lo que he pensado, lo que he deseado”. “Hay mucha ambigüedad entorno a la figura de Charles-Maurice. Entre sus planes se encontraba el de legar una imagen difícil de categorizar; quería que los futuros historiadores se devanaran los sesos. Sin lugar a duda, fue como un calamar que echa tinta para que nadie le siga el rastro”, comenta Xavier.

La historiografía del siglo XIX lo convirtió en un demonio cojo, hábil en las cuestiones políticas, y laxo en asuntos económicos. Pero su imagen ladina se refrescó en el siglo XX, tras concluir la Primera Guerra Mundial que sumió a Europa en el caos. Los nuevos historiadores, cansados de las luchas entre los diferentes Estados que terminarían destrozando al viejo continente, vieron en la concepción europea de Talleyrand un salvavidas para el futuro.

La vida en los salones y su formación eclesiástica, sin duda, le ayudaron en el manejo de la política internacional europea. Esos dos mundos, a priori opuestos y condenados a desavenencias, para Talleyrand significaron su verdadera escuela política, lo que uno le arrebataba, se lo entregaba el otro: “En los salones conoció a muchas personas que, a causa de la vida eclesiástica, no hubiera podido conocer. Por otro lado, su actitud tímida y callada le permitió aprender muchísimas cosas, entre ellas algo fundamental para un diplomático: conversar sin decir nada”. Si en los salones obtuvo destrezas teóricas, en el seminario desarrolló la templanza. ¿Qué hubiera sido de Europa sin esa virtud?

Tenemos un pequeño problema con la igualdad

El lema de la Revolución francesa (Libertad, igualdad y fraternidad) todavía resuena en nuestras cabezas como un eco vivo e imperecedero. Los padres de la revolución lo recitaban, el pueblo necesitaba el aliento de estas palabras para continuar con la lucha y derrotar al Antiguo Régimen que suficientes abusos había cometido. Talleyrand compartía estos ideales al igual que sus compañeros nobles de la revolución, convencidos de que un pueblo libre y fraternal sería ecuánime. Sin embargo, del concepto de igualdad recelaban muchos aristócratas, entre ellos el estadista francés. La gran amiga de Charles-Maurice, Madame Staël, advirtió lo controvertido que resultaba la igualdad en un proceso de cambio. “La igualdad sigue dándonos quebraderos de cabeza ahora- dice Xavier-. Cuando hablamos de igualdad, ¿en qué ámbito lo hacemos? ¿Quizá en el económico? ¿O ante la ley?”. Lo que sí es seguro, recalca el autor, es que “Talleyrand nunca desdeñó la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades”. Para una muestra de ello, basta con revisar su proyecto de ley donde establece una educación gratuita y universal para los franceses. Por desgracia, los planes de Talleyrand no se implementaron en el país galo hasta cien años después de su muerte, viendo su sueño cumplido en Benevento, a la sazón propiedad suya. “En lo referente a la libertad económica, Talleyrand por encima de todo era un liberal convencido de que cada individuo debe sacarse las castañas del fuego”, añade Xavier.

Napoleón y Talleyrand

Los primeros contactos entre Talleyrand y Napoleón se produjeron mediante cartas. Corrían los años del Directorio, Francia sumida en el caos necesitaba con urgencia un cambio de rumbo. Por aquel entonces Talleyrand ocupaba la cartera de asuntos exteriores y, como un cazatalentos, vio en el joven Napoleón, 15 años menor que él, la solución a los males de Francia. Sus cartas llenas de halagos (no podíamos esperar otra cosa de un miembro del Antiguo Régimen) le acercaron al joven general que ganaba las guerras en Europa.

Impelido por su astucia y una afición a la bolsa que extrapolaba al mundo político, “le gustaba mucho apostar, era lo suyo”, Talleyrand rompió con el Directorio y se decantó por el corso. Así, del diálogo entre los dos protagonistas históricos nació un nuevo periodo de la historia de Francia. “Hasta el año7, las decisiones políticas no fueron tan malas: Francia prosperó económicamente, se respiraba tranquilidad en las calles y, aunque la sangre siguió corriendo en el continente, dentro del país las tensiones se aliviaron”, resalta Xavier.

No obstante, la situación se torció: “Talleyrand se dio cuenta de que Napoleón era un caballo desbocado”, dice Xavier. Los errores se sucedieron, primero España, luego Rusia: “Si bien es cierto que en un primer momento Talleyrand fue partidario de la invasión de España, pronto se dio cuenta que era un error. Con Rusia pasó lo mismo, salvo que desde el principio Talleyrand se opuso a la invasión”.

Si bien es cierto que la invasión de España y Rusia fueron errores capitales que condujeron a la desgracia de Napoleón, Xavier, simplificando mucho, considera que “su gran error fue no conseguir la paz con los ingleses”. De esa paz, siendo ucrónicos, habrían salido enlaces matrimoniales entre la dinastía Hannover y la Casa de Bonaparte- los planes del corso pasaban por establecer una dinastía familiar-.

Ante la situación de caos que las guerras napoleónicas estaban generando, Charles-Maurice conspiró contra el emperador: “Mucha gente moría y los jóvenes se echaban al monte para evitar las levas. Por otra parte, Europa cada vez tenía más inquina contra Napoleón”, aclara Xavier.

Derrotado Napoleón y preso en la isla de Elba, Talleyrand recondujo la política francesa. Accedió al trono Luis XVIII, única alternativa viable: “Los Borbones nunca contaron con la simpatía de Talleyrand. Habría preferido otra dinastía, incluso la napoleónica, pero el hijo del corso por aquel entonces era muy pequeño”.

La relación de Talleyrand y Napoleón finalizó como el rosario de la aurora. El estadista nunca perdonó al corso los 100 días. “A partir de lo sucedido en Francia, Napoleón y el pueblo se convierte en el enemigo de Talleyrand, ya que sin su ayuda el exemperador nunca habría logrado llegar tan lejos”, dice Xavier.

Europa

“La Unión Europea tendría que declararlo santo patrón”, comenta Xavier. En efecto, el proyecto político de Talleyrand sobrepasaba las fronteras francesas. Buscaba la paz y la colaboración entre una serie de países a los que consideraba civilizados: “Su concepción de Europa no estaba limitada por los accidentes geográficos; Talleyrand entendía que un grupo de países deberían dejar de combatir y colaborar al menos económicamente. Nunca concibió una Europa regida por las reglas de los Estados Unidos”.

Salvando las distancias temporales, la Unión Europea actual mantiene muchos ideales del político francés, salvo por la decisión de los ingleses de separarse del proyecto comunitario. “Estoy seguro de que el espíritu de Talleyrand debe de estar llorando por las esquinas, amaba mucho Inglaterra, aunque no siempre ese amor fue correspondido”, se lamenta el autor.

Talleyrand, mal recordado en España  

Por desgracia, la biografía de Talleyrand no es muy conocida en España, cosa que pude comprobar con una encuesta que hice a 20 personas de una edad comprendida entre los 20 y 40 años. La única variable que establecí es que hubieran cursado en el instituto o en la universidad alguna asignatura de historia universal. Desgraciadamente, tan solo dos habían oído el nombre de Talleyrand. “Napoleón ha salido en muchas películas y series, pero sobre Talleyrand ni los franceses han hecho una”, argumenta Xavier. Sorprende comprobar que un contemporáneo y colaborador de Talleyrand, Fouché, es más conocido por el público medio. Esto se debe “a la novela escrita por Stefan Zweig que, para bien o mal, ha dejado una impronta mayor”, aclara Xavier. Además, continúa el autor: “La personalidad ambigua que creó a lo largo de su vida no resulta atractiva. Las personas no quieren ambigüedades, quieren una definición clara, eres bueno o malo. Por otro lado, Talleyrand no influyó mucho en España, aunque debemos de decir que el país galo genera mucha bibliografía de él, tanta como puede generar de Luis XIV o de Napoleón”.