Nostalgia, amor y fatalismo: la delicada construcción emocional de Hiromi Kawakami

La editorial Alfaguara publica la última novela de la autora japonesa, Hiromi Kawakami, «El tercer amor». 

Texto: David Valiente

 

El tercer amor de la multipremiada escritora japonesa Hiromi Kawakami (Alfaguara) bebe de la soledad introspectiva de Banana Yoshimoto y de las fuentes del amor nostálgico que, con tanta precisión, supo reflejar Yasunari Kawabata en Lo bello y lo triste.

Esta nueva novela publicada en español narra la historia de Riko, una joven que se casa con el amor de su infancia y, aunque ella es feliz en sus primeros años de matrimonio, descubre que su marido, Na-chan, le es infiel con varias mujeres. Por supuesto, a Riko no le gusta la actitud deshonesta de su cónyuge, pero el enamoramiento empieza a languidecer cuando descubre que con una de sus amantes tiene algo más que una aventura: por la hija de su jefe siente un amor del verdadero. Entonces, y tras reencontrarse con el conserje de su colegio, el señor Takaoka, un hombre un tanto atípico, empieza a tener una serie de sueños con mujeres de otras épocas y distintos contextos sociales.

La relación amorosa entre Riko y Na-chan se caracteriza por la prudencia. No cae en la tragedia amorosa que tanto caracteriza a los personajes mishimianos: el amor es contenido, carece de dramatismo, aunque en algunas escenas, como cuando Riko descubre que Na-chan le es infiel con su profesora de koto, se echa de menos un poco de melodrama latino. En esta forma de indagar en las decepciones amorosas hay un nexo claro con la novela de Kawabata, Lo bello y lo triste. El amor se percibe como un ente cotidiano sometido a las mismas fuerzas de la transitoriedad que experimenta cualquier otro aspecto de la vida, dejando implícito que pocos componentes permanecen estables o estáticos, lo normal es que se transformen, aunque algunos llegan a desaparecer sin dejar detrás de sí una sensación de pesar. De hecho, la nada, al no ser asfixiante, es la oportunidad que el amor tiene de renacer y tomar una nueva consistencia con diferentes intensidades.

Sin embargo, hay algo ligado al amor que nunca cambia en los personajes (al menos no se percibe): la nostalgia. La nostalgia impregna cada letra de la novela sin empalagar, sin llegar a aprisionar el corazón del lector; simplemente es un lento trasiego, un sutil estado anímico, parecido a la arena dentro de un reloj que marca el fluir de la vida. El fondo melancólico de El tercer amor vuelve adicto a sus lectores.

Esta manera de percibir la nostalgia recuerda al concepto japonés mono no aware (“una sensibilidad a lo efímero”). Los japoneses saben percibir la belleza incluso en lo efímero. Por ello, la tristeza no aumenta con el pasar de las páginas, sino que mantiene una cadencia constante, y la autora lo consigue gracias al énfasis en la descripción de las miradas, las pausas en la conversación, el movimiento de las manos o el propio hecho de recordar.

En El tercer amor los sueños y el recuerdo se retroalimentan. En escenas determinadas, incluso, la línea que separa los sueños de los recuerdos es muy difusa, se podría decir que se ha borrado y lo que Riko experimenta en sus sueños es el recuerdo de vidas pasadas que acuden en ayuda de su presente. Se llega a estas conclusiones cuando la joven empieza a asumir la personalidad de los personajes soñados. Los sueños, a su vez, son el bálsamo de su existir, una trampa de miel y hiel, pues, asimismo, reviven emociones imposibles de aprehender debido la forma en que evoluciona el propio matrimonio de Riko y Na-chan. En suma, los sueños no son tanto un proceso de entendimiento como una sensación ideal dentro de una relación amorosa.

En todo matrimonio, la intimidad es una parte inherente. Sin embargo, en los matrimonios recreados por Kawakami se oculta una suerte de delicado fatalismo. Los cuerpos se aman y se poseen, pero no se retienen, el ser amado siempre termina desapareciendo, aunque esto no tenga que significar, en casos concretos, una ruptura definitiva. El final de esta historia también se puede interpretar como un renacer implícito. El destino lanza señales constantes y advierte de que el ser humano no tiene la capacidad de esquivar su mandato. Riko tampoco trata de hacerlo; asume una postura estoica y se resigna a convivir con la pérdida, la soledad y el paso del tiempo, sin mayores sobresaltos.

Sin duda, Hiromi Kawakami ha creado un complejo sistema de emociones con gran acierto. Ninguno de sus personajes resulta grotesco o descontextualizado; los crees, los vives, los saboreas. El lenguaje minimalista trufado con los matices pertinentes ayuda mucho en la tarea de asimilación y análisis de la trama. Cada palabra responde a la justa medida impuesta por los límites de la buena creación. De hecho, la economía de palabras remite a la tradición japonesa, en su continua búsqueda de la sutileza en las bellas letras.

Como en sus anteriores novelas, la autora nipona deja grandes espacios para que el lector interprete, invente y construya su propia subtrama y final. En esos interrogantes construidos con las palabras que no se dicen, reside la verdadera naturaleza del Japón de todos los tiempos. Esos silencios, a veces, tienen mucho más que decir sobre el amor que un poema de Pedro Salinas.