Noemí Sabugal: «No miramos tanto al mar como a la playa»
«Laberinto mar» (Alfaguara), último trabajo de Noemí Sabugal, es un abanico que se abre y se expande hasta alcanzar el último resquicio donde la palabra mar tiene algún significado.
Texto: José Luis Espina
Oviedo amanece entre un juego de claroscuros, de nubes de viene y va y rayos de sol que calientan más de lo que toca para un diciembre en puertas. Los aledaños de la catedral de San Salvador lucen diferentes con esas casitas navideñas que atiborran la plaza, eclipsan “La Regenta” de bronce que Mauro Álvarez levantó en 1997 y se deslizan hasta la Plaza Porlier donde el imperturbable “Viajero” de Eduardo Úrculo parece resignado al recurrente anonimato de cada año.
He quedado en el vestíbulo del hotel Campoamor con Noemí Sabugal, autora de “Laberinto mar” (Alfaguara , 2024) y de ahí , en compañía del pintor Marc Pérez Oliván, nos dirigimos a la sidrería La Nozal para calentar motores a base de gastronomía local y culinos de sidra. Participamos en “Paisajes Literarios”, un encuentro donde Noemí Sabugal y Jordi Esteva hablan de “Mares y océanos” en la librería Matadero Uno.
“Laberinto mar” es un libro enorme que nos demuestra lo inabarcable que puede ser algo tan fascinante como el mar. Entrar en sus páginas es acceder a un gran edificio con puertas correderas donde cada una da acceso a un mundo privado, espacios atravesados por un pasillo que conecta cada cuarto hasta llegar a un hipotético punto y final. Y es ahí cuando caes en la cuenta de que todo está trenzado por la misma aguja, porque poco le es ajeno al mar en un mundo mayormente líquido.
Ballenas y balleneros, náufragos, mariscadoras, corsarios y piratas, narcotraficantes, pecios y tesoros hundidos, galeotes y esclavos, viudas y duelos eternos, migrantes que dijeron adiós desde la borda de un barco. Noemi Sabugal nos lleva por todos los derroteros posibles donde resuene la palabra mar.
Empiezas tu libro recordándonos que nuestro país es prácticamente una isla, pero lo que está claro es que nuestra historia está marcada por la relación con el mar, un país ballenero, de grandes travesías, donde el mar ha sido una forma de vida y un recurso económico. ¿Qué nos queda de todo eso?
Efectivamente vivimos en casi una isla, que es lo que etimológicamente significa península. Estamos rodeados no solo de mar sino de mares y eso ha conformado muestra historia, nuestra economía, nuestra memoria laboral y sentimental. El mar ha estado y está presente en nuestra realidad actual. Pero hemos cambiado nuestra forma de mirar, de hecho, no miramos tanto al mar como a la playa. El cambio de modelo laboral y de forma de vida ha hecho que pensemos menos en el mar y más en la costa. En nuestra economía el turismo es muy importante pero el turismo es playa, no es el mar. Sí lo es la pesca, los marisqueiros, los bateeiros, los percebeiros, ellos sí tienen el mar como elemento de trabajo y esa sí es una vinculación que sigue existiendo pero que se ha reducido y que sigue menguando cada vez más. Si vas a una ciudad donde había un puerto pesquero, ahora hay un puerto deportivo y ya ves que eso ha cambiado. Otra cosa fundamental es que ya no viajamos en barcos, fuimos un país migrante. Desde mediados del siglo XIX hasta 1936, sin incluir exiliados y migrantes económicos, salieron de nuestros puertos más de cinco millones y medio de españoles. Pero el transporte marítimo también comportaba naufragios en nuestras costas. El mar era camino de ida hacia otros continentes y solo alguna vez de vuelta.
¿Cuál es tu primer contacto con el mar? ¿Qué mar deja en ti esa impronta infantil que a todos nos queda?
Mi mar es el Cantábrico. Cuando mi abuelo José se jubiló de la mina se fue a vivir a Gijón, como tantos otros mineros. Se fue allí con mi abuela, así que mis veranos siempre fueron cantábricos. Aprendí a nadar en la playa de San Lorenzo. Decía Delibes que el verdadero nadador no se hace en aguas quietas, se hace en el mar o se hace en el río. Mi mar es la playa de San Lorenzo y la zona de El Pedrero donde mi abuelo, pescador aficionado, iba a pescar. Siempre llevaba en el bolsillo, además de un bolígrafo y una libretita con los números de teléfono, la tabla de mareas. Eso es para mí el mar, ver a mi abuelo pescar, sumergirme en ese mar frío y bravo que cada vez es menos frío. Pero yo defiendo que en nuestro país nadie es ajeno al mar, es de donde comemos, también de donde bebemos, en los periodos de sequía se ha mirado hacia las desalinizadoras, y eso también es mar.
¿Cómo das el paso de un libro como Hijos del carbón a Laberinto mar ?. Cuéntame si hay algún nexo entre ambos libros y qué te lleva a dar el salto de un tema a otro.
Los dos libros están conectados en cuanto a las intencionalidades. Por una parte, están los descubrimientos que hago a partir de testimonios, voces, territorios, temas que pasan a los lectores a través de la literatura, algo que también está en Hijos del carbón, la intencionalidad de descubrimiento y la voluntad de exploración desde una perspectiva muy abierta que abarca del pasado hasta el presente. En ese sentido, ambos libros transitan por los mismos caminos.
Hay también temas que están relacionados. Me interesa mucho el mundo laboral y me parece importante que se contemple desde la literatura. Cuando estaba escribiendo Hijos del carbón pensaba en los accidentes mineros y en la conexión de unos territorios y unas personas con un elemento natural, con un sector y su relación con las cuencas mineras. Pensaba que esa dureza del trabajo, ese rastro de la muerte conectado con un elemento natural se daba también en el sector de la pesca. Inicialmente pensé en el sector de la pesca como un juego de espejos que se podía producir, pero enseguida vi que el mar era un elemento muy amplio y quería abrirlo a muchas cosas, por eso Laberinto mar va de un tema a otro y se expande mucho más que al tema de la pesca.
A esa multiplicidad de temas tratados en Laberinto mar ¿llegas a medida que vas escribiendo el libro o hay un planteamiento previo?
Hay unos temas que tenía bastante claros, como el sector de la pesca, las mariscadoras, los bateeiros, los percebeiros, el capítulo de los corsarios y los piratas, el narcotráfico, la turistificación, lo relativo al cambio climático. Había temas que tenía claro que quería tocar, pero otros fueron surgiendo. Por ejemplo, el capítulo “El mar en la mente” surgió cuando conocí a Jordi Ballart, escritor y nadador catalán que tiene un libro titulado Línia de flotació donde habla de la conexión personal y mental con el mar como espacio de autodescubrimiento, incluso de terapia. A partir de ahí cuento cómo el mar se ha utilizado unas veces para el tratamiento de enfermedades mentales y otras, simplemente como un espacio natural que invita a la calma y la contemplación. El escritor estadounidense Wallace J. Nichols habla en su libro Blue Mind de esa conexión que se produce con los lugares, no solo con el mar. En cuanto al apartado dedicado a la caza de las ballena no lo tenía pensado como un tema aparte, pero me encontré tantas cosas interesantes que hice un capítulo.
¿Qué tan complicado ha sido acceder a las colaboraciones que te han permitido escribir el libro?
Un libro como este se hace con la generosidad de mucha gente que confía en ti y que te cuenta su testimonio, su vida, su trabajo. Cosas tan duras como la experiencia de las viudas del Villa de Pitanxo, cómo se vive el duelo de una ausencia en algo tan tremendo como un naufragio, sobre todo, cuando no se recuperan los cuerpos.
Una parte muy importante del libro es la dedicada a la salud del mar. Quería que los científicos estuvieran en el centro de ese debate y en ese sentido, no solo fueron generosos al cederme su tiempo, abrirme sus despachos y explicarme cosas, sino que eran conscientes de la importancia de que estos temas se abriesen a ámbitos como el literario, porque este libro es también una forma de hacer divulgación.
En el capítulo donde haces referencia al turismo parece que le hayamos dado la espalda al mar y nos hayamos quedado con las costas como un mero recurso de ocio.
A lo largo de la historia ha habido muchas miradas al mar y no todas han sido positivas. Que todas las ciudades del Levante estén edificadas hacia el interior o que los núcleos urbanos estuviesen retirados de las costas, era porque el mar también era un elemento de peligro. La visión sobre el mar ha cambiado mucho, griegos y romanos eran muy amantes del mar, esa relación del cuerpo y el mar la tenían muy presente, pero con la llegada de la Edad Media se convierte en lugar de monstruos, de pecado y enfermedades, bañarse tenía connotaciones eróticas. Mucho después Paul Valéry recoge esa idea cuando dice que nadar es fornicar con las olas. Después también fue trabajo, a la vez que un camino de separación para las familias, de tragedias. Es decir, que la mirada hacia el mar no ha sido siempre la de los poetas románticos, aunque tenemos el caso del marinero Xosé Iglesias, poeta que le canta y siente pasión por el mar.
Pero sí es cierto que ahora la economía relacionada con el turismo es lo que prima y más que mirar hacia el mar miramos hacia la playa. Yo reivindico un punto de vista diferente. Con unas simples gafas de snorkel podemos descubrir cómo son nuestros mares, los peces que los habitan, las formaciones rocosas, preocuparnos por saber qué le pasa, los problemas relacionados con el cambio climático. Volver a mirar al mar como un elemento natural es importante y eso no se ha hecho. Hay un ejemplo muy claro, nosotros no tenemos ningún parque nacional cien por cien marino, cosa muy curiosa en un país como el nuestro. Aunque es un tema en el que se está avanzando, hay un compromiso para que en el año 2030 el treinta por ciento del mar esté protegido.
El mar ha tenido mucho que ver con nuestra economía, pero también ha generado muchos pequeños oficios algunos de los cuales ya se han perdido.
Sí. En Asturias y otros lugares estaba el oficio de las llamadoras que solían ser mujeres o niños. Eran las que llamaban a los marineros para embarcar. En Asturias se hacía con el turullu, una concha con la que turullaban por las calle. En Lequeitio, cuando había tormenta o mal tiempo, las mujeres arrastraban un palo con una punta de hierro que avisaba de que podían seguir en la cama porque ese día no se salía al mar. Otro oficio ha sido el de las sirgueras, en Bilbao, mujeres que tiraban de las gabarras. Hay también otros que están desapareciendo o cambiando, muchos para bien por su dureza.
Hablas en el libro del sentimiento especialmente trágico de pérdida cuando, tras un naufragio, las mujeres no pueden despedirse de los seres queridos porque los cuerpos se han perdido en el mar.
Nuestras costas están plagadas de naufragios, llenas de pecios que, en lugares como Cabo de Palos, se han convertido en un recurso turístico. Esta dureza del naufragio y del duelo de una ausencia la viví más directamente con las viudas del Villa de Pitanxo, a las que agradezco que me contaran su experiencia. El Villa de Pitanxo representa el naufragio más grave de marineros españoles durante los últimos años. Murieron veintiuna personas y de doce de ellas no se han recuperado los cuerpos. Las viudas han peleado mucho, primero para que esto se investigara como es debido, para que se bajara al barco y se comprobara cómo estaba. Hay todavía un juicio pendiente. Es tremendo que no haya un protocolo claro cuando ocurre algo así, que no haya una información adecuada a las familias. Esta es una de las partes, pero la otra, más personal, es la diferencia entre las viudas que han recuperado los cuerpos de sus familiares y las que no, ese duelo de la usencia es muy complicado porque nunca hay un cierre. Esto es algo que en la mina no pasa, nadie se queda abajo tras un derrumbe, se tarde lo que se tarde el cuerpo se saca y se entierra. De hecho, cuando he ido a presentar el libro a otros lugares de costa, mucha gente, ya terceras generaciones, habla de sus abuelos no aparecidos. Las familias quedan marcadas para siempre.
Con este libro ¿concluyes la escritura sobre este tema o piensas en la posibilidad de retomar el mar como argumento literario?
En cuanto a género de periodismo o ensayo literario soy curiosa, me gusta explorar, descubrir e investigar así que, en principio, no tengo intención de volver a surcar los mismos mares, pero es verdad que las cosas que haces tienen un poso, así que no puedo decir que en este mar no volveré a navegar.