No puedes salvar lo que no amas
“Las propiedades de la sed” no solo impacta por ser un novelón de Marianne Wiggins que entremezcla varias vidas de gente que lucha con pasión por salvar su tierra de la desertización. La intrahistoria de cómo finalizó el libro con la ayuda de su hija es también otra gran historia de amor y lucha.
Texto: Pere SUREDA Foto: Dustin SNIPES
Esta es una historia de amor, pero también es una historia sobre el valle de Owens, que alguna vez fue zona agrícola verde y que ahora está
desertizado porque la sedienta Los Ángeles se apoderó de su agua. La voz de Thoreau sobrevuela el principio de la historia para que no olvidemos que la naturaleza forma parte de todas las historias que quieran ser universales, y esta lo es.
Es la historia, de amor y de odio, de las familias blancas que lucharon para conservar la tierra que sus antepasados habían robado, y también
de los estadounidenses de origen japonés internados a la fuerza allí a causa de la histeria racista provocada por la guerra. También es la historia del hombre judío encargado de construir el campo de “internamiento” para 100.000 ciudadanos de origen japonés: Manzanar.
Esta novela toca el nervio sensible con un valor y un cariño que hace que los lectores sintamos el calor y el viento que sopla sobre ese paisaje de color sepia. Pero también toca fibras sensibles la historia que hay detrás de la escritura del libro. La historia de la propia Wiggins, la mujer que, cuando tenía el manuscrito casi terminado, sufrió un derrame cerebral masivo en 2016. Emergió gradualmente para descubrir que ocho años de su vida, incluidos los que pasó escribiendo Las propiedades de la sed, habían sido borrados de su cerebro lesionado.
Lara Porzak, la hija de Marianne Wiggins, ha sido la cuidadora a tiempo completo de su madre desde entonces. Ha reintroducido a su madre en esta maravillosa novela y ha trabajado codo con codo con ella para lograr completarla. “Y luego pensé, bueno, vayamos al manuscrito, ya que es en lo que ella estaba trabajando”, nos explica en un epílogo al final del libro. “Veamos si puedo entrar allí, conseguir su propia voz para curarla.” Lara es el puente físico entre las dos Mariannes, la autora y la superviviente. La historia de amor entre madre e hija es lo que hace posibles todas las demás.
Lara llevó al hospital los libros de Wiggins para leérselos. “Realmente creo que le ayudó a ella, a sus ritmos. Podía empezar a ver en las máquinas cuando leía algo, o tal vez pensaba que esto sucedió, podía notar cuando ella se iluminaba un poco, cuando había más presencia”. Empezó a imaginar que podría ayudarla a terminar la novela. “Simplemente estaba comprometida”.
En el camino, Lara se enamoró del manuscrito inédito de su madre. No solo se convirtió en la cuidadora a tiempo completo, sino también en su amanuense y archivera. Wiggins escribe todas sus novelas a mano y no pasa de un capítulo hasta que lo edita, por lo que hubo mucho
menos desorden que el habitual del primer borrador. Aun así, el manuscrito no estaba del todo terminado y Wiggins no podía escribir físicamente. Dictar un texto, en lugar de plasmarlo en un papel, «es una cadencia completamente diferente, diferentes ritmos». Lo más difícil fue lograr que [el nuevo escrito] estuviera lo más cerca posible del noventa por ciento que estaba completado».
Esto llevó a Lara Porzak a una búsqueda del tesoro, estudiando minuciosamente cientos de diarios de su madre en busca de notas y pasajes escritos a mano. “Había extraído de los cuadernos de Marianne, de todos estos otros proyectos en los que ella estaba trabajando, hermosas oraciones pretratadas, oraciones de Marianne bien escritas; las uniría en un documento”. Junto con Ulin, trabajaron para resolver el rompecabezas. Cuando Wiggins recuperó la capacidad de leer, pasaron a editar la página. Wiggins sigue teniendo problemas con la vista. “Ella no ve el lado izquierdo. No existe en su cerebro”.
Trabajaron lentamente. Lara imprimía pasajes y Wiggins hacía sugerencias para mover comas, agregar palabras, cambiar el flujo de una oración, hasta que finalmente fueran aprobados. “No puedes salvar lo que no amas” reza la frase declarativa que abre la novela. Se convierte en el tema que une a los distintos personajes mientras intentan salvar el agua, salvar la tierra, salvar a sus familias y, en última instancia, salvarse a sí mismos.
Me he sentido transportado a lugares, sensaciones y a un mundo en lo que podría calificar de obra maestra. Pero creo que me quedaría
corto. Tenemos “demasiadas” obras maestras y eso de alguna manera las uniformiza, me quedo con que es una novela sensacional.