Nadia Wassef: “Quien nace librero muere librero”
El 11 de noviembre es el día de las librerías y para celebrarlo qué mejor manera que hablar con Nadia Wassef, la librera y escritora que ha publicado «La librera de El Cairo» (Península).
.Texto: David VALIENTE Foto: Andrew MASON
No le gusta que digan que ha construido un imperio de la cultura, pero cuesta no pensar así cuando lees el currículo de Nadia Wassef y su libro, La librería del El Cairo, publicado por la editorial Península. “No hemos construido ningún imperio, tan solo esparcimos exitosamente nuestro compromiso por la cultura a la población egipcia. Si fuera lo suficiente arrogante como para hablar de cuál es mi legado, destacaría esa creencia ciega en la importancia que las ideas y la cultura tienen para aglutinar sociedades”, explica Nadia Wassef desde su coche, estacionado en algún aparcamiento londinense.
La pandemia, asegura Nadia, ha elevado la valía social de los libreros, algo que celebra con mucho entusiasmo. Sin embargo, al principio, ella, su hermana Hind y su amiga Nihal no gozaron de una posición tan relevante. Las tres se convirtieron en libreras en marzo del 2002, abriendo la primera librería moderna e independiente de El Cairo, Diwan. “Nuestros comienzos no fueron fáciles, no tanto por ser mujeres, sino por nuestra juventud, nuestra falta de experiencia despertaba suspicacias”, lamenta Nadia. “He decidido que mi género no me condiciona y si a alguien le molesta, es su problema”.
Diwan se quedó pequeña para las ambiciones de las tres jóvenes y tomaron la decisión de ampliar su negocio y abrir otras sucursales en zonas distintas de su Egipto natal, algunas con más éxito que otras, pero generalmente con balance positivo. “Aunque suene a cliché, el éxito de nuestras librerías se basó en hacer las cosas con mucha pasión y compromiso, y nuestra satisfacción solo se ve colmada cuando sabemos que nuestra gente se siente orgullosa de las librerías que hemos construido”.
Nadia Wassef tiene a sus espaldas dos matrimonios y la educación de dos niñas, resultado de su primer enlace: “Me preguntan que cómo compagino mi vida laboral con el cuidado de dos hijas, siempre les contesto que pregunten a los hombres que seguramente tendrán una respuesta más interesante que darnos; además, quiero saber cómo ellos lidian con todas las demandas de la vida laboral y la familia”, plantea Nadia, quien siempre ha tenido una especial devoción por la ficción literaria: “Recuerdo una etapa de mi vida, cuando el número de sucursales creció, en que leí muchos libros relacionados con las finanzas y el marketing. Me sentía perdida y miserable porque siempre he encontrado respuestas en la narrativa. He sido feliz al abandonar mi faceta de empresaria y retomar mi carrera de librera, me adentré de nuevo en ese mundo apasionante que tan solo recuerdo haber vivido en la ficción. Me frustra que haya tantos libros por leer y que no haya suficiente con una sola vida para leerlos todos”.
Egipto tiene una renta per cápita de 3.500 dólares, unas cifras que denotan un bajo nivel económico. ¿Pobreza y cultura son irreconciliables?
Nunca antes había oído eso. No lo creo. La cultura necesita un sistema igualitario para florecer y no de riqueza. Por supuesto, en ciertas ocasiones se necesita invertir dinero, pero es un ingrediente más del ecosistema cultural, que también depende de elementos más intangibles como la creatividad y las plataformas de intercambio. Las redes sociales e internet se han convertido en plataformas democratizantes que permiten a personas de bajas rentas acceder al conocimiento que si no les sería imposible obtener.
¿Cómo experimenta el egipcio la cultura?
Aunque parezca difícil de creer por lo ligados que estamos a la escritura, la tradición oral juega un papel relevante. El canon egipcio cuenta de varias épicas, la más famosa es un equivalente a la Ilíada y la Odisea que recibe el nombre de Al-Sirah al-Hilaliyyah. Hoy en día, incluso, hay cuentacuentos que viajan por los caminos de mi país y por la noche narran esta historia a todo aquel que desee escucharlos. Los egipcios vivimos la cultura sin ser conscientes de que lo hacemos en nuestras bromas, en los dichos populares, en las anécdotas que son a la vez el modo más efectivo para convencer a alguien de tu punto de vista. Nuestra música callejera es muy popular y hunde sus raíces no solo en la música árabe de los años 90, sino también en grandes divas egipcias como Umm Kalzum. Así que podemos decir que los egipcios viven la cultura en todas partes y en cualquier momento del día, no solo se trata de sentarse y leer un libro, nuestra constante interacción entre el pasado y el presente y el autoconocimiento de uno mismo son otras formas de cultura desarrolladas por el pueblo egipcio.
¿Con qué es más difícil lidiar: con la administración egipcia o con los clientes?
No creo que sea una comparación justa. Con la burocracia siempre hay una solución, son solo papeles, debes tener paciencia; en cambio, con los clientes… con un cliente complicado no siempre encuentras solución.
¿Qué es aquello que un libro debe tener para formar parte de los “Esenciales de Egipto”, esa sección tan especial de su librería?
Uno de los capítulos del libro está dedicado justo a este tema. La idea de esta sección, “Esenciales de Egipto”, es conocer la tierra del Nilo desde distintos ángulos y distintos periodos históricos. Por eso, decidimos, a modo de solución fácil, ofrecer una historia fragmentada del país para que el lector pudiera hacerse una idea más global de la idiosincrasia egipcia.
¿Los egipcios se sienten huérfanos de su lengua nativa?
No. Algunas personas de mi generación, que se han educado en escuelas extranjeras donde pensaban, leían y estudiaban en otra lengua diferente a la materna, quizá sí lleguen a sentir esa orfandad lingüística. Yo engrosé ese grupo de niños que aprendió a aprender en una lengua alóctona y me costó reclamar el espacio que merece mi lengua materna.
¿Qué siente una persona en su situación?
Se trata de la mentalidad que desarrolles: lo puedes sentir opresivo o liberador. También depende mucho del momento vital en el que te encuentre; en mi caso, cuando era más joven, lo encontré muy injusto, pero los años pasan y me hago mayor, tengo más confianza en mis decisiones de vida, así que puedo afirmar que estoy feliz, los idiomas ya no restringen mi personalidad, ahora me siento empoderada, lo que me hace experimentar las lenguas de otra manera.
Hay algo que me resulta paradójico: las novelas sobre historia de Egipto son escritas en su mayoría por extranjeros, como por ejemplo el escritor y egiptólogo Christian Jacq. En cambio, pocos escritores egipcios cuentan la historia de su país en un telón de fondo narrativo. ¿Por qué?
Sí hay escritores egipcios de novela histórica, el más destacado es nuestro Premio Nobel, Naguib Mahfuz, que ambientó algunas de sus novelas en el Egipto faraónico. Sin embargo, los escritores extranjeros han encontrado en mi país un espacio literario especialmente emocionante para su imaginación, mientras que los autores egipcios no lo han experimentado así. Hasta cierto punto, el colonialismo creó una distancia entre la gente y su historia, y esta brecha, que no han colmatado los escritores autóctonos, ha sido bien explotada por los narradores provenientes de otros países. De todos modos, gran parte de nuestros escritores muestran más interés por escribir sobre el presente y sus textos son un canto de amor a sus experiencias vitales; pero, de algún modo, con la contemporaneidad resucitan los acontecimientos del pasado. Podría explicarme mejor si camináramos por las calles de El Cairo, allí veríamos esa combinación entre presente y pasado.
¿Entonces sienten que siguen bajo el hechizo de la colonización cultural?
Sí, pero en cierta medida todos hemos sufrido el colonialismo cultural en algún punto de nuestra historia; ahora mismo los Estados Unidos han colonizado a toda una generación con las Kardashian. La colonización cultural también sucede dentro de los países, en sus diferentes regiones, una región culturalmente más potente o con elementos más atractivos puede “colonizar” otra región aunque las dos compartan un mismo Gobierno y una misma frontera.
¿Qué pasa con las riquezas arqueológicas e históricas diseminadas por los museos de medio mundo?
Me gusta ver las riquezas de mi tierra como embajadoras de mi país y mi cultura. Hablamos mucho de la repatriación de nuestras obras, pero creo que otra solución interesante es que se queden dónde están y que se cuente la historia, que narren cómo se llevaron ese sarcófago de treinta kilos: ¿cuánto costó llevarlo?, ¿quién se lo llevó?, ¿quién lo robó?, ¿cómo viajó desde Lúxor al museo europeo?, ¿de qué manera lo transportaron?…contemos su verdadera historia que muchas veces es más importante que los propios artefactos.
En su libro, dedica un capítulo a la autoayuda, ¿por qué cree que ese género ha conseguido tantos adeptos en estos últimos años?
Bueno, creo que ha venido a reemplazar un estilo de vida más propio de los pueblos y las áreas rurales. Antes, cuando las personas tenían un problema pedían consejo a otros, acudían a la iglesia, a la mezquita, al café, al centro comunitario…Nuestros abuelos no buscaban respuestas en Google, acudían a otras personas para encontrar solución y consuelo. Ahora, este diálogo prácticamente ha desaparecido, sufrimos una especie de crisis de fe que nos aleja de las comunidades. Entonces, las personas seguimos encontrando escollos en nuestros caminos y la alternativa actual a la búsqueda de soluciones es la autoayuda. En el capítulo que le dedico, desvelo que la autoayuda nació en Egipto, de la mano de Ptahhotep, visir del faraón Isesi que antes de jubilarse dejó escritas unas máximas homónimas para que las decisiones de los futuros visires fueran lo más sabias y justas posibles. Luego los griegos continuaron con esta filosofía más centrados en la búsqueda de la felicidad, líneas que continuaron en la Edad Media, el Renacimiento y la Ilustración. Me gusta este tipo de filosofías que urgen a las personas a buscar una vida feliz y buena, lo que no soporto es la banalización que ha sufrido el género por culpa del marketing; ahora todo el mundo es capaz de escribir un libro de este estilo, eso sí me molesta.
La modernidad nos ha hecho acudir a la autoayuda…
Es una razón. Evolucionamos más rápido de lo que nuestra psique puede controlar, en los últimos diez años hemos experimentado cambios como no lo hemos hecho en los últimos dos siglos. Es mucho más de lo que la mente humana puede soportar.
La Primavera Árabe la enfrentó a una disyuntiva: ser una buena ciudadana o cuidar de su librería, ¿no había manera de compatibilizar estos dos puntos?
Era imposible. Tal vez, si hubiera estado en otra etapa de mi vida, hubiera triunfado en mí la parte ciudadana, pero en esos momentos solo pensaba en la manera de que Diwan sobreviviera. Era mi obsesión.
¿Cómo lo afrontó?
Lo acepté, no se puede solucionar todo, tan solo deseaba salvar mi librería. Cuando digo lo que voy a decir ahora, la gente se ríe: Diwan tenía su propia personalidad, la de una adolescente rebelde que hacía su voluntad. Me frustraba mucho.
¿Qué lectura hace de la Primavera Árabe egipcia?
Ninguna. Es más, creo que la Primavera Árabe no llegó a su fin, ni tampoco creo que comenzara en 2011; en ese año la gente salió a la calle, pero la revolución se venía fraguando de antes. De todos modos, ¿cuándo cree que comenzó y terminó la Revolución francesa? Recuerde que se la categoriza en cinco fases. Ahora, con nuestro estilo de vida tan rápido, comprimimos todo y, en cambio, las Primaveras Árabes debemos mirarlas con detenimiento y encuadrarlas dentro de los procesos lentos y transformadores de nuestra historia.
Sin embargo, las revueltas sí modificaron el modo de vivir la cultura.
Absolutamente. Pero los cambios culturales ya se estaban fraguando antes de la revolución; los jóvenes experimentaban con diferentes formas de escribir, había mucha poesía coloquial con tintes hiphoperos, blogueros que contaban sus experiencias, gente que reinventaba el cuento… La escritura se transformó en una moda juvenil potenciada por las redes sociales, donde se encontraron vías para expresar emociones e ideas.
De pronto decide abandonar lo que durante tres lustros fue su forma de vida, ¿fue complicado elegir entre sus hijas y las librerías?
En realidad no elegí entre mi negocio y mis hijas. Sencillamente Diwan y yo no éramos las mismas, sentí que nuestros caminos debían separarse. Tampoco podía continuar en El Cairo, pues si viviera allí no me dedicaría a otra cosa que no fuera vender libros. Quería reinventarme, escribir…; así que me matriculé en un máster de escritura creativa en Londres. No dejé mi vida profesional por mis hijas, sino que salí de ella para convertirme en escritora.
¿Actualmente su relación con la literatura solo pasa por escribir?
Quien nace librero muere librero. Ya no trabajo en una librería, pero eso no quita que en mi interior sienta la necesidad de seguir dispensando libros. Si un libro me parece apasionante, no puedo contener mis ganas de compartirlo, lo compro y se lo envío a mis amigos y familiares. Sin duda, es otra manera de vender libros.