Miguel Ángel del Arco Blanco: “El franquismo utilizó el hambre como herramienta de control social tras la guerra civil”

El historiador Miguel Ángel del Arco Blanco documenta en su  libro, «La hambruna española» (Crítica) las dos fases de la hambruna que sufrió España tras la Guerra Civil, la primera de 1939 a 1942 y la segunda en 1946.

Texto: David Valiente

 

“Desde que empecé mi tesis doctoral, tuve la intuición de que el hambre estaba en todos lados”, dice el historiador y catedrático de la Universidad de Granada, Miguel Ángel del Arco Blanco, que en su nuevo libro, La hambruna española (Crítica), documenta las dos fases de la hambruna que sufrió España tras la Guerra Civil, la primera de 1939 a 1942 y la segunda en 1946. “Los archivos revelan las inquietudes de los ayuntamientos, y todas giraban en torno a la comida y, en menor medida, a enfermedades”.

Miguel Ángel prosiguió investigando, siempre con la sospecha de que, tras la guerra civil, no se produjo un hambre a secas, como quiso hacer creer el régimen de Franco, sino de una hambruna en toda regla. Para resolver este interrogante, comenzó un proceso de investigación que le hizo adentrarse en el estudio de las hambrunas que se habían producido en otros países. “Al comparar, me di cuenta de que los hechos encajaban con lo que sucedió en España y desde entonces he trabajado en contar lo que realmente aconteció, apoyándome, claro está, en fuentes y en una rigurosa metodología”.

Desde hace un tiempo, los estudios históricos tratan de contar el pasado no a través de los grandes protagonistas —los que siempre aparecen en los libros—, sino prestando más atención a quienes han pasado desapercibidos: la gente común y corriente. El libro de Miguel Ángel hace precisamente esto: pone nombre y apellidos a las víctimas de una hambruna devastadora. “De esta forma, puedo explicar mejor lo sucedido y conmover a los lectores. Me gusta pensar que mi trabajo tiene rostro humano”.

El proceso de documentación fue complejo y además de emplear las fuentes de los archivos, el historiador realizó veinte entrevistas a personas que vivieron esos años aciagos. Las bellas letras también le han dado grandes pistas para orientar su investigación: “En la poesía, encontré los primeros rastros escritos sobre la hambruna”, confiesa Miguel Ángel, que destaca la facilidad del género para sortear los filtros de la censura franquista gracias a su naturaleza evocadora. “Grandes poetas como Manuel Álvarez Ortega, Joan Margarit o Ángel González, así como Ángela Figuera o Carmen Conde, poetisas de renombre, tuvieron mucho que decir sobre el hambre en España”.

Precisamente, ha sido la historia de un poeta por todos conocido la que ha impactado de una forma especial al historiador. Miguel Hernández, el gran Miguel Hernández, supo lo que significa tener el estómago vacío durante los casi nueve meses que vivió encarcelado. “Cuando la carestía hizo acto de presencia, su producción poética empezó a reducirse. Los pocos versos que continuó escribiendo hablan con obsesión absoluta del hambre”. El poeta oriolano experimentó lo que se conoce como turismo carcelario: su cuerpo, cada día más famélico, se acostaba en el suelo de una prisión diferente cada cierto tiempo, lejos de su esposa y de la ayuda que esta pudiera proporcionarle. Sus compañeros de encierro compartieron la comida con el poeta, pero poco a poco dejó de comer y también de escribir”.

Miguel Hernández, recuerda el catedrático, murió de tuberculosis, a consecuencia de la desnutrición que debilitó su sistema inmunológico. “Tuvo una gran fortaleza. El régimen le ofreció comida y tratamiento si abjuraba de sus ideas y ponía su pluma a su servicio, pero se mantuvo fiel a sus principios: prefirió el hambre y estar lejos de su familia, antes que traicionar sus creencias”.

Sobre la muerte de Miguel Hernández ha realizado un descubrimiento que lo ha impresionado mucho: “Los familiares no pudieron velar el cuerpo del poeta en el cementerio de Alicante porque, en la misma tapia del camposanto, los nacionales seguían fusilando a gente en las noches de marzo de 1941. Este suceso refleja a la perfección la atmósfera que reinaba en la España de la posguerra: dos tipos de violencia de naturaleza distinta, pero conviviendo en el país. Por eso me gusta llamarla ‘la hambruna de la victoria’, porque el hambre también fue una forma de violencia”.

 

Muy trágica la muerte de Miguel Hernández y la de muchos otros compatriotas que perecieron por la falta de alimentos. Tengo una duda: ¿cuáles son los marcadores empleados para diferenciar una hambruna de una situación de hambre?

Podríamos citar varios de origen político, social y económico. El principal indicador es, sin duda, el aumento significativo de la mortalidad. Se calcula que entre 1939 y 1942 perdieron la vida unas 200.000 personas. Otro indicador común es el aumento de enfermedades infecciosas. En cuatro años, afecciones víricas que durante la República estaban casi erradicadas volvieron a perjudicar a más ciudadanos. Me refiero a enfermedades como la tuberculosis, el tifus, la difteria, el paludismo o el cólera. Asociado a las hambrunas también está el aumento en el coste de vida: no siempre el problema es la ausencia de alimentos, sino la falta de dinero para adquirirlos —por este motivo, las clases bajas están más expuestas a sufrir de forma severa las consecuencias de las hambrunas. Otro indicador es el ascenso del número de personas que emigran; es la manera que tienen los miembros de una sociedad de resistir. En épocas de hambruna también se observa un incremento de los delitos contra la propiedad. Pero las personas no desvalijan casas en busca de electrodomésticos o dinero, sino para conseguir pan. Aproximadamente este tipo de delitos ascienden hasta el 65%. El abandono de niños, asimismo, es un fenómeno habitual en los periodos de hambruna: antes de ver morir a sus hijos, los padres los entregan a ciertas instituciones, a conocidos en una mejor situación o los abandonan.

 

En los inicios de la España franquista, el régimen trató de establecer un sistema económico autárquico que le permitiera ser autosuficiente e independiente de otros países. ¿En qué medida la mala gestión económica contribuyó a la propagación de la hambruna?

Las hambrunas son fenómenos multifactoriales —y en España no faltaron causas de peso—; sin embargo, el principal motivo fue el establecimiento de una autarquía que elevó los niveles de corrupción y los precios de los productos básicos en el mercado. Nuestra vecina Portugal estuvo también bajo un gobierno autoritario, pero adoptó una política económica liberal que le permitió mantener alimentada a su población. Así que, sostengo que, sin la autarquía, no se puede comprender la gran dimensión que alcanzó la hambruna. Cuando el régimen abandonó esta política en 1951, España experimentó un repunte de su PIB de entre un 4% y un 5% anual. Por otro lado, la proximidad del régimen con el Eje durante la Segunda Guerra Mundial provocó que los Aliados establecieran un bloqueo económico, dificultando el desarrollo de un país que acababa de salir de una guerra civil.

 

Y todo por un ideal nostálgico: el resurgir del Imperio español.

El régimen tuvo verdadera fe en que la autarquía obraría un milagro. Estaban profundamente convencidos de que España necesitaba encerrarse en sí misma, expulsar a los agentes externos, purgar sus pecados y alcanzar un espíritu de fortaleza que hiciera recuperar el vigor a la nación. En el fondo, apelaron al ultranacionalismo arraigado en los ideales del Siglo de Oro español. En definitiva, el régimen prefirió mirar hacia un pasado glorioso antes que afrontar la modernización que el país necesitaba.

 

El hambre se empleó como una herramienta de control y castigo. ¿Qué mecanismos concretos usó el régimen para llevar a cabo esta labor?

Efectivamente, el régimen utilizó el racionamiento de alimentos en la década de los cuarenta como un instrumento político. Para mantener a toda su población, el Estado español primero la clasificó usando las cartillas de racionamiento. El problema en sí no residió en este proceso, sino en que se produjo en un contexto guerracivilista, con un régimen más preocupado en demostrar su victoria que en reconciliar a las dos partes. Esto ya da claros indicios de que los republicanos serían castigados: a muchos no se les dio ningún tipo de alimento y a otros tantos les entregaron cartillas de primera y segunda clase, lo que significó menos derechos a recibir ayudas. Por otro lado, todas las ciudades no percibieron el mismo racionamiento. El régimen temió que en Madrid o Barcelona se produjeran rebeliones, por lo que la ayuda llegó en mayor cantidad y variedad que a otras ciudades o áreas rurales.

 

Un fenómeno como el estraperlo es muy común en situaciones como la vivida en la España de la década de los cuarenta. Usted documenta dos tipos de estraperlistas: aquellos que manejaban pocas cantidades de productos y eran duramente castigados, aunque solo trataran de sobrevivir, y los otros, las élites, que gestionaban grandes cantidades de mercancías y apenas fueron perseguidas y juzgadas.

En la España de posguerra, los individuos recibían un trato mejor o peor según la posición social o política que tuviera. Con la persecución del pequeño estraperlo,  llevado a cabo por pequeños comerciantes, generalmente mujeres procedentes de familias desestructuradas y que buscaban mantener a sus familias, desabastecieron el mercado negro y dificultaron la adquisición de productos básicos. Asimismo, el estraperlo de las élites también contribuyó a encarecer los precios. Muchos de estos estraperlistas se salieron con la suya; pongo por caso a los miembros de Falange, que tuvieron patente de corso para actuar. El Ejército, aunque aún queda mucho por estudiar a este respecto, es otra institución que también debió practicar un estraperlo a gran escala; además contaban con los medios y la suficiente impunidad para hacerlo. Los ministros del régimen no se quedaron sin su parte del pastel y las manos de Franco no estuvieron tan limpias como nos ha querido hacer creer su hagiografía. El Caudillo comprendió que la mejor manera de crear fidelidades y continuar con la política autárquica era que los miembros del gobierno participaran en el juego de corruptelas.

 

¿No hubo ninguna institución que luchara contra la corrupción?

Sabemos que el gobernador civil de Mallorca, quien había creado una red estraperlista bastante extensa, fue descubierto y terminó exiliado en México. Por el mismo motivo, los miembros del ayuntamiento de Pamplona dimitieron, pero tampoco este es un caso ejemplarizante, ya que no se juzgó a nadie. Cuando comencé a estudiar los poderes municipales y los gobiernos civiles, descubrí que se producían ceses repentinos del todo inexplicables. Creo que detrás había delitos de estraperlo que el régimen ocultó y dejó impunes. En cuanto a las instituciones creadas para combatir la corrupción, la Fiscalía Superior de Tasas tuvo la misión de luchar contra los estraperlistas. Sin embargo, su actividad era poco útil, pues nunca llegó a imponer multas que supusieran un verdadero golpe al bolsillo de los principales infractores. De hecho, gracias a las ganancias, los grandes estraperlistas se asociaban para afrontar las multas y seguir con el negocio. Siempre pillaban a los pequeños estraperlistas, y su persecución afectó a la economía doméstica de los españoles.

 

Ante los grandes desastres acontecidos recientemente y la limitada capacidad de respuesta de los gobernantes, se ha popularizado la frase: “Solo el pueblo salva al pueblo”. ¿Este fenómeno sucedió también durante la hambruna española?

Las dimensiones de la catástrofe fueron tan grandes que el único capacitado para terminar con la hambruna habría sido el Estado, adoptando una política económica y posicionamiento internacional diferentes. No obstante, los lazos de solidaridad contribuyeron a reducir el número de víctimas. Sabemos de personas que superaron cualquier traba ideológica y, si tenían un comercio, fiaban a las personas que pillaban robando por necesidad o directamente hacían como si no los hubieran visto. También se han documentado casos de gente que sentaron en su mesa a personas que lo necesitaban. Dentro de la esfera más íntima, habitualmente las madres comían los restos que dejaban sus hijos…

 

Hablando de madres, ¿qué papel jugaron las mujeres durante la hambruna?

Su papel fue fundamental. Gracias a ellas muchas familias sobrevivieron porque se convirtieron en el sostén del hogar. Salían de casa a encontrar comida donde fuera necesario. Incluso, se han documentado algún que otro caso de mujeres, por lo general de familias republicanas y desestructuradas, que vendieron sus cuerpos para conseguir alimentar a los suyos. Además de gestionar la economía familiar, preservaron la memoria sobre el hambre. Al estar todos los días en la cocina y apañárselas para cocinar con lo poco que tuvieran, guardaron recuerdos específicos de aquellos tiempos que fueron transmitidos a las siguientes generaciones. Las mujeres cuentan con una memoria mucho más profunda de esa época y, por eso, resulta más interesante entrevistarlas a nivel académico.

 

La comunidad internacional estuvo muy atenta a lo que sucedía en España. La hambruna fue documentada por diplomáticos y viajeros que pasaban por nuestro país. ¿Hubo un verdadero interés en ayudar a la población?

Durante el bloqueo no lo hubo. El principal objetivo de la comunidad internacional era evitar que España entrara en la guerra. Por ello, seguían de cerca las reuniones de los sublevados con Hitler y conocían el interés de Franco por participar en el conflicto. Impusieron un bloqueo económico equilibrado, alternando momentos de mayor presión con otros de más desahogo, porque no querían que la falta de alimento les diera motivos para unirse al Eje definitivamente. Por otro lado, el Gobierno tuvo que devolver la ayuda que Alemania e Italia le prestó durante la Guerra Civil. España mandó cereales a Berlín —cuando debería haber sido al revés— mientras sus ciudadanos morían de hambre.

 

Hubo grupos internacionales que acudieron al rescate de la población española, sorteando muchísimas dificultades, principalmente impuestas por el Estado. ¿Si se les hubiera permitido actuar con mayor libertad, la hambruna hubiera sido significativamente menor?

No se puede negar que se habrían producido menos víctimas, pero, debido a las dimensiones de la hambruna, tampoco se puede afirmar que su intervención hubiera supuesto un punto de inflexión. Durante la guerra, la mayoría de las asociaciones internacionales que actuaron en España eran pro republicanas. Una vez las armas se silenciaron, permanecieron grupos neutrales, como los cuáqueros. Los recelos del franquismo respecto a este grupo religioso no se disiparon por tres motivos: eran cristianos pero de la rama protestante, procedían de Estados Unidos y del Reino Unidos, dos países no precisamente simpatizantes con el nuevo gobierno, y desde el principio, el régimen mostró intenciones de monopolizar la ayuda humanitaria y exigía que fueran instituciones, como Auxilio Social, las que gestionaran el reparto de la ayuda. Por supuesto, los cuáqueros eran sabedores de las corruptelas del régimen y de la mala praxis a la hora de hacer el reparto. Finalmente, terminaron por marcharse. Otra institución que permaneció tras la guerra civil fue la Cruz Roja, pero tampoco nos debería de extrañar: salvo la sección internacional de la organización, con sede en Suiza, las delegaciones regionales suelen tener una orientación política, y en este caso, siendo Carmen Polo su patrona, su postura se acompasaba con la del franquismo.

 

Parece que el caldo de cultivo era más que suficiente para que se desencadenara una revolución, pero ¿por qué nunca llegó a producirse?

El hambre se utilizó como herramienta de control social: la despolitizó y la desmovilizó. Las personas se centraron en sobrevivir. Hay evidencias de que la productividad de muchos trabajadores disminuyó y fueron despedidos. No tenían manera de conseguir alimentos, así que muchos murieron. Un testimonio incluido en mi libro dice que “las revoluciones terminan en la esquina de la panadería”. Es algo profundamente humano: antes de reconstruir una oposición o derrocar regímenes, la gente intenta llevar pan a su casa.

 

Cincuenta años han pasado desde el final del franquismo, pero, aun con toda la bibliografía publicada, la imagen bucólica construida por el régimen sigue en pie. ¿A qué cree que se debe?

El régimen franquista, a lo largo de su historia, cambió en varias ocasiones de disfraz. En su última etapa, se produjo un notable desarrollo y el consumo creció, y esa es la  imagen que ha perdurado. Esto se debe, en parte, a que las políticas de memoria llevan relativamente poco tiempo aplicándose con la intensidad actual. Asimismo, la sociedad, en general, tiene la imagen del franquismo construida por los discursos políticos, muy distinta de la que reflejan los estudios académicos. Los historiadores hemos analizado las fuentes con rigor metodológico, y nuestro relato sobre ese periodo no es tan positivo, es crítico. Aunque con mi libro no pretendo juzgar el franquismo, busco sacar a la luz una parte de su historia y alejarla de los hechos anecdóticos. No atiendo tanto la catadura moral del régimen, si lo hizo mejor o peor, sino que trato de mostrar que dentro de los sistemas democráticos no se producen hambrunas. De ahí mis constantes referencias a las hambrunas contemporáneas ocurridas en otros países bajo regímenes de distintas ideologías.

 

De hecho, usted se basa en los estudios del Premio Nobel de Economía Amartya Sen para reflexionar sobre la relación de las hambrunas con los regímenes autoritarios.

Las hambrunas de los últimos tiempos han sido tan virulentas debido a la acción estatal, es decir, fueron las decisiones humanas llevadas a cabo las que condujeron a las sociedades a situaciones extremas. Los estados no democráticos carecen de control. Se pueden producir épocas de malas cosechas o coyunturas internacionales poco favorables, pero, en tiempos de crisis como la descrita en mi libro, los estados deciden quiénes comen. Además, la propia naturaleza del sistema democrático implica, por definición, una lucha constante contra las hambrunas. En una democracia la economía no está intervenida, existe libertad de prensa y hay separación de poderes: instrumentos fundamentales para prevenir una catástrofe alimentaria.