Matei Vișniec: “Al parecer, los comienzos nos cautivan más que los finales”

En su primera obra traducida al español por Galaxia Gutenberg,  El hombre que vendía comienzos de novela, Matei Vișniec presenta una idea original: un personaje misterioso, una especie de CEO de una empresa que durante siglos ha creado para autores consagrados los inicios de esas novelas que no solo han cambiado la vida de cientos de lectores, sino también las del propio autor, al catapultarlo al Olimpo de las letras.

Texto: David Valiente

 

Parece que Matei Vișniec (Rădăuți, 1956) escribe como aquellas personas que lanzan piedras que saltan sobre el agua cuatro o cinco veces antes de hundirse definitivamente en el lecho marino. El escritor rumano ha tocado casi todos los géneros literarios, tanto dentro de su Rumanía natal como en el extranjero. La dictadura de Ceaușescu le forzó a exiliarse en la Ciudad de la Luz. Desde tierras galas, lleva años tendiendo puentes entre el rumano y el francés, entre lo absurdo y lo profundamente humano

 

Señor Vișniec, ¿ha sentido alguna vez que tuviera más principios que finales?

En algún tramo de la experiencia vital, los seres humano se hacen la siguiente pregunta: ¿cómo habría sido mi existencia si, en un momento crucial, hubiera elegido otro camino? Esto es lo mismo que preguntarse: ¿cómo se habría desarrollado mi biografía, o al menos una parte de ella, si hubiera tomado otras decisiones, hubiera orientado mi energía a lograr otros objetivos, otras experiencias u otras inquietudes? Es profundamente perturbador pensar que podríamos haber vivido varias vidas.

 

¿Se ha hecho esa misma pregunta?

Me pregunto que habría sido de mí si en 1987 me hubiera quedado en Rumanía en vez de irme a Francia. Tan solo dos años después el régimen comunista cayó. Me sucede un par de veces al año que sueño con algo que me conmueve profundamente: me encuentro de nuevo en el primer año de secundaria o de carrera, y me pregunto qué hago en clase si ya terminé mis estudios hace tiempo. Sin embargo, no me marcho, me quedo entre los estudiantes, aunque siento cierta incomodidad al ser el alumno más veterano de los allí presentes. Los seres humanos tendemos a jugar con los inicios: empezamos muchas cosas, aunque también abandonamos numerosos proyectos. Quizá se deba a la naturaleza humana que nos empuja a no terminar todo lo que empezamos. Con el estilo de vida moderno, esta característica se intensifica, hacemos cada vez más ‘zapping’.

 

¡Qué metáfora más apropiada!

Sí, el mando a distancia es un buen ejemplo de nuestra relación con los comienzos porque, en una sola noche, empezamos a ver decenas de programas o películas, y son pocas las veces que nos concentramos en una sola de las decenas o incluso cientos de opciones que se nos ofrecen. Con mi novela, he intentado de manera metafórica abordar estos reflejos del hombre contemporáneo. Al parecer, los comienzos nos cautivan más que los finales.

 

Hasta donde he podido descubrir de su biografía, usted escribe en rumano y en francés. Siempre me pregunto cómo saben si una historia debe ser contada en una u otra lengua.

Cuando me instalé en Francia, me impuse la regla de escribir todas mis obras de teatro solo en francés y seguí escribiendo poesía y prosa en rumano, estableciendo una clara delimitación. Después, me encargué de traducir mi teatro del francés al rumano y, en ocasiones, he hecho lo propio con mi prosa y mis poemas traduciéndolos al francés. Así que nunca he abandonado mi lengua materna, aquella en la que aprendí a crear. El francés, por otro lado, me ha impuesto un rigor al que no estaba acostumbrado con el rumano.

 

¿Entonces, nota mucha diferencia cuando las emplea en el proceso creativo?

El rumano es un idioma más visceral e indisciplinado, casi volcánico. El francés parece tener un impulso natural hacia la claridad, un impulso mayor que el rumano. Las dos lenguas provienen de una misma familia, pero han evolucionado por caminos gramaticales muy distintos… La gramática francesa parece una ciencia casi exacta, mientras que la del rumano se asemeja, más bien, al caos poético, compuesto más de excepciones que de reglas evidentes. Dicho esto, he tenido la inmensa fortuna, como narrador, de poder crear en dos sistemas lingüísticos que puedo comparar y maravillarme cada día de la sutileza que desprenden… El francés me obliga a adoptar una actitud modesta, casi humilde hacia el idioma, porque la aprendí tarde, y nunca he dejado de sentirme inseguro. Esto me lleva a realizar ejercicios estilísticos muy estimulantes, como intentar construir situaciones dramáticas ricas con el menor número posible de palabras.

 

Muy ligado a la biografía de los escritores rumanos y, por supuesto, a la suya propia está el exilio, ¿cómo lo afrontó?

Cuando abandoné Rumanía en 1987 y pedí asilo político en Francia buscaba ante todo libertad y poder escapar de la censura. En mi país, la libertad era principalmente interior, aunque en la literatura podías encontrar cierto espacio de liberación, siempre y cuando las réplicas artísticas estuvieran bien envueltas de metáforas, poesía o alegorías. Al igual que mis colegas y compatriotas, mis creaciones de esa época estaban cargada de elementos subversivos, y el público esperaba este tipo de obras. La literatura, el teatro, el arte en general, eran válvulas de oxígeno para la mente que frenaban el lavado de cerebro ideológico.

 

El régimen de Ceaușescu llegó a su final, como sucedió con todos los regímenes comunistas de Europa Central y del Este. Sin embargo, no ha querido regresar a su tierra natal. ¿Por qué ha elegido quedarse en Francia?

Debuté como autor dramático en el país de acogida con las obras que había escrito en Rumanía. Sin duda, en mis obras literarias había algo universalmente humano. Llegué a Francia a los treinta y un años, proveniente de una dictadura, pero ya me había alimentado de las ideas humanistas de las grandes obras de la literatura universal, del arte, del cine y de la música. Me podía considerar un intelectual europeo cuando llegué a París, lo cual me dio la sensación de no encontrarme en el exilio, sino asentado en una patria que había deseado desde hacía mucho tiempo. Por supuesto, tras la caída del comunismo en Europa del Este, me planteé la posibilidad de regresar. De hecho, me propusieron dirigir un teatro en Rumanía. Varios caminos se abrieron ante mí y al final me decanté por la que marcaba mi brújula interior y que me decía que no me alejara del francés ni de Francia. He estado durante treinta y dos años trabajando como periodista en París para la redacción rumana de Radio France Internationale. A veces, uno puede estar muy activo culturalmente en su país de origen sin necesidad de estar presente allí.

 

Siento que su novela transmite una profunda ansiedad.

Durante un año trabajé en la BBC en la sede de Londres, comentando la actualidad política internacional. Más tarde pasé a formar parte de la plantilla de Radio France Internationale. Así que durante treinta y tres años ejerciendo el periodismo estuve a diario en contacto con las crisis de nuestro mundo, con sus guerras, su delirio y su locura, con horrores que se repiten y contradicciones insoportables. Como editorialista y observador de la actualidad, es imposible no volverse poco a poco ansioso, e incluso pesimista. Observo hoy, a escala planetaria, fenómenos preocupantes, como el deseo de ‘venganza’ de ciertos imperios, o el hecho de que nuevas tecnologías sofisticadas de comunicación y procesamiento de la información, sean empleadas con mayor habilidad por los agentes que buscan destruir las democracias, más que de aquellos que desean fortalecerlas. Por fortuna, dos personas ‘cohabitan’ en mi interior: el Matei Vişniec periodista y el Matei Vişniec escritor. A diferencia del periodista, mi parte escritora mantiene la confianza en el ser humano, y considera la literatura una fuente de regeneración mental, una suerte de camino que conduce a un mayor nivel de comprensión de la verdad. Estoy convencido de que nada puede reemplazar las respuestas —a veces metafóricas— que nos ofrece la narrativa, el teatro y el arte en general, cuando intentamos comprender al ser humano en toda su complejidad. Cuando uno siente que tiene algo que decir, debe actuar como si estuviera solo, solo frente a la humanidad.

 

Me gustaría con las siguientes preguntas que saliera el Vişniec periodista, aunque desearía que dejara a un lado la angustia y diera algunas claves sobre un asunto tratado de manera crítica en su novela. Me refiero a la inteligencia artificial. ¿Qué destino cree que le deparará a la literatura si sustituimos el elemento artesanal por la buena voluntad de un ser compuesto de hardware y software?

Antes de que pueda establecerse un reglamento, viviremos un periodo de caos. La rápida evolución de la inteligencia artificial supera la capacidad reguladora de los Estados en el campo de la creatividad. La IA debería emplearse como una herramienta y no reemplazar a los creadores. Probablemente, algún día, los editores estarán obligados a indicar en la portada de sus libros en qué medida ha contribuido la inteligencia artificial a su escritura, pero antes de que eso ocurra, se abrirá un vasto campo de acción que no dudarán en explotar con fines financieros, mediáticos o de otro tipo. En un futuro, no me sorprendería ver anuncios del tipo: novela escrita sin ayuda de la IA, o novela escrita al 50% con ayuda de la IA, o también todas las descripciones de esta novela son una contribución de la inteligencia artificial… Ahora mismo entramos en una nueva época en cuestiones de creatividad y no sabemos cómo va a evolucionar. En su primera fase habrá muchas insatisfacciones, frustraciones, protestas, excesos, abusos, imposturas… Aunque el ser humano, en sí, es una criatura excesiva, en expansión incontrolada. No debemos sorprendernos de que a veces entre en conflicto consigo mismo, que invente tecnologías capaces de matar la humanidad que hay en él.

 

El año pasado se produjeron unas revueltas callejeras en Bucarest en protesta por la decisión de excluir al candidato a la presidencia Georgescu de las elecciones. Como analista de la realidad política que ha sido durante tantos años, ¿cómo ve la situación de su país?

La crisis que atraviesa Rumanía desde diciembre es un síntoma de lo que llamo ‘la fatiga de la democracia’. Este mismo fenómeno se puede observar en otros países con una tradición democrática más antigua que la rumana. Los extremos y los extremistas han ganado terreno a los partidos tradicionales. Por eso, creo que la democracia debe ser reinventada y renovada en ciertos momentos de la historia, porque su desgaste engendra monstruos. También creo que la democracia puede ser vaciada de sentido por la corrupción y por la pasividad de los ciudadanos que creen que los mecanismos democráticos son seguros y capaces de funcionar perfectamente de manera indefinida. Debido a las nuevas tecnologías, el electorado rumano sufrió una gran manipulación durante la campaña electoral, sobre todo a través de TikTok, por fuerzas que desean alejar a Rumanía de Occidente, de la Unión Europea y de los valores democráticos. Ellos han conseguido intoxicar la mente de millones de votantes. En la actualidad, la Unión Europea, entendida como el espacio de libertad y el lugar donde se intenta moralizar el capitalismo, está bajo presión. Los europeos se encuentran amenazados por su propia identidad y deben despertarse y tomar conciencia del peligro. Solo podrán conservar su libertad si, mediante su unidad, se convierten de nuevo en una gran potencia militar, económica y diplomática. La fuerza moral por sí sola ya no es suficiente en esta nueva etapa en la que ha entrado la humanidad.

 

Ahora, por favor, pídale al Vişniec escritor que regrese que me gustaría hablar con él sobre el amor, un asunto muy tratado no solo en El hombre que vendía comienzos de novelas, sino ampliamente explorado en su obra. ¿Por qué cree que la experiencia amorosa, como tema literario, está más cerca de la pérdida que del final feliz?

El amor es una especie de regalo metafísico que la vida ofrece al ser humano. Es como si el destino susurrara al oído: ‘ten cuidado, porque quizá lo más importante en la trayectoria vital sea no perder la cita con el amor’. Cuando uno se enamora y se encuentra sumergido en ese momento de efervescencia, un tumulto interior acompaña un mensaje filosófico: se te brinda la oportunidad de creer, por fin, que la vida tiene sentido. Tal vez muchas personas solo encontraron el sentido en la vida en el preciso instante en que se enamoraron. Sin embargo, el amor en la vida real y el amor dentro de la creación literaria son dos mundos muy distintos.

 

¿Lo son tanto?

En la creación literaria, toda historia de idilio debe convertirse también en una fábula filosófica… Por otro lado, veo una gran diferencia entre la literatura erótica y el tratamiento del tema sentimental en la literatura convencional. Personalmente, he cultivado con esmero los elementos de erotismo en las historias de amor que contienen mis libros. Y considero que esos elementos, en una obra literaria, se vuelven sabrosos a condición de evitar la vulgaridad y la crudeza del lenguaje. El erotismo gana en densidad y en sutileza cuando se acompaña de poesía, de un espíritu lúdico, de imaginación y de la fuerza de la sugerencia… Sin todo eso —y sin una cierta dimensión trascendente— el tema del amor en la literatura corre el riesgo de volverse banal, e incluso de provocar incomodidad en el lector. Pero esto, por supuesto, no es más que una opinión personal.

 

¿La literatura traiciona al amor cuando pretende encerrarlo tras la jaula del punto y final?

En realidad, no sé si es posible, cuando hablamos de este sentimiento, enunciar reglas y conclusiones generales. Siempre que abordo el tema del amor, me parece acertado citar los siguientes versos de la ópera Carmen del francés Georges Bizet: “El amor es un pájaro rebelde, que nunca, nunca ha conocido ley”. Del amor se puede decir todo… y lo contrario también. Algunas historias de amor empiezan bien y terminan mal; otras terminan demasiado pronto y las lamentamos hasta el final de los días. Algunas nunca son más que una espera constante, pero otras nos decepcionan, sin que sepamos a quién debemos atribuirle las culpas… Podría seguir así muchas más páginas. Me encantan las historias amorosas bien contadas en las ficciones, sin importar qué final tengan, si conducen a los personajes a la felicidad o a la desgracia. Solo las historias de amor narradas con belleza por los escritores se vuelven inmortales. Y si alguien piensa lo contrario, le pregunto: ¿por qué Romeo y Julieta nos conmueve cada vez que pensamos en su historia?…

 

Perdone, ¿qué quiere decir con ‘contar bien’ una historia de amor?

Contarlas con talento, explorando otras facetas de la pasión más allá de las ya manidas. Recuerdo una frase del filósofo de la ciencia, Thomas Kuhn, que dice algo así: “La investigación científica avanza no gracias a las verdades, sino a las verdades interesantes”. La literatura, también, es un espacio en el que incluso historias de amor aparentemente banales pueden volverse profundamente cautivadoras e interesantes.