«Matar al indio, salvar al hombre»
El escritor Tommy Orange, miembro activo de las tribus cheyene y arapajó, publica «Estrellas errantes» (ADN).
Texto: Milo Krmpotic
Así en el pasado como en el presente, los protagonistas de Estrellas errantes salen despedidos de sendas explosiones de violencia racial: la masacre de Sand Creek, año 1864, cuando el Tercero de Caballería de Colorado atacó un emplazamiento de cheyenes y arapajós, y acabó con la vida de entre setenta y seiscientos de sus habitantes, y el tiroteo del powwow de Oakland, año 2018, que cerraba Ni aquí ni allí, la celebrada ópera prima de Tommy Orange. El primero fue un suceso real, un episodio más de la larguísima guerra que Estados Unidos llevó a cabo contra los nativos norteamericanos, mientras que el segundo forma parte de la ficción. Sin embargo, una recurrencia histórica y casi se diría que cultural los hermana; forman parte de esa misma dinámica que ha tenido en la reelección de Donald Trump como presidente, y el consiguiente renacimiento del supremacismo blanco, su episodio más cercano en el tiempo.
Si un fanático del hockey sobre patines de las barras y estrellas hubiera caído en coma a principios de los 2000, despertara ahora y le llevaran un ejemplar de Estrellas errantes para hacer más llevadera la convalecencia, al ver el nombre de su autor se preguntaría sorprendido: “¿El
jugador?”. En cambio, si el paciente que recuperara la consciencia fuera un vecino lector de la localidad californiana de San Leandro, la pregunta sería: “¿El que trabajaba como ayudante de librero en Gray Wolf Books?”. Y a ambos les faltaría por lo menos un vértice importante
para triangular la peculiar trayectoria de Tommy Orange: el Centro de Salud para Nativos Norteamericanos de San Francisco, donde se dedicó a registrar las historias que le relataban los pacientes hasta decidir que su experiencia compartida, tradicionalmente invisibilizada, debía y merecía ser contada.
Gracias a los reflejos de Spotted Hawk, su abuela, el joven Bird logra escapar a la matanza de Sand Creek, pero esa carrera a caballo, con un balazo en la espalda, no es más que el principio de una huida mucho más amplia, marcada por el frío y el hambre, que le llevará a cambiar su nombre por el de Star (más tarde, JudeStar) y que le obligará a anular su identidad cuando dé con sus huesos en Fort Marion, una prisión de Floridaque, desde el lema de “Matar al indio, salvar al hombre”, acabaría convirtiéndose en modelo de los infames orfanatos en los que se intentó reeducar, muchas veces hasta matarlos de hambre o por falta de los cuidados más elementales, a centenares de niños nativos nortea
mericanos.
El crisol de historias indígenas que se elevó de las páginas de Ni aquí ni allí le valió a Orange el American Book Award y el PEN/Hemingway, además de un puesto entre los finalistas del Pulitzer de novela y el respaldo de Barack Obama en su lista de mejores libros de 2018. Durante un viaje a Suecia para promocionar una de las traducciones de la obra, el autor visitó un museo en el que encontró un recorte de prensa dedicado a la presencia de miembros de su tribu (es hijo de blanca y de nativo) en Florida. Hasta donde él sabía, su tribu nunca había tenido presencia en ese estado sureño y, al comenzar a escarbar, nació la primera parte de Estrellas errantes, que por cierto viene precedida de un prólogo donde Orange asienta el contexto histórico de la obra desde una rabia sencillamente abrumadora.
Orvil Red Feather sobrevivió al tiroteo del powwow, pero lo hizo con una bala alojada en el cuerpo que podría envenenarle la sangre en cualquier momento, tal y como envenenada queda su mente (y la de Lony, su hermano pequeño) por el estrés postraumático. Mientras Lony realiza rituales de sangre buscando respuestas en su linaje cheyene, Orvil consume sin descanso vídeos de YouTube sobre sucesos similares, a la vez que opiáceos para escapar al dolor físico. Y ese limbo de jornadas repetitivas a la espera de una curación que no llega se acaba erigiendo en metáfora del presente de los nativos norteamericanos: un pueblo —en realidad varios, unidos por el genocidio que se desató contra ellos a lo largo de varios siglos— que sigue siendo objeto de violencia, que sigue sin encontrar su lugar en el país que los atropelló, que intenta anular ese dolor ancestral cayendo en adicciones diversas… y que, tras Louise Erdrich y Sherman Alexie, entre otros pocos, está encontrando en Tommy Orange un notable referente literario.