Marie Favereau: “El Imperio mongol no solo transformó Europa, también a la humanidad entera”

La historiadora francesa Marie Favereau ha publicado en la editorial Ático de los libros «La Horda. Cómo los mongoles cambiaron el mundo».

Texto: David VALIENTE

 

Bárbaros, sanguinarios, despiadados, destructores, hijos de Lucifer, son algunos de los improperios que a lo largo de la historia se han vertido sobre uno de los imperios más fascinantes y también más desconocidos de la historia: el mongol. Y sí, es cierto, los mongoles podían llegar a sobrepasar cualquier límite en lo referente a la crueldad, pero las crónicas y las evidencias arqueológicas también revelan que construyeron un sistema político, social y económico presumible de ser calificado de moderno. No solo entraban a machete a destruir, saquear y matar, de hecho, preferían recurrir a la diplomacia antes que a la acción de las armas. Eran nómadas, eso sí, pero con unos niveles de sofisticación que a nuestras sociedades cada día más embrutecidas les cuesta entender.

En esta labor bibliográfica de desarticular el embrollo de mitos alrededor de los mongoles, la historiadora francesa Marie Favereau ha publicado en la editorial Ático de los libros La Horda. Cómo los mongoles cambiaron el mundo. Este sello de libros no es la primera vez que se interesa por estos temas, hace dos años publicaron una maravillosa biografía del conquistador mongol más idolatrado y peor comprendido de la gran pantalla, Gengis Kan y la creación del mundo moderno, un libro del historiador y antropólogo Jack Weatherford, muy en sintonía con el intento de Favereau de romper estigmas y avanzar en el estudio de un campo aún muy en pañales. “Hay un nicho amplio en español para la publicación de libros sobre los mongoles y su imperio”, me dice a través de la pantalla del ordenador el intérprete de la entrevista y coeditor del libro de Marie, Fernando Álvarez. “Los mongoles construyeron una globalización medieval y cuesta creerlo porque hoy Mongolia es un país pequeño y sin gran relevancia a nivel internacional. Los mongoles podían ser brutales, pero ellos preferían que los pueblos voluntariamente entraran en sus circuitos económicos y pagaran impuestos. Su sistema se expandió desde Europa del Este hasta China, pasando por los reinos e imperios islámicos. En definitiva, aglutinaron y conectaron los territorios más notables de aquel periodo histórico” cuenta Fernando.

El libro de Favereau no desarrolla el Imperio mongol en su totalidad, se centra en la Horda de Oro u Horda jochida, el territorio que controló y expandió Jochi, uno de los hijos de Gengis Kan, y sus descendientes, que compartía niveles idiosincráticos similares a los imperios de sus hermanos, pero con matices nada despreciables.

Resulta curioso que precisamente una francesa se haya interesado por la cuestión mongola. ¿Por qué será? “Cursé mis estudios superiores en la Sorbona de París y a finales de mi época de estudiante me hablaron de los mongoles y del imperio que organizaron, más grande incluso que el Imperio otomano. Por eso debería ser un pueblo más conocido en nuestras sociedades. Eso despertó mi interés”, declara para Librújula Marie Favereau, que además de investigar sobre los mongoles y la historia del islam, imparte clases de historia medieval en la Universidad de Nanterre y es miembro del Instituto Francés de Arqueología Oriental. “Hay gente que me pregunta si tengo algún ancestro tártaro, pero no, solo soy una francesa interesada en estos temas”.

 

Últimamente, la producción bibliográfica destinada a desmitificar algunos errores de comprensión y conceptuales sobre los nómadas, en general, y los mongoles, más en particular, está en auge; ¿a qué cree que se debe está vorágine de publicaciones?

No es tan extraño teniendo en cuenta que los países que estuvieron bajo la órbita de los mongoles, también lo estuvieron bajo la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Tras la descomposición de la URSS en 1991, el proceso de apertura de los nuevos Estados ha llevado su tiempo, incluso Mongolia ha experimentado ese ritmo lento de acercamiento al exterior. En Rusia, ya se había producido conocimiento académico sobre los mongoles, pero los investigadores alemanes, franceses, italianos, británicos o españoles traducimos sin prisa sus relatos a nuestras lenguas y visiones sobre el asunto. Sin duda, ha sido un proceso de apertura lento y, quizá, este sea uno de los motivos que hayan estimulado la creciente producción bibliográfica actual. Respecto a los pueblos nómadas, la imagen que teníamos de ellos ha cambiado en estos últimos tiempos. Nuestra nueva sensibilidad hacia todo lo relacionado con el gobierno de la naturaleza nos ha hecho que dejáramos de considerarlos unos salvajes. Ahora sabemos que eran más sofisticados de lo que creíamos.

 

Sostiene que los mongoles no tuvieron la intención de dominar el mundo, más bien trataron de poner bajo su control a las tribus nómadas de Asia central. Entonces, ¿en algún momento de su historia quisieron establecer un gobierno centralizado?

El Imperio mongol no se articuló sistémicamente alrededor de una gran ciudad, como sí lo hicieron otros imperios. En esencia, conformaron un sistema policéntrico, que atendía a los diferentes territorios y linajes, que constituían en sí mismos ya núcleos de poder político. Por eso, no pensemos que ese núcleo político era un eje estático; más bien la capital no paraba de transformarse, ampliando o disminuyendo, según la estación del año y las necesidades del grupo, su perímetro territorial. Esta plasticidad de poder adaptarse a cualquier entorno y momento histórico responde, por un lado, a la capacidad de aclimatarse a las exigencias de la guerra y a la dureza del clima y, por otro, a que los mongoles en el ejercicio del gobierno no deseaban someter a las poblaciones sedentarias a un control directo y férreo, tan solo buscaban que sus ciudadanos acudieran a estas ciudades móviles a rendirles tributo y a establecer conexiones más profundas con las élites a través del matrimonio. Respetaron la vida social de los grupos sedentarios, algo que les funcionó durante 100 o, en algunos casos, hasta 200 años.

 

¿Cómo definiría el sistema político, social, económico y cultural que durante siglos desarrolló la Horda?

La Horda fue una sociedad nómada, dedicada al pastoreo, la guerra y el comercio, que recorrían largas distancias en familia. Quienes la visitaron decían que conformaban auténticas ciudades móviles: en sus desplazamientos llevaban sus casas, sus animales, sus pertenencias…, y aun así conseguían mantener el orden. A nosotros que estamos acostumbrados a un estilo de vida antitético, esto nos choca mucho. La Horda también constituía una organización política y uno de sus órganos principales fue una asamblea (quriltai), en la que también participaban las mujeres, y donde se tomaban las grandes decisiones. Establecieron mercados y supieron situarse en lugares estratégicos para controlar los movimientos de mercancías y personas. De hecho, la Horda destacaba por su capacidad de atraer a comerciantes a esas ciudades móviles gracias a su política económica de impuestos reducidos y su regulación del pago de los productos al alza.

 

Usted documenta varios siglos de dominio mongol y de la Horda con grandes periodos de auge. ¿Cuáles fueron las claves fundamentales de su éxito?

La Horda controló los territorios que hoy corresponden a Asia central, Rusia y parte de Europa oriental. Tras conseguir dominar esta vasta extensión de territorios, los botines de guerra dejaron de nutrir las arcas de los mongoles y de sostener el sistema redistributivo implementado, que permitía que todas las personas recibieran un pedazo del pastel según su rango y estatus: si te posicionas en lo más alto de la pirámide recibías más aunque también tendrías que dar en mayor cantidad; en cambio, si te encuentras en lo más bajo siempre tendrías una pequeña porción. Esta mentalidad la heredaron de las estepas, donde un individuo sin nada y solo lo tiene muy difícil para sobrevivir. Entonces, impusieron a los pueblos que habían incorporado a su imperio una serie de impuestos. Otro sostén del sistema fue el comercio. Los mongoles desarrollaron la conectividad con todos los territorios bajo su control mediante carretas, redes de postas y un sistema de intercambio de monedas efectivo. El territorio mongol contó con unas fronteras muy porosas y una sociedad abierta que invitaba a los mercaderes extranjeros a que se establecieran en su territorio. Por todo esto, en el libro hablo de una especie de globalización, porque de verdad experimentaron unas conexiones a unos niveles inéditos para el momento.

 

¿Se puede percibir un atisbo meritocrático?

Los mongoles conformaron una sociedad jerárquica basada en linajes, y esto fue inquebrantable en el sistema social y político de la Horda. Sin embargo, dominaron otros pueblos que no eran mongoles y entre su población buscaban personas que tuvieran habilidades particulares en puestos muy concretos. Esto llama mucho la atención y despierta el interés porque nos parece muy moderno, pero al final no lo hacían por puro altruismo o conciencia ideológica, sino porque debían administrar un imperio muy extenso y no les preocupaba si las personas que lo hacían pertenecían a una etnia o religión determinada. Si eras un políglota vinculado con el comercio tenías muchas posibilidades de medrar con los mongoles (el gran ejemplo aquí es Marco Polo). Esta postura no era la común en la Edad Media: la etnia, la religión y la propia ubicación en el estamento social jugaban un papel determinante a la hora del reparto del ejercicio del poder. Al fin y al cabo, los mongoles exigían por encima de todo lealtad al orden que ellos habían establecido

 

Cuenta cosas muy interesantes como que las mujeres conducían carros o se codeaban en igualdad de condiciones con los extranjeros.

Sí es verdad que la jerarquía se organizaba en torno a los hombres de la élite, es decir, los descendientes de Gengis Kan. Sin embargo, las mujeres jugaron un papel destacado en muchos aspectos. Para empezar en la propia formación de la estructura jerárquica, porque tan importante era para un individuo que formaba parte de la élite descender de un varón con alcurnia que hacerlo de una mujer también con un linaje especial. ¿Había igualdad de géneros? No, según la comprensión de nuestro siglo. Las mujeres podían aspirar a tener un poder real, autonomía financiera y siervos a su disposición; podían tomar sus propias decisiones, enviar a mercaderes en su nombre a otros lugares del imperio o desempeñarse como diplomático, recibiendo a los embajadores que venían del extranjero. A los visitantes imbuidos en sus propios sistemas de creencias, ver a las mujeres caminando por la calle como lo haría cualquier hombre les chocaba mucho, pero nunca se opusieron y las respetaron.

 

Hay un mito muy extendido y es aquel que dice que los mongoles obtenían sus victorias con la gorra…

Para explicarles a mis alumnos la expansión del Imperio mongol, ideé un eje cronológico que abarcaba un siglo entero, o lo que es lo mismo cuatro generaciones que participaron en las diferentes conquistas. Por supuesto que cada conquista es distintiva de las otras, se producen a su ritmo, y, como tal, hay que estudiarlas de una manera independiente. Como ya he referido, Gengis Kan no tuvo la intención de conquistar el mundo; pero en su lucha contra los grupos nómadas rivales, muchos se escondían o directamente eran protegidos en otros reinos. La mentalidad mongola manifestó que si protegían a un enemigo automáticamente se convertían en otro. Por lo tanto, comenzó una carrera de conquistas y un complejo juego geopolítico. Me llamó mucho la atención que los enfrentamientos se produjeran en invierno y esto responde a dos asuntos: por un lado, en una economía pastoral como la mongola, la época de lactancia, los meses de primavera y verano, son muy importantes para el grupo, tienen que dejar las armas para cuidar con mayor mimo del ganado; por otro, en invierno los grandes ríos de las estepas se congelan, y el hielo les servía de puente a las tropas. Por lo tanto, las conquistas se produjeron a fuego lento y en muchas ocasiones, antes de guerrear, intentaban negociar, y eso toma su tiempo.

 

¿Hasta qué punto la peste incidió en la caída de la Horda?

En el libro, he querido responder a la pregunta de cómo afectó la peste a los mongoles y si la enfermedad surgió en algún rincón del extenso territorio mongol y se difundió por Europa, Asia y África. El relato tradicional nos decía que la expansión por el resto de continentes comenzó en el asedio mongol a la plaza veneciana de Caffa (actual Crimea). Se cuenta que los mongoles lanzaron al interior de las murallas un cadáver infectado de peste negra para conseguir una rendición rápida de los venecianos. Sin embargo, junto a otros compañeros, he descubierto que no fue así. Los mongoles tenían mucho cuidado a la hora de manipular los cadáveres y mucho más cuando estos estaban infectados de alguna enfermedad contagiosa. Si atendemos el recorrido que hizo la peste y la disposición geográfica del terreno, nos daremos cuenta de que fue imposible que se originara en Caffa, y, de hecho, dudo mucho de que su expansión fuera a causa del empleo de la enfermedad como un arma bacteriológica. La realidad es que la peste se expandió en los circuitos comerciales, sobre todo en el intercambio del trigo, que, al igual que la enfermedad, no tenía obstáculos en la extensa red de caminos. Que la enfermedad se haya originado en un punto concreto del imperio y luego se haya extendido por los tres continentes a cierta velocidad da cuenta de la escala real que tomó los intercambios comerciales bajo el amparo de los mongoles. La peste no mermó el poder de la Horda, durante un siglo los nómadas mantuvieron el control en regiones como la del bajo Volga. Eso no significa que no dejara al descubierto la dependencia que el sistema tenía del comercio exterior. Gracias a su capacidad para reinventarse, la Horda permaneció en el juego internacional hasta el siglo XV. Podemos comprobar que las sociedades nómadas, como las nuestras, también cuentan con sus mecanismos para adaptarse a las pandemias.

 

La actual China no sería lo que es hoy si los mongoles no hubieran establecido una dinastía que consolidó su sistema político y expandió sus fronteras hacia el sur y el este. ¿La Horda supuso el mismo nivel de catalización, primero, para Europa y, más adelante, para Occidente?

Herencia directa por parte de los mongoles no tenemos. Pero la Europa que se abrió al mundo en el siglo XVI no lo hubiera hecho si no hubiera estado el sedimento mongol. Los mongoles dieron al continente nuevas formas de contemplar el mundo. Los europeos consideraban que Asia no era el mejor lugar donde ir de viaje o comerciar, pues era una región, según su imaginario, plagado de monstruos y peligros. Pero descubrieron que, allende a los territorios gobernados por el Islam, también había gente pacífica con la que poder dialogar y comerciar. En los mapas se puede apreciar este cambio de mentalidad: Jerusalén dejó de representar el centro del mundo y comenzaron a señalizar otros elementos de importancia como los caminos, las rutas peligrosas, las postas… Esto no significa que el mapa sea estrictamente científico, sino que se vuelven más pragmáticos. El ‘intercambio mongol’ (es decir, el impasse entre la Ruta de la Seda y la Era de la Exploración) propició lo que se conoce como el intercambio colombino. El Imperio mongol no solo transformó Europa, también a la humanidad entera, por su capacidad de ver más allá de las propias fronteras establecidas.

 

Entonces, ¿por qué los mongoles no han recibido los créditos de la labor de configurar nuestro actual mundo cosmopolita, y sí lo tienen el Imperio otomano y británico?

La historiografía de finales del siglo XIX y principios del XX construyó un relato histórico vinculado al nacionalismo. Un imperio tan grande como el mongol y que no obedece al concepto de imperio ortodoxo no encaja dentro de estos esquemas. Asimismo, parte del desprecio se debe a que fue un imperio de nómadas y en esos siglos donde la disciplina histórica daba sus primeros pasos de un modo más articulado se pensó que los mongoles no pudieron haber producido ni ejercido un poder colonial idéntico al de los otros imperios. También es interesante ver la manera que tuvieron de entender la historia económica de los mongoles, hay quienes niegan que su sistema comercial tuviera ningún impacto sobre el desarrollo de los pueblos que controlaron, mientras otros opinan todo lo contrario y consideran que, ulteriormente, lastró el progreso de China, Irán o Rusia. Y esto no responde a la realidad. Me alegra saber que los historiadores estamos juntando nuestras plumas para combatir esta visión sesgada y recuperar un relato fidedigno.

 

De hecho, con la guerra de Ucrania, se ha podido escuchar a historiadores y analistas hablando del ‘gen mongol’ de los rusos…

Recurren a la visión del mongol como ser violento, pero como digo siempre a mis alumnos: lo que suceda hoy no tiene por qué tener una réplica exacta en el pasado. Al fin y al cabo en estos siglos se ha producido un salto cualitativo importante y se nos complica la labor de comparar la violencia premoderna con lo insondable de la nuestra. Ahora contamos con armas mucho más potentes. En lo referente a la relación entre Ucrania y Rusia, hay una cuestión interesante que remonta precisamente a la época de los mongoles: ambos países han desarrollado una trayectoria interconectada, pero cada centro de poder ha seguido su camino por separado; Kiev se adentró en la órbita lituana y Moscú, en esos momentos conformada por pequeños principados, se encerró en la zona de Moscovia. Esta división se produce entre el siglo XIV y XV en un momento en el que las corrientes políticas y sociales en Europa eran centrípetas y tendían hacia la unificación. Al Kremlin no le gusta esta lectura de la historia ni tampoco que Rusia en el pasado haya sido gobernada durante tres siglos por la Horda mongola.

 

Es común escuchar hablar a los historiadores de las leyendas negras. ¿Los mongoles tuvieron su propia leyenda negra? ¿Quién la construyó?

Sí la tuvieron. Sin ir más lejos, el mismo término ‘horda’ ha llegado a nuestros días con una connotación negativa, cuando en realidad la Horda (con mayúscula) fue un sistema nómada que funcionó muy bien. Los mongoles potenciaron la imagen de este legado negro para plantar cara a rivales superiores numéricamente en el campo de batalla. Por supuesto, los mongoles cometieron actos terribles, cuentan las crónicas, de hecho, casos de asesinatos ejemplarizantes con el fin de evitar una oposición a su dominio. Paradójicamente, esta apariencia de grupo violento se les volvió en contra, aunque también es verdad que tampoco les importaba mucho el tipo de imagen que proyectaban ni tampoco, en ningún momento, quisieron asumir esa imagen de gobernantes pacificadores tan extendida dentro de las élites políticas. Ellos se preocupaban de que el imperio estuviera en paz, no de cómo les percibía el resto. Además, hay una cuestión a nivel antropológico muy interesante y es que los mongoles tampoco se preocupaban por esconder su ferocidad, la mostraban casi orgullosos. Ellos mandaron escribir un libro con miniaturas en las que se podían ver actos violentos explícitos. Quizá, esto se deba a las formas tan diferentes que tenemos las sociedades sedentarias de ver la violencia respecto a los nómadas. Pero una cosa es clara: la proyección que ellos intentaron dar de sí mismos no debe interferir en nuestra manera de escribir la historia. No somos publicistas, sino académicos.