«Los que escuchan», de Diego Sánchez Aguilar

Candaya publica la segunda novela del escritor murciano Diego Sánchez Aguilar «Los que escuchan», una novela sobre la ansiedad, la familia, los cuidados, la locura, el capitalismo y el lenguaje.

 

Texto: David PÉREZ VEGA

 

De Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974) había leído Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino (Balduque, 2016), un libro de cuentos que ganó el Premio Setenil en 2016, y Factbook (Candaya, 2018), que fue su primera novela. Con Los que escuchan (Candaya, 2023), Sánchez Aguilar le presenta al lector una novela bastante más extensa que la anterior, con la que guarda más de algún paralelismo.

En Los que escuchan las protagonistas principales son las hermanas Asunción, de 46 años, durante el tiempo narrativo de la novela, y Esperanza de 41, y Sánchez Aguilar ha elegido para hablar de ellas la tercera persona, frente a la primera que escogió en Factbook para acercarnos a Gustavo y Rosa, una pareja que, en el tiempo narrativo de la historia contada, ya se había separado. En Factbook existía un tercer grupo de capítulos en los que unos policías indeterminados interrogaban a supuestos terroristas que descubrían en la red, y en Los que escuchan hay un grupo de capítulos, que cubrirían una función similar, en los que la tercera persona se acerca hasta la figura de Francia, que es la asesora del presidente de Francia, en una Cumbre del Futuro del G7, que se está celebrando en la ciudad innominada en la que viven las protagonistas. Además de conocer a Asunción, Esperanza y Francia, también nos acercaremos a la figura de Ulises, un amigo de Esperanza de la facultad de Bellas Artes, donde los dos estaban estudiando, y que en la actualidad habla en un programa de radio, desde el que lanza mensajes, con tendencia apocalíptica, sobre el futuro del planeta. Y, en algunos de los capítulos que se dedican a Asunción, también se nos acabará hablando de su hijo Andrés, un niño apocado que acaba de empezar primero de la ESO en un nuevo centro, en el que está teniendo problemas de integración.

 

En el presente narrativo del libro, Esperanza, que a los dieciocho años abandonó el hogar familiar, se encarga ahora de cuidar a su madre anciana, tarea que había sido llevada a cabo por Asunción durante los años anteriores, en los que la hermana pequeña estuvo desaparecida. Esperanza tiene vagos recuerdos de sus últimos años, que parece que ha pasado con un grupo similar a una secta. El padre de ambas, que llegó a ser un escritor con un reducido prestigio, ya ha muerto cuando empieza la narración.

En Factbook, Sánchez Aguilar nos presentaba un mundo ligeramente distópico en el que, por ejemplo, el Mar Menor de Murcia se ha convertido en un barrizal y la educación y la sanidad pública ahora están gestionadas por completo por empresas privadas. Y en Los que escuchan también muestra una ligera variante sobre la realidad que, más que una posible realidad proyectada hacia el futuro, se basa en un hecho fantástico: algunos de los personajes pueden oír (o han oído en algún momento de sus vidas) un ruido de origen desconocido y que es como una crepitación, como el sonido que emitían las antiguas televisiones cuando no emitían ningún canal.

El trasfondo de Factbook era una crítica al neoliberalismo de la crisis económica de 2008-2014, que hizo que tanta gente se empobreciera. En Los que escuchan también existe una crítica a este mismo neoliberalismo, pero ahora centrada en las consecuencias climáticas. Esperanza, desde muy joven, ha sufrido ecoansiedad, y en el tiempo narrativo de la novela está volviendo a tener contacto con su antiguo grupo de activistas climáticos, que parecen planear alguna acción contra la Cumbre del Planeta, que va a juntar a los líderes del G7, en la ciudad en la que vive, una ciudad indefinida, pero que tiene metro y que se encuentra al borde de un desierto. Cuando los capítulos se acercan a Francia, el tiempo narrativo –descubrirá el lector– se modifica un tanto, porque esos capítulos parecen que se sitúan en un tiempo ligeramente posterior al de Esperanza y Asunción, y lo que ha ocurrido en esa Cumbre (donde los líderes mundiales muestran síntomas de haberse quedado catatónicos), también parece tener relación con lo que se nos va a contar en las otras partes del libro.

 

Como ocurría en Factbook (sobre todo en su primera parte), en el tiempo narrativo de la novela les van a acontecer muy pocos sucesos a los protagonistas. Un capítulo prototípico nos presentará a Esperanza o Asunción realizando alguna tarea cotidiana (por ejemplo, ir al trabajo en coche y luego en metro, en el caso de Asunción, o cuidar a la madre, en el caso de Esperanza) y mientras se exponen estos hechos minúsculos el narrador nos alumbrará sobre algún episodio del pasado de los protagonistas. En el caso de Esperanza su pasado es más turbulento que el de Asunción, porque desde joven mostró una personalidad antisistema, y Asunción vivió una vida más convencional. Sin embargo, la supuesta normalidad de Asunción tampoco parece haberle traído la felicidad, ya que su trabajo en una empresa de marketing se muestra como una continua fuente de ansiedad y frustraciones. Esperanza empezó a oír «el Ruido» desde que era pequeña, y Asunción lo está empezando a oír ahora, cuando los nubarrones se ciernen sobre su futuro laboral.

«El Ruido» se nos presenta como un fenómeno que no es exclusivo de los personajes de la novela, ya que existen páginas de internet donde otras personas, que también lo perciben, hablan de este fenómeno; sin embargo, los médicos no van a saber identificar la dolencia y se la achacarán al estrés. «El Ruido», en definitiva, parece simbolizar la angustia de la vida actual, sometida al neoliberalismo y al estrés climático; en este sentido, es significativo que afecta mucho menos a las personas de África que a las occidentales.

 

Me han gustado bastante más los capítulos dedicados a Esperanza y Asunción (que suelen ocupar unas veinte páginas) que aquellos dedicados a Francia, que suelen ser más cortos. Sin embargo, es posible que uno de estos últimos capítulos sea de los más bellos del libro, aquel en el que se narra como Sonja Horensen, una niña ciega que se ha convertido en emblema de la lucha por el cambio climático (apenas un trasunto poco disimulado de Greta Thunberg) pasa a vivir unos meses con los samis, símbolo de un pueblo en armonía con la naturaleza que va a desaparecer.

Algunos capítulos de esta novela son soberbios en su construcción: me ha parecido de una gran poesía uno en el que, por ejemplo, Esperanza y Ulises tratan de escuchar «el Ruido» en el desierto del Gran Cañón de Estados Unidos, o aquel en el que Ulises busca la realidad histórica de «el Ruido» en los aparatos que durante la Primera Guerra Mundial, antes de que se inventase el radar, se usaban, con personas que escuchaban mediante, para tratar de detectar el vuelo de los aviones enemigos. En la ligera irrealidad de este capítulo me ha parecido detectar la influencia benefactora del Gustavo Faverón de Vivir abajo, una novela que estoy seguro de que Sánchez Aguilar ha leído.

 

Es cierto que las débiles líneas argumentales del presente narrativo de Los que escuchan no quedarán del todo cerradas al finalizar el libro, pero el despliegue de literatura de calidad del que disfruta el lector de esta novela es apabullante. La prosa de Diego Sánchez Aguilar ha dado un salto muy importante desde Factbook, que ya era una buena novela, hasta este Los que escuchan, donde sus párrafos inteligentes, misteriosos, evocadores y poéticos, en los que escasean los adjetivos, convierten a este libro en una grandísima narración, en uno de las mejores novedades literarias escritas en español que he leído en los últimos años.