«Els nois/Los chicos», de Toni Sala


Texto: David PÉREZ VEGA

En 2022 estuve hablando con Jan Arimany, el editor de Trotalibros, y quedamos en que me iba a enviar Soledad de la escritora Víctor Català, una novela clave dentro de las letras catalanas, que acabé eligiendo entre mis diez mejores lecturas del año. En el envío de este libro, añadió –sin avisarme– al paquete Los chicos, de Toni Sala (Sant Feliu de Guíxols, 1969), una novela que compartía con Soledad el hecho estar escrita en catalán y que ahora aparecía traducida al castellano en su editorial. Además, con Los chicos, Jan publica en Trotalibros, por primera vez, a un autor vivo. Como él mismo ha dicho en más de una ocasión, Toni Sala es de sus  autores contemporáneos más admirados. A mí no me sonaba de nada, y aquí es donde empiezan a actuar los prejuicios: aunque Sala ha ganado más de un premio en Cataluña, y ha sido traducido a diversos idiomas, si no ha sido apoyado por un grupo grande, para ser traducido y publicado en castellano, es porque no será un escritor tan relevante, llegué a pensar. Pero, por otro lado, soy seguidor del canal Trotalibros de Jan y considero que tiene criterio para hablar de literatura, así que también sentía curiosidad por ver qué clase de novela era Los chicos.

En enero de 2023 yo seguía con el ensayo histórico La otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn y decidí hacer un hueco en su lectura, para ponerme con Los chicos según volvía al colegio, después de las vacaciones de Navidad.

La novela está dividida en cuatro partes, de una extensión similar. En cada parte, el narrado nos acerca a un personaje diferente para contarnos fragmentos de la misma historia, que acontece en un pueblo del interior de Gerona, llamado Vidreres (lo he buscado en internet, y el pueblo realmente existe con este nombre). El narrador, en tercera persona –siguiendo la técnica del estilo indirecto libre–, en más de un caso, casi acerca al lector hasta el flujo de conciencia de sus personajes.

Un hecho vertebra el tiempo narrativo de la novela: dos jóvenes hermanos de Vidreres, de veinte y veintidós años, se han matado, en la noche del sábado al domingo, al salirse su coche de la carretera y estrellarse contra un árbol. El tiempo narrativo será el de los días inmediatos al accidente, que han conmocionado la vida del pueblo, visto desde perspectivas diferentes.

El primer personaje es Ernest, un hombre cercano a los sesenta años, con tres hijas, que trabaja en una sucursal bancaria del pueblo, quien, al llegar al banco, el lunes por la mañana, aún no conoce la tragedia que asola a los vecinos de Vidreres. Ernest, aunque trabaja en el pueblo desde hace años, sabe que será siempre un foráneo, como así se lo hace saber Jaume, su compañero de oficina. Será éste quien vaya al entierro, mientras Ernest se queda en el banco, esperando a unos clientes que no van a aparecer esa mañana.

Las primeras páginas de esta parte –y no serán las únicas– me han recordado a los comienzos de algunas de las novelas de Rafael Chirbes que hablan sobre la crisis económica de 2008-2014, novelas como En la orilla, que no he leído entera, pero sí sus primeras páginas. Páginas que hablan de la paralización de un país, después de los años de expansión de la construcción. «De repente todo parecía culpa de la crisis, pero no era culpa de la crisis aquella exposición de prostitutas en las cunetas de la nacional, pasadas las obras de desdoblamiento dejadas a medias, pasados los puentes a medio construir, (…)», así comienza el libro. Durante varias páginas se habla de ese mercado de prostitución al aire libre que ha de contemplar Ernest cada día, para ir y volver del trabajo. Son páginas que nos meten en una narración dura, oscura, que, en gran medida, nos va a llevar hasta algunos recovecos del mal que anida en las personas.

En la segunda parte, conoceremos a Miqui, un camionero de treinta y dos años, que el lunes del entierro de los dos hermanos, tiene que hacer un servicio en una de las casas más adineradas del pueblo, casa desolada porque una de las hijas de los dueños –Iona– era la novia de uno de los hermanos fallecidos. Miqui capea la crisis económica haciendo los servicios que puede con su camión, y chateando con mujeres desconocidas (que pueden ser hombres) en internet. Además de ser una persona adicta al sexo, también se nos mostrará como alguien disocial, con rasgos de psicópata, un personaje violento, siempre a punto de estallar.

La tercera parte está protagonizada por Iona, la joven de veinte años, que era la novia de Jaume, uno de los jóvenes muerto en el accidente (el otro es Xavi). Iona es una estudiante de veterinaria, que se debatía, hasta este fatídico fin de semana, entre especializarse en ser veterinaria de granja, y por tanto quedarse a vivir en el campo, o ser veterinaria de mascotas, y por tanto irse a vivir a la ciudad.

Si bien las dos primeras partes están centradas en personajes que no son de Vidreres, como Ernest, que acude allí a trabajar, y Miqui, que ha ido esta vez por un trabajo puntual; con Iona, Sala nos introduce más en el corazón del pueblo, su tragedia y su duelo, con un personaje local más cercano al drama. Además, si la segunda parte suponía una continuidad temporal respecto a la primera, en la tercera retrocedemos hasta la mañana del domingo en la que la madre de Iona tiene que comunicarle a su hija la noticia del accidente.

La cuarta parte está protagonizada por Nil, un joven también de Vidreres, unos años mayor de Iona, que trató de huir del pueblo, yéndose a Barcelona para estudiar Bellas Artes, carrera que abandonará tras un curso y medio, para vivir el arte de un modo más real, y empezar un proceso de transformación física, a través de tatuajes o perforaciones. Nil, durante el tiempo narrativo de la novela, ha vuelto ya a Vidreres, y vive en una cabaña, propiedad de su familia, con la idea de reincorporarse a la vida rural de sus antepasados en unos meses. Además, aún quiere despedirse del arte mediante la grabación de unos vídeos que no pretende mostrar a nadie, donde rienda suelta a sus oscuridades y los males que le acompañan.

Por encima de los hechos narrados, en Los chicos destaca la maestría del estilo literario, que es realmente muy trabajado e intenso. Abundan en el texto las que podría llamar «metáforas orgánicas», en las que Sala juega con metáforas y comparaciones que dotan de vida animal a los objetos o a las personas. Así en la página 12, cuando se habla de Ernest leemos «Y es que el dinero pasa por los hombres como una ventolera y en un pueblo pequeño, donde siempre es el mismo, lo veías pasar de una cuenta a otra como un pájaro al cambiar de rama.», «Los altos plátanos eran las plumas de un monstruo enterrado.» (pág. 28), «El color brillante de los pendientes, como gusanos de piedra colgados de los lóbulos.» (pág. 50). También abundan en la construcción lingüística las repeticiones poéticas; así, por ejemplo, en la página 37 se repiten en las frases el sujeto «los muertos». También es frecuente encontrarnos preguntas sin respuesta en el texto, que crean una sensación de deriva y desconcierto.

Me falta la lectura de los libros que Rafael Chirbes escribió en el siglo XXI, pero sospecho –por lo que conozco a Chirbes– que, como he dicho al principio, efectivamente este autor puede ser una referencia para Toni Sala. Sin embargo, según he avanzado en la lectura de Los chicos me he encontrado con otra referencia literaria: la de William Faulkner. En algún momento de la lectura de Los chicos me he encontrado pensando en la novela Mientras agonizo de Faulkner. En este libro, por ejemplo, uno de los personajes hacía un ataúd, mientras reflexionaba sobre su vida y la muerte. Algo parecido ocurre en la construcción narrativa de Los chicos: más que narrarnos Sala acciones de los personajes, en las que estos interactúan con otros, nos encontramos aquí, con personajes que realizan actividades sencillas, mientras reflexionan sobre su vida, y en más de un caso sobre la muerte. En el epílogo, el editor Jan apunta que los pensamientos de los personajes de la novela trascienden su experiencia vital concreta para aspirar a la experiencia y el miedo universales. Me parece esta una buena reflexión.

He estado buscando en internet reseñas de Los chicos en castellano, y me he encontrado con algunas en blogs, pero con ninguna en periódicos nacionales, fuera de Cataluña; nada en los suplementos literarios más conocidos. Y aquí es donde he pasado del prejuicio inicial que podía sentir hacia Toni Sala y esta novela, a la indignación: Los chicos de Toni Sala es un libro que debería haberse celebrado en los medios culturales tradicionales con algo de bombo, puesto que la calidad de la novela así lo requiere, y no haber pasado desapercibido, como ha ocurrido. Una muestra más de que al sistema cultural español le cuesta descubrir dónde está el riesgo artístico y el talento. Los chicos me ha parecido una grandísima novela –con un final espeluznante– y Toni Sala todo un escritor a celebrar. Ya he visto que Trotalibros acaba de sacar en castellano un nueva novela de este autor, Persecución, que espero leer pronto.