Lev Tolstói, el padrecito del campesinado

La editorial Acantilado publica su novela autobiográfica “La mañana de un terrateniente”, traducida por la eslavista Selma Ancira.

 

Texto: David VALIENTE

 

Isbas al punto del derrumbe, caras con costras de roña, ropas que ya ni siquiera pueden recibir el calificativo de harapos, miseria en las esquinas, mucha resignación humana, estas son algunas de las imágenes que el genio Lev Nikoláievich Tolstói (1828-1910) plasma en su novela corta y autobiográfica La mañana de un terrateniente (Acantilado). Un libro traducido al español décadas antes e insertado en la colección de obras (in)completas de la editorial Aguilar. “El trabajo que está haciendo Acantilado con autores como Lev Tolstói y Stefan Zweig es maravilloso. Recuperan las obras individualmente para darle a cada una el reconocimiento y la atención del lector que merece” afirma Selma Ancira, la traductora del libro.

Selma ha traducido casi todas las obras de Tolstói para Acantilado, además de los textos de otros escritores de talla mundial de las letras eslavas y griegas. Por su trabajo estrechando culturas y ayudando a otros a superar las trabas del lenguaje, no sería exagerado asegurar que Selma Ancira es la Tolstói de la traducción en lengua española. A parte de traducir La mañana de un terrateniente, ha descubierto un libro de Tolstói al público hispanohablante que antes tan solo era conocido por unos cuantos eslavistas. “El camino de la vida lo descubrí por casualidad, en un viaje que realicé a Rusia. Lo traje a casa, pero lo dejé en la pila de libros sin leer que todos los lectores voraces tenemos, hasta que un día, buscando alguna nueva obra que proponer a mi editora, me decidí abrirlo y me di cuenta de que es un tesoro”. El libro se ha vendido por miles, y no es para menos. Tolstói deseaba que este fuera su libro de cabecera, su testamento literario. Pero, para desgracia del autor y de los lectores que en décadas anteriores no han podido acceder al texto, pasó desapercibido durante mucho tiempo, aunque existe una edición inglesa de 1912 y una italiana, las dos incompletas. “Esa es la gran apuesta de esta edición, el libro recoge cada uno de los textos que Tolstói redactó bajo el título de El camino de la vida. Es un libro muy especial que pretende cambiar la vida de los lectores recogiendo el pensamiento de todos los filósofos que resulten útiles, aunque Tolstói discrepe con sus máximas”, apunta Selma.

Pero regresemos a La mañana de un terrateniente, una novela autobiográfica con un protagonista recurrente en la obra del genio ruso, Dimitri Nejliúdov. Este personaje hace las veces de alter ego del autor, y se caracteriza por su incansable afán de cambiar la misérrima vida de los campesinos. Desde el principio, el libro se nos presenta como un texto adecuado dentro la escuela realista, aunque Dimitri Nejliúdov se empeñe en exponer un discurso idealista más propio del “debería ser” que del “es”. Por ello el protagonista escribe una carta a su tía explicándole su decisión de abandonar su vida en la ciudad, familiares, amigos y estudio, para trasladarse al campo y consagrar sus esfuerzos a intentar acomodar la forma de vida de los campesinos.

El marco temporal de la novela transcurre en una única mañana en la que el protagonista tendrá tiempo de conocer las necesidades de los campesinos y analizar esa mentalidad anquilosada en la tradición que les impide progresar en la vida. Mediante el diálogo el joven terrateniente descubre que su lucha va requerir mucho más esfuerzo de lo que había pensado, pues los campesinos frustran todas las alternativas que les propone; ellos solo desean vivir de la misma manera que lo hicieron sus antepasados y están resignados a que sus hijos tampoco logren superar sus expectativas; de ahí la negativa de Ivan Churisianok de aceptar que su hijo vaya al colegio: “Le pido por favor que no me lo obligue a ir a la escuela (…). Sea como sea es un campesino”. “La novela es una contraposición interesantísima entre la mentalidad del campesino y la psicología de un terrateniente joven e idealista que lucha por dar unas condiciones dignas a los campesinos, pero que se encuentra con un gran obstáculo: el apego del campesino a la tierra que lo vio nacer, lo vio crecer y, con seguridad, lo verá morir”, señala Selma Ancira. El genio ruso chocó contra un muro difícil de expugnar llamado realidad, que tampoco mermó sus energías: “No niego que se frustrara, pero nunca se le pasó por la cabeza abandonar su misión. Es más, esta situación le ayudó a ensanchar y enriquecer su conocimiento sobre el mundo rural”, asegura Selma.

La humanidad de Tolstói quedó retratada cuando asumió su compromiso con aquellos que a diferencia de él no disponían de un título nobiliario ni una bonita hacienda donde pasar el verano. Los campesinos correspondieron a esos esfuerzos con su fervoroso amor; tanto es así que miles de campesinos acudieron a su entierro para despedir al hombre que había nacido noble pero moría campesino y mostrar a toda Rusia, pancarta en mano, que “los campesinos hoy están huérfanos”.

Sobra decir que fue un adelantado a su tiempo que procuró vivir de acuerdo a sus ideales de igualdad entre los seres humanos; no concebía un mundo dirigido por un puñado de  señores cubiertos de seda y que miraran por encima del hombro al grueso de campesinos descalzos y pisando la inmundicia. Aun así, comprendía que ciertos vicios dinamitaban el progreso de la masa y la hundían en un pozo sin fondo: “De joven, Tolstói bebía y fumaba mucho, pero abandonó esos vicios y encabezó varias ligas en contra del consumo de estas sustancias que entorpecían el desarrollo del ser”.

Su genialidad le facilitó ese cambio radical en su manera de apreciar su propia existencia. Selma relata en la entrevista como ese hombre de luenga barba y sesgo compasivo, pasó de una fascinación irracional por el ejercicio de la guerra, como narra en sus diarios de juventud, a una comprensión total de que el pacifismo era el único camino que llevaría al pueblo ruso a la tan ansiada armonía. Unos años después, primero en Sudáfrica y más tarde en la India independiente Gandhi intentará poner en práctica las enseñanzas del maestro ruso.

No podemos obviar la importancia que su credo tuvo en esta transformación. “Tolstói nació cristiano, pero estaba en contra de la pompa eclesiástica y de los iconos bañados en oro”. Su concepción iconoclasta le valió varias excomuniones y los apelativos de hereje, aunque si algo debemos destacar de su concepción religiosa es su manera de comunicarse con Dios: “Rezaba todos los días por la mañana durante sus largos paseos por el campo. Él creía que la comunicación con Dios debía de ser directamente, sin la necesidad de intermediarios, y en plena naturaleza”, matiza Selma Ancira.

De sus muchas cualidades podemos destacar la generosidad intelectual que intentó legar a los campesinos. En Yásnaia Poliana, población donde pasó sus últimos años de vida, construyó una escuela para los hijos del campesinado que rompía por completo con el convencionalismo educativo y sumergía a los jóvenes en una experiencia educativa encaminada a desarrollar la armonía de su ser. Lev Tolstói consideraba que los niños no recibían una educación completa pues en los centros educativos solo se les estimulaba el intelecto, dejando a un lado los sentimientos y las capacidades técnicas. ¿De qué sirve una persona con altas dotes intelectuales, si es incapaz de comprender y empatizar con el corazón humano? Del mismo modo, ¿para qué tanta educación sentimental, si luego no hay capacidad para crear o entender el arte? “Hará unos 20 años, cuando estaba trabajando en los diarios, visité algunas de estas escuelas diseminadas por toda Rusia. Tuve la oportunidad de conocer algunos de estos niños y francamente me dejaron sorprendida porque sentía que no eran igual que el resto de niños que reciben una educación más convencional ligada a la competitividad y a la superación del compañero. Desconozco si estas escuelas seguirán funcionando”.

Quizás las escuelas ya no estén en pie o se hayan transformado en comercios dedicados a la especulación y a lo lúdico; pero por suerte para los lectores rusos, españoles, bolivianos, nigerianos o chinos, las novelas de Lev Nikoláievich Tolstói siguen circulando, porque “cada obra, cada renglón, cada palabra de la obra de Tolstoi aporta un granito de arena a este mundo cruel, desquiciado, y enfurecido que nos ha tocado vivir; cada línea nos invita a reflexionar y nos obliga a preguntarnos ¿si este es el mundo en el que queremos vivir y si no podemos hacer algo para cambiar nuestra situación?”, concluye la eslavista.