László Krasznahorkai: “En nuestro tiempo incluso a las revoluciones se les pone un precio y las podemos comprar en el supermercado”
El escritor húngaro recogió en Marrakech el Premio Formentor de las Letras 2024
Texto: Antonio Iturbe Foto: Begoña Rivas
László Krasznahorkai se mueve por los salones del Hotel Barceló Palmeraie de Marrakech con un sombrero de viajero, una sonrisa inteligente y unos ojos azules transparentes que lo ven todo. Como su apellido cuesta de pronunciar, los periodistas que han acudido al acto celebrado por la Fundación Formentor para la entrega del premio Formentor de las Letras lo llaman László con una familiaridad que él acepta amablemente.
El autor, que acaba de ver traducida al español su novela El barón Wenckheim vuelve a casa en la editorial Acantilado, ha sido premiado por un jurado constituido por Berta Vías Mahou, Dulce María Zúñiga, José Enrique Ruiz-Domènec, Andrés Ibáñez y Basilio Baltasar, que ha considerado en su acta “su potencia narrativa que envuelve, revela, oculta y transforma la realidad del mundo.”
Cuando se le pregunta en Marrakech si las ballenas que aparecen en su obra son el símbolo de algo, tal vez de ese gran aparato comunista que le impidió salir de su país hasta haber cumplido los 40 años, lo niega: “¡Yo odio las alegorías! La ballena es una ballena. No es un símbolo. El misterio es que pueda existir un animal así, tan enorme y con unos ojos tan diminutos. Si llegara un hombre donde las ballenas, ¿acaso pensarían ellas que es una metáfora?”
Explica que “nunca hemos contemplado los territorios ocupados por la Unión Soviética como un territorio político. Se trataba de hablar de personas”. Y cuenta una historia reveladora: “Naturalmente que despreciábamos el comunismo. Una vez me llevaron a interrogar a una comisaría por mis escritos. Les dije que no me dedicaba a la política sino a la literatura, pero no quedaban convencidos, insistían una y otra vez. Entonces le dije a uno de los policías: «¿Realmente cree posible que yo quiera escribir sobre alguien como usted?» No les gustó en absoluto. Por suerte era ya 1986 y no me pegaron”.
El escritor, que conserva el pelo largo y la rebeldía del hippie que fue, como si les confesara un secreto, reveló a los periodistas la conveniencia de “mantener en secreto que sigue existiendo la literatura. Porque el peligro de nuestro tiempo es que a todo le ponemos precio, incluso a las revoluciones se les pone un precio y las podemos comprar en el supermercado”. Lamentó que la literatura no pueda cambiar el mundo. Tituló uno de sus libros Guerra y guerra “porque no puedes moverte por el globo terráqueo sin encontrar una guerra. Ningún libro, lamentablemente, es capaz de impedir lo que pasa en el mundo si se alían la maldad y la estupidez humanas”.
Durante la ceremonia de entrega estuvo acompañado de su amigo y traductor Adan Kovacsics, su editora española, Sandra Ollo, su editora norteamericana Barbara Epler y su editor finlandés Aleksi Siltala en un repleto auditorio de periodistas, escritores y público lector que viajó a Marrakech para el evento. Tras descartar un discurso de consideraciones y cambiarlo por un cuento en el que trazó con muy pocas palabras un universo entero en el corazón de Centroeuropa, cerró su intervención con una literaria enumeración de agradecimientos. Krasznahorkai dedicó el premio al arte de la Grecia clásica, al Renacimiento italiano, a Attila József, “el poeta húngaro que me mostró la fuerza mágica de las palabras”, a Dostoievski, a Johann Sebastian Bach, a William Faulkner, la voz de Monserrat Caballé, a la ciudad de Kioto, a los escribas de la China imperial, al último lobo de Extremadura; a Thomas Pynchon, “a quien debo profunda gratitud, pues consiguió que me gustara la pizza”; a Max Sebald, “que ya no está entre los vivos, porque se quedó demasiado tiempo contemplando una única brizna de hierba en el prado”. Al príncipe Siddharta, a la lengua húngara. A Dios.
El Premio y las Conversaciones Literarias están organizados por la Fundación Formentor. Dotado con 50.000 euros, el Premio Formentor cuenta con el mecenazgo de las familias Barceló y Buadas. Entre sus galardonados figuran Jorge Luis Borges, Liudmila Ulítskaya, Samuel Beckett o Javier Marías.