Las grietas de la realidad

Bernardo Kastrup, doctor en Ingeniería informática, Inteligencia artificial y Filosofía, se ha convertido en el ariete contra los muros de la visión materialista (la que aceptamos casi todos) de eso que llamamos realidad. En “Pensar la ciencia” (Atalanta) reúne toda su artillería contra los que creen que el mundo es un juego de Lego de átomos encajados y trata de demostrar, con argumentos plausibles, que el mundo tal como lo percibimos es una construcción mental.

Detalle de la ilustración publicada en la revista 50 de Librújula.

 

Texto: Antonio ITURBE  Ilustración: Pil Tesdorpf

 

Una vez más, la editorial Atalanta nos sirve de su horno de delicatesen metafísicas un libro que nos sitúa en la frontera de la percepción y el conocimiento. Con esa firme voluntad de los editores atalantes de asomarse a lo profundo han editado varios libros interesantísimos que miran la realidad como algo que no es tan uniforme ni tan evidente como a veces creemos. La realidad (nos lo grita la parte intuitiva del cerebro), es más porosa, admite otras interpretaciones que las de ese materialismo científico que cree que todo puede ser medido, pesado y cuantificado, como si el mundo fuera una charcutería. Justo lo que saca de quicio a Bernardo Kastrup.

Como buen iconoclasta, debe ser lector de Michel Houllebecq, ese loco tan cuerdo. En la introducción de Pensar la ciencia nos dice “En algún momento entre principios del siglo XVII y finales del XIX comenzamos a reemplazar, sin reparar en ello, la realidad por su descripción, el territorio por el mapa”.

Este volumen reúne con algún añadido y actualización una selección de sus artículos y escritos de estos últimos años en torno a la teoría del idealismo metafísico que defendía en sus libros anteriores, como ¿Por qué el materialismo es un embuste? Aquí exponía que la visión materialista del mundo, que nos parece tan imbatible, no era tan “lógica” como aparenta. La idea de que ahí afuera hay una silla, decodificamos en nuestro cerebro ciertas longitudes de onda que se transforman en colores y formas hasta ver la silla que está enfrente nuestro, no es tan evidente como nos parece.  Kastrup señalaba en el libro que “De acuerdo con el materialismo, lo que experimentamos en nuestras vidas a diario no es el mundo como tal, sino una suerte de copia del mundo construida por el cerebro” (la imagen de la silla que se forma en nuestra cabeza, según los parámetros de temperatura, forma y longitud de onda que nos manda la silla física).

“Si todo lo que existe es materia, y si toda consciencia es producida de algún modo por la disposición adecuada de materia representada  por el cerebro, entonces toda percepción subjetiva debe residir en el cerebro, y únicamente en el cerebro. Así, de acuerdo con el materialismo, el único modo de poder experimentar un mundo exterior a tu cabeza es que ciertas señales procedentes de ese mundo exterior penetren en tu cerebro a través de los órganos sensoriales y, entonces, de alguna manera, modulen la creación de una alucinación construida por el cerebro que corresponda al mundo exterior. Ergo, tu vida entera -toda la realidad que puedes conocer directamente- no es más que una copia interna de la realidad real”.  A Kastrup esto le parece una idea más metafísica -y estrambótica- que la de la religión más alucinatoria. En ¿Por qué el materialismo es un embuste? explicaba de manera detallada el funcionamiento de las neuronas y cómo los procesos físicos de un cerebro material no pueden dar respuestas a eso que algunos científicos llaman “el problema de la conciencia”: cómo se construye lo inmaterial y lo subjetivo (las emociones) a partir de lo que se supone que es estrictamente material.

En Pensar la ciencia es menos metódico en sus explicaciones y la concatenación de textos publicados genera algunas redundancias, pero lo que sí añade es más contundencia a sus afirmaciones. Kastrup arremete contra los filósofos y científicos que desdeñan sus indagaciones y los rebate con uñas, dientes y argumentos. Él propone una realidad que no es esa masa exterior amorfa de átomos y campos electromagnéticos del materialismo que se puede medir, pesar y calcular a través de las matemáticas. Con múltiples argumentaciones y analogías nos dice de manera incansable que “nuestra consciencia fenoménica es eminentemente cualitativa, no cuantitativa. Hay algo que se siente al ver el color rojo que no se capta al registrar la frecuencia de la luz roja. Si le dijéramos a una persona ciega de nacimiento que el color rojo es una oscilación de aproximadamente 4,3×10¹⁴ ciclos por segundo seguiría sin saber qué se siente al ver el color rojo. De manera análoga, lo que se siente al escuchar una sonata de Vivaldi no se puede transmitir a una persona sorda de nacimiento, ni siquiera mostrándole el espectro de potencia completo de la sonata”.

Kastrup, en la oposición a ese materialismo que reduce todo a materia externa y ondas contantes y sonantes, afirma que “para un idealista como yo, no hay cerebro o materia fuera de la mente o con independencia de ella”. “Todo lo que hay es mente. Pero cuidado, decir que todo está en la mente no quiere decir que todo está únicamente en tu mente o en la mía. Porque incluso la noción de que tú y yo tenemos nuestra propia mente privada separada de las otras, forma parte de ese autoengaño. Para comprender de verdad qué significa esta hipótesis, uno tiene que cavar hondo, muy hondo, con el fin de extraer capa tras capa, las suposiciones arraigadas y no examinadas heredadas de la cultura”.

Kastrup acude a autores como Peter Kingsley (doctor en Filosofía por la universidad de Londres, también de la escudería de Atalanta) para señalar que “la razón no es la verdadera lógica”. Hay en la bibliografía del libro cerca de 200 referencias de libros y autores entre físicos, neurocientíficos, filósofos o ingenieros que se mencionan y se consideran, para apuntalar sus teorías o para refutarlos de manera un tanto exaltada, a veces un poco hooligan, con la misma rotundidad exenta de autocrítica que él afea a sus oponentes. Pero está bien que alguien agite el estanque dorado de las certezas establecidas.

También se apoya para esa idea de un mundo mental interconectado en la mecánica cuántica, que seguramente debe su sólido prestigio social a que casi nadie es capaz de entenderla.  Nos dice que “la mecánica cuántica relacional sugiere que la física podría ser una ciencia de percepciones, no de una realidad independiente”. Dedica muchas páginas a analizar el modus operandi de la mecánica cuántica y sus conclusiones, a menudo contraintuitivas. Ojo a este dato importante: en la mecánica cuántica la observación de los procesos los altera.

“El grupo de Donald Hoffman en la universidad de California ha mostrado que nuestro aparato perceptivo no ha evolucionado para representar el mundo de manera verídica, como es en sí; si viéramos el mundo tal y cómo realmente es, estaríamos abocados a una rápida extinción. Vemos el mundo de una manera que favorece nuestra supervivencia, no la exactitud de nuestras representaciones”. Alude a Karl Friston  (prestigioso neurocientífico británico), cuyas conclusiones son que “la codificación perceptiva es necesaria para que el organismo resista la entropía y así permanezca con vida”.

Menciona también el clásico experimento de Física en el que se lanzan electrones a través de una doble rendija. Al pasar al otro lado, se superponen y muestran su naturaleza de ondas curvas. Pero cuando se pone un detector para observar su paso por la rendija, no hay superposición, pasan de manera rectilínea como partículas. Kastrup concluye que esto demuestra el entrelazamiento del mundo y cómo nuestra percepción no es un detector autónomo que recibe impulsos externos, sino que forma parte del todo: “el mundo consiste en una superposición unitaria de potencialidades”.

Los libros de Kastrup, atiborrados de argumentos pensados y una apasionada defensa de un paradigma distinto, como mínimo suscitan dudas sobre el consenso en torno al concepto de realidad material y el cerebro como decodificador mecánico de los inputs que nos llegan. Aunque puestos a dudar de todo, también hay que dudar del idealismo metafísico de Kastrup, por supuesto. Al fin y al cabo, tantos científicos no pueden estar equivocados en su consenso durante tantos años. Aunque si lo pensamos bien, los científicos tienen una costumbre, probablemente sana, que no practicamos los periodistas y los escritores: no hablan de lo que no tienen certeza experimental. Kastrup lo advierte: ellos también tienen sus dudas, el consenso es menos firme de lo que parece. También es cierto que muchos científicos prestan poca atención a su cruzada por la realidad como un todo mental y se quitan de encima sus ideas como quien se sacude las moscas. Y sin embargo…

Y sin embargo, hace unos años visité el CERN de Ginebra con un grupo de periodistas culturales invitados al lanzamiento del divertido libro juvenil Quantic Love, escrito por la física óptica Sonia Fernández-Vidal. Ella había trabajado en decoherencia cuántica en el laboratorio de los Álamos y en un proyecto europeo sobre computación cuántica escalable con luz y átomos en el Instituto de Ciencias Fotónicas ICFO. En el restaurante de self-service del CERN, aprovechando que el resto de periodistas hacía la siesta, la encontré un momento a solas y le comenté el famoso experimento de la doble rendija con ese asunto tan enigmático de que el comportamiento del electrón variaba dependiendo de si era o no era observado por el ojo humano… porque es como si esa partícula ínfima fuese consciente de ser observada. Le dije que no lo entendía. Y ella, Física y doctora en Información Cuántica, se me quedó mirando muy seria y me dijo: “No lo entiendes tú y no lo entiende nadie”.