La Corea subyugada narrada por Hwang Sok-yong
El escritor y activista surcoreano Hwang Sok-yong publica «Mater 2-10» (Alianza Editorial).
Texto: David VALIENTE
“La aceptación y la superación de los traumas del pueblo coreano son el leitmotiv de toda mi obra”, dice Hwang Sok-yong (Changchun, 1943), una de las mentes más brillantes de la lejana literatura asiática. Ha visitado Madrid con el fin de promocionar su último libro publicado en español en Alianza Editorial, Mater 2-10, una audaz narración que discurre por los últimos 100 años de la historia de la península coreana, desde la ocupación japonesa de 1910, pasando por el régimen del 53 y culminando con las sinergias de una Corea del Sur hipertecnologizada.
A parte de escritor (su trabajo ha recibido los elogios del fallecido Premio Nobel Kenzaburō Ōe), Hwang Sok-yong es un activista crítico con las alteraciones idiosincráticas que la invasión neoliberalista y capitalista están produciendo en la sociedad surcoreana. Y en Mater 2-10, como no podía ser de otra manera, aúna con pericia su preocupación por la clase trabajadora coreana con el análisis de la historia de Corea, más en concreto, se detiene en los movimientos de izquierda coreanos, que primero lucharon contra el imperialismo japonés y, tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la división en las dos Coreas, se reorganizaron para plantar cara al nuevo amo del mundo, Estados Unidos, y al Gobierno antidemocrático de Seúl establecido por Washington y encabezado por Syngman Rhee. “El ferrocarril y la familia Lee, los protagonistas de la novela, me han sido de gran utilidad para seguir el rastro a la clase obrera y comprender de qué manera se ha desenvuelto en un mundo a ratos hostil y en continuo cambio. El trabajo de un maquinista, labor que desarrolla Ilcheol, uno de los miembros de la familia Lee, tiene mucho que ver con el comienzo de la contemporaneidad y los primeros movimientos de la clase obrera”, cuenta el autor de Bari, la princesa abandonada.
La familia Lee la componen cuatro generaciones de ‘rojos’. Sin embargo, llama mucho la atención la capacidad de algunos de ellos para ver espíritus o predecir el futuro. De esta manera, Hwang Sok-yong no se desentiende del esquema de sus anteriores obras, en las que lo onírico, lo espiritual y lo trascendental juegan un papel relevante en la narración novelística.
En Mater 2-10, deja constancia de la imagen sesgada que los japoneses propagaron sobre la población coreana, a quienes consideraban una comunidad sin identidad nacional y sumidos en una serie de conflictos internos que les impedía alcanzar el estatus de sociedad moderna y civilizada. Japón reafirmó sus actos colonialistas con el mismo discurso que emplearon los occidentales para justificar su bárbara actitud en el continente africano y asiático. Sin embargo, Hwang Sok-yong argumenta en contra de quienes defienden la existencia de un nacionalismo coreano antes de la ocupación japonesa, sin justificar los crímenes que cometió el país del sol naciente: “Ni Corea ni el resto de naciones a comienzos del siglo XX tuvieron una identidad nacional definida, ya que se encontraban sumidos en un proceso de cambio que les produjo mucho sufrimiento”. La identidad coreana, asegura Sok-yong, no se configuró ni antes ni después de la invasión japonesa, otras preocupaciones acuciaron al pueblo durante los treinta y seis años de ocupación. “Ahora, en Corea del Sur, se debate si el dominio nipón benefició a nuestro pueblo”. La derecha considera que la ocupación japonesa fue un hecho histórico atroz, pero sembró en el país la simiente de la modernidad, en cambio, la izquierda no puede olvidar la carga moral más que reprobable e imperdonable de los sucesos protagonizados por sus vecinos. “Suelo explicar los años de ocupación con una imagen: Japón es como un ladrón que vino a Corea con una escalera para saltar nuestros muros y robarnos nuestras riquezas, y tras marcharse ha dejado su escalera. Deberíamos dejar de cuestionarnos si la colonización nos benefició o nos causó problemas, simplemente aceptemos de una vez que el ladrón estuvo en nuestra casa un tiempo y tratemos de superar el sufrimiento que produjo”.
“Claro, en Corea el sentimiento antijaponés sigue arraigado con fuerza”, responde el activista. La causa es bastante clara: “Japón no ha mostrado arrepentimiento por los actos que cometió en Corea entre los años 1910 y 1945”. En 2021, un tribunal coreano condenó a Japón a indemnizar a 12 esclavas sexuales coreanas que durante la guerra fueron obligadas a prostituirse en los burdeles del Imperio. El Estado nipón ha rechazado esta sentencia al considerar que contraviene lo estipulado por el derecho internacional y rompe con lo acordado entre los dos países. “Tokio titubea cada dos por tres a la hora de admitir sus culpas, cuando parece que se decanta por pedir perdón, recula y no lo hace. Pues así, ni las presiones de los Estados Unidos ni los esfuerzos del ejecutivo coreano para estrechar lazos con ellos van a conseguir reducir la carga de odio de la sociedad coreana”.
La ocupación japonesa finalizó a mediados del siglo pasado, pero, en la actualidad, Corea del Sur sufre las consecuencias de una segunda invasión, esta vez una invasión taimada, al estilo neoliberalista, y que está produciendo estragos, modernos en sus formas pero en esencia igual de alienantes que la consumación del imperialismo japonés. Subyacente a la invasión 2.0, Corea del Sur se transformó en un nodo tecnológico internacional, cobrándose el trabajo de multitud de ciudadanos: “Se despide a mucha gente que sale a las calles a protestar”.
Precisamente, Mater 2-10 comienza con la protesta de Jinoh, el miembro más joven de la familia Lee. Encaramado en una chimenea, está decidido a no bajar de la estructura hasta que la empresa que le despidió a él y a sus compañeros firme un acuerdo que les asegure sus derechos laborales. “En Corea, la historia se repite una y otra vez; los trabajadores consiguen el compromiso de los empresarios, pero después la patronal rompe con las negociaciones”, lamenta Hwang Sok-yong. Las condiciones laborales, asegura el activista, evolucionan a paso de tortuga: “Comparándolo con los avances tecnológicos del país, todo lo relacionado con los derechos laborales se produce con gran lentitud”. La izquierda surcoreana ha demostrado tener una mayor sensibilidad por la clase trabajadora y bajo su mandato el progreso ha sido más dinámico que con la derecha, más abocada a reprimir con dureza las protestas de los obreros. “En definitiva, la sociedad surcoreana avanza con sus altibajos, pero no podemos olvidar que la mejora de las derechos laborales solo se podrá producir en un contexto democrático, es el único sistema capaz de distribuir el capital y el trabajo con equidad entre las clases sociales más desfavorecidas, sobre todo, en momentos de transición como el actual”.
Sobre la reunificación de la península coreana, tema que abarca varios capítulos del libro, el autor de Todas las cosas de nuestra vida, Al atardecer, El huésped y Shim Chong. La niña vendida cree que antes de pensar en volver a la situación anterior a 1953, se debería poner todos los esfuerzos en conseguir la paz en el noroeste de Asia: “En veinte años mi visión sobre el conflicto no ha sufrido cambios, por encima de todo necesitamos la paz, ahora más que nunca; no solo la disputa coreana inflama los ánimos belicosos, la guerra en Ucrania y los rifirrafes entre Estados Unidos y China por Taiwán nos demuestran que el mundo es más peligroso que ayer. Así que pensemos primero en la paz”. Hwang Sok-yong también considera que “Corea del Sur no debería asociarse en exclusiva con ninguna de las dos potencias mundiales, sino que, para que nuestro país sobreviva en este momento de transición, el juego diplomático debe estar dirigido a conseguir una mayor panoplia de aliados”.