La Argelia de Yasmina Khadra

El escritor argelino Yasmina Khadra, exiliado en Francia desde 2002, no ha olvidado nunca su país y ha convertido Argelia en una de las protagonistas de la mayoría de sus obras, sirviéndose  del género negro para denunciar su situación política y social. Ahora vuelve a sus raíces en «Los virtuosos» (Alianza Editorial) con una Argelia vital y bella, pero herida y atormentada.

Texto:   David VALIENTE

 

Argelia es un país situado en el norte de África que colinda por el Oeste con Marruecos y por el este con Túnez y Libia. Dos barreras naturales al norte y al sur, el mar Mediterráneo y el Sahara respectivamente, protegen una superficie de casi 2,5 millones de Km2 y a los 45 millones de personas, que se concentran en su mayoría en la zona norteña y costera del país. Según The Worls Factbook, la población de lo que hoy denominamos Argelia en 1914 ascendía en torno a los 5,5 millones de habitantes. Una población muy escasa para un territorio tan grande y variopinto, que ha inspirado la última novela del escritor argelino Yasmina Khadra.

Los virtuosos (Alianza Editorial) es para la crítica francesa la mejor novela escrita hasta el momento por Yasmina. La historia comienza en los días previos a la Primera Guerra Mundial. Cheraga Yacín, un joven pastor de un aduar sin nombre, acude al palacio del cadí Gaíd Brahim porque este le quiere pedir un favor muy importante. Resulta que su hijo tiene una dolencia incompatible con las lides bélicas. En Europa se está preparando la de San Quintín y el cadí, aliado de los colonizadores, debe responder como corresponde; el no hacerlo supondría un gran deshonor para su estirpe milenaria de guerreros. Entonces, le pide a Yacín que vaya por su hijo a combatir a un lugar totalmente desconocido para él y a un conflicto que ni le va ni le viene. Yacín acepta porque a su vuelta tendrá una flamante recompensa en forma de tierra y cabezas de ganado. Sin embargo, lo prometido se olvida pronto y, a su regreso, Yacín debe esquivar un intento de asesinato y afrontar que su familia ha sido expulsada de las tierras del cadí y vaga errante por el extenso territorio de la colonia francesa. Entonces, el joven emprende su epopeya personal por los rincones más recónditos del futuro país en busca de sus seres queridos.

Desde el comienzo hasta el final, Yasmina compone un canto a su tierra natal. Sus exquisitas descripciones despiertan la ambivalencia de la ensoñación: por un lado, los territorios que recorre Yacín no dejan indiferente a nadie por sus contrastes, su belleza, sus matices exuberantes, tan cerca estamos de Argelia, pero tan lejos nos hacen volar las palabras que evocan los escenarios exóticos de Las mil y una noches; y, por el otro, toma el pulso a la sociedad argelina de principios y mediados del siglo pasado y muestra un mundo vital pero resentido por el dolor lacerante que le causan las desigualdades.

La desigualdad ocupa todos los hemisferios de Los virtuosos. Se hace tangible en la colonización europea que reclama a los hijos de una tierra, forzada al usufructo, para sacrificarlos, como se hacía en los antiguos ritos paganos, bajo las leyes del dios de la guerra Týr. Sin embargo, este hecho, que tendría que unir a los nativos, no lo hace: “Me estaba dando cuenta de que, por unas consideraciones absurdas, los nuestros se odiaban atrozmente entre sí”, observa Yacín.

La desigualdad se retroalimentaba de la propia idiosincrasia argelina. La tribu superaba cualquier conciencia de unidad y enfrentaba a las comunidades. También establecía una jerarquía estricta y muy difícil de romper. El caíd Gaíd Brahim cree compartir con los colonizadores un mejor y alto status, pero a la hora de la verdad tiene la obligación de humillarse ante un suboficial francés: “Aquel día, que me cuelguen por la lengua si estoy mintiendo, vi con mis propios ojos a su señoría, a quien todos besaban los pies, al fabuloso caíd dueño de nuestros cuerpos y amo de nuestras almas, al todopoderoso Brahim Busaíd Ech­Chorafa, de nombre santificado, aplastarse como una boñiga de vaca ante dos oficiales franceses”, escribe Yasmina Khadra.

Por supuesto, había quienes, muy prácticos ellos, se alineaban con los intereses de los colonizadores e intentaban arramplar con todas las monedas que caían de la bolsa francesa; pero había otros, idealistas, que soñaban con la libertad desde una posición de profunda amargura y abanderando con sus actos, no el regusto de la justicia, sino una terrible sed de sangre. Es el caso de Zorgan Zorg o Er-Rouge, como lo conocen en el campo de batalla. Combatió junto a Yacín en la Primera Guerra Mundial, pero, a diferencia de este, retornó a Argelia con un profundo rencor hacia quienes dominaban sus vidas y les habían llevado al otro lado del Mediterráneo a morir: “Echaré al mar a esos cristianos hasta que no quede ni uno…”, proclama embravecido el señor de la guerra.

Lejos de las grandes ciudades, una red de tribus tejida con los endebles lazos de las promesas se enfrenta por sus intereses. En un mundo vinculado al concepto de honor, las motivaciones de los personajes (quitando al protagonista Yacín y algún que otro compañero de viaje) van dirigidas a mantenerlo o restituirlo: “Un hombre sin honor es más digno de compasión que un espantajo clavado en pleno sembrado. Su vida es un borrador sin pies ni cabeza. Nadie llevará flores a su tumba. Es como si nunca hubiera existido”. En la Argelia que nos refleja Khadra, su presencia late con fuerza hasta en las ciudades y en las personas que consideraríamos modernas. Este hecho queda bien retratado en el personaje de Halima Lalla, una mujer que vuelve a quedar viuda y que sus familiares más cercanos, unos tíos que no dudaron ni un minuto en casarla con un hombre maltratador cuando sus padres murieron, la presionan para que tome en matrimonio a un primo, un supuesto buen partido.  “No puedes hacer lo que te dé la gana” o “piensa en lo que van a decir de nosotros las demás familias —se alarmó una voz de mujer—. No puedes vivir sin un hombre que cuide de ti y preserve tu honor”, argumentan los tíos de Lalla para intentar convencerla. Lalla vive en Orán y regenta una mercería, es una mujer independiente y en su negativa se ve reflejado un atisbo de emancipación femenina, algo extraordinario en esa época, tal y como nos muestra Khadra en su obra, que encuentra su paroxismo cuando toma a Yacín, su empleado por unos capítulos, como amante.

En la misma línea, Abla, prima de Er, logra hacerse un hueco y tratar de tú a tú a los hombres en un mundo que durante años le ha pertenecido en exclusiva a ellos: el de la guerra. Su figura nos recuerda a otras mujeres de la historia, como Juana de Arco o Malalai de Maiwand (conocida también por el apodo de Juana de Arco Afgana), que rompieron con el estereotipo de sexo débil. El destino de Abla no será el fuego de la hoguera, aunque tampoco podemos afirmar que sea menos trágico. El mismo vapor embriagador de la venganza que emborrachó a su primo se le subirá a la cabeza con funestos resultados.

No obstante, en este mundo pigmentado por los colores de las tragedias grecolatinas, hay un espacio para la paz y la tranquilidad. No resulta paradójico que el antiguo recuerdo de un vetusto mar hoy convertido en un océano de arena teñido por el sol, pueda dar tanta serenidad a los grupos de nómadas que cada día de su vida lo recorren con sus rebaños, como si las dunas y los desfiladeros fueran autopistas asfaltadas con arena. La vida del nómada, cuando no tiene que afrontar alguna tormenta de arena o partirse el pecho con los salteadores, es silencio delante de una hoguera contemplando las estrellas, mientras que alguna cabra de su rebaño bala en sueños. Los nómadas viven ese espacio donde ni el pasado ni el presente encuentran un resquicio para descansar. El lugar de nacimiento del autor es también, en la novela, el rincón de Yacín, ese rincón donde no fue niño, pero que lo recuerda como si allí hubieran transcurrido los mejores momentos de su infancia, su paraíso de la niñez.

En su infancia, Yacín no pudo hacer amigos, sus obligaciones ganaderas solo le permitían confraternizar con sus hermanos. Sin embargo, en la guerra hizo los amigos más leales que una persona puede tener de compañeros de viaje. Yasmina Khadra nos enseña que por mucho que se tuerzan las cosas en la vida, siempre habrá un amigo de verdad para echar una mano.