Juan Antonio Ríos Carratalá: “Este es un país donde hemos inventado un franquismo sin franquistas”

Ha publicado una sobrecogedora investigación sobre los consejos de guerra a periodistas y gente de la cultura después de la guerra civil titulada “Las armas contra las letras”.

Texto: Antonio ITURBE  Foto: Archivo

 

Ríos Carratalá, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante, lleva muchos años investigando y publicando ensayos en los que denuncia la inquina institucional con que el franquismo trituró la libertad de expresión y a aquellos que osaron ejercerla durante la República. Después de sus dos últimos libros (Ofendidos y censores y  Los consejos de guerra de Miguel Hernández) publica Las armas contra las letras/Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945).  Este volumen inicia una trilogía que quiere sacar a la luz a muchos represaliados que, usando sus propias palabras, perdieron la guerra y también la historia.

Ríos Carratalá muestra cómo el franquismo siguió su guerra después de 1939, ya no en el campo de batalla sino en los banquillos, en los que sentó a muchos inocentes cuyo único delito era pensar diferente. Aunque se trata de un libro minucioso y riguroso, con nombres, fechas y datos de los diversos sumarios perfectamente documentados, su lectura es sobrecogedora. Nos muestra un mundo judicial que hace parecer El proceso de Franz Kafka un juicio justo. Vemos a redactores, periodistas deportivos, caricaturistas en periódicos y gente de letras que no militaban en ningún partido ni cometieron otro delito que el de expresarse libremente sometidos a consejos de guerra sumarísimos donde a menudo se les pedía la condena a muerte. El autor responde a las preguntas de Librújula.

 

Este es el inicio de una trilogía sobre la represión judicial franquista. ¿Cuáles serán las siguientes estaciones?

El segundo volumen será Perder la guerra y la historia, donde pretendo demostrar que, al margen de unos pocos y notorios casos, la mayoría de los escritores que perdieron la guerra y permanecieron en España también quedaron ignorados a efectos históricos. Los del exilio corrieron similar suerte. A menudo, la ignorancia de ambos colectivos se mantiene hasta el presente sin una justificación estrictamente literaria y a pesar de la labor desarrollada en el ámbito universitario. En la tercera entrega intentaré dar más protagonismo a los victimarios de esta represión, aunque sus perfiles ya aparecen en las anteriores.

 

El escrutinio que hace es muy detallado. ¿Cuánto tiempo le ha llevado completar un trabajo como este primer volumen de Las armas y las letras?

En 2015 publiqué Nos vemos en Chicote y, desde entonces, supe que la investigación debía continuar. Lo he hecho durante estos nueve años recopilando documentación y lecturas, aunque también he publicado otros libros a lo largo del citado período para entender la mentalidad del franquismo. No cabe analizar una represión si previamente no conocemos al represor, sobre todo en un país donde hemos inventado Un franquismo sin franquistas (2019).

 

Como experto en memoria histórica, conocía bien el terreno. ¿Pero qué es lo que más le ha sorprendido en esta indagación? 

La voluntad de venganza y aniquilación durante una nueva fase de la Guerra Civil, que oficialmente se prolongó hasta 1948 y no por un olvido burocrático. Al mismo tiempo, he constatado que, en la sociedad civil, entre los vencedores, también hubo gente dispuesta a declarar en favor de los encausados. No por una cuestión ideológica o política, sino de humanidad, solidaridad y agradecimiento. El problema es que los militares, supuestamente católicos, apenas tuvieron en cuenta estos testimonios.

 

Ha afirmado que desea ser ecuánime, pero nunca ha pretendido ser equidistante. ¿Qué diferencia una cosa de la otra? 

La ecuanimidad obliga a escuchar y comprender a todos los protagonistas de la historia para ponderar sus argumentos. Sin embargo, comprender no es justificar y, a la hora de valorar las diferentes posturas, yo no debo ser equidistante entre quienes fusilaban a periodistas por haber ejercido el derecho a la libertad de expresión y los propios fusilados, aunque las víctimas no sean necesariamente unos héroes.

 

Un trabajo ingente, algún pleito como el provocado por Nos vemos en Chicote, incluso pegas de escritores como Andrés Trapiello con el soniquete de que los rojos también cometían maldades… ¿Qué le hace seguir adelante?

Yo podría seguir cobrando lo mismo como catedrático hasta la próxima jubilación sin necesidad de realizar este trabajo. Los «réditos» de los que habla Trapiello son inexistentes. Afronto las consecuencias, que a veces resultan desagradables y costosas, para testimoniar la represión ejercida contra periodistas, escritores y dibujantes que a menudo acabaron en una muerte civil y en ocasiones terminaron en un paredón. Los testimonios, confío, ayudan a evitar la repetición de estas dramáticas situaciones.