Joseph Roth, solo o acompañado

“La leyenda de santo bebedor” acaba de ser reimpresa por Acantilado, en traducción de Roberto Bravo, coincidiendo con la aparición en la editorial Páginas de Espuma de sus cuentos completos, traducidos por Alberto Gordo.

Texto: Pere SUREDA  

 

En apenas dos décadas, Joseph Roth (1894-1939), uno de los escritores en lengua alemana más importantes del siglo XX, escribió en periódicos y revistas centenares de artículos, también relatos y novelas ya canónicas como La marcha Radetzky,  Job, y otras obras magistrales. Ha sido uno de los escritores que desde que se publicó en nuestro país siempre ha estado presente tanto en la prensa como en las librerías. Su obra, La leyenda de santo bebedor, acaba de ser nuevamente reimpresa por Acantilado, en traducción de Roberto Bravo, coincidiendo con la aparición en la editorial Páginas de Espuma de sus cuentos completos, que incluyen la versión de Alberto Gordo de, precisamente, La leyenda del santo bebedor. Lo que demuestra que se puede beber solo o acompañado. No es una broma mala. Es que cada editor concibe determinadas obras como cuento y, por lo tanto, no lo publica suelto,  o como relato independiente que sí publica suelto.

La magnífica edición de los Cuentos completos se inicia con El alumno aventajado de 1916, cuando Roth tenía poco más de veinte años, y se cierra con Leviatan, que clausuró su obra en 1939 en París, poco antes de morir alcoholizado. La traducción de Alberto Gordo hace justicia al peculiar ritmo de la prosa de Roth, que dijo de sí mismo: “Solo sé escribir bien y rápido”. De ahí lo afilado de su prosa, a veces telegráfica, siempre precisa, y capaz del lirismo más puro y conmovedor.

Joseph Roth nos toca el alma. Leyendo estos cuentos completos te das cuenta de que la vida transcurre claramente a finales del siglo XIX y principios del XX con sus cafés, sus vestidos, sus calles y todo el ornamento de la época, pero las conclusiones que podemos sacar de su lectura son absolutamente vigentes, incluso como recién escritas en el siglo XXI. El fondo y la forma se diluyen de tal manera que mientras “estamos sentados en un banco del Prater, envueltos en la calidez benéfica y acogedora de aquel día de abril” puede parecer que estamos leyendo sobre un mundo de hace dos siglos pero que convive con nuestro devenir cotidiano. Tú estás en el Prater de principio siglo pero las preguntas y los dilemas de los personajes son los mismos que tenemos ahora mismo. Eso, dicen, define a un clásico.

El periodismo de la época fue su escuela. Y en estos cuentos se descubre claramente. El feuilleton de la sección cultural en la prensa de lengua alemana acogía artículos de costumbres, observaciones de actualidad, notas de lectura, crónicas de viaje. Importaba la concisión, sí, pero no se prescindía del súbito destello de una metáfora, de la resonancia de la palabra. Alfred Polgar (1873-1955), famoso por sus críticas de teatro, sus artículos y folletines fue su modelo. Era famoso porque recibía en la redacción de Der Neue Tag las colaboraciones del joven Roth con un afectuoso “aquí nos llega otra caligráfica obra maestra de Roth”. En 1935, ya consagrado, Roth publicó su gratitud hacia quien reconocía como su maestro; pocos años más tarde, en su homenaje fúnebre, Polgar escribiría: “Nunca el artista Roth sacrificó en aras del arte lo que era natural en él. Tenía todo lo legítimo del escritor: el don de observación, la imaginación, el humor, el ojo más sensible, la honestidad del que no escribe nada que no corresponda a la verdad tal como él la ve, la piensa o la sueña”.

Su obra, repleta de ejemplos de vanidad, de envidia, de amor no correspondido, de largos paseos, obra corta pero completa y no tan compleja como pudiera parecer,  no mereció en su momento el respeto de los paladares finos.

De Dickens se decía que cobraba por renglón, leyenda que se demostró falsa; Balzac, en Francia, sufría el estigma de ser medido con la prosa de arte de Flaubert. Muchas de las novelas de Roth fueron publicadas por entregas, ya en la prensa austríaca o alemana, e incluso por algunos editores holandeses afincados en Alemania, antes de aparecer como libro. Roth se consideraba un artesano de la narración y evitaba frecuentar a los que llamaba “pensadores”: Ernst Bloch, Hermann Broch, Walter Benjamin.  Aunque su obra contenía todas las grandes preguntas, y no es menos “pensador” que los genios ya citados. El respeto de los paladares finos y no tan finos le vino después de su muerte. Un siglo después es un reverenciado maestro, y un escritor fundamental para entender la vida con errores, malignidad, bondad y los atributos que conlleva la condición humana, seamos del siglo que seamos.