José Antonio Alonso: “Si no intervenimos, España seguirá en la lista de los países desarrollados con más pobreza infantil”
“El futuro que habita entre nosotros. Pobreza infantil y desarrollo”, un libro para reflexionar y encontrar soluciones que erradiquen la pobreza infantil, del catedrático en economía José Antonio Alonso Rodríguez.
Texto: David VALIENTE
El libro publicado por el catedrático en economía José Antonio Alonso Rodríguez, El futuro que habita entre nosotros. Pobreza infantil y desarrollo (Galaxia Gutenberg), debería ser leído por todos los dirigentes del planeta. En él, relucen una serie de debates que no son, ni mucho menos, la tónica diaria en esa constante pelea de gallos, llamada parlamento. José Antonio pone el foco en los jóvenes y en sus necesidades más inmediatas desde una óptica académica muy asequible para todos los públicos. Además, lo hace con una gran erudición, el libro es un ensayo completo que trata de mostrar a los lectores una serie de debate que, por desgracia, “en desarrollo y cooperación han recibido una atención secundaria”, dice el autor vía Google Meet.
Si nos adentramos en el currículum de José Antonio, vemos una dilatada carrera con logros académicos e institucionales bastante remarcables. Siendo un joven profesor universitario, José Antonio ocupó el puesto de director de cooperación en la recién nacida Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y en la actualidad sigue vinculado a dicha institución por ser parte de su Consejo de. También participó durante casi 15 años en un comité de expertos nombrado por Kofi Annan. En el aspecto académico, ha publicado libros y artículos sobre el tema y ha estado ligado a universidades de prestigio internacional, como es el caso de la Universidad de Columbia.
“A pesar de mi larga carrera, desde el primer momento no me he asomado al asunto de la pobreza infantil, y eso que debería ser una de las preocupaciones principales de los analistas que se dedican al desarrollo”, lamenta José Antonio. Su libro nace después de que la Cátedra la Caixa Economía y Sociedad le pidiera que impartiese tres conferencias magistrales sobre pobreza infantil: “tuve que organizar las notas que había recopilado todos estos años y hacerme una idea más personal del tema”. Aprovechando la inercia, decidió fundamentar mejor sus materiales y acabo escribiendo El futuro que habita entre nosotros. Pobreza infantil y desarrollo. “El libro es un producto de la necesidad y el azar, es decir, la necesidad de explicarme en qué punto nos encontramos y por qué no tiene mayor visibilidad en los debates de desarrollo y cooperación, y el azar porque fueron esas tres conferencias las que me empujaron a escribirlo”.
Su libro da una bocanada de esperanza entre tanta noticia penosa sobre la pobreza infantil. Reconoce que hay mucho camino aún por recorrer, pero que también, hasta el momento, se han hecho importantes progresos en este campo, ¿por qué solo nos centramos en las noticias negativas?
Hay una razón entendible, aunque creo que debería ser revisada. Los seres humanos nos centrarnos más en nuestras carencias que en nuestros avances, sobre todo en sociedades desarrolladas donde se opera por contraste. Hasta aquí la parte entendible. Pero creo, también, que los cooperantes abusan de las imágenes de niños que padecen hambre o enfermedades. Intentan mover los sentimientos de la opinión pública con noticias que versan sobre carencias y agravios. En mi libro afirmo que deberíamos tratar de revisar este sistema: por supuesto, debemos reconocer las privaciones, pero también poner el foco en los avances que hemos hecho en estas décadas. Porque si hemos avanzado queda claro que podemos seguir haciéndolo, y de igual modo se puede movilizar voluntades también con elementos ilusionantes y optimistas. Asimismo, no es justo para todas aquellas personas que pusieron sus esfuerzos e ilusiones en cambiar las sociedades. Su trabajo merece ser reconocido.
Es interesante repasar cómo el modelo de juventud ha evolucionado a lo largo de la historia, ¿qué le parece el actual?
Nos encontramos en un impasse; somos conscientes de que el modelo antiguo ya no nos sirve para explicar la infancia, pero aún no hemos sido capaces de construir un nuevo modelo acorde con los retos del presente. La imagen del niño como un ser pasivo, supeditado a la autoridad indiscutible de los adultos en lo concerniente a su preparación para un futuro relativamente reconocible, ha quedado obsoleta, y seguimos tratando de generar una alternativa. (A parte, a causa de lo cambiante y dúctil que es el entorno social y a los errores que se cometen, la revisión del modelo de infancia es continuo). La incertidumbre e inquietud de los padres y profesores ante el modo de tratar los problemas de los menores, nos muestra la carencia de un modelo de infancia, un marco que nos permita afrontar con más facilidad los nuevos retos que no hacen más que presentarse. Para que se haga una idea: ha habido un debate en torno a cómo exponer la notica de las dos gemelas que intentaron suicidarse en Barcelona. Primero debemos comprender por qué a una edad tan temprana se pueden cometer esos actos y después indagar en las motivaciones que las empujaron a ello. Y, posiblemente, sean varios los factores que convergen, desde problemas propios derivados de la inmigración que en un momento de desarrollo pueden incidir de manera negativa, hasta problemas derivados de su identidad sexual. Todo esto es un supuesto, falta más investigaciones que aclaren cuáles fueron los vectores. A lo que voy, los cambios, hoy en día, se producen demasiado rápido y aún no contamos con un modelo de infancia que incluya la mayor capacidad de agencia de los jóvenes para definir su futuro ni la pérdida de autoridad de los progenitores y profesores en un mundo con un mayor número de fuentes de información y de formación.
Y claro, las redes sociales complican esta situación.
Creo que sí. Huelga decir que las redes sociales nos brindan servicios impresionantes, pero también generan muchos problemas al complicar el panorama socializador de los menores e introducirlos en una dimensión de difícil control. Antes del boom de las redes, la socialización infantil se había complementado con la incursión de los jóvenes en los colegios o clubes deportivos. Sin embargo, estos espacios están relativamente controlados, pero las redes sociales escapan a la vigilancia de los progenitores y maestros, y los convierte en sujetos anacrónicos por la impronta generacional tan fuerte que imprimen. El menor crea su propio universo del que cree tener control, cuando en realidad no es así y, además, lo aísla porque no genera una interlocución rica. En un momento en el que la interacción con los adultos resulta esencial para la formación del joven, las redes sociales complican las cosas.
¿Qué indicadores son los más pertinentes para medir la pobreza infantil?
La pobreza muestra una gran complejidad, si la entendemos en un sentido completo. Se puede decir que una persona es pobre cuando está inhabilitada de una manera sobreimpuesta a desplegar sus capacidades y sus derechos; y esto es complicado traducirlo a indicadores concretos. Por eso, en el libro muestro tres grandes perspectivas. La primera de ellas, ‘las líneas de pobreza compartidas’, muy centrada en el carácter monetario; cuenta con ciertas limitaciones, pero ayuda mucho a los investigadores a la hora de realizar comparaciones entre países. La segunda, ‘la pobreza de tipo relativa’, nos viene a decir que una persona es pobre cuando ella misma se siente en desigualdad o en agravio respecto a su entorno. Esta variante tiene mucha importancia a la hora de estudiar la pobreza infantil en países desarrollados. La tercera y última se centra en el ámbito relacional y se vinculan a las carencias que producen los abusos, la explotación y los agravios; no tiene por qué estar relacionados con factores económicos, pero no dejan de limitar a niños y niñas. De hecho, en el libro sostengo la tesis de que la sensación de desamparo es mucho más acuciante en los niños que la falta de posibles materiales. En definitiva, no es conveniente analizar un fenómeno tan complejo como la pobreza con un único indicador o perspectiva, se requiere varios para vislumbrar una mayor profundidad en el estudio.
¿Hasta qué punto la pobreza infantil se puede desligar, tanto en el estudio, prevención o tratamiento, de la pobreza en general?
Le puedo dar dos respuestas. Uno: Hay un universo de pobreza juvenil que deriva de la ausencia o de la irresponsabilidad de los familiares; a lo mejor los padres, abuelos o tíos no están por debajo del umbral de la pobreza, sin embargo se encuentran desligados de los jóvenes. Es el caso de los niños de la calle, de los niños soldado, de los jóvenes que sufren violencia familiar… Dos: según los datos proporcionados por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) sobre la pobreza en los países en desarrollo, en un grupo de países, entre los que se encuentra el nuestro, la pobreza infantil supera en proporción a la pobreza general, mientras que en otro grupos de países, siendo los más significativos los países nórdicos, la pobreza infantil está por debajo de la pobreza general. Estos datos nos vienen a decir que si haces políticas enfocadas en combatir la pobreza infantil tendrás un mayor éxito que si la combates en términos generales. Entonces, si das una ayuda especial a aquellas familias pobres con muchos hijos o a las familias monoparentales con hijos atacas el núcleo de la pobreza infantil. Por supuesto, no se debe desatender a los adultos sin recursos.
¿Cuál es el país que mejor está combatiendo la pobreza infantil?
Sería difícil decir uno. La mayoría son países nórdicos y alguno que otro país del antiguo bloque socialista. Si comparamos los niveles de pobreza de Turquía y Finlandia antes de las políticas sociales, observamos que no son muy diferentes en términos porcentuales; pero si tomamos los mismos países después de la aplicación de políticas sociales, apreciamos que, del 35% que partían ambos, en Finlandia la cifra se reduce en 10 puntos, mientras que en Turquía tan solo en 5 puntos. Allí donde el Estado de bienestar y las ayudas sociales se orientan a las familias pobres con menores, claramente se obtienen resultados más notables en la lucha contra la pobreza.
¿Ese modelo sería extrapolable a los países del África Subsahariana?
Algunos rasgos se podrían extrapolar. Pero no podemos obviar que los países del África Subsahariana tienen problemas propios como instituciones frágiles y una menor capacidad de movilizar recursos que deberían ser destinados a reducir un grado de pobreza más intenso. Asimismo, su población menor de 18 años ronda el 45% del total, dato a tener muy en cuenta cuando hablamos de pobreza infantil. Los países ricos también podríamos contribuir a la mejora de los países en vías de desarrollo deshaciendo una serie de prácticas que repercuten de modo negativo en su economía, como el sostenimiento de paraísos fiscales y el incentivo a la fuga de capitales. Para un país en vías de desarrollo es importante reforzar su sistema fiscal y mejorar sus instituciones para que puedan desarrollar políticas públicas más sólidas, que combinen un sustrato de apoyo mínimo universal a familias pobres con hijos y ayudas concretas para casos muy específicos y agudos de pobreza.
¿Qué opinión le merece la transferencia monetaria en la lucha contra la pobreza?
En los países en vías de desarrollo, la pobreza infantil adquiere una dimensión muy grande. Como los recursos del país son escasos, la responsabilidad internacional, avalada por los convenios, debe apoyar a esos países en sus luchas. No obstante, se destina muy poca ayuda específica a combatir la pobreza infantil, entre un 15 0 20% del total de la ayuda, cuando la pobreza infantil constituye la mitad de la pobreza total. Si bien es cierto que algunas ayudas que no van destinadas directamente a los menores repercuten también en ellos, creo que los mecanismos de respaldo internacional deberían incidir más exclusivamente en la lucha contra la pobreza infantil.
Antes ha comentado que ni los analistas ni los políticos han centrado mucho su atención en la pobreza infantil. ¿A qué se debe esa falta de interés?
Desconozco la causa concreta, aunque puedo intuir que tiene relación con el hecho de que en España (y países desarrollados similares) la tasa de pobreza infantil supere a la tasa de pobreza total. En nuestros sistemas de gobierno, los objetivos de las políticas públicas se consiguen a través de la articulación de la voz en el escenario político. Lo menores no cuentan con nada de esto, y eso que muchos jóvenes, y lo estamos viendo con fenómenos como el Friday For Future o el Black Lives Matter, cuentan con una visión política tan estructurada que les empuja a movilizarse. Como asegura la socióloga Elizabeth F. Cohen los menores son semiciudadanos y no ciudadanos con capacidad de elegir a sus representantes o hacer valer sus intereses en el espacio político. Sin duda, eso les perjudica frente a otros sectores, como los jubilados. No hay duda de que los niños despiertan nuestras simpatías, pero ellos no votan ni ejercen ningún tipo de presión social, cosa que los jubilados sí hacen. Que conste, que con esto no quiero crear un conflicto generacional.
Precisamente en el libro comenta las imprecisiones de la Convención sobre los Derechos del Niño del año 1989.
La Convención es ambigua: por un lado, define al menor como un sujeto de derecho, pero, por el otro, a la hora de dotarlo de una presencia nítida en el espacio político, la Convención calla. No me preguntes por la solución, no la tengo, lo que pretendo con el capítulo del libro donde desarrollo esta cuestión es sacar el debate al lector. Hay niños y niñas, pongo por caso Greta Thunberg, que desde muy jóvenes tienen una visión política más articulada incluso que muchos de nuestros políticos. ¿Qué soluciones puedo exponer? El estudioso norteamericano, John Wall, ofrece una solución que bajo mi punto de vista tiene lógica: por qué no considerar la posibilidad de que todo ser nacido, sin discriminación de edad, sea considerado parte del espacio público. Por supuesto, no todos los niños y niñas tienen la capacidad de votar, pero ¿por qué no pensar en un voto delegado? Que los padres gestionen los intereses políticos del niño hasta que este exprese su firme voluntad de participar en el entramado democrático. Sé que se critica mucho esta idea y se argumenta en contra que los menores son muy irracionales, fáciles de manipular y bisoños. No obstante, esto mismo se decía en los debates durante la República sobre la mujer cuando exigía su derecho al voto. Y que los jóvenes de 15 años voten no creo que suponga mucho coste en términos de decisión política, todo lo contrario, sería una gran herramienta pedagógica para hacerles ver que comparten el mismo futuro con los adultos y que ellos también tienen la responsabilidad de reflexionar sobre lo que ocurre a su alrededor. No hay que obligarles a que tomen la iniciativa política y tampoco estoy diciendo que esta sea la solución, solo expongo el debate para que la gente piense sobre ello.
Hasta el 2019, en España no hubo una respuesta coordinada a los asuntos de la pobreza infantil, ¿cuál es el siguiente paso que debe dar la administración pública?
En la actualidad, estamos operando con estructuras gubernamentales del siglo XX en un mundo ya inmenso en pleno siglo XXI, esto es, las unidades ministeriales no interactúan entre ellas para solucionar los problemas, sino que imponen un coto cerrado que impiden que otros ministerios intervengan en sus materias (en España hemos creado una cultura burocrática patrimonialista). Pero la pobreza infantil afecta a muchos ministerios, uno solo no va a poder exterminarla. La pobreza infantil se combate creando empleo, con políticas sociales, con una sanidad universal y versátil, con una educación comprometida con los jóvenes, por lo tanto se requiere de más de un ministerio. En España, hemos estado actuando con una dirección general, que, desgraciadamente, no coordinaba nada. Menos mal que ahora contamos con un Alto Comisionado para la Pobreza Infantil vinculado a la presidencia del Gobierno. Esta institución cuenta con una mayor capacidad de coordinación al poder dialogar con varios ministerios. De todos modos, esta estructura es provisional, específica y excepcional. Si tenemos claro que hemos hallado la llave del éxito, el siguiente paso es dotarlo de una estructuración permanente. Y yo creo que deberían existir organismos más estables que obliguen a los ministerios a sentarse a dialogar sobre la pobreza infantil para darle soluciones conjuntas. Sin una cierta gobernanza coordinada y con formas largoplacistas, con dificultad vamos a poder solucionar el problema de la pobreza infantil.
Usted habla también del crecimiento económico de los países asiáticos, especialmente de China; ¿cómo ve el futuro de la lucha contra la pobreza infantil con estos nuevos actores jugando con cartas similares a los países desarrollados?
Lo de China es un caso de éxito económico que no sé yo hasta qué punto es atractivo, no solo por el poco apego a las libertades políticas, sino también por las medidas tan represivas que tuvo contra los menores y los efectos tan nefastos que está causando ahora en una población ya muy envejecida. China está dinamitando la unipolaridad con modelos sociales y económicos diversos que han conseguido un crecimiento grande. Es posible que este progreso chino pueda causar ciertas simpatías internacionales. China se relaciona de un modo más resolutivo y menos cargado de normas con los países en vías de desarrollo. Pekín está creando un espacio internacional distinto, más complicado e inestable, aunque también con más oportunidades para construir un espacio más plural y rico en polifonías.
Ahora estamos sumidos en una crisis internacional a causa de la pandemia y la guerra en Ucrania, ¿momentos como estos son adecuados para incentivar medidas que ataquen a la raíz de la pobreza infantil?
Aunque pueda parecer paradójico, te diría que sí. La lucha contra la pobreza infantil, en particular, y contra la pobreza total en general; requieren de una mirada más largoplacista que se puede implementar en dos circunstancias: al principio de una legislatura y en un momento de convulsión, cuando la actividad externa te obliga a replantear la realidad. Las crisis que llevamos encadenando nos hacen ver que si no intervenimos, España seguirá en la lista de los países desarrollados con más pobreza infantil. No podemos permitirnos eso. Quizás la propia crisis nos ayude a replantear la estrategia. Deseo que, ahora que se acercan las elecciones, la pobreza infantil esté en la agenda del Gobierno ganador del tablero democrático.