Jorge Fernández Díaz: resucitar al padre

El periodista y escritor argentino, hijo de emigrantes españoles, ganó el Premio Nadal 2025 con “El secreto de Marcial”, donde trata de penetrar en el hermetismo de su padre.  

Texto: Susana Picos  Foto: Carlos Ruiz

 

La primera entrada que aparece en Google cuando buscas a Jorge Fernández Díaz es la de Wikipedia, pero no corresponde al Jorge escritor sino al político, al ministro de Interior del gobierno de Rajoy y ex político del PP involucrado en distintos casos de espionaje a adversarios políticos.

No sé si es por la confusión con el nombre o por otras circunstancias que ignoro, la exitosa y larga trayectoria de este escritor y figura relevante de la cultura argentina, hijo de emigrantes asturianos, es bastante desconocida en nuestro país. Nacido en 1960 en Buenos Aires tiene publicadas más de diez novelas, algunas de ellas protagonizadas por el agente Remil: El puñal, La herida y la traición, todas ellas en Destino; o Cora en el sello Planeta, aunque por la que logró su gran éxito de crítica y lectores fue Mamá, publicada en España por Alfaguara, una carta de amor y agradecimiento a su madre, Carmina. Fernández Díaz es miembro de la Academia Argentina de las Letras y uno de los periodistas más influyentes de su país, con cuarenta años de experiencia, tanto por sus columnas de opinión y crónicas políticas como por su programa radiofónico Pensándolo bien, en Radio Mitre.

Su última novela El secreto de Marcial, publicada por Destino y ganadora del Premio Nadal, es un homenaje a su padre, a quien definió en la entrega del galardón como “la persona más misteriosa”, porque “madre hay una sola, pero todo padre es un enigma”. Su novela es también el reencuentro con una forma de vida que ya está en vías de extinción, porque pocos son los testigos de esa época que quedan vivos y sus descendientes ya están integrados en su país de adopción. No necesitan esa comunión con los paisanos y tener ese rincón de España al otro lado del Atlántico.

Marcial Fernández se reúne en el centro asturiano con sus compatriotas y allí es locuaz, risueño, se podría decir que es feliz. Hasta se olvida de la silicosis que asfixia sus pulmones, contraída en su adolescencia abriendo túneles en las montañas asturianas. Pero cuando entra en casa, con Carmina, y sus dos hijos, Jorge y Mary, deja a un lado la alegría y el mutismo se adueña de él. Ese hermetismo solo se rompe a través del cine. El programa “Hollywood en español” se convierte en su canal de comunicación: “Mi padre no tenía las herramientas para comunicarse conmigo, y su única manera, la única educación sentimental que me legó, fue ver juntos algunos de los clásicos del viejo Hollywood, unas películas que luego he ido revisitando”. Las referencias cinematográficas abundan en el libro. Jorge Fernández Díaz escribe sobre cómo la familia se reunía ante el televisor para ver las películas americanas protagonizadas por las grandes estrellas del momento. De cómo utilizaban los nombres de algunas de ellas como motes, su hermana Mary era Susan Hayward, y cómo a través del cine fue acercándose a su padre y conociendo facetas de su vida que intuía pero que pertenecían a los secretos familiares.

Es a través de las películas como Jorge Fernández Díaz llega, aunque de manera algo tardía, a una reconciliación con su padre, porque como explicó en la recogida del premio: “Mi padre me dio por perdido cuando se enteró que quería ser escritor y es toda una vuelta irónica que mi padre regrese a España en forma de novela y en esta noche”. Porque sí, Marcial Fernández se opuso abiertamente a las aspiraciones de su hijo de ser escritor. Lo consideraba un trabajo de vagos y, hasta que no pasaron muchos años, no creyó en las posibilidades de éxito de su hijo. Esto marcó la vida de Fernández Díaz, pero fue en el cine de nuevo donde encontró la clave del acercamiento: “Carmina y Marcial vinieron a visitarme, y una noche después de cenar, apagué todas las luces en el departamento que alquilaba sobre la avenida Argentina y puse Marcado por el odio. Rápidamente, mi padre dijo: “Rocky Graziano”, y mi madre murmuró: “Paul Newman”. La habíamos visto hacía siglos, en nuestra casa de Ravignani, pero en esa nueva versión de VHS venía restaurada, y aunque yo recordaba la pelea final no me interesaron aquella vez las fintas en el ring ni los puñetazos, sino algunas escenas familiares que tenía completamente olvidadas. Como cuando, en su infancia, el odioso padre de Graziano le calza unos guantes, lo humilla y lo trompea delante de sus amigos mayores para enseñarle el sufrimiento y para hacerlo más fuerte, y como cuando al final el hijo, ya convertido en un profesional del boxeo, le pregunta desesperado a ese padre violento y equívoco: “Pero ¿qué puedo hacer por ti? ¿Qué puedo hacer?”. Y el padre le responde: “Ser campeón, como yo no pude serlo”.