John Irving, ¿despedida a lo grande?

John Irving publica “El ultima telesilla” (Tusquets), una novela que es un rompecabezas de personajes únicos, un laberinto volcánico de malentendidos buscados y un juego donde él mismo suplanta con su propia voz a los personajes cuando le conviene. Un festín para los lectores de Irving, que encontrarán guiños a muchas de sus anteriores novelas.

Texto: Pere SUREDA  Foto: Iván GIMÉNEZ

 

Tengo el gratísimo recuerdo de la primera novela traducida al castellano por Argos-Vergara, en 1979, El mundo según Garp,  y que leí con fruición en el momento de su aparición en librerías, a mis veintidós años. Lo disfruté, me reí y me volví a reír, lo recomendé. Fue un descubrimiento fantástico, más habiendo leído poco y mal a Dickens y Melville.

Y ya desde entonces me he convertido en un adicto lector de todas sus obras. Ninguna me ha defraudado, las hay que me han gustado mucho y otras no tanto. Pero en las novelas de Irving siempre he encontrado a Irving, que no es poco. Un escritor que consigue, a lo largo de sus más de 80 años, que leyendo un capítulo de una de sus novelas –sin saber quién es el escritor- muy rápidamente te encuentres con Irving, siendo obviamente una novela escrita por él me parece que tiene mucho mérito. No es solo conservar y reinventar el lenguaje, la forma, es prácticamente imposible, a mi modo de ver, en varios de los más grandes novelistas del siglo XX y XXI. Cuando entro en una de sus novelas, estoy en casa. Y no es una banalidad para quedar bien, es que así lo siento.

Escribiré un poco sobre su última novela porque no quiero desvelar la trama, mejor dicho las tramas. Porque Irving siempre tiene mucho que contar, por suerte.

A Adam Brewster, el protagonista de la nueva novela de John Irving, El último telesilla, le suceden muchas cosas.  De hecho, difícilmente sería una novela de Irving si no estuviera abarrotada de situaciones, personajes, discusiones, carcajadas, todo  marca de la casa, y no defrauda.

Probablemente la situación de partida, principal en el sentido de que todo sería diferente en esta historia de historias, sucede cuando la madre soltera y atlética de Adam, Rachel “Little Ray” Brewster, se sienta a horcajadas sobre él, de trece años, en la cama, “presiona” sus hombros contra el colchón, y le da el tipo de beso “sin ley”. Un beso total. El beso que darías a un novio.

En una o dos páginas, Adán (llamado así por el primer hombre de la Biblia) tiene que digerir rápidamente todos los sentimientos conflictivos de una víctima de incesto: curiosidad, miedo, confusión, indignación, lealtad. Puro Irving.

Luego llega el emocionante y ansioso descenso hacia el secreto. «Cuando guardas secretos de las personas que amas, no duermes tan profundamente como un niño», dice Adam, novelista, guionista y contemporáneo cercano de Irving, -quien contó que una mujer abusó sexualmente de él cuando tenía 11 años-. «Ahí es cuando sabes que has perdido la inocencia. Ha ocurrido. Aunque todavía tienes más crecimiento por delante; yo ciertamente lo hice».

Este es uno de los momentos más tiernos de un bildungsroman clásico, una narración de crecimiento interior que serpentea más de lo que se mueve, con los habituales tirones, digresiones y excesos rabelesianos de su creador.

Los lectores que sigan sus más de mil páginas mantendrán a Adam y su extensa familia en compañía cercana, a veces claustrofóbica, durante casi ocho décadas, desde el conocido refugio de Irving en Exeter, New Hampshire, a mediados de siglo; a la ciudad de Nueva York de la era Reagan y la insensibilidad de la Iglesia Católica Romana ante la crisis del SIDA; a la elección de Trump y a Toronto (donde Irving vive desde 2014).

El libro es generosamente intertextual, metaliterario y no es contradictorio con el hecho que me parezca un clásico. Pero hay que leerlo para averiguar si mi mirada es coincidente con la de los lectores. Las alusiones a Moby-Dick y Bartleby el Escribiente y Grandes Esperanzas; a John Updike, Kurt Vonnegut y Graham Greene; junto con una divertida taxonomía del cine negro que incluye el cine negro espeluznante, el caper noir, el pistolero negro y el porno negro. “Cuando tienes más de 30 años y sonríes como un niño, hay algo de negro en ello”, observa Adam.

Irving, el otrora niño prodigio, tiene ahora 50 años más de 30 y tiene la mortalidad (y tal vez el legado) en mente. Su gran éxito de taquilla El mundo según Garp se publicó en 1978; desde entonces ha tenido varios megaéxitos (Príncipes de Maine y reyes de Inglaterra, Una oración para Owen Meany y otros registros irvingnianos genuinos. Al igual que Adam, un ex luchador competitivo, Irving, el literato, tiende a escabullirse del alcance analítico, desafiando las categorías.

El último Telesilla, la decimoquinta novela de Irving (y, como él mismo ha confesado, la última larga; ¿nos lo creemos?), los capítulos nos los entrega en forma de guion. Las dramatis personae incluyen un grupo de fantasmas, que comienzan a aparecerle a nuestro héroe poco después del “beso con presión” tan cuestionable.

Uno de los fantasmillas puede ser el padre ausente de Adam (los padres ausentes son otro elemento sine qua non en la obra  de Irving) acerca de quien su madre, la instructora de esquí que se refiere a Adam como «mi único», ha sido misteriosamente tímida. El  título de la novela sugiere una última oportunidad de ascender a los cielos, o algo más siniestro: una carrera más llena de obstáculos antes de que todo se detenga.

El universo Irving evoca una cierta nostalgia de cuando al escribir novelas se sentía más musculoso, incluso deportivo, cuando los novelistas eran celebridades que se enfrentaban en programas de entrevistas. Pero es un libro que no debe leerse solamente, debemos sobrevivir a él. ¡Y podemos, vaya que si podemos!

Irving ha mutilado y matado durante mucho tiempo a personajes de maneras estrambóticas e improbables, y la sangre se derrama tan rápidamente desde El último telesilla que, tal vez porque Adam viaja con su hijo pequeño y su esposa hostil a un hotel histórico y espeluznante de Colorado, uno puede obtener la incómoda sensación de que está haciendo un dueto con otro maestro del middlebrow: Stephen King.

Adán observará cómo un rayo alcanza a sus familiares; atrapado bajo un tren descarrilado; asesinado a tiros en un club de comedia llamado Gallows Lounge; salirse de la carretera en un camión mientras escucha una canción llamada No Lucky Star, cantada por un intérprete también condenado, llamado Damaged Don.

Los Brewster son un grupo peculiar, siempre dudando sobre cómo dormir, ante el cloqueo de desaprobación de las hermanas de Little Ray. (“Los críticos poco amables se han quejado de cómo despacho o me deshago de las desagradables tías de mi ficción, pero estos críticos nunca conocieron a la tía Abigail o a la tía Martha”, escribe Adam). Al igual que en los episodios de Friends, sus novias recibirán apodos. como “La que cojea” y “La alta con el brazo enyesado”. Sangrarán por los fibromas, caerán de cabeza por las escaleras y perderán el control intestinal en su cama. Los genitales son aplastados y evaluados con vergüenza. “He oído que tienes una vagina tan grande como un salón de baile”, se burla la pequeña Ray por teléfono con uno de los amantes mayores de su hijo.

Irving es muy cariñoso con Elliot Barlow, un diminuto maestro de escuela que se convertirá en el padrastro de Adam, y con la prima de Adam, Nora, una lesbiana que celebra un concierto en el Gallows llamado Two Dykes, One Who Talks con su novia. Lo único que escuchamos de su boca en la primera parte del libro es un orgasmo tan fuerte y sostenido que hace que a una camarera se le caiga la bandeja, se derrame una jarra de agua y caiga de rodillas.

Punto final, ya no revelo nada más. Creo que los lectores tienen suficiente material para adentrarse en ese mundo, o no.

 

Sí quiero dejar constancia de las palabras que John Irving oídas de su propia voz en una rueda de prensa online, que organizó Tusquets Editores y Edicions 62. Fueron varias las preguntas que respondió pero de mis notas quisiera remarcar estos comentarios.

“Esta no ha sido la novela más difícil, no me ha costado más tiempo, no he tenido que viajar ni documentarme. He tardado lo que suelo tardar últimamente, seis años.”

“Tampoco me parece que esta sea mi novela más controvertida, aunque haya menciones a la política de mi país de nacimiento. La más controvertida, para mí, por el planteamiento y resolución es Príncipes del Maine, reyes de Nueva Inglaterra. Esa es una novela que cierra un círculo en la que se constatan muchas cuestiones sobre el sexo, con un final revelador. Empieza como acaba, es decir el mundo, al menos el de Estados Unidos, no cambia. No progresa.”

“Ha sido una idea concebida desde antes de empezar a escribir el hecho de que el protagonista de El último telesilla sea el único personaje heterosexual en una familia homosexual. Y no es casual que sea el que peor se comporta.”

“Me pregunta si mis referentes literarios son Charles Dickens y Herman Melville, sí claro, obviamente. Me he moldeado como escritor, voluntariamente, en base a su obra. Me gusta el siglo XIX para leer a sus escritores/as, es mi siglo favorito.

«Soy muy malo, pésimo, profetizando el futuro. Por eso, precisamente por eso, mi mundo es el pasado. No soy capaz de imaginar el futuro y soy feliz leyendo a los escritores del siglo XIX. Me gusta escribir “a la antigua”