John Banville: “La muerte me parece algo muy aburrido”

Publica en la editorial Alfaguara «Las Singularidades».

Texto: David Valiente  Foto: Asís G. Ayerbe

 

Entró en la cafetería del hotel Sardinero con lentitud y humildad. La mesa que lo separaba de su traductora no le impidió darle un cariñoso beso. Luego se dirigió a mí y estrechamos brevemente las manos. Su mano septuagenaria aún imprimía firmeza juvenil. Durante la conversación, John Banville se mostró como un hombre brillantemente contradictorio, y creo que era muy consciente de ello. En los primeros compases, hizo gala de una pulida discreción, incluso diría que en su fuero interno deseaba distanciarse de su interlocutor. Pero la plática siguió su rumbo, se tornó acogedora, John Banville mostró su mordacidad, su ironía, su infinita genialidad. Es un literato que acaba conquistándote hasta con sus prolongados silencios.

Quise saber si estaba cansado del atosigamiento periodístico, de nuestra petulancia: “Durante muchos años me ignorasteis, así que esto es mucho mejor. Además, cada conversación es un aprendizaje; no todas las personas tienen el privilegio de hablar con un desconocido y contarle tus penas. Por lo general, las personas que hacen esa labor cobran por horas. Se llaman psicólogos. Yo no requiero de esos servicios profesionales, os tengo a vosotros”

Banville ha visitado Madrid para promocionar su última novela publicada en la Editorial Alfaguara: Las Singularidades, un texto donde el autor recupera personajes de anteriores trabajos en una trama de enredos amorosos y reencuentros con el pasado. “Este libro resumen toda mi obra. Aunque algunas cosas son inventadas porque sigo sin poder releer mis libros”. Han transcurrido cincuenta años desde que Banville comenzara su carrera literaria. Desde entonces, los éxitos no han parado de caer del cielo, como un aguacero que llena los pantanos tras una sequía. Entre sus logros más destacados se puede citar el Premio Príncipe de Asturias, el Premio Booker o el Premio Franz Kafka. Sin embrago, las buenas críticas no han mermado ni un ápice su humildad y, lo que es más importante, su curiosidad. “Constantemente aprendemos los unos de los otros, incluso de la cosa más pequeña”. Recordó lo curiosa que era su mujer y como le decía: “Pobre de ti, naciste viejo”. “Siempre aprendemos algo nuevo. Mi amigo, el escritor Martin Amis, tituló una de sus novelas, Otra gente: una historia de misterio. Esas seis palabras resumen mi actitud ante la vida”.

Usted ha dicho que nunca más podría volver a escribir un libro como Las singularidades. ¿Qué tiene de especial este libro?

Las singularidades es el último libro que escribiré de este tipo, por eso lo remato con las palabras “un punto y final”. ¿Que por qué? Tengo setenta y siete años y he invertido siete años de mi vida en escribirlo. Me da miedo embarcarme en otro proyecto de la misma envergadura y no contar con el suficiente tiempo para terminarlo (¿Debo añadir algo más?). Creo que ya hice la obra de mi vida, todo lo que venga después no serán más que notas a pie de página de todo lo que he escrito desde los doce años. Quizá, haya escrito demasiados libros, pero me lo he pasado muy bien y me lo sigo pasando ahora que me encuentro enredado con una novela negra y con otro manuscrito que también comenzó siendo una novela negra pero que poco a poco mi mente ha ido ambientado en la Venecia del siglo XX. Aparte de la muerte, el aburrimiento es lo que más miedo me da.

Entonces, Bejamin Black no se jubila.

A Benjamin Black lo maté en el mundo angloparlante, solo vive en España, donde es muy conocido. Ahora mismo estará recorriendo alguna carretera española.

¿Por qué lo mató?

Soy incapaz de releer mis libros y necesitaba revisar uno de ellos para terminar su secuela. Entonces, en vez de leerlo, lo escuché por la noche en formato audiolibro. Me di cuenta de que no era tan malo, no tenía que avergonzarme. Así que lo maté.

Felix Mordaunt (pseudónimo de Freddie Montgomery), después de tres décadas encerrado, sale de prisión, pero siente que la libertad no resucita su espíritu; la misma apatía, el mismo tedio que lo embriagaban en el trullo le persiguen en la calle, ¿es problema de Felix o el mundo es así?

La vida está llena de tedio, en realidad, los momentos álgidos son escasos: no todos los días te enamoras de una chica ni ves morir a tu peor enemigo. Hay mucha ordinariez en el día a día, cosa que me gusta. Muchas veces leo las mini biografías de los autores que dicen cosas como: “le encanta ir a esquiar a los Andes” o “vive entre San Francisco y Londres”, y yo exclamo: “¡Guau, qué vida tan tediosa!” Se pasan la vida intentando escapar de ellos mismos. El pensador Blaise Pascal dijo una vez que muchos viajes no se harían si aprendiéramos a estar sentados tranquilamente en los salones. Eso hacemos los novelistas. El poeta inglés Philip Larkin comentó una vez que le encantaría visitar China si en el mismo día pudiera ir y volver. Desde joven tengo esa actitud respecto a los viajes y al movimiento; y sé que es complicado para mis seres queridos, cuando vamos de vacaciones soy muy aburrido, ellos proponen planes que me niego a secundar, solo les digo: “Id vosotros”.

De todos modos, Las singularidades es un mosaico de amor y deseo.

La amistad no va conmigo. ¡No la entiendo! Para mí solo existe el amor o la indiferencia. Conozco a personas que me pueden o no caer bien, con las que puedo o no mantener una conversación, pero nunca me siento cercano a ellas. A un amigo mío, al que conozco desde hace muchos años y con el que me reúno de vez en cuando, le dije un día: “si mañana te mueres, no me va importar”. Él lo sabía. Soy honesto. Mi esposa murió en 2021. Aún pienso en ella a todas horas y de vez en cuando derramo algunas lágrimas. Pero me pregunto: “¿Por quién estás llorando? ¿Por tu mujer fallecida o por ti?”. El ser humano es muy egoísta.

Un egoísmo que será nuestra perdición.

No lo creo. El instinto de autoconservación sigue siendo muy fuerte, seríamos capaces de cualquier cosa por mantenernos vivos. Mi mujer supo que le había llegado su hora. La noche previa a su muerte, me dijo: “No tengo miedo, he gozado de una buena vida”. Mi hijo quedó sorprendido, su madre antes de morir nos había regalado una lección muy bonita: no tener miedo a la muerte. Ella era muy valiente. En general, las mujeres son mucho más valientes que los hombres.

Y usted, ¿tiene miedo a la muerte?

Woody Allen dice: “No temo a la muerte, solo que no me gustaría estar allí cuando suceda”. No me importaría irme. Mucha gente especula con lo que sucederá después de su muerte, que si pasará esto, que si pasará lo otro o lo de más allá. Cuando mueran no ocurrirá nada, bueno sí… su tiempo llegará a su fin y dejarán de sufrir. A veces siento que me gustaría el descanso de la muerte, aunque es un descanso muy largo.

¿No tiene fe?

Claro que no. Fui educado en el catolicismo, pero de niño el cielo me causaba espanto. La idea de tener que ser bueno con gente buena toda una vida me parece terrorífica.

(Risas) ¡Qué raro! Es el infierno el que suele causar espanto.

¡Qué va! El infierno es lo más interesante, allí van personas interesantes, como esa adolescente que en el instituto se liaba con todos los chicos. En cambio, en el cielo se encuentra la profesora que solía tratarme mal en el colegio. No quiero que precisamente ella me dé la bienvenida y me condene a una eternidad de capones. No parece un proyecto muy alentador. Me resulta más convincente la visión de los antiguos griegos sobre la muerte: te conviertes en sombra, sin cielo y sin infierno.

Felix ha salido de la cárcel y ha comprobado que su entorno ha cambiado, no todo, pero sí algunas cosas importantes. ¿Cómo debe una persona afrontar los cambios?

Después de treinta años en la cárcel, contemplando el mismo paisaje que no cambia, sales al mundo y te das cuenta de que la vida ha seguido su curso. Ya no hay periódicos, ahora las personas se pasan las horas con la cara pegada a las pantallas del teléfono.  Un amigo mío posee una casa en el Mediterráneo. Un día unos conocidos suyos le visitaron. Por la mañana, a la hora del desayuno, reinaba un silencio sepulcral, todos estaban dándole a la tecla del móvil. Entonces, mi amigo y propietario del piso quiso terminar con el mutismo de sus visitantes. Apagó internet. Al principio fue incómodo, pero, poco a poco, las palabras empezaron a surgir. La conversación es uno de los mayores placeres de la vida. Es cierto que muchas personas dicen tonterías, pero hasta esa basura de frases pueden ser  entretenidas. Las conversaciones son el escenario prefecto para iniciar una amistad, la gente no para de sorprendernos. Estuve con mi esposa durante cincuenta años y nunca dejó de sorprenderme. Un día, hablábamos de un vecino y de repente me soltó: “creo que ese hombre es un sátiro”, y yo le contesté: “¿Cómo sabes eso?” Nunca dejaba de sorprenderme. No creo que existan personas ordinarias, todas tienen algo de extraordinario que se suma a las continuas sorpresas que nos da la vida. Por eso no quiero morirme, la muerte me parece algo muy aburrido. Resido en un lugar tranquilo, pero hace unos años tenía un apartamento, donde trabajaba, en el centro de la ciudad. En ese complejo de apartamentos convivían trabajadores inmigrantes de diferentes partes del mundo que habían venido a Irlanda atraídos por el boom económico de los noventa. Un día, estaba trabajando y oí unos ruidos, me asomé a la ventana y vi a unos niños jugando. Me quedé toda una hora observándolos, la imagen me pareció maravillosa. Los niños habían conformado una minisociedad y habían desarrollado una especie de esperanto para comunicarse. Algunos se enamoraban, otros rivalizaban, se creaban facciones. Me encantaba escuchar sus voces mientras escribía, es más, por aquel entonces estaba trabajando en Los infinitos, y cuando terminé, me di cuenta de que las voces de mi novela eran las de los niños. Me causó mucho placer esa etapa. No creo que pudiera vivir sin el maravilloso sonido humano.

¿Qué haría la última noche de su vida?

Escribir una novela a toda velocidad. Ahora en serio, probablemente no haría nada. Durante la crisis de los misiles del año 1962, el ambiente era muy peligroso, pero lo vivimos con mucha laxitud: había probabilidades de desaparecer de la faz de la tierra, pero no hicimos nada. Hay obras artísticas que nos muestran que al final de una vida buscamos hacer una bacanal. No creo en eso. Constantemente nos engañan haciéndonos creer que mañana encontraremos a la mujer de nuestros sueños o que un cheque nos sacará del atolladero económico en el que estamos sumergidos, pero la realidad es que la vida sigue, sin más. Y eso está muy bien. Mi pobre hermano murió cuatro meses después que mi mujer. Él era ocho años mayor que yo. Sufrió durante dos décadas una depresión muy mala. Yo le preguntaba constantemente por su estado de salud, y él me contestaba: “Tengo días buenos y días malos, pero mis días buenos para ti serían malos, y mis días malos son indescriptibles”. Le insté para que intentara describírmelos y me dijo: “En los días malos, el mundo no tiene color, todo es gris”. ¿Se pude imaginar algo así?

¿Su literatura le ayuda a entender el mundo que le rodea?

No me ayuda a entender el mundo. Las palabras se asemejan al filtro de las máquinas de café. En mi caso,  procesa todas las incoherencias de la realidad  y me da un bálsamo en forma de novelas. De algún modo, recreo mi concepción del mundo. Con esto no digo que entienda la realidad, aunque verdaderamente no hay mucho que entender. Quizá, por eso, la humanidad ha inventado las religiones para encontrar significados a un mundo que presuponen está plagado de secretos. Queremos más de lo que poseemos. Sin embargo, ¡mire el mundo! La gente a través del movimiento ha construido este escenario gigante, donde los árboles miran a otro lado para no avergonzarse de nosotros, los ríos huyen constantemente de nuestra presencia y las nubes navegan con indiferencia por el inmenso cielo, cargadas con la misma cantidad de energía que alberga una bomba atómica. Imagínese por un momento que viene de otro planeta y recala en Madrid. Madrid, un día como hoy, con un cielo azul, y, de pronto, se traslada  a Irlanda, con una masa grisácea que cubre la atmósfera hasta el horizonte, que bien podría ser el humo de una guerra. Pero alguien le dice que no se está produciendo ninguna batalla, sino que las nubes son el resultado de la condensación del agua del mar. Seguramente diría: “¡Venga ya! No seas estúpido y ridículo”. Un amigo mío descubrió hace muy poco cómo se forman las nubes y fue gracias a un libro de geografía infantil. ¿A qué es muy hermoso?

Hago esta pregunta desde mi bisoñez: usted ha ganado multitud de premios, algunos de ellos muy importantes, sus libros han sido traducidos a muchos idiomas, ha vendido millones de ejemplares alrededor del mundo y cada vez que llaga a una ciudad la prensa le acosa, ¿cómo se vive eso?

Tu pregunta la voy a ilustrar con una anécdota. Hace años, un programa alemán con mucha audiencia habló de uno de mis libros. A la mañana siguiente, vendí 20.000 ejemplares. Por esta hazaña, la editorial alemana me invitó a la Feria del Libro de Frankfurt. Ir es una experiencia muy interesante, es como si a las prostitutas las invitaran a una convención de prostitución, da igual a dónde dirijas tu mirada, solo verás horrores. Me coloqué en mi stand y comenzaron los destellos (en esa época las cámaras fotográficas aún eran con flash). Me giré para ver si había algún famoso detrás, pero no, los focos de las cámaras iban dirigidos hacia mi persona. Olvidé el pequeño éxito que tuve. Así me siento siempre.