Javier Puga Llopis: “La Primavera Árabe es una causa indirecta de la guerra civil en Yemen”
El diplomático y escritor Javier Puga publica «Arabia feliz» (RBA).
Texto: David VALIENTE
“Le voy a decir algo que sonará un poco exótico: aunque no lo pueda comprobar, creo que en alguna de mis vidas pasadas estuve vinculado a algún país musulmán, porque me sucede en todas las patrias donde la religión de Mahoma ha dejado huella, desde Marruecos a Pakistán, y, en especial, en aquellas bañadas por el desierto. También influye el hecho de que mi cuerpo se adapte mejor a climas cálidos y secos”, responde el diplomático y escritor Javier Puga Llopis, a través de la pantalla del teléfono móvil, cuando le pregunto por qué siente esa conexión tan especial con el islam y las mezquitas.
Coincidencia feliz: en los inicios de su carrera diplomática, tras pasar cuatro meses en Bolivia, lo destinaron a Yemen, país que cumple las características arriba descritas. Desde que comenzara la guerra entre Israel y Hamás, Yemen ocupa los principales titulares de la prensa, bien por sus ataques a barcos mercantes y militares o bien por los bombardeos estadounidenses y británicos, en respuesta a lo que ambos entienden es una agresión a la libertad de movimiento y al comercio internacional. Sin embargo, el libro de Javier, Arabia feliz (RBA), ahonda en un escenario muy diferente: sus cuatro años, desde 2008 hasta el 2012, sirviendo en la embajada española. Como él mismo explicita en el prólogo, su libro “no busca ser un diario, ni unas memorias siquiera parciales de una etapa importante de mi vida. Sin embargo, sin serlo, lo son en cierto modo, pues contienen vivencias y anécdotas por mí experimentadas en los cuatro años que pasé en Yemen”.
“Se compara a Yemen con Arabia Saudí, pero la realidad es que el primero es menos ortodoxo que el segundo. En Yemen, experimentas una curiosa mezcla de caos y orden en un país que a ratos crees estar viajando en el siglo XVI y en otros no haber abandonado el siglo XXI. Sus gentes aparentan rudeza, pero, al tratar con ellas, muestran mucha amabilidad y cariño”. En suma, “el Yemen que yo conocí se caracterizaba por su excentricidad, su exotismo y su peculiaridad; no puedo negar que me produjo un fuerte impacto emocional”.
Javier estudió derecho en Barcelona y después realizó las oposiciones para servir en el cuerpo diplomático. Define ese tiempo preparando los exámenes como “un paréntesis en la vida”; un alto en la senda de la juventud que mereció la pena recorrer: “Me siento un privilegiado porque tengo un trabajo interesante de por vida y sirvo a mi país. Vivo en otros lugares del mundo y me pagan por ello”. Cuando un diplomático llega a su nuevo destino no lo hace como un turista más, “entras directamente a conocer los lugares más interesantes. También los puedes descubrir por ti mismo, pues siempre te van a facilitar la exploración (eso sí, sin extralimitaciones indebidas)”.
En la actualidad, Javier desempeña el papel de Consejero Político en la embajada española de Francia. “A menudo, la gente no comprende la labor de un diplomático, y lo comprendo porque no es sencillo. De hecho, yo tengo amigos de toda la vida que piensan que soy un espía y que trabajo para el CNI”, dice Javier, que aclara un poco de qué va el asunto: “El campo de la diplomacia es muy amplio, hay subfunciones o, incluso diría, subprofesiones; aunque existen rasgos comunes, no es lo mismo ser destinado de Consejero Político a una gran embajada a que lo hagan de cónsul en un sitio selvático y duro, donde debes lidiar con casos particulares de, por ejemplo, gente que pide visados o españoles que se han perdido por la jungla. Tampoco la actividad de España es la misma en un país en crecimiento que en uno como Yemen, donde los intereses económicos son más limitados y el cuerpo diplomático tiene la misión de apoyar al gobierno de la región”.
¿Usted diría que Yemen es un país atractivo para un diplomático que quiere hacer carrera?
Para nada. A Saná, la capital, iban destinados dos diplomáticos: el embajador, que siempre era su primer destino con ese cargo, y el segundo, que, por regla general, era un diplomático de primer año. Los sitios difíciles no suelen ser los más solicitados (por razones obvias), lo que no quiere decir que no sean los más interesantes.
Claro, ¿aprendes mucho en un destino así?
Y vives cosas que, a veces, te permiten escribir un libro.
Cuando se enteró de que su siguiente destino iba a ser Yemen, imagino que tendría una imagen previa. Una vez pudo comprobar de qué iba el percal, ¿se podría decir que acertó?
Tenía una imagen de muchos países, pero de Yemen, precisamente, no. Sabía situarlo en el mapa y contaba con algunas pinceladas superficiales de información que me daba un compañero que era amiga de mi predecesora en Yemen; pero en mi mente aún no había formulado una imagen topográfica y sociológica profunda. En este sentido, llegué virgen a mi destino yemení, lo cual está muy bien, porque recibes muchas sorpresas.
¿Cómo era ese Yemen que usted vivió antes de la guerra civil?
Aquí debemos distinguir dos etapas: la primera que va desde 2008 a 2011 y la segunda que comprende de 2011 hasta el final de mi cargo en 2012. Esa primera etapa se caracterizó por cierta tensión manejable; Al Qaeda ya estaba asentada en la región y habían establecido su base en Yemen, empujados por los saudíes, que no permitieron que su reino se convirtiera en el centro de operaciones del grupo terrorista. Saná no tenía la capacidad de sus vecinos del norte para repelerlos y, quizá, al presidente Alí Abdalá Saleh tampoco le interesaba mucho, así podía seguir recibiendo el dinero que Estados Unidos le daba para mantener la seguridad en la región (pero no tengo pruebas para demostrarlo). Esos tres años no puedo decir que no fueran plácidos, aunque debí adaptarme a un lugar peligroso, con una sensación continua de seguridad relativa o inseguridad controlada. En 2011 estalló la Primavera Árabe y la sensación de inseguridad se generalizó, aunque dentro de la comunidad de expatriados no cundía demasiado el nerviosismo, la revolución no era contra los occidentales asentados en el país, sino contra el jefe de Estados, que en el caso concreto de Yemen sigo sosteniendo que no era un dictador. Lo que más llama la atención de esos periodos convulsos son los impasses de calma que no duraban mucho, tal vez días u horas, y generaban muchísima ansiedad. Personalmente, prefiero vivir el momento convulso y que llegue la tranquilidad definitiva. En Yemen aprendí a reaccionar rápido por las exigencias del guion, y, no se lo voy a negar, viví momentos complicados.
Al principio decía que Yemen y Arabia Saudí no son iguales, pero creo que aquí identificamos a los dos países como un bloque homogéneo. Sin embargo, en Yemen, había algo así como una libertad de culto…
Oficialmente, no; oficiosamente, sí. Yemen era una república y no una teocracia como sus vecinos. Es un país islámico, pero en la zona sur hubo un gobierno comunista que rompió con el escenario político de los años 60, cuando gobernaba un monarca-imán. Quizá, si Saleh no procediera de esa línea de generales comunistas en consonancia con el nasserismo de los años 50, la veleidad teocrática nunca se hubiera aplacado. Curiosamente, y salvo Irán, las repúblicas del Próximo Oriente no son teocracias, tendrán regímenes más o menos dictatoriales, o más o menos democráticos, pero no son teocracias.
Me resulta muy interesante la relación histórico-cultural que refleja entre Yemen y España. ¿Los yemeníes, digamos, sienten algo así como una especial simpatía por nuestro país?
España no les es del todo desconocida; a los jóvenes más por el tema futbolero y a las personas de cierta edad por el encuentro entre las dos tierras que se produjo en el siglo VIII. Tanto los yemeníes como los ciudadanos de otros países árabes se sienten muy identificados con nuestro país, aunque no son tontos y, por supuesto, aspiran a emigrar a Reino Unido o Alemania, donde los sueldos son más elevados. Sin embargo, España les resuena sentimentalmente. De hecho, ser español es una tarjeta de visita fantástica, por lo general nuestro país no genera antipatías porque no tenemos grandes rencillas históricas, hasta en las excolonias con las que mantenemos una relación ambivalente de amor-odio, me he sentido muy apreciado por ser español.
¿Sigo sin entender por qué en 2008 la noticia que dio una periodista de que España iba a cerrar la embajada en Yemen tras el atentado a la embajada de Estados Unidos causó tanto ruido mediático, además a nivel internacional?
Me hago el mismo interrogante. Desde entonces me pregunto cómo gente polémica de verdad puede dormir por las noches, en mi caso no era ni protagonista ni especial culpable y lo pase fatal. Creo que varios factores coincidieron en la coctelera del destino: en el día no se produjeron grandes noticias, el atentado de la embajada de Estados Unidos estaba muy reciente y, además, a los españoles ya nos sonaba Yemen del atentado de 2007 que costó la vida a varios turistas españoles. Si a esto, añades a la coctelera palabras como ‘embajada’ o ‘cierre’ y lo agitas a ritmo sesgado, el resultado no es otra cosa que una noticia de rápida viralización. Lo que sigo sin entender es por qué generó tanto revuelo en países que ni siquiera disponían de una representación en Yemen. Me llegaron a llamar de una radio Serbia.
¿Cómo lo vivió?
Con bastante ansiedad. Me quedé en la oficina atendiendo a un teléfono que no dejaba de sonar. Consiguieron que en el telediario de las tres se diera la noticia de cómo había sucedido de verdad, aunque esto no hizo que el teléfono dejara de sonar durante toda la jornada. Por suerte, no se trató de una situación complicada, más bien de la confusión interesada (vamos a llamarlo así) de una periodista que no escuchó lo que le dije. De estos malos ratos, aprendes. Supongo que en un futuro no volveré a cometer un error similar, aunque dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
¿Hubo rapapolvo…?
Bueno… Cuando llamaron de la subsecretaria del ministerio y de la oficina de prensa, contentos no se mostraron. Reconozco que tengo parte de culpa por haber hablado con la periodista que quería generar interés mediático. Por otro lado, si no querían generar una crisis, que no hubieran dejado a un diplomático de primer año encargado de una embajada. Como servicio militar es un destino fantástico. A los cuatro o cinco días de haber llegado me pidieron que dirigiera la embajada, obligándome a aprender sobre la marcha muchas cosas que yo no sabía.
Cuando comenzó la Primavera Árabe, ¿los expatriados allí se podían imaginar que iba a derivar en una guerra civil?
Estamos hablando de acontecimientos distintos. En cierto modo, la guerra civil en Yemen es una consecuencia indirecta de la Primavera Árabe, pero no directa. La simiente del conflicto es la deposición de Alí Abdalá Saleh y el nombramiento en su puesto de su segundo de abordo en el Gobierno, Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. El vicepresidente no contaba ni con el poder ni con la influencia de su predecesor. El Gobierno mantuvo seis guerras cortas, territoriales y tribales con los hutíes, que vieron en la caída de Saleh la oportunidad perfecta para hacerse con la capital situada a 200 kilómetros de su territorio. De hecho, también aprovecharon que el ejército no estaba pasando por su mejor momento, pues el nuevo mariscal, aun perteneciendo al escalafón militar, no contaba con la capacidad de sus predecesores, familiares de Saleh, para influir en los territorios del norte. Desde que tomara el poder Hadi en 2012 solo disfrutó de dos años regulares, a partir del 2014 la situación se le escapó de las manos, no solo por sus errores, más bien fue el resultado de una concatenación de factores. Y los hutíes supieron sacar ventaja de las desventajas del Gobierno yemení. En la actualidad, se oye mucho hablar de la vinculación de los hutíes con Irán. Yo sostengo que en 2014 Irán no puso ni un rial sobre la mesa hutí, sino que el grupo tribal asaltó el poder de motu propio. La guerra estalló cuando Irán comenzó a tener presencia en Yemen, por supuesto, Riad no iba a permitir que en su patio trasero camparan a sus anchas sus enemigos regionales. Con Saleh, Estados Unidos y Arabia Saudí gestionaban la seguridad aportando financiación a las arcas del Estado yemení; sin embargo, todo saltó por los aires cuando a voluntad de Washington, Riad y Bruselas Saleh abandonó el poder. Quizá la persona que lo sustituyó sea más maleable, pero Hadi no contaba con la capacidad suficiente para mantener a raya las tensiones del país. Por eso aseguro que la Primavera Árabe es una causa indirecta de la guerra civil yemení porque durante las protestas se depuso a Saleh.
Por lo que deduzco de sus palabras, usted es crítico con la comunidad internacional.
Sí, lo soy. Ya sé que no soy nadie y resulta fácil hacer análisis a posteriori, pero viví la transición en primera persona y junto a otros compañeros defendemos que lo que sucedió no fue lo más acertado. Por aquel entonces, los diplomáticos estaban divididos entre quienes querían ver un cambio de aire y que Saleh dejara el gobierno (una esperanza legítima porque llevaba en el cargo desde 1978) y quienes no lo veían como una opción acertada. En Yemen, se jugó a aprendiz de brujo, pero el experimento no se realizó con gaseosa. El escenario resultó peor porque lo que vino después, la asunción de Hadi, no era tan sólido como se esperaba, además si hubiera sido verdaderamente consistente, no se hubiera necesitado esa transición, con el tiempo se hubiera impuesto de una forma natural. Estos king makers disfrutaron más el hecho de colocar en el poder a ‘su hijo de puta’ y se olvidaron de medir las consecuencias que podría acarrear con el tiempo. Se percibe una cierta frivolidad y narcisismo cuando se creen que su cambio va a ser mejor porque se creen lo no va más.
Cuando estalló la Primavera Árabe en Yemen y cerrasteis la embajada por un tiempo, usted visitó Egipto, ¿qué le pareció allí la revolución?
No viví las grandes protestas que derrocaron a Hosni Mubarak; pero la gente seguía en la calle, era ese momento interregno entre la caída del gobernante y la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes. El vacío de poder empujó a los jóvenes a seguir movilizándose porque percibían que les estaban robando la revolución y a los salafistas a levantar la voz. Por su parte, los Hermanos Musulmanes se veían con todo bajo control y victoriosos por eso cejaron en sus reivindicaciones. Por lo común, la gente cree que los Hermanos Musulmanes y los grupos salafistas eran aliados. Esta imagen no tiene nada de real, ambos son suníes e islamistas, pero los Hermanos Musulmanes estaban aliados con el poder y mostraban sintonía con Catar y Turquía, mientras los salafistas se veían reflejados en Arabia Saudí.
¿Qué sintió cuando en 2012 abandonó Yemen?
Mucha tristeza. Me fui dejando a muchos amigos. Asimismo, el propio hecho de marcharme de un país peor al que me encontré cuatro años antes me produjo mucho pesar. No quiero parecer egocéntrico y, desde luego, mis actos no hubieran podido cambiar en nada el devenir de la historia, pero nunca dejas de pensar que al llegar a un país como Yemen en calidad de diplomático tienes la obligación de hacer que tu embajada marque la diferencia; es una obligación moral que el país que abandonas sea mejor que el país que encontraste al llegar. Pero, por desgracia, no fue así, incluso diría que fue lo contrario. Tuve la misma sensación que Lawrence de Arabia experimentó cuando sus mandos le dijeron que no iban a cumplir la promesa de dar a los autóctonos una patria árabe; sentí que les había traicionado y que nos marchábamos de un país que quedaba hecho trizas. Pese a que no era nuestra responsabilidad, uno no deja de preguntarse si podría haber hecho algo más, la sensación es de fracaso, sobre todo con la gente que trabajaba en la embajada, a la que no pudimos ayudar en su totalidad, se prestó servicio a unos cuantos, pero no a todos. La imagen era parecida a la de Afganistán, menos espectacular, dramática y por una simiente diferente: el avión debía partir, dejando gente en tierra. De todos modos, la misión no terminó conmigo, hubo otros dos diplomáticos más que lo pasaron aún peor si cabe. Por otro lado, tengo una visión determinista y fatalista de parte de la historia, es decir, hay fenómenos que superan la capacidad de actuación humana, aunque hay otros fenómenos de menor dimensión que sí podemos manejar.
¿Qué opinión tiene de los ataques iniciados por Estados Unidos y Reino Unido a los hutíes de Yemen?
No creo que una acción ofensiva que generé mayor inestabilidad en un país ya de por sí inestable sea una opción acertada. Dicho esto, también entiendo la postura de los estadounidenses y británicos que pretenden preservar unos intereses relacionados con el comercio internacional y en el caso más concreto de Washington con el apoyo que está proporcionando a Israel y la ‘guerra proxy’, que no directa, que mantiene con Irán. Como aliados de Teherán, a los Estados Unidos les conviene enfrentarse a los hutíes antes que a otros grupos, también próximos a Irán, como Hizbulá, que es un adversario temible. En cuanto a si habrá consecuencias positivas; soy escéptico. A los hutíes les viene muy bien salir en los medios de comunicación, les da protagonismo y les sitúa en el mapa. Los ataques están siendo quirúrgicos y, por lo que parece, afortunadamente, no producen grandes efectos colaterales en la población civil; el escenario contrario me preocuparía mucho. Puedo llegar a comprender las acciones ofensivas hacia grupos armados, aunque lo ideal sería que las diferencias se solucionaran mediante la diplomacia, que para eso estamos.