Iñaki Tofiño: “España tiene responsabilidades sobre Guinea Ecuatorial”
Entre 1778 y 1968 Guinea Ecuatorial formó parte del reino español. El historiador Iñaki Tofiño estudia en “Guinea. El delirio colonial de España” la literatura colonial nacida de esos 200 años de la historia de España oculta y desconocida.
Texto: David VALIENTE
La historia detrás del libro de Iñaki Tofiño, Guinea. El delirio colonial de España (Ediciones Bellaterra), es muy larga. Todo comenzó cuando en el año 1998 se mudó a Nueva York por motivos personales. Acababa de terminar la licenciatura y accedió a los estudios de doctorado en una universidad americana: “Matricularse para un doctorado allí es más complicado que en España. Tuve que presentar una carta de mis motivaciones y una pequeña selección del tema que iba a trabajar”, nos comenta Iñaki Tofiño. “Busqué un tema poco trillado y relativamente fácil, y ya que venía de cursar estudios de traducción y postcoloniales, se me ocurrió investigar sobre el corpus literario guineano porque pensé que era bastante limitado… Me equivoqué”, dice entre risas el autor. Por circunstancias personales (otra vez) regresó a España en 2002 con tan solo los cursos de predoctorado finalizados. “Una vez en Barcelona, llamé a las puertas de todo el mundo a ver si alguien me quería”. María José Vega, especialista en el Renacimiento y escritora de Imperios de papel: introducción a la crítica postcolonial, el único manual en castellano sobre teoría postcolonial, le quiso. “Resulta curioso el tándem que resultó: una especialista en el Renacimiento, obligada a estudiar algo contemporáneo para conseguir fondos, trabajando con un recién llegado de Estados Unidos interesado en Guinea”.
Iñaki comenta que para investigar “necesitas sobre todo tiempo para pensar”. Ha leído mucho, pero verdaderamente solo se ha dedicado a reflexionar estos tres últimos años. Su libro, por lo tanto, es el resultado de muchos años de lectura y de tres años de un discurrir incesante de ideas sobre el papel. “Me di cuenta de que nadie se había adentrado en lo que había antes de que llegaran los colonizadores a Guinea, y es algo que necesitamos determinar por el auge de la extrema derecha en España”. Iñaki critica algunos textos como Imperofobia de Elvira Roca Barea (y otros similares) que, bajo su parecer, “exaltan el pasado colonial español, a diferencia de lo que ocurre en el resto de Europa, donde se cuestiona”.
En su libro, Iñaki realiza una genealogía del discurso colonial: “Lo titulo como delirio porque describo el empleo de los estereotipos y la falta de análisis a unas categorías mentales perpetuadas durante 300 años que no encajan con la realidad de Guinea Ecuatorial”.
- Entonces, ¿en España seguimos añorando el imperio colonial?
(Risas). Yo creo que sí. Palmeras en la nieve, un libro vendido como churros y después llevado al cine, es un buen ejemplo de ello. Si miramos el esquema del investigador portugués, Manuel Ferreira, hay una serie de elementos que no han cambiado. Uno de ellos es la permanencia del blanco en el rol de héroe. La retórica empleada en la novela no se puede comparar a esa añoranza insípida de Vox, pero da la sensación de que recurre a la idealización empleada por Memorias de África, es decir, el continente es un remanso de paz, donde se puede vivir feliz. Es cierto que Palmeras en la nieve problematiza algunos temas, pero no deja de idealizar ese pasado; además, el hecho de que la edite una editorial importante, se venda bien y luego se haya hecho una película con actores famosos, muestra una nostalgia velada. Describe la colonia como aquel lugar de paz y progreso inmune a la pobreza, las guerras, las epidemias… Esto tiene sentido si lo dicen los colonos porque ellos, por muy parias que fueran en la península, se convertían en los reyes del mambo en las colonias, pero que exista un discurso guineano que recuerde con ternura y cariño la colonia solo se entiende dentro del fuerte cambio político social que han experimentado desde el 1968: pasaron de ser ciudadanos de segunda a vivir coartados en dos sangrientas dictaduras. Puedo entender que los guineanos sientan añoranza por un espacio que les ofreció asistencia sanitaria y educación, pero si la situación ahora es mala, antes era muy mala.
- ¿Los lectores no pueden buscar solo el valor estético de la obra?
Tal vez. Pero, ¿por qué los europeos leemos literatura africana? Yo distingo entre dos tipos de lector: está el que busca la situación extraña, por un lado, y el que se encuentra a gusto en la nostalgia tierna, por el otro. El primer tipo se sumerge en los mundos exóticos, no quiere sentirse en Getafe, sino en Tombuctú y lee a los escritores por todos conocidos. En cambio, el segundo tipo, pretende hallar una versión acrítica de la historia. Estos lectores se sienten cómodos leyendo una especie de Cuéntame africano, donde resaltan lo idílico de una época, obviando lo puteados que estaban los africanos. La propia ternura que emana impide un discurso crítico y quien se atreve a hacerlo es tachado de aguafiestas. Por ejemplo, los Conguitos: ya sé que apelan a la infancia, a cuando íbamos en bicicleta sin cascos, pero si uno analiza el anuncio con cabeza fría, se dará cuenta de que en realidad se come a un señor africano además caricaturizado. El problema es que estamos inmersos en una batalla cultural.
- ¿Y la izquierda está perdiendo esa batalla?
En este asunto soy pesimista. Creo que sí. Vox es una máquina en cuestiones de marketing y eso da mucho miedo. La izquierda está acostumbrada a criticar y, como demuestra Pedro Batalla en su libro Los nuevos odres del nacionalismo español, no va más allá, es incapaz de generar un discurso cultural alternativo que aglutine a la masa. El discurso de la extrema derecha es muy sutil y lo podemos encontrar en libros, videojuegos… Cuando escucho hablar de la invasión musulmana, me pregunto: ¿qué hicieron los romanos y los visigodos? ¿Acaso no conquistaron también? Démonos cuenta que este discurso ha determinado nuestra genealogía cultural, nos hemos habituado a él. Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, publicado a finales del siglo XIX, ya recoge muchas de las imágenes preconcebidas que tenemos de nuestro mundo: que si los herejes cristianos, que si los conversos al islam, que si los protestantes del Renacimiento. En 4.000 páginas, este talibán católico vomita toda su bilis contra los personajes de la historia que le caían mal o se escapaban de lo establecido en su discurso.
- Bueno… ¿la izquierda no intenta crear una alternativa?
En su tiempo, por poner un ejemplo, Juan Goytisolo editó la obra de José Blanco White y la presentó como una alternativa al discurso rancio de Menéndez Pelayo. No obstante, a la incapacidad de los pensadores de izquierda de crear un discurso atractivo para la sociedad, se suma el problema de los rojipardos. Ana Iris Simón publica Feria, un caramelo envenenado, porque describe un ambiente idílico, rematado de frases terroríficas. La invitan a la Moncloa a decir las barbaridades que dijo, y todo el mundo se quedó tranquilo. Pues no vamos bien. La izquierda debe crear productos culturales alternativos que no sean un ensayo de 300 páginas.
- La izquierda tiene su atolón en el ambiente académico.
El discurso académico de la izquierda va por un lado y el social por el otro. No podemos poner una pistola en la cabeza al académico y obligarle a escribir una novela atractiva que además cuestione el discurso opuesto. Los académicos de izquierda no se mueven muy bien por el mercado mayoritario, esa es la verdad.
- ¿Crees que los políticos de izquierda están verdaderamente comprometidos en crear un discurso social alternativo?
No lo creo. Pablo Iglesias es académicamente muy potente, se metió en política y le hubiera salido bien la cosa si no se hubiera convertido en un mesías; el mesianismo, por lo general, no agrada a la gente. La izquierda mantiene la mentalidad que tuvo en época franquista: en la oposición se vivía mejor. Criticar es muy fácil, pero crear es una tarea complicada.
El colonialismo cuestionado desde la literatura
“El problema, en España, con los estudios coloniales de literatura es que tradicionalmente han sido asociados en exclusiva a la literatura americana previa a la independencia”, señala Iñaki Tofiño. Los manuales de literatura recogen una clasificación muy elemental: “todo lo que ha sido producido en la época colonial es literatura colonialista o colonial y la que se ha publicado cuando los países se han independizado se entiende como literatura nacional”. Sin embargo, esta clasificación cronológica no abarca la complejidad del asunto y nos obliga a determinar de qué región hablamos en el momento del estudio, ya que la literatura colonial americana absorbe el resto de particularismos regionales: “Si hablo de literatura colonial, inmediatamente pensamos en Latinoamérica y nos olvidamos que Guinea Ecuatorial o Filipinas tienen su propia literatura colonial”, explica el autor.
Por otro lado, “¿se puede hablar de literatura colonial o colonialista después de la independencia?”, pregunta Tofiño. La respuesta es sí, si dejamos a un lado el marco geográfico y nos centramos en los elementos cualitativos de las novelas: “En el caso de Guinea Ecuatorial se produce mucha más novela sobre la colonia tras la independencia en 1968, sobre todo, a partir de los años 90. ¿Qué hacemos con todo ese corpus novelístico que además es superior al que se produjo durante la colonización?”.
Por lo completo de su metodología, Iñaki Tofiño aprecia el trabajo realizado por el académico portugués, Manuel Ferreira, quien categorizó los elementos de la novela colonial, los esquematizó y procedió a su posterior comparación con las categorías de otras novelas: “El héroe, según lo establecido por Manuel, en la literatura colonial siempre resulta ser el Blanco, mientras el malo es representado con piel oscura. En este discurso, el hombre blanco pretende perpetuar lo colonial, ese espacio idílico, y el negro como buen villano intenta por todos los medios que eso no ocurra. En la literatura postcolonial se invierten los papeles y el blanco colonizador quiere acabar con las ansias de libertad de los colonizados negros, que luchan con todas sus fuerzas para impedirlo”. Iñaki considera que muchas de las novelas publicadas tras la independencia en Guinea Ecuatorial cumplen con las categorías colonialistas estudiadas y simplificadas por Manuel Ferreira.
No obstante, Tofiño tiene en cuenta la distinción entre autores blancos y autores negros empleada en estos estudios y considera que mucha de la literatura se clasifica mal a causa de tomar como categoría discriminante el color de la piel, es decir, “una persona blanca que escribe con los preceptos postcoloniales, su obra debe encuadrase dentro de la categoría postcolonial, por mucho que su piel no sea negra”, advierte.
- ¿La definición de literatura colonial está muy influenciada por la definición de literatura africana? Una vez entrevisté a Donato Ndongo y me definió la literatura africana como “la literatura escrita por africanos sobre temas africanos”.
En mi libro polemizo con Donato a tenor de una publicación que él hizo en 1984, Antología de la literatura guineana, donde explica el criterio empleado para incluir o excluir a un autor de la recopilación. Donato dice claramente que ha descartado a todos los autores europeos, es decir, a los autores blancos. Discrepo, al igual que otra mucha gente. En Sudáfrica, donde una parte de la población es blanca, se ha reflexionado sobre este tema. No se puede obviar a los blancos porque el origen de su asentamiento en el país sea terrible. En la literatura guineana, la distinción entre negros y blancos resulta innecesaria, ya que había escritores negros ensalzando las virtudes del colonialismo y autores blancos, pocos, criticándolas.
A Iñaki le resulta curioso que los lectores españoles lean a autores africanos sin ninguna vinculación con el español ni Guinea: “Así no se cuestionan el pasado colonial”. Aunque no deja de reconocer que “la literatura no cumple unos estándares de calidad. En mi caso, he tenido que leer muchos libros muy malos de autores guineanos”.
- Resulta curioso que de todos los académicos que usted cita, el único guineano sea Donato.
De hecho, prácticamente, él es el único que ha reflexionado sobre su literatura junto a José Fernando Siale. La vida intelectual es muy precaria en Guinea Ecuatorial. El dictador Francisco Macias Nguema generó un discurso, una mezcla de Hitler y Franco con aspectos nativistas. La UNED intentó abrir una sede y tiene su propia universidad, la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial, pero bajo el control del actual régimen. En Guinea Ecuatorial no se puede reflexionar, los autores lo hacen desde Europa.
Entre los muchos nombres que recoge Tofiño, es especialmente crítico con uno: Edward W. Said. El erudito y activista palestino envejece muy mal y muestra de ello son las críticas contundentes que recibe por parte de todo el espectro político. “A parte del punto mesiánico, que Said tuvo, y la envidia que suscita por lo profundo de su pensamiento, pues, aun con toda la crítica hoy vertida sobre su figura, su libro, Orientalismo, cambió radicalmente la manera de ver Oriente y Occidente”, las críticas expuestas por Tofiño pasan por la categorización unívoca de todos los escenarios imperiales y coloniales: “El discurso de Said se suscribe a la perfección en el imperio francés y británico, pero no es aplicable al caso español o portugués. Ahí, a Said le faltó modestia”. Dentro de las generalizaciones del autor palestino, es importante mencionar la imagen que creó de Europa: “Por supuesto, que cuando Europa se acerca al islam crea de este un arquetipo, pero él comete el mismo ‘pecado’ al describir a Europa como un ente unitario porque no está teniendo en cuenta que cada imperio tiene una manera particular de relacionarse con el islam”, explica. De todos modos, la lectura de Said no ayudará a la persona que desee entender el colonialismo guineano.
- España tiene su orientalismo particular; Europa nos considera heredera del norte de África y no del Imperio romano, ¿cómo nos afecta esto?
El descubrimiento de España: Mito romántico e identidad nacional de Xavier Andreu Millares nos enseña cómo se ve España desde fuera, especialmente desde la perspectiva de nuestro vecino galo. Los franceses y los británicos viajaron al norte de África y al Próximo Oriente y trasmitieron un arquetipo a través de sus novelas, memorias, acuarelas… Esta visión se impregnó en los futuros viajeros que eligieron, en vez del Oriente y África, hacer el Gran Tour por Europa. Lo que vieron en Italia encajaba con la idea de una Europa construida sobre las vías del Imperio romano. Pero llegaron a España, a la parte sur, y vieron esos edificios medio derruidos e idénticos a los descritos por sus compatriotas y aventureros del norte de África. ¿Qué cree que pensaron? Sus descripciones de España se aproximaban más a lo que reflejaban los textos y acuarelas del norte de África que a lo que vieron en Italia. De todos modos, el colonialismo español se sirvió de este “estatus especial” para justificar sus actos en sus colonias: en realidad, bajo su perspectiva, volvían a unificar un territorio desunido por los avatares de la historia. Quizá alguien pueda comprar este discurso en lo referente al Sáhara. Sin embargo, Guinea Ecuatorial ni por asomo responde a estas categorías.
- ¿Para entender España indefectiblemente hay que conocer y analizar la historia colonial?
En el libro lo digo: no se puede entender la historia de Europa (mucho menos la de España) sin adentrarse antes en su historia colonial. En nuestro caso, si nos saltáramos el eslabón colonial, no comprenderíamos ni el siglo XIX ni el XX, dejaríamos de lado sucesos como las independencias, la relación de la metrópoli con las colonias sublevadas; no se entendería el modernismo catalán financiado gracias al dinero producido por el esclavismo en Cuba; tampoco sabríamos explicar la Semana Trágica y mucho menos la Guerra Civil.
- Hace una dura crítica a la Unión Europea porque en los tiempos vividos da la sensación de que hay refugiados de primera (los ucranianos) y de segunda (sirios, marroquíes, congoleños…).
Todo se reduce al color de la piel y la religión. Europa presume de su laicidad, pero se estigmatiza al sirio por profesar la religión de Alá. En los Balcanes se perdió la oportunidad más clara de crear una tradición musulmana europea, capaz de confrontar con las tendencias wahabitas que Arabia Saudí, sin ir más lejos, exporta al resto del mundo. Los Balcanes hubieran forjado un modelo de cómo ser un buen musulmán en el continente más viejo del mundo. El islam sigue siendo una agresión para nuestras tranquilas vidas, ya que nuestra percepción del multiculturalismo es muy pobre y está exenta de realidad. Y esto se debe, en gran parte, a que no se ha producido el trasvase de ideas, si no que cada uno vive en su gueto. Es tristísimo que Europa perdiera una oportunidad así.
- Luego está el tema de los perdones y las indemnizaciones, ¿España debería pedir perdón a sus colonias? El presidente francés, François Hollande, lo hizo en 2011 a los argelinos, pero su ejército no se ha retirado del Sahel.
Los perdones pueden pedirse de manera cínica. En cuestiones de memoria histórica, el perdón es un símbolo fundamental dentro del ritual de construcción de una nueva relación. Obviamente, después de este gesto deben de producirse reparaciones. Se trata de asumir responsabilidades, lo que no significa que el Gobierno actual sea culpable de lo sucedido en el pasado; no se trata tanto de convivir con la culpa como de reparar una relación heredada, conlleve el coste que conlleve. España, por supuesto, tiene responsabilidades sobre Guinea Ecuatorial y, sin ningún atisbo de duda, debería de favorecer y promocionar a los movimientos democráticos del país. Sin incurrir en el paternalismo, claro.