Eve Fairbanks: “En Sudáfrica, todas las personas comparten un pasado marcado por la violencia”

La periodista Eve Fairbanks publica «Los herederos. Un retrato íntimo de Sudáfrica en tres vidas» (Editorial Península).

Texto: David VALIENTE  Foto: Julie NAPEAR

 

Se han publicado muchas buenas crónicas extensas (tan extensas como un libro) sobre lugares lejanos, a veces difíciles de situar en el mapa. Sin embargo, desde hace tiempo no se encuentra en español un relato tan apasionante, completo y rico en matices como el de Eve Fairbanks. Los herederos. Un retrato íntimo de Sudáfrica en tres vidas (Editorial Península), ganador el Pen/ John Kenneth Gabraith Award For Nonfiction tiene pinta de que se va a convertir, sin tardar mucho, en un libro de referencia en la lengua de Cervantes para conocer en profundidad los sucesos pretéritos y el ambiguo presente de un país que aún se encuentra, como un fiero león, lamiéndose sus heridas.

Eve Fairbanks, escritora especializada en política y periodista para medios como The New Republic, The Washington Post, The Guardian o The New York Times, ha pergeñado un libro que tiene como pilares maestros a tres personas tan reales como los conflictos que trata de hacer fácil de digerir a los neófitos sobre el tema. Las vidas de Dipuo, Christo y Malaika representan los pesos y los contrapesos, las sinergias espirituales y materiales en las que un país funambulista hace malabares para evitar su caída. En una entrevista concedida a Librújula, Eve Fairbanks divaga sobre su forma de escribir en Los herederos: “En su construcción, empleo muchas técnicas de ficción inspiradas en la obra de Tolstoi y Federico García Lorca, que es uno de mis poetas favoritos. Utilizo una estructura novelística para que la fuerza del libro no decaiga”. Eve comenta con cierto tono de lamento que mucha gente, sin leer el libro, “me pregunta qué piensan determinados personajes. Me resulta muy complicado responder, porque algunos ya no se encuentran entre nosotros y no han podido leer el resultado de mi trabajo”.

Precisamente, Eve ha escogido a Dipuo y Christo porque “nacieron alrededor del 1970 y pasaron su juventud imaginando un futuro marcado por el apartheid. En esos momentos había una lucha abierta contra el sistema de segregación, pero creían que nunca podrían derrotarlo”. Por suerte, se equivocaron. Cuando Dipuo y Christos entraron en la década de sus veinte, el país con el que habían imaginado que tendrían que lidiar era distinto. “Fue como si se fueran a dormir y al día siguiente se levantaran en un país nuevo, además justo en el momento cuando la personalidad sufre un punto de inflexión hacia la madurez. Por lo tanto, esa juventud traumatizada que ha soportado tiempos oscuros, afronta una vida adulta para la que no han sido preparados”, desarrolla la escritora.

“En Europa pensabais que la transición se desarrolló con gran acierto, que Mandela fue un líder finisecular magnífico, que una nueva sociedad renació y en ella ya no cabían los conflictos culturales y lingüísticos”. En cambio, en Estados Unidos se dieron cuenta desde el principio de los fracasos: “Los estadounidenses nos hemos centrado en el declive de Sudáfrica para sentirnos, de algún modo, mejor con nuestras conciencias. Hace 150 años se abolió la esclavitud, pero sigue sin haber para los negros una verdadera justicia social. Sin embargo, tampoco queremos repetir los errores que cometió el país africano”.

Eve Fairbanks lleva 13 años de su vida en Sudáfrica y ha comprendido que “la gente es muy compleja, dentro de una misma persona se pueden observar diferentes puntos de vista”. Quizás era un proceso común que la propia autora debía experimentar, pues la sociedad estadounidense, como ella afirma, “tiende a encasillar a las personas y eso me impidió ver las contradicciones de Christo y otras personas”. Cuando la conversación con Christo empezó a tomar calado, se dio cuenta de que era muy conservador y algunos de sus valores y creencias políticas se podrían asemejar al ideario de la extrema derecha: “Pero también desarrolló una intensa intimidad con la población negra y sentía remordimientos que le conducían a cuestionar su pasado”. Dipuo es otro de los personajes que muestra claras contradicciones: “Es muy radical. Por su convicción comunista y su carácter se ganó el apodo de Stalin, aun así, y de un modo muy sincero, se preguntaba cómo es que no consiguieron liberarse antes de la segregación, cómo no puede ser feliz después de haber conseguido todo aquello por lo que luchó y por lo que su cultura y sociedad peleó tan duramente”. En definitiva, “son personas muy complejas, un reflejo fiel del país y de las preguntas que corren por la sociedad”.

¿Cómo fueron esos años de conflictos armados?

Resulta irónico, pero las estancias superiores nunca bautizaron a la violencia y el odio que se sembraron con el nombre de guerra, cuando en realidad sí estaban sumidos en ella. Desde 1970 hasta 1992, los hombres blancos debían hacer instrucción militar. El país no quería dar la imagen de Estado policial y racista, más bien quería mostrar que contaba con la suficiente capacidad para influir en todo el continente. Mientras luchaba en Angola y Namibia, recibió ayuda de Estados Unidos, Francia e Israel. Podemos ver a los jóvenes sudafricanos subidos en tanques, pero nunca te hablarán de esta guerra, no la ganaron y sienten vergüenza por la derrota. Por su parte, los negros sudafricanos, aunque no estaban en el Ejército oficial, de alguna manera trataron de emular a los blancos y lucharon contra ellos. Cuando mi padre leyó el libro me preguntó que cómo había hecho para encontrar a gente con un pasado tan violento. Yo le contesté que no había realizado ningún proceso de selección exhaustivo, que todas las personas comparten un pasado marcado por la violencia en Sudáfrica.

 

Sabemos que uno de los problemas que dejó en herencia el colonialismo ha sido el trazo de países que integran diferentes grupos étnicos, algunos enfrentados entre sí. ¿Hubo verdadera unidad por parte de los negros en la lucha contra el apartheid?

Sí, llegaron a tener cierto sentido de unidad que permitió a Sudáfrica ser un país distinto a lo que, por ejemplo, fue Kenia, ya que este último, tras la marcha de los colonizadores, tuvo que desarrollar una identidad cultural; un proceso que les fue muy dificultoso. En Sudáfrica, hasta principios de los noventa, permaneció un Gobierno blanco que catalogó a todos como negros (es cierto que hubo un intento de clasificar a la población negra por tribus o grupo idiomático, pero con poco éxito), sin tener en cuenta características lingüísticas, étnicas, tribales o culturales. Todos eran negros, lo que obligó a los intelectuales autóctonos a emplear el término ‘negro’ con cierto orgullo, pese al sufrimiento que ello conllevó. Por lo que, sí, desarrollaron un sentido de unidad tanto para bien como para mal.

 

Cuando Nelson Mandela llegó al poder, cambió partes de su ideario y proyectos políticos, ¿se debió a la prudencia o al temor?

En 1991, el país tenía la tasa de mortalidad por violencia más alta del mundo, incluso más que en los países en conflictos declarados; entre la población había miedo a que estallará una guerra civil por la violencia extrema. Los críticos de Mandela argumentan en contra del presidente que, al haber estado tanto tiempo en la cárcel, desconocía las querencias y la mentalidad de los sudafricanos negros. En mi opinión, ese tiempo que pasó en la cárcel le sirvió para pensar e imaginarse un país distinto, sin todo ese miedo, esa decadencia, esa tristeza y angustia. Por eso, las ideas que tuvo cuando entró en prisión, una vez fuera de ella, cambiaron. En el libro cuento que una mujer se llevó una gran desilusión cuando vio a Mandela tras ser excarcelado. Ella se lo imaginaba joven, fuerte, enfadado, fiero, radical, no como un abuelo que había pasado encerrado 27 años. En la actualidad, se le echa en cara el haber permitido que los bancos mantuvieran gran parte de sus riquezas, pero a principios de los años 90, ¿qué otra solución había? Si los hubiera despojado de sus posesiones, se hubieran ido en masa con grandes cantidades de capital y músculo financiero y el país no hubiera podido echar a andar económicamente. Estos escenarios postapartheid, no suelen ser estudiados con agrado porque las respuestas nunca son concretas, siempre hay que andar buscando un equilibro entre tantas malas respuestas. Fue una época difícil.

 

Claro, pero también los afrikáners tuvieron miedo por la posibilidad de que la población negra les pagara con la misma moneda, ¿era legítima la angustia de los blancos?

No creo que sus temores estuvieran justificados, especialmente porque el Gobierno del apartheid creó en la sociedad un miedo latente. En los 80, la mayoría de los blancos querían abandonar el sistema de represión contra la población negra; se sentían incómodos, pues en Estados Unidos, al menos a nivel jurídico, la segregación había llegado a su fin. Para mantenerse en el poder, el Gobierno del apartheid originó este estado de miedo entre la población blanca. Una de las herramientas empleadas para hacerles ver lo que iba a ocurrir si los negros accedían a las parcelas del poder era mostrar en las noticias a negros quemando mobiliario. Circulaba un vídeo en el que se decía que una vez faltara Mandela, la gente negra iba a cortar a machetazos el cuello de los blancos. Desde Europa y Estados Unidos se tenía consciencia de que nada de esto iba a suceder, pero dentro del país los sudafricanos vivían su miedo de un modo muy real. Aunque su papel pudiera ser el de villanos, la gente blanca protagonizó la historia de Sudáfrica, pero con el fin del apartheid sintieron una profunda desorientación y marginación, como que a nadie le importaba su situación y su pasado. Fue más doloroso de lo que yo creía.

 

A la hora de establecer un Gobierno postapartheid, ¿diría que los sudafricanos tomaron buena nota de los errores cometidos en las independencias anteriores?

De los 50 países del continente, el Gobierno sudafricano fue el último en librarse del control político de los blancos. En esos momentos, estamos hablando de los años 90, y a la vez que Mandela tomaba la posesión del cargo, en Ruanda se cometía un genocidio. Las noticias que llegaban a Occidente sobre lo acontecido eran horribles, una muestra de desunión nacional y, por qué no decirlo, salvajismo africano. Entonces, el Gobierno de Mandela se sintió con la responsabilidad de defender la dignidad, la reputación y mantener las esperanzas de todo un continente. Ahora no se percibe así, pero en la década de los noventa, desde África, se vio como la última oportunidad de demostrar que un Gobierno poscolonial africano se podía autogobernar y no caer en la desunión nacional. Las lecciones aprendidas no fueron muy buenas, debido al miedo que les paralizó a la hora de implementar estrategias económicas y de ingeniería social necesarias. También creo que, tanto para bien como para mal, muchos países africanos se tomaron muy en serio la visión que Occidente tenía sobre ellos y trataron de romper con esa imagen oscura que los perseguía. Querían ser respetados.

 

¿Cómo cuentan a los niños los años de apartheid?

Después de 1994 y durante mucho tiempo, en las escuelas casi desapareció la historia nacional. Jóvenes que hoy tienen unos 20 años me han dicho que desconocían lo sucedido en el apartheid, sabían más de la guerra de Secesión y del descubrimiento de Cristóbal Colón que de Chris Hani. No comprendía esta situación, así que, para entender el currículo escolar, hablé con dos de sus diseñadores y me dieron la clave: el programa estaba pensado desde una perspectiva cristiana y supremacista blanca porque consideraban que si enseñaban demasiada historia (daba igual como se hiciera) a la gente joven, iban a aprender los modos sociales antiguos y se reavivaría el odio y la división dentro de las comunidades. También es cierto que la historia de Sudáfrica se caracteriza por el sufrimiento y resulta muy triste cuando indagas en sus episodios. Por eso no la querían enseñar. Sin embargo, les salió el tiro por la culata. Los jóvenes no solo se nutrían de conocimiento en la escuela, ellos aprendían historia de sus familiares, tenían ojos en la cara que les permitían ver las residencias de los esclavos negros y los carteles que decían; ‘solo blancos’ o ‘solo negros’. Asimismo sentían que sus amigos blancos les trataban de otra manera, eran menos respetuosos, y no lo entendían porque no conocían el pasado de su país. Desde luego, cometieron un grave error en no enseñar historia durante 20 o 30 años.

 

En el conflicto entre negros y blancos, suelen quedar fuera del relato las personas de color (es decir, aquellas que no pertenecen a ninguno de los otros dos bandos), ¿qué papel jugaron durante los años de segregación y qué papel juegan ahora?

A veces las cosas ocurren por accidente, y esta parte de la historia es un ejemplo de ello. En Sudáfrica, vive la mayor comunidad de descendientes indios, más grande incluso que la que existe en Estados Unidos o Reino Unido. Los británicos comprobaron que resultaba más fácil esclavizar a alguien cuando se encontraba lejos de su hogar, por eso, trajeron a esclavos procedentes de la India o el Sudeste Asiático. Pero, con el fin de evitar que se unieran a los reclamos de la población negra, les otorgaron un grado mayor de derechos. Por eso tenemos a una población asiática y judía más involucrada en los asuntos del país. La gente dice que Sudáfrica funcionaría mejor si la población fuera más homogénea, pero yo creo que la variedad impela a los políticos a hacer cosas por la comunidad y a diversificar sus esfuerzos en la lucha por conseguir los votos, ayudando así a otros grupos discriminados. Se puede encontrar gente de color muy influyente en Kingston, que sienten un gran orgullo hacia la cultura afrikáner y han conseguido mantener a raya las diferentes líneas políticas. No van a votar porque sí a un determinado partido, les tienen que demostrar que las mejoras también van destinadas a ellos. Políticamente, juegan un papel muy interesante.

 

¿Languidece el legado de Mandela?

Nelson Mandela fue un hombre de su época, con el afán político de conseguir la paz y un cierto grado de bienestar social que permitiría a la gente sentirse cómoda, pero no podía haber continuado para siempre en la presidencia. Es verdad que fue un genio para solventar ciertos asuntos, pero la buena competencia política asegura los cambios y evita que nos quedemos estancados. Sudáfrica es un país con una historia muy intensa, pero su pasado tampoco es que se pueda emplear en incentivar el orgullo nacional; las tradiciones y las prácticas culturales tampoco les unen porque, a diferencia de Kenia, no disponen de una historia antigua tribal. El país tuvo que repensarse a sí mismo desde la nada. Por ese motivo, no estoy de acuerdo con el empleo de la palabra languidecer, ya que connota una época histórica que estuvo bien y luego decayó, pero en realidad nada fue así.

 

¿Entonces, todavía se pueden apreciar huellas del apartheid?

Por supuesto. Hace unos años, un vecino, blanco, me robó 1000 dólares (obviamente, llamé a la policía). Cuando cuento esta historia y recalco que el autor del robo era blanco, la gente no se lo cree, ni los sudafricanos negros. Se tiene la idea de que, sí, el Gobierno blanco fue cruel, pero las gentes son buenas y honestas. Hay muchas ideas sobre el carácter de las personas que refuerzan los estereotipos.

 

Recientemente, hemos visto dos golpes de Estado perpetuados en Níger y Gabón por altos mandos del ejército de sus respectivos países, ¿ese escenario es replicable en Sudáfrica?

No me gusta hacer predicciones. De todos modos… Cuando llegué al país, comprobé que en la radio las noticias de las protestas políticas se daban en la sección del tiempo; te decían lo maravillosamente que iba a brillar el sol y después que se habían producido protestas en la carretera. Me costó acostumbrarme a que la sociedad tratara los actos reivindicativos como si fuesen una simple tormenta veraniega. Por otro lado, la economía sudafricana se caracteriza por su dualidad: hay ricos y pobres (prácticamente no existe la clase media, eso no quiere decir que en un futuro no la vaya a haber). Incluso, la gente rica y negra habla de la población pobre en los mismos términos que lo hace la población rica y blanca. En Sudáfrica, hay muchos ricos y tienen pocos motivos para cambiar el rumbo del país. Además, la clase pobre dispone de muy poco poder para estimular esos cambios. Con esto no quiero decir que no se puedan dar una serie de virajes políticos, pero creo que los golpes de Estado, como los que hemos visto recientemente en el Sahel, son menos probables aquí.