«Eses fatales», de Sonia Manzano Vela
Augusto Rodríguez es un escritor y editor ecuatoriano (Quirófano Ediciones se llama su editorial de Guayaquil) que, durante los últimos años, se pasa de vez en cuando por Madrid. En estas ocasiones, quedamos a tomar algo e intercambiamos algunos libros. Creo que fue en su visita de 2024 cuando, junto a unos amigos –ecuatorianos residentes en Madrid– le oí hablar del proyecto de crear una editorial en España para publicar libros latinoamericanos que, o bien, no llegaron nunca a España, o bien, llegaron, pero cayeron en el olvido, pese a su calidad. Ese 2024 estaba en una reunión de estos amigos latinoamericanos, en la que estaban hablando sobre posibles nombres para la editorial, y a mí me pareció el más divertido aquel que resultó el definitivo, Perreo Intenso. Los editores de este proyecto han acabado siendo Augusto Rodríguez, ecuatoriano residente en Guayaquil, y Andrea Guerrero, ecuatoriana residente en Madrid. Para su visita a Madrid de 2025 Augusto ya me pudo regalar el primer título de la editorial Perreo Intenso, que pretende interesar a los jóvenes (o no tan jóvenes) en la cultura latinoamericana, como puede interesarles ahora mismo el reguetón. Este primer libro de la editorial es la novela Eses fatales (2005) de la escritora Sonia Manzano Vela (Guayaquil, Ecuador, 1947). Es un libro pequeño y elegante. La idea de los editores es que quepa en un bolsillo. Hicieron una presentación en la librería Sin Tarima, a la que acudí.
Texto: David Pérez Vega
Eses fatales, de Sonia Manzano Vela, es una obra importante dentro de la literatura ecuatoriana, ya que es la primera novela que se publicó en el país con temática lésbica. Andrea Rojas Vázquez, en el prólogo que hace del libro, nos contará que en Ecuador la homosexualidad era ilegal hasta 1997. Así que cuando Eses fatales se publicó en 2005 fue una novela rompedora con tabúes del pasado.
La novela comienza con una frase impactante: «Encontré a mi madre comiendo de sus propias heces fecales un domingo de hace ya casi un año atrás». La madre, de más de noventa años, padece Alzheimer. La hija tiene cincuenta y cinco. En realidad, la relación de la narradora con su madre no va a ser uno de los puntos fundamentales del libro, pero va a servir para recordarle al lector la fugacidad de la vida, para que, más adelante, cuando se nos hable del fuego de las relaciones sexuales, recordemos el camino hacia la vejez y la muerte. En definitiva, la escena inicial sobre la decadencia de la madre establecerá un contraste entre el Eros y el Tánatos, opuestos con los que se juega en la novela.
En el título de la novela hay un juego lingüístico entre esas «eses fatales» que se nos proponen y las «heces fecales» de la primera frase. Sonia Manzano va a usar este recurso de los juegos de palabras más de una vez en la novela; o bien, va a proponernos palabras que suenan parecidas en una misma frase, la misma palabra con significados diferentes o repeticiones de palabras buscadas. Así, por ejemplo, en la página 66 leemos: «cuando ya no quedaba bicho por ensartar y cuando ya Selene se preguntaba qué bicho le había picado», en la página 131: «te ponías cada vez más loca y locuaz», o en la página 155: «para que así, cuando sobrevenga el más total de los olvidos, no se olvide de actos tan elementales como respirar». Algunos de estos juegos de palabras me han recordado a los usados por el cubano Guillermo Cabrera Infante. En gran medida, la novela está escrita con un lenguaje humorístico, aunque tampoco está exenta de seriedad, pues al final, como se enumera al principio del libro, esta novela va a estar recorrida por esas «eses fatales» que se insinúan en el título y que son «suicidio, soledad, sadismo, sinsabores, sinfinales».
La narradora principal –Cristina Rosas–, de la que sabremos que es una escritora con obra publicada, está planeando escribir una novela sobre amor lésbico, y nos contará la historia de una de sus amigas, Selene, de origen griego por parte de uno de sus abuelos. Nos será narrada la historia del abuelo griego que llegó a Guayaquil en 1927 y también la historia del hijo, que será el padre de Selene. Pero estas narraciones sobre hombres serán una excepción, porque en Eses fatales nos vamos a encontrar, principalmente, historias de mujeres. Algunas de ellas nos serán transmitidas por la narradora principal –que está escribiendo una novela sobre lesbianas–, y que actuará como narradora testigo, puesto que es una amiga heterosexual de Selene, a la que esta realizará sus confesiones; y en otras ocasiones la primera persona de estas mujeres nos contará su historia directamente. Selene será el personaje del que más sabremos: desde su paso por el colegio, donde va a iniciarla en el lesbianismo. Allí será seducida por una monja de origen italiano de dos metros de alto y el cuerpo lleno de vello. La escena tiene un aire de farsa, un aire casi de realismo mágico, cuya pura exageración irreal quita hierro a la posible escena de abusos sexuales sobre una menor. «Su primer contacto con la esfera de lo ambiguo fue a través de una hembra peluda y frondosa, Selene desarrolló una poderosa atracción por las mujeres de abundante cabellera» (pág. 75). Aquí quizás se evoca el espíritu de Gabriel García Márquez. Selene, con el paso del tiempo, se convertirá en profesora y también acabará seduciendo a algunas de sus alumnas. Entre medias, cuando sea estudiante universitaria, tendrá relaciones con mujeres maduras, que están casadas con hombres. Todas estas relaciones sexuales lésbicas parecen darse, en la ciudad de Guayaquil, en un contexto de clandestinidad social.
En el presente narrativo de la novela, Selene está preocupada porque va a recibir la visita de una colombiana, afincada en Estados Unidos, a la que conoció una década antes en Nueva York. La historia principal retrata un enredo amoroso: Silvia Molina, la amante de Selene, la ha dejado por otra mujer; Selene trata de darle celos a Silvia con la llegada de su antigua amante colombiana. En medio de estas mujeres lesbianas se encuentra Cristina Rosas, heterosexual, que actuará como narradora testigo. En más de un momento, la narradora principal interrumpe su historia de forma metanarrativa. Así en la página 147 leemos: «Sigo en mis trece en esto de lograr dar forma concreta de novela a este montón de palabras erráticas que todavía no encuentran un derrotero fijo. No sé por dónde camino y hacia dónde voy. Tengo conciencia de que estoy dando bandazos alrededor del tema del lesbianismo, pero también reparo, cada vez más, en que soy una presencia advenediza dentro de un territorio que solo admite a mujeres marcadas con el estigma de una virilidad intensa». O en la página 163: «La escritura de esta novela me ha consumido con la fuerza de una tisis galopante. (…) No obstante, pase lo que pase, cueste lo que cueste, voy a concluir esta irredimible novela (…). Me enteré de que hasta ciertos exclusivos costos intelectuales, para los cuales el morbo es un pan al que hay que hincarle los colmillos a fondo, se había filtrado la noticia de que la infértil y repudiada Cristina Rosas –repudiada por los hombres y por todo lo que este repudio implica– estaba escribiendo una novela cuyos referentes mediáticos no eran otros que algunas conocidas lesbianas guayaquileñas de reconocido coturno cultural».
En otra de las capas de la novela, Cristina le pide información sobre Safo de Lesbos a uno de sus amigos. A partir de ahí, en su novela se irán incorporando capítulos en los que la relación de Safo con sus discípulas y amantes tendrá algunos paralelismos en la historia de las lesbianas de Guayaquil.
Quizás el gran cúmulo de historias y planos que se cruzan en este pequeño y abigarrado libro haga que la tensión narrativa de una historia principal no vaya escalando en intensidad, durante el último tramo de la narración, como podría haber sido deseable. Sin embargo, la construcción compleja de la novela, su lenguaje irónico, sus planos narrativos, el atrevimiento del tema tratado, en la sociedad en la que lo hace, y la variedad de miradas y prismas que componen la historia hacen que Eses fatales sea una novela notable de la narrativa latinoamericana del siglo XX.
(Nota: si alguien en España está interesado en comprar esta novela debe preguntar en la librería madrileña Sin Tarima)