Emmanuel Todd: «Rusia sería incapaz de tomar el control del planeta y no tiene ningún interés en hacerlo»
El antropólogo e historiador francés publica «La derrota de Occidente» (Akal), un ensayo sociológico antropológico sobre la decadencia occidental.
Texto: David Valiente
El jueves 20 de junio, Rusia empleó la bomba Fab-3000 contra soldados ucranianos concentrados en el pueblo de Liptsi, en Járkov. Los especialistas en armamento la han denominado la hermana pequeña de la bomba nuclear, debido a que su capacidad de destrucción efectiva alcanza los 230 metros y su onda expansiva supera el kilómetro de distancia. Sin duda, es una respuesta a los ataques efectuados por Kiev en suelo ruso, gracias a las armas entregadas por Occidente. La doctrina militar de Moscú asevera que, si el Estado o la nación se ven en peligro, no dudarán en usar armas nucleares tácticas, cosa que hasta el momento no han hecho. Pero esta contestación bélica también tiene un trasfondo que llegaremos a comprender tras la lectura del nuevo libro del antropólogo e historiador francés, Emmanuel Todd. En La derrota de Occidente (Akal), nos deja claro que Rusia no va a perder esta guerra, aunque tan solo dispone de 5 años, desde el inicio de las hostilidades, para finalizar lo que comenzó en 2022, antes de que el déficit demográfico ponga en riesgo la estabilidad del país.
Por otro lado, el ensayo demuestra que la actualidad internacional no solo puede ser entendida desde una óptica politológica o la disciplina de relaciones internacionales, sino que también un enfoque multidisciplinar que tenga como base metodológica las herramientas que proporcionan la historia, la antropología y la sociología, también da claves certeras para entender el conflicto abierto en Europa del Este, el cual está arrastrando a Occidente a una especie de abismo, no tanto por la confluencia de las hostilidades en sí, como por las dinámicas económicas, sociales y culturales que el propio bloque occidental ha desarrollado desde los tiempos de la Guerra Fría y que hoy más que nunca se ven sobrepasados. Así también, habla de una serie de países revisionistas, entre los que estaría Rusia y China, que reclaman a las viejas potencias un nuevo reparto de poder o, dicho de otra manera, un equilibrio de fuerzas e influencias en el orbe internacional.
Rusia inició las hostilidades pero no pretende dominar el mundo
En su libro, Todd repasa la historia de Rusia mediante una serie de marcadores sociológicos y antropológicos, y una de las primeras conclusiones a las que llega es que no debería extrañarnos que el comunismo haya tenido tanto éxito en Rusia, ya que en la época de los zares mostraba esa tendencia a la comunidad. El punto de partida del análisis se encuentra en la configuración social, que se cimenta en un elemento unificador nada desdeñable como es la familia extensa.
Se puede leer entre líneas que de esta particularidad sociológica nace la presunta agresividad de Rusia, que a los medios occidentales tanto les gusta recordar desde la invasión de Crimea en 2014. No obstante, Todd niega estas afirmaciones por el simple hecho de que Rusia, aunque quisiera, no cuenta con la capacidad de sostener una política internacional expansionista. “Desde la caída de la URSS y la desintegración de lo que fue su imperio, los rusos saben que ya no son rival para la OTAN, cuya población, si se puede llamar así, en 2023 era de 887 millones de habitantes”.
La respuesta de Occidente a la invasión de 2022 ha sido los paquetes de sanciones que tanto Estados Unidos como la Unión Europea emitieron sin demora. Te podías saciar del optimismo de analistas y políticos que aseguraban que tal vez en los primeros compases Europa se vería afectada por las propias sanciones, pero que a medio o largo plazo obligarían a Rusia a claudicar de su empeño en domeñar a su vecino porque su población no soportaría la carestía y saldrían en masa a la calle a derrocar a su dictador. Sin embargo, replica Emmanuel Todd: “Las sanciones occidentales de 2014, aunque causaron algunas dificultades a la economía rusa, también fueron una oportunidad: la obligaron a encontrar sustitutos para sus importaciones y a reorganizarse internamente”.
De hecho, los dirigentes de Washington han dejado traslucir más de una vez que Ucrania sería para Rusia, lo que para ellos fue Vietnam en los años 60 y 70 o Afganistán hasta hace tres años: un avispero incontrolable, donde solo conseguirá agotar recursos militares y reservas demográficas. Nada más lejos de la realidad, el antropólogo recuerda el concepto de ‘demografismo’: “El aumento del nivel educativo y tecnológico compensa y más la caída de la población”. Si hablamos de demografía, en unos años Rusia afrontará un problema deficitario, pero en la actualidad compensa esa carencia al disponer de un porcentaje significativo de población cursando (o ya formada) en estudios de ingeniería.
Según Todd, “Rusia no es el principal problema. Demasiado vasta para una población que disminuye, sería incapaz de tomar el control del planeta y no tiene ningún interés en hacerlo”. Es decir, Moscú no cuenta con la capacidad para originar una crisis que perturbe el equilibrio mundial; en cambio, la deriva actual que toman las relaciones internacionales “es una crisis occidental, y más concretamente una crisis terminal estadounidense, la que pone en peligro el equilibrio del planeta”.
Estados Unidos, la superpotencia que se pegó un tiro en el pie
Aunque digan que el conflicto con Rusia es el causante de la galopante crisis económica que estamos padeciendo con especial intensidad en Occidente, la verdad es que los agujeros ya estaban abiertos antes de que se oyeran los primeros cañonazos. Emmanuel Todd asegura que el concepto westfaliano de Estado-nación está en peligro de muerte por este lado del planeta, porque los países ya no atesoran “un grado mínimo de autonomía económica; esta autonomía no excluye, por supuesto, los intercambios comerciales, pero estos deben ser, a medio o largo plazo, más o menos equilibrado. Un déficit sistemático deja obsoleto el concepto de Estado-nación, ya que la entidad territorial en cuestión solo puede sobrevivir por la percepción de un tributo o una prebenda del exterior, sin contrapartida”.
Estados Unidos, desarrolla el galo, transformó su economía para que dejara de producir tecnologías punteras y se acomodó en una especie de sistema financiero parasitario, que aprovecha su privilegiado estatus en la búsqueda de riquezas, invirtiendo lo mínimo posible en talento. Pero esta adaptación económica no se produjo de la noche a la mañana. El autor analiza la formación universitaria y se da cuenta de que en Estados Unidos el porcentaje de matriculados en carreras de ingeniería ha disminuido progresivamente hasta representar un 7,2% de su población universitaria, mientras que en Rusia el porcentaje asciende a 23,4%, a pesar de que la balanza demográfica se decanta considerablemente por el país americano. ¿Qué quiere decir esto? A pesar de que Rusia cuenta con una población de 130 millones, frente a los 334 de Estados Unidos, “consigue formar claramente más ingenieros que Estados Unidos”. ¿Qué ha pasado con todos aquellos jóvenes que se matriculaban en ingeniería? Ahora prefieren acceder a carreras relacionadas con las finanzas y con la banca. Sin ingenieros, insiste Todd, la sociedad ha perdido su capacidad de innovar y de desarrollar tecnologías; vive como un parásito de la fruta, de lo que producen otros.
Pero este no es el único cambio que infiere en la decadencia del país. Para Todd, que la sociedad abandone sus creencias religiosas está también detrás de su futuro colapso. Distingue tres estados de implicación religiosa en la sociedad: activo (cuando los ritos religiosos tienen un sentido y los valores siguen vivos), zombi (los ritos religiosos son nominales, se siguen haciendo pero no tienen un valor para la sociedad) y cero (la desconexión con la religión es total). Según Todd, Occidente, en su mayoría, se encuentra en la fase zombi (aunque ya empiezan a surgir pequeños reductos que pueden ser considerados como cero). Esto explicita su ruptura con la comunidad y niega el valor que la formación tiene en el desarrollo social. La apuesta por el individualismo es total y mucho más en Estados Unidos y en Europa, donde la configuración familiar es nuclear. En efecto, mientras los valores religiosos aglutinan a los integrantes de la comunidad, el neoliberalismo, implantado desde las altas esferas, impulsa un crecimiento económico que tan solo beneficia a unos pocos y contribuye a la destrucción total de la clase media y la comunidad.
¿Democracia liberal vs. Autocracias?
En este medio hemos entrevistado a investigadores asociados a ideologías dispares y con puntos de vista de todo tipo. Entre ellos, algunos propugnan que en Ucrania no solo se está manteniendo una encarnizada batalla por la tierra y sus bienes, sino que también la lucha trasciende a los términos ideológicos, considerando que dos sistemas antagónicos pugnan por ganar terreno al otro. Todd también hace un análisis en clave ideológica y cuestiona la terminología más extendida dentro de los círculos académicos y periodísticos. Por mucho que se repita que en Europa del Este se está en armas por los derechos de toda la población occidental, en realidad solo se defienden los intereses de un 0,01%, estos son los más ricos. Por su parte, la ciudadanía rusa dispone de una serie de derechos que hacen al sistema incompatible con un autoritarismo, siguiendo la narrativa de los medios, estalinista. Así pues, en Ucrania no están frente a frente la democracia liberal y el autoritarismo. Quienes pleitean con la razón de los misiles y los drones que les venden terceros países son la oligarquía liberal y la democracia autoritaria.