Emilio Santiago Muiño: “Aún estamos a tiempo de construir sociedades sostenibles y prosperas que abanderen un cierto nivel de justicia social”

Publica «Contra el mito del colapso ecológico» (Editorial Arpa) donde analiza y cuestiona los postulados colapsistas.

Texto:  David VALIENTE

 

“El ecologismo transformador, inspirado en ciertas dosis por el colapsismo, está cometiendo algunos fallos políticos, que le impiden adquirir el papel que debería ostentar como fuerza líder de una transición justa”, asegura el doctor en antropología e investigador del CSIC, Emilio Santiago Muiño (Ferrol, 1984). Emilio, pese a su juventud, es ya un autor prolífero y un referente a nivel nacional en cuestiones de la lucha contra el cambio climático. Ha publicado una serie de ensayos, entre los que podemos destacar ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto del Green New Deal, junto a Héctor Tejero Franco, No es una estafa, es una crisis (de civilización), Rutas sin mapa u Opción cero: el reverdecimiento forzoso de la revolución cubana. En su último trabajo, Contra el mito del colapso ecológico (Editorial Arpa), analiza y cuestiona los postulados colapsistas, movimiento ideológico del cual participó, pero por una serie de hitos en su biografía, quedó desilusionado.

“El primero de ellos fue mi tesis doctoral, a la que dediqué seis años de mi vida, sobre el Periodo especial cubano, un caso considerado de éxito para los postulados colapsistas; y sí, Cuba se volvió más ecológica en los años 90, pero fue a costa del sufrimiento social. Dudo mucho que ningún cubano quiera volver a repetir la experiencia. Por otro lado, tampoco se produjo una autogestión de las pequeñas comunidades, como vaticinan los colapsistas; sino que el Estado, como epicentro de la acción combativa, logró controlar la crisis”. El segundo hito se produjo entre 2016 y 2019 cuando desempeñó el puesto de director de medioambiente en el ayuntamiento de Móstoles: “Me di cuenta de que el discurso colapsista no servía para conseguir una transformación profunda de las instituciones”. Sin embargo, el hecho central que motivó su desencanto definitivo con el colapsismo fue que los pronósticos, que él escuchaba en los círculos colapsistas en 2004 y 2005, no se cumplieron. “Entonces, amplié lecturas e intenté comprender los mecanismos mentales que nos habían llevado al colapsismo. El libro es el resultado de mis investigaciones y de esa autocrítica”.

¿Cómo definiría el colapsismo?

Se puede definir como una corriente ideológica en formación- y plural- que comparte una serie de postulados con el ecologismo y que da al colapso la relevancia de un destino que se va a consumar en un tiempo lo suficientemente cercano como para que condicione nuestras estrategias políticas presentes, es decir, sitúa al colapso en el centro de gravedad tanto para diagnosticar el problema como para establecer estrategias que combatan ese problema. Esta es una definición genérica, pues el colapsismo se nutre de muchas voces que matizan unos rasgos comunes. Los colapsistas preconizan, entre otros elementos, un mundo poscolapso caracterizado por el retroceso tecnológico, la pérdida de la complejidad política y el retorno al mundo rural.

¿Qué capacidad de influencia tienen estos grupos colapsistas?

El colapsismo, ahora, lo constituye una minoría legítima conformada por diferentes corrientes, que defienden teorías que, por supuesto, debemos escuchar. Dentro del ecologismo trasformador, entendiendo este como un movimiento social, su discurso, sin ser hegemónico, está en claro proceso de crecimiento. Cuentan con una organización interna muy difusa, y como tal tampoco se han integrado corrientes colapsistas dentro de organizaciones medioambientales más consolidadas; sin embargo, están presentes en publicaciones y cuentan con algunos autores de referencia. De ahí que sea una ideología en formación que no conforme grupos estructuralmente sólidos, pero que sí disponga de la capacidad necesaria como para influir.

¿Los discursos colapsistas han encontrado algún apoyo en la élite política?

Muy poco. Aunque debemos matizar. El colapsismo no es un fenómeno ideológico que se dé únicamente en nuestro país, sin ir más lejos, en nuestra vecina Francia, un antiguo ministro de Medioambiente ha mostrado su sintonía con el colapsismo. Aquí, aún ningún ministro ha reconocido defender una postura similar a la del homólogo francés, lo que no quiere decir que no piensen así. Con el discurso colapsista es muy complicado movilizar a una mayoría social, también le digo. Por eso, cuando me adentré en la escritura del libro, lo que menos me preocupaba analizar eran las posibles influencias que los postulados colapsistas pudieran tener sobre una élite política, sino que me interesaba indagar en el peso cada vez mayor que está teniendo en los movimientos ecologistas de donde provendrán los futuros cuadros políticos que en los próximos 20 o 30 años asumirán grandes responsabilidades, porque, no lo dude, en pocas décadas el ecologismo será el eje central de las políticas.

En el ensayo cuestiona a los colpasistas porque en su definición de colapso el tiempo estimado es muy largo y no encaja etimológicamente con el propio significado de la palabra, ¿cuánto tiempo es el conveniente para hablar con propiedad de un momento de colapso?

Esta cuestión es importante. El colapsismo usa la palabra ‘colapso’ de un modo indefinido en procesos que a veces pueden durar décadas, lo que no es congruente con la carga semántica de la palabra. Como no me atrevo a establecer una fecha perentoria (y solo sé que tiene que suceder lo suficientemente rápido como para que nuestras estrategias políticas se vean limitadas), he vinculado este proceso con la definición de Estado fallido. Un Estado fallido se produce cuando una serie de crisis irresueltas o medio solventadas de índole diversa pueden provocar que el Estado pierda su capacidad de regular una sociedad. De hecho, una concepción así, encaja bastante bien con la letra pequeña del discurso colapsista, que asegura que el Estado se convertirá en un ente disfuncional y, por lo tanto, ese sería el momento ideal para centrar los desempeños políticos en las pequeñas comunidades, a nivel más local. Aquí podemos apreciar las influencias que reciben de las teorías anarquistas y libertarias. En los círculos que frecuenté, se podía escuchar que la descomposición estatal se produciría en lustro y medio o dos, incluso había autores que sostenían que el orden político actual se simplificaría como mucho en dos décadas, que nos dirigíamos a una crisis económica insalvable. Este tipo de discursos permiten establecer un marco temporal (el cual yo no me atrevo a concretar) lo suficientemente inminente como para que nos haga pensar que dar la espalda al Estado tiene sentido.

¿El único colapso posible es el político?

Casi sin ninguna duda vamos a vivir enormes turbulencias y grandes impactos sociales. De hecho, ya lo hemos sufrido con la pandemia, salvo, y retomo el elemento clave del colapsismo, que en vez de ir a menos Estado, nos hemos encaminado a mucho más. Mi libro no niega en ningún momento la situación crítica que estamos viviendo a nivel climático, lo que discute es el escenario de descomposición política que ellos vaticinan. Sin duda, los trastornos climáticos, entendidos como escasez energética, colapsos de sistemas naturales por la pérdida de la biodiversidad…, nos harán vivir situaciones muy complicadas. Sin embargo, la clave de la supervivencia está en el proyecto estatal y en la manera que tenga el Estado de regular el panorama que se nos presente: si el Estado no organiza los esfuerzos para afrontar la situación, quizá lleguemos a un escenario similar al del colapso. Aunque, más bien, si no ponemos remedio, creo que nuestras sociedades están abocadas a una degradación de la calidad de vida, un mayor autoritarismo y a un aumento de la desigualdad. Aún estamos a tiempo de construir sociedades sostenibles y prosperas que abanderen un cierto nivel de justicia social.

Algunos teóricos del colapso mostraron una actitud más relajada cuando comprobaron que el fracking alargó la vida de nuestro incesante consumo, ¿hasta qué punto es un éxito que se puede mantener en el tiempo?

El debate aún está en curso. No obstante, para los círculos que estudian la cuestión energética, el fracking supuso un cambio en el paradigma del juego. Autores como Mariano Marzo y Ugo Bardi, gracias al fenómeno del fracking, redujeron el tono catastrofista de sus tesis. El fracking trae consigo una serie de problemas estructurales, como el encarecimiento del precio del barril, unos métodos extractivos más contaminantes y destructivos y una menor versatilidad que el petróleo crudo, aun así ha permitido a la especie humana mantener el mismo nivel de vida que hace 20 años, cosa que hace dos décadas nadie esperaba. Hay que ser honestos y reconocerlo. Sin embargo, el fracking no va a regalar otro siglo de abundancia en combustibles fósiles, lo que sí va a legar, y hacia este punto se dirigen cada vez más los consensos, es la suficiente materia prima como para incumplir los Acuerdos de París, cambiando por completo nuestra proyección de futuro. Porque ahora no nos debería preocupar cuanto petróleo queda por agotar, si no cuánto petróleo hay que dejar en el subsuelo. Tanto la estrategia como el marco discursivo cambian.

Dedicas un epígrafe a la cuestión de las renovables y a si estas nos van a permitir mantener el mismo ritmo de vida actual. Por favor, mójese, ¿lo van a poder hacer?

La respuesta es más compleja. Desde luego que las renovables serán la base energética de las futuras sociedades sostenibles. Esto nadie en el ecologismo lo pone en duda. Lo que sí es más susceptible al debate académico es la cantidad de energía que las renovables nos podrán proporcionar. Algunos aseguran que mucha y otros que muy poca. Si al final se cumplen los pronósticos de estos últimos, tendremos que asumir un decrecimiento severo. En la actualidad, los debates están cada vez más posicionados con aquellos que creen que las renovables producirán la suficiente energía como para sostener sociedades similares a las nuestras; eso sí, introduciendo una serie de cambios, en su mayoría, relacionados con la movilidad. Quizá, en las futuras sociedades renovables se tendrán que limitar los desplazamientos o hacerlos más cortos. También deberemos adoptar medidas vinculadas a la alimentación y, si además queremos introducir otras que no ignoren la justicia social, el actual derroche de recursos no se va a poder sostener y nos tocará tomar medidas que nos hagan consumir mucho menos. Pero, de todos modos, las medidas que acabo de exponer no son incompatibles con sociedades que mantengan un nivel de vida aceptable. Dicho esto, a este debate se le solapa otro que tiene que ver con el proceso de instalación de las renovables y los conflictos que está generando.

¿Y cuáles son esos conflictos?

Se ha demostrado que los impactos climáticos de las renovables son netamente positivos a nivel global, sin embargo, a escala local el impacto puede ser negativo por la competencia del uso del suelo. Ahora deberíamos centrarnos en cómo minimizar el impacto local para que obtengamos esos parámetros positivos a nivel internacional. La solución a este conflicto está en los modelos sociopolíticos, con los que se toman las decisiones, y en los modelos económicos, que los impulsan. Respecto al primer punto, se deben implementar instituciones de mediación, es decir, organismos que tercien entre las implicaciones de las renovables y los intereses locales, y se tiene que conseguir que gran parte de la riqueza que genera las renovables se revierta en los territorios donde están situadas las infraestructuras. En España, existen partidos políticos, yo participo en uno, que llevan en su programa la creación de fondos soberanos de las energías renovables, propuesta similar a la existente en Noruega con sus fondos soberanos del petróleo. Así, la riqueza generada revierte en el territorio y se estimula la industria, los servicios… En nuestro país, las renovables no son el problema central de la España vaciada, son la gota que ha colmado un vaso de problemas previos y de la desatención institucional. En relación con el modelo económico, el capitalismo solo cubre beneficios y no subsana las carencias, lo que contribuye a que las renovables fomenten el proceso de acumulación de capital y se produzcan de manera espontánea abusos sociales en el sistema económico. Si a este marco, le sumamos que el oligopolio que domina las eléctricas también genera sus propios problemas de concentración de poder, entendemos por qué se ha producido un caldo de cultivo contra la herramienta que más eficazmente nos permite descarbonizar al ritmo que ahora exige el cambio climático. Según el último informe del IPPC, si queremos evitar el desastre climático, debemos hacer cambios en nuestros procesos industriales a una velocidad inédita hasta el momento.

Habla de teorías descentralizadoras dentro del colapsismo, ¿hay una relación entre la gente que defiende el colapsismo y los movimientos independentistas?

No he encontrado ninguna conexión. En cambio, sí existen fuertes nexos entre el colapsismo y los movimientos anarquistas y libertarios, además, tanto en la vertiente ideológica derechista como en la izquierdista. Me gusta mucho citar la monografía de Matthew Schneider-Mayerson, Peak Oil: Apocalyptic Environmentalism and Libertarian Political Culture, donde el autor muestra que el colapsismo, que en sus orígenes abanderaba una posición comunitaria, con el tiempo ha desarrollado un discurso antipolítico y más cercano a las enseñanzas anarquistas de derechas. Por otro lado, el estudio demuestra que los militantes de estos movimientos solucionaban los problemas derivados del clima con medidas individualistas, tales como mudarse de casa o llenar la despensa de alimentos para resistir los coletazos de la crisis. El autor plantea, y yo estoy de acuerdo con él, que si el corazón de tu discurso es la negación política de responder ante el problema, entonces el colapso resulta inevitable, solo queda adaptarse a las nuevas condiciones que deparan, es decir, asumir un discurso antipolítico y que cada cual se saque las castañas del fuego. Corremos el riesgo de que el discurso colapsista, y por ende esta actitud, se convierta en el epicentro del ecologismo transformador. Y, ojo, que en el libro reconozco que un discurso de alarma en pequeñas dosis puede ayudar a reaccionar en la situación crítica que estamos viviendo ahora.

Entonces, no se debería combatir el colapsismo a ultranza.

Para nada. Yo mismo provengo de esos círculos y algunas amistades todavía participan en ellos. Más allá de las relaciones personales, el colapsismo capta una realidad de manera exagerada, que solo si se convierte en el discurso masivo puede ser perjudicial. Pero los colapsistas representan una voz legítima dentro del ecologismo, y en pequeñas dosis es útil, sobre todo cuando ni el tiempo ni la rabia sobran. El problema, como con otras muchas cosas en la vida, es de cantidad, y si sus postulados predominarán o no en el ecologismo transformador que está llamado a compadecer ante el liderazgo histórico.

Su tesis doctoral versa sobre el Periodo especial cubano y en el libro también le dedica un epígrafe bastante revelador, ¿cuáles son las verdaderas lecciones que el colapsismo debe sacar de esos años en el país caribeño?

La enseñanza principal es que Cuba sobrevivió a la escasez energética de los años 90 gracias a un Estado fuerte y a un Gobierno socialmente comprometido. Estas dos variantes son esenciales. Asimismo, Cuba da lecciones en lo referente al ámbito agroalimentario, ya que incorporaron una serie de técnicas que les permitió producir una cantidad de alimentos igual o más elevada que antes de la crisis, sin la necesidad de invertir tantos insumos energéticos y químicos. Otra lección que se puede sacar es que hasta que los imaginarios del deseo no se transformen, no se producirán cambios estructurales profundos: para el pueblo cubano, los logros que tanto idealizamos los ecologistas occidentales fueron una auténtica pesadilla, que revirtieron con la llegada del petróleo venezolano. Por lo tanto, debemos afrontar una batalla cultural y mostrar que la transición ecológica no es un castigo por nuestros pecados climáticos, sino una manera de vivir mejor; debemos ser capaces de defender un discurso ecologista de la prosperidad, de la buena vida, que con seguridad será distinta a la que tenemos ahora.

¿Le haría alguna crítica al Green New Deal?

Claro que tengo críticas, en concreto tres. Primero, hasta que no logremos profundizar en un sistema de comercio internacional más justo, el Green New Deal puede ser perfectamente compatible con abusos extractivistas en el sur global. Segundo, como el Green New Deal apuesta por teorías poscrecentistas, sería importante construir una sociedad reintegrada dentro de los límites planetarios; muchos de ellos están violentados, lo que exige poner en cuestión las lógicas de crecimiento en boga en estos últimos 200 años. Sin embargo, no todo el mundo que defiende el Green New Deal está de acuerdo con esto, pero, por otro lado, asumir esta idea dentro de nuestras premisas, nos diferenciaría de una vez por todas del capitalismo verde. Tercero, y último, la gente que defendimos en 2019 con ilusión la construcción de mayorías sociales que dotaran a los políticos de la legitimidad para hacer cambios considerables, debemos hacer autocrítica porque todavía no hemos conseguido que la cuestión climática sea el eje que marque los programas y las campañas de unas elecciones. Podríamos decir que el Green New Deal ha tenido una amarga victoria o una dulce derrota -según cómo se mire-, ya que los centros de poder han asumido muchos de sus postulados de un modo descafeinado y rebajando la reivindicación social, aunque lo han hecho no precisamente por la cuestión climática, sino por motivos de seguridad estratégica. Y esto es problemático porque los discursos de seguridad revisten connotaciones diferentes. Por ello, los ecologistas debemos entender que la seguridad va a posicionar la postura climática del futuro y nos veremos obligados a hallar el modo de posicionarnos dentro de ese discurso. El terreno por el que nos vamos a mover lo monopoliza la derecha y puede generar expresiones muy peligrosas.

Como bien escribe, en Europa hay una mayor conciencia con los temas del cambio climático y el ecologismo, ¿sería nuestro continente un buen lugar para experimentar con el Green New Deal?

Europa ahora mismo está en disputa. Hasta hace no mucho, por varias razones, ha sido la vanguardia internacional en la lucha contra el cambio climático. Por lo menos en cuanto a su dimensión técnica, porque en su dimensión social nos quedamos bastante cortos. Recordemos que el Green New Deal no solo reclama un proceso de descarbonización, también defiende la lucha contra las injusticias sociales. En estos momentos, el consenso verde se está rompiendo a causa de una parte de la derecha europea que busca ralentizar o matizar el Pacto Verde, propuesto por Von der Layen. ¿Qué va a hacer el continente: va a avanzar por la senda ya marcada o va a asumir postulados retardistas y negacionistas? El liderazgo europeo en la lucha contra el cambio climático es una buena noticia. Por razones históricas, tenemos una responsabilidad y siempre tiene que haber algún actor que abra el camino al resto. Regresando al tema del libro, si asumes el discurso colapsista y crees que la sociedad industrial va a colapsar en pocos años, entonces no le vas a dar a este asunto la importancia que se merece.