«El tumulto de las bestias», tragedia sin redención en la obra de Yukio Mishima
En «El tumulto de las bestias» (Alianza Editorial), Yukio Mishima se muestra más oscuro de lo habitual. La novela se publicó en 1961 y se inserta en la etapa intermedia de su producción literaria, posterior a «Confesiones de una máscara», «Sed de amor» o «El rumor del oleaje» y anterior a «El marino que perdió la gracia del mar» y «Una vida en venta». No es una de sus novelas más emblemáticas, pero recoge un pedazo sombrío del alma creativa del escritor japonés.

Texto: David Valiente
La historia de El tumulto de las bestias es simple, sin excesivos embrollos argumentales: Yukio Mishima narra un triángulo amoroso entre un matrimonio y un joven empleado de la empresa familiar en el área rural de la península de Nishi-Izu. Ippei es un hombre de mundo: empresario, con inclinaciones para la labor académica y mujeriego empedernido. Yuko, esposa de Ippei, soporta las infidelidades constantes de su marido con la férrea resignación de una creyente tradicional. El tercer vértice del triángulo lo completa Koji, un joven universitario que trabaja en la empresa de los Kusakado que se enamora perdidamente de la esposa de su jefe. Un día, Yuko y Koji descubren a Ippei en medio de una infidelidad y el joven lo golpea en la cabeza repetidas veces con una llave inglesa. Tras cumplir dos años de condena, Koji sale de la cárcel gracias a la intervención de Yuko, quien intercede para obtener su liberación y lo acoge en su hogar.
Las novelas de Yukio Mishima suelen ser lineales. Acude con frecuencia a los recuerdos para introducir acontecimientos que sucedieron con anterioridad, pero en El tumulto de las bestias, la narración arranca por el final, regresa al presente y, mediante un flashback, retoma los acontecimientos tras la salida de prisión de Koji. Este recurso le confiere un aire más seductor, aunque Mishima no logra explotarlo plenamente: la lectura se asemeja a una caminata por la montaña, con tramos de dinamismo y gracia, seguidos de una larga pendiente suave que acaba resultando monótona
A diferencia de las primeras obras, el componente autobiográfico parece atenuado; no así su interés por indagar en algunas de sus preocupaciones intelectuales y vitales más recurrentes. Tampoco se advierte un interés particular por la política; más bien, la acción parece desarrollarse dentro de una bola de nieve. De hecho, la elección de un paisaje rural como trasfondo no hace sino acentuar esta sensación.
Entre las muchas contradicciones de Mishima, destaca su desprecio por las ciudades, pese a ser un urbanita experimentado. Consideraba que los altos rascacielos de cemento y cristal eran como pararrayos de la perversión humana, mientras el campo ofrecía un entorno sereno y puro. Sin embargo, en esta novela Mishima juega con el contraste: desarrolla la historia de una relación corrupta que contradice la imagen idílica de la vida campestre.
El amor que sienten los protagonistas está emponzoñado. En términos actuales, hablaríamos de un amor tóxico. Como suele ser habitual en la obra del nipón, el amor no se representa como un sentimiento inocente y ligero. Su expresión es violenta y posesiva: provoca tensiones y acentúa la sensación de encierro. El erotismo surge de las frustraciones y se manifiesta con actos y emociones violentos que esconden un placer subjetivo. Por supuesto, no hay espacio para descripciones pornográficas, ya que el deseo cumple un fin estético y se convierte en un espejo de la tragedia, incapaz de satisfacer plenamente las pasiones.
Esa imposibilidad de saciar el deseo abre la puerta a otro tema recurrente en Mishima: la culpa, cuyo mejor exponente y portavoz es Koji. En Confesiones de una máscara, Mishima expresa unos remordimientos que emana de la identidad sexual y las presiones sociales. Sin embargo, aquí la culpa toma un cariz existencial, y más que sentir arrepentimiento de los actos cometidos, los protagonistas se atormentan por su propia languidez e incapacidad de salir del círculo vicioso. Así, la culpa engendra más deseo, que a su vez se transforma en arrepentimiento y, finalmente, retroalimenta la sensación de culpa.
Ahí reside el poderoso destino, o mejor dicho, el fatal sino. Bien es sabido que a Mishima le gusta terminar sus obras de manera trágica. Los protagonistas de El tumulto de las bestias se ven incapaces de eludir un destino teñido, además, de ciertos matices sádicos. El autor se recrea en la debilidad de los protagonistas y es perturbador comprobar que los ha condenado a nunca alcanzar la redención plena. De nuevo, Mishima indaga con maestría en la sutil frontera que a veces separa lo trágico de lo bello. De hecho, una escena ejemplifica esta idea y recurre al principio narrativo conocido como ‘el arma de Chéjov’. Por casualidad —o mejor dicho, por razones del destino fatalista que solo el autor entiende— mientras Koji espera a Yuko en el aparcamiento del hospital, encuentra en el suelo una llave inglesa, la misma que empleará más adelante para golpear a Ippei.
Los momentos más importantes de la novela siguen el siguiente esquema: la acción empieza emanando un patetismo burlesco que, progresivamente, queda absorbida por la tragedia. Cuando Yuko y Koji descubren a Ippei en la cama con su amante, al principio, resulta inevitable prorrumpir en risas. No obstante, la tensión se acumula en la atmósfera hasta que estalla en los golpes que Koji da a su jefe. Esta escena, en particular, recuerda a los disparos sin sentido que Meursault dirige contra un árabe en El extranjero de Camus. Lo que sugiere que ambos autores beben de similares fuentes nihilistas.
Ahora bien, no todo en la novela funciona con la misma solidez: un punto negativo de esta novela es la intromisión de un tercer trío amoroso, que en realidad se convierte en un cuarteto al incorporarse Koji. Kimi, la hija de Teijiro, empleado de la familia, mantiene relaciones íntimas con el joven; Yuko lo descubre y los celos se intensifican. Se comprenden las intenciones del autor, aunque, desde una mirada crítica, ese atajo para precipitar la acción resulta innecesario. La trama ya de por sí daba el suficiente combustible para hacer arder a los personajes.
En definitiva, El tumulto de las bestias posee una intensidad mayor: los sentimientos se viven con mucha más angustia. Explora el amor como fuerza destructiva y, por ello, el erotismo destila violencia mientras el peso moral ejerce de motor existencial. Sin lugar a dudas, ejemplifica los niveles extremos de desgracia y crueldad calculada que la pluma de Yukio Mishima alcanzó en su carrera literaria. El tumulto de las bestias es belleza y fatalidad sintetizadas de forma impecable.




