El futuro que ya ocurrió

Manu González firma «Steampunk» (Redbook), el primer ensayo generalista que se realiza en España sobre ese estilo de fantasía y ciencia ficción retrofuturista que tantas alegrías nos viene dando en la literatura (Philip Pullman, China Mieville), el cine («Los pasajeros del tiempo»), el cómic («Gotham: Luz de gas») e incluso los videojuegos (Syberia).

Texto: Manu GONZÁLEZ

 

“Adjunto una copia de mi novela de 1979 Morlock Night; agradeceré que le llegue a Faren Miller, como primera evidencia sobre el interesante debate sobre quién dentro del ‘triunvirato de la fantasía formado por Powers/ Blaylock/Jeter’ escribió primero sobre este ‘extraño estilo histórico’. Aunque, por supuesto, encontré su reseña en el Locus de marzo muy halagadora. Personalmente, creo que las fantasías victorianas serán el siguiente bombazo, siempre y cuando podamos encontrar un término adecuado que nos englobe a Powers, Blaylock y a mí mismo. Algo basado en la tecnología apropiada de la época, como ‘steampunk’, tal vez…”.

Esta fue la carta que el escritor norteamericano K.W. Jeter envió a la revista Locus Magazine en 1987 tras un artículo de Faren Miller sobre la nueva moda de novelas de ciencia ficción victorianas que estaban publicando el propio Jeter, James P. Blaylock y Tim Powers. No dejaba de ser una carta jocosa, demostrando que, en realidad, él fue el primero, por eso adjunta su novela de 1979, desconocida para la periodista. También fue una broma la elección del término. Tanto Jeter, como Blaylock y Powers, habían escrito relatos durante la primera ola del cyberpunk, término puesto de moda en 1984 por el escritor Gardner Dozois para referirse a la literatura que William Gibson, Bruce Sterling o John Shirley venían realizando desde finales de los setenta. Jeter jugó con el término cyberpunk juntando el punk con la palabra steam, vapor.

Cuando se piensa en el steampunk, la primera imagen que me viene a la cabeza es la del Londres victoriano, con sus calles neogóticas oscuras en las que una tintineante llama de luz de gas no es capaz de iluminar ni dos metros de esa pavorosa niebla de la que surgirá, probablemente, un autómata alimentado con carbón y con el alma más negra que la de Jack el Destripador. Lo más divertido de todo es que esa imagen literaria tan poderosa se creó en la soleada California, en la Universidad Estatal de California en Fullerton, rodeada de palmeras, donde Jeter, Blaylock y Powers se conocieron y se hicieron amigos de uno de los maestros de la ciencia ficción, Philip K. Dick, a finales de los setenta. El estilo literario que debería haber nacido en Inglaterra, en una fría y lluviosa noche londinense, se creó en un entorno mucho más hippie y soleado, al otro lado del Atlántico.

El steampunk forma parte de la ciencia ficción retrofuturista, situada en el pasado y no en el futuro, como la mayoría del género, y se puede resumir sencillamente como una revisitación de un siglo XIX alternativo, una ucronía en la que el pasado ha ocurrido de otra manera respecto a la historia de nuestro mundo. No hay que entender el steampunk como un estilo de recreación histórica ni una exaltación de lo vintage. Artística, literaria o cinematográficamente, estamos hablando de ucronías retrofuturistas centradas en una época muy determinada de la historia de la humanidad.

Esto sería así si nos basamos en el concepto literario puro y sus principios. Lo que ocurre es que los géneros mutan, permutan y se reproducen, y el steampunk no iba a ser menos. Lo que comenzó siendo literatura mutó en estética, en contracultura y en comunidad, y el steampunk creció alrededor del mundo tanto como variante artística como modo de filosofía de vida.

Cuando se trata de una literatura tan divertida como el steampunk, alejada de la seriedad noir gris neón del cyberpunk o de la primera ola de la ciencia ficción, donde los elementos científicos priman sobre el corpus dramático, no es necesario el rigor científico ni, tampoco, el histórico. Prima la estética y las ganas de convertir el siglo XIX en un universo más cercano al fantástico que a la ciencia ficción pura y dura. Sabemos qué aspecto puede tener un brazo articulado por cientos de engranajes, pero no tenemos ni idea de cómo funciona… y tampoco nos interesa mucho.

Al convertir el steampunk en una estética situada en la Segunda Revolución Industrial de mediados y finales del siglo XIX, puedes ampliar el campo de juego de la ficción tanto como quieras. Ya no es necesario que una fábula steampunk esté anclada en una edad concreta… ¡ni siquiera es necesario que esté basada en nuestro propio mundo! Los creadores steampunk han multiplicado por mil las posibilidades del género, creando futuros post-apocalípticos con estética decimonónica o llevándonos a otros planetas donde la humanidad u otras especies tienen tecnología basadas en el vapor.

Vale, si llegados a este punto de la lectura tienes problemas para describir el steampunk te voy a decir dos palabras mágicas: Verne y Wells. Porque la ciencia ficción decimonónica ya existe y es un tesoro de la literatura. Desde el monstruo eléctrico de Mary Shelley hasta la Eva Futura de Auguste de Villiers, pasando por los cuentos de cinco centavos de las revistas baratas llamadas Edisonadas, con jóvenes inventores inspirados en Edison y Tesla, firmados por autores tan olvidados por el público afín a la ciencia ficción como Luis Philip Senarens, el llamado en su época “Julio Verne norteamericano”, o Harry Enton, el steampunk ha tenido y tiene todo un siglo largo de cultivo en el cual inspirarse. De hecho, la frase más recurrente para definir este estilo literario de la ciencia ficción es “el futuro que ya ocurrió”.

Personalmente, mi primer contacto y fascinación con el steampunk no fue literario, sino cinematográfico. Con 11 años me llevaron a ver al cine la película de Barry Levinson El secreto de la pirámide (1985), cuyo título original norteamericano es Young Sherlock Holmes. La estética victoriana tan cuidada, unida a la figura del gran detective y a un misterio de corte fantástico, con mad doctor incluído, hizo que mi imaginación volara durante meses. Allí me volví un fanático del personaje creado por Arthur Conan Doyle y por la ciencia especulativa decimonónica. No tardaría en caer en mis manos los primeros libros de Verne y Wells, dejándome enganchado para siempre. El steampunk ha colonizado la imaginación de la literatura fantástica desde finales del siglo XX, convirtiéndose en un movimiento contracultural que ha llegado a las grandes superproducciones de Hollywood, el cómic o los videojuegos volviendo a un pasado con olor a vapor, tecnología imposible, corsés, gafas decimonónicas de ferroviario y mucha diversión.

¿En qué época deberíamos situar el principio y el final del steampunk? Esta es una de las preguntas más difíciles que se pueden realizar dentro del movimiento. Están los maximalistas que sitúan el steampunk desde principios de la Primera Revolución Industrial. La famosa hiladora Jenny de James Hargreaves, la primera máquina hiladora que funcionaba automáticamente, se inventó en 1764. En 1814, George Stephenson utilizó la máquina de vapor como medio de locomoción, y su uso se asentó sobre todo en las minas. En 1821, se autorizó la construcción de la primera línea de ferrocarril con tracción de vapor entre Stockton y Darlington, que se abrió al público en 1825. También hay gente que sitúa el nacimiento del steampunk con el nacimiento de la edad de oro de la piratería, alrededor de 1715. Verás en casi todas las ferias steampunk a mucha gente vestida de piratas aéreos de barcos dirigibles a medio camino entre Jack Sparrow y los Blackhawks de DC Comics.

Yo he decidido no ser tan purista y he determinado que la época del steampunk podría estar situada entre 1803 y 1910. Por un lado, tenemos el principio de las Guerras Napoleónicas o Guerras de la Coalición, época en que los grandes avances tecnológicos se aplicaron al campo de batalla y al arte de la guerra. El final, a principios del siglo XX, es el despegue de la industria automovilística y su motor de gasolina, eje principal del llamado dieselpunk, ciencia ficción ucrónica situada entre la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial, ambas incluidas. También es la fecha en la que murió Eduardo VII de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha, renombrada como Casa de Windsor por su hijo Jorge V en 1917 para alejarse de la influencia alemana en plena Gran Guerra.

El steampunk se podría haber quedado en una broma privada entre tres escritores californianos, pero otros compañeros de generación comenzaron a disfrutar también de esa estética alejada del asfixiante peso de la profecía futura. La confianza hacia el nuevo-viejo estilo vendría de la mano de dos padrinos del cyberpunk, William Gibson y Bruce Sterling, quienes publicaron en 1990 La máquina diferencial, ganadora del premio Locus, que sitúa al Imperio Británico de la época victoriana en un nivel tecnológico superior gracias a la creación de unos ordenadores vetustos. En 1995, Paul Di Filippo incluyó el steampunk en los índices bibliográficos con su libro La trilogía steampunk, el primero en poner la palabra en su título y marcarlo como definitivo.

La segunda ola del género nació alrededor de 2006. Esta es mucho más interesante porque marcó el resurgimiento de una auténtica comunidad contracultural. La fecha de 2006 no es baladí, es el año en que aparece el iPhone, el primero de una tecnología, los móviles, ahora omnipresente, que tipifica la naturaleza opaca, inaccesible y despersonalizada de las tecnologías de consumo actuales. Este rechazo hacia la tecnología moderna y el amor estético por la antigua convirtió el ethos artesanal en la columna vertebral del movimiento actual. Esta relación entre la recreación histórica y la imaginación del steampunk ha convertido al género en una celebración artística personal, donde el fan viaja de convención en convención para mostrar sus mejores galas creadas con mimo a lo largo del año.

La influencia cinematográfica es cada día mayor en el steampunk. No solo las grandes superproducciones de Hollywood han recreado pasados imposibles y distopías post-apocalípticas repletas de hollín. Los gigantes del streaming, siempre ávidos de nuevos contenidos como reclamo para engordar sus cuentas de abonados, han convertido recientemente la pantalla plana en un paraíso de fantasías decimonónicas con producciones como Arcane, The Nevers, Los irregulares, Carnival Row, La materia oscura o Penny Dreadful. El salón de tu casa también huele a vapor en la segunda y tercera décadas del siglo XXI.