El caso del envenenamiento con metílico en la España franquista

Desde hace treinta años, el periodista Fernando Méndez trabaja en el caso del envenenamiento con metílico que causó numerosas cegueras y muertos en la España del franquismo, en 1963. Ha publicado dos libros de investigación y recientemente la novela «La vida mientras luchamos» (RBA).

Texto: David VALIENTE

 

En la España franquista, más en concreto en 1963, algunas personas, sin motivo aparente, empezaron a quedarse ciega y a morir. Ese mal, que bien puede parecer sacado de la trama de una novela de José Saramago, afectó a un número de víctimas aún por determinar que consumieron una copita de aguardiente o licor café adulteradas con metílico. El régimen corrió un tupido velo sobre el asunto hasta que el periodista Fernando Méndez hace treinta años se interesó por él y comenzó un arduo trabajo de investigación que ha dado como resultado dos libros periodísticos (Metílico, 50 años envenenados y Mil muertos de un trago: el caso de las bebidas envenenadas con alcohol metílico) y su última novela publicada en RBA: La vida mientras luchamos.

 

La vida mientras luchamos es un thriller que entremezcla hechos históricos y ficticios. La percha principal de la novela es el caso del metílico, pero no podemos olvidar que la acción se desarrolla en plena Guerra Fría. La historia recuerda 1963 como el año en que asesinaron a John F. Kennedy, el otro sostén histórico de la trama novelística. En este contexto marcado por la tensión internacional, Iria Meilán, una joven farmacéutica interesada en los efectos curativos del aloe vera y afincada en Lanzarote, descubre que la gente está muriendo y quedándose ciega tras consumir alcohol adulterado con metílico. Por caprichos del destino, ella será la encargada de desvelar el origen de ese lote de bebidas espirituosas contaminadas, introduciéndose en un mundo de espías y maleantes.  “Sin duda, los años 60, con la Guerra Fría de fondo, la carrera espacial o el asesinato de Kennedy, son magníficos para desarrollar investigaciones en profundidad”, dice el autor orensano, redactor en Faro de Vigo y La Región y colaborador del ABC, Televisión de Galicia, Cuatro TV y Radio Nacional.

 

Tras haber revisado los 36 000 folios del sumario durante cinco años, haber mantenido sendas conversaciones con el fiscal del caso, Fernando Seoane Rico, y haber viajado por toda la geografía española en busca de nuevas pistas, el cuerpo le pedía al escritor contar la parte emocional del caso, la que atañe más íntimamente a las víctimas, como a la última persona documentada que se quedó ciega por consumir el metílico, con la que Fernando pudo mantener una conversación.

 

“Sucedió en el balcón de su casa, me contó cómo se quedó ciego”, recuerda Fernando, que describe a la víctima como un varón de 85 años, 1,80 y ojos azules. “A su lado se encontraba su mujer llorando en silencio”. Según las palabras del octogenario, “una mañana de abril de 1963 se levantó de la cama y vio los campos nevados. Ese efecto lo produce la quemazón del nervio óptico”. El día anterior había consumido una copita de licor café que contenía el fatal veneno. “Alarmado, despertó a su esposa para que viera los campos nevados en primavera; por supuesto, su mujer vio un paisaje florecido y le regañó porque pensó que se estaba burlando de ella. El hombre empezó a manifestar malestar en el estómago. Entró al baño, donde la última imagen que vio fue su rostro y copos de nieve caer sobre los muebles. La visión terminó con una luminosidad absoluta que le condujo a la oscuridad total: se había quedado ciego”, narra el periodista. “Mientras me contaba su historia agarrado a la barandilla de madera de su balcón, me dije a mí mismo que tenía que contar lo sucedido”. Además, “me impresionó que sus palabras no guardaran rencor, había perdonado a los bodegueros porque, decía, sin saber perdonar es imposible vivir esta vida”.

 

Hace treinta años, el fiscal le dijo a Fernando Méndez que nadie había querido saber nada de uno de los casos más graves que hayan afectado a la salud pública mundial, más grave incluso que lo sucedido en la España de 1981 con la intoxicación por el aceite de colza o con el tráfico ilegal de alcohol en los Estados Unidos de los años 20 tras la imposición de la Ley Seca. “Por aquel entonces, al Gobierno le interesó ventilar el asunto de la mejor manera. El régimen se sacudió las responsabilidades, que recayeron en su totalidad sobre los bodegueros, quienes fueron los principales implicados en la trama. Los hechos causaron muchísimas víctimas, pero apenas se tiene conocimiento de esta parte de nuestra historia”.

 

Resulta extraño, y más en esta época de revisionismo histórico, en la que se trata de sacar a la luz todas las vergüenzas del franquismo, que ni los académicos ni los medios de comunicación hablen de este asunto.

Llevo treinta años tratando de hacer justicia por las víctimas y sus familiares. Es curioso: cuando ocurre una tragedia, pongamos por caso un avión que se estrella, inmediatamente lanzamos coronas de flores al mar y construimos monumentos conmemorativos. Demostramos que como sociedad nos ha conmovido la muerte de tantas personas. Sin embargo, con este tema no hemos hecho nada parecido. Es verdad que sucedió hace sesenta años, pero tampoco podemos olvidar que en la actualidad, cada año, mueren tres millones de personas en el mundo por el consumo de bebidas adulteradas con alcohol metílico, según datos de la OMS. Además, la epidemia de envenenamiento no solo afectó a España, sino que también se extendió por Sudamérica, África y Estados Unidos. Lo sucedido se ocultó detrás de una sentencia que, en realidad, no contentó a nadie, ya que no se hizo justicia. El paso del tiempo y el desconocimiento de las nuevas generaciones lo han echado al olvido, aunque los familiares de las víctimas se ponen en contacto conmigo para saber si se puede reabrir el caso.

 

¿Y podrían?

No soy jurista y no le puedo dar una respuesta certera. Sin embargo, creo que sería complicado porque ya hay una sentencia firme: el Estado se encargó de que fuera un simple caso de salud pública originado por los bodegueros. Las víctimas no vieron ni un duro de la indemnización; ni siquiera los acusados cumplieron las penas íntegramente. El régimen nunca asumió su parte de la responsabilidad por permitir que 75 000 litros de metílico, que se emplea en la fabricación de barnices y disolventes, circularan con total libertad por las bodegas españolas.

 

Después de haber investigado tanto sobre el caso del metílico, ¿qué intención tiene con esta novela?

Mis dos anteriores libros sobre el metílico son investigaciones periodísticas que he ido actualizando con el transcurso del tiempo. Por eso, en La vida mientras luchamos he querido cubrir la parte emocional del caso, una perspectiva que me faltaba explorar. A través de la protagonista, Iria Meilán, de profesión farmacéutica, he planteado una pregunta: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para proteger lo que más queremos? Por supuesto, Iria tiene la respuesta, que no vamos a desvelar para evitar hacer spoilers. Ella trata de proteger lo que más quiere, dentro de una trama de espías y en un contexto histórico -los años del franquismo- desfavorable para las mujeres, quienes a nivel social desempeñaban un papel secundario en España. Sin embargo, Iria es una heroína, como lo fue la verdadera farmacéutica, María Elisa Álvarez Obaya, que desde un pequeño pueblo de Haría (Lanzarote), dio la voz de alarma sobre lo que estaba sucediendo. Ella se enfrentó a los poderes tanto institucionales como económicos de la España franquista. Hizo todo lo posible por frenar el envenenamiento y, en parte, lo consiguió.

 

Además del caso del metílico, ¿por qué decidió dar al asesinato de Kennedy un peso relevante en la trama?

Ambos hechos tuvieron lugar en el año 1963, por tanto, coinciden en el espacio temporal. Como siempre digo, son acontecimientos que están hermanados. Por aquel entonces, la situación geopolítica y geoestratégica de España interesaba mucho a Washington. Además, Manuel Fraga ya había lanzado esa famosa campaña de ‘Spain is different’, con la que pretendía atraer el turismo extranjero y abrir el país al mundo. En esos momentos de estertores del franquismo, necesitábamos la ayuda de Estados Unidos para salir del aislamiento internacional y los americanos querían sacar beneficio de nuestra posición geoestratégica. Es más, unas semanas antes del asesinato de Kennedy, el ministro de Asuntos Exteriores español, Fernando María Castiella, se entrevistó con el mandatario de la Casa Blanca, mostrando así sintonía entre los dos gobiernos.

 

De hecho, el agente Madrid, uno de sus personajes, lo sintetiza muy bien en la siguiente frase: “Nosotros necesitamos dinero y los estadounidenses una mejor posición”.

Así es. Desde hacía casi tres décadas, España trataba de vivir en una autarquía y, si la comparamos con los países del entorno, su nivel de atraso económico era remarcable. La única manera de atraer capital fue abrirse al mundo, al principio con cierta timidez. La publicidad ayudó mucho al Estado a desarrollar esta labor; precisamente las campañas que se lanzaban iban dirigidas a turistas nórdicos, estadounidenses, británicos… Claro, si estás vendiendo que España es el mejor destino vacacional, un escándalo como el caso metílico no ayuda a vender una imagen de seguridad y tranquilidad. Por esa razón, desde el primer momento se exculpó al Gobierno y se inculpó a los bodegueros que, evidentemente, fueron unos desaprensivos. Sin embargo, aclaremos una cosa: estos bodegueros no fueron unos asesinos, no pretendían matar a nadie, tan solo hacer negocio con un producto que, aunque muy tóxico, costaba la mitad que el alcohol etílico. Así que de verdad creyeron que rebajando con agua o con esencias la dosis de metílico no provocarían ninguna ceguera y mucho menos la muerte de las personas.

 

Se podría decir que ninguno de los dos casos ha sido cerrado. Como bien ha dicho antes, en lo referente al metílico no se ha hecho justicia y sobre el asesinato de Kennedy cada dos por tres se abre una nueva teoría o línea de investigación. ¿Cómo ha sido afrontar el trabajo imaginativo de dos acontecimientos sin resolver?

Un auténtico reto.  El tiempo pasa y no da respuestas, solo más interrogantes. Respecto al asunto del metílico, seguramente, nunca llegaremos a saber el número real de fallecidos. Recuerdo que el fiscal me dijo que una sola copa de aguardiente o licor de café bastaba para dejar ciega a una persona o matarla. ¿Cuántas copas se pueden hacer con 75 000 litros de metílico?…  En cuanto al asesinato de Kennedy, cada cierto tiempo salen a la luz nuevos datos o testimonios que lo posicionan en el foco mediático. La Comisión Warren, encargada de investigar el caso, llegó a unas conclusiones muy ambiguas. Con el fin de contentar a todas las partes, apenas hubo transparencia en la investigación. He intentado documentarme en profundidad, y créame que lo hice, sobre los dos casos, pero los resultados siguen sin parecerme suficiente.

 

En la actualidad sois varios los hombres que escribís novelas en primera persona y con voz femenina. ¿Le costó meterse en la piel y la mente de Iria?

Le confieso que durante ocho meses, tiempo que tardé en escribir la novela, fui hermafrodita: por el día mantenía mi apariencia masculina y por las noches me convertía en una mujer… Es una broma. Cada vez que entraba en el despacho de mi casa afrontaba un reto muy importante, sobre todo, por el cambio de registro que tuve que experimentar. Tomé esta decisión porque las mujeres son más poliédricas en cuanto a los sentimientos se refieren, los tienen más a flor de piel que los hombres. Me motivaba construir una historia que tuviera como protagonista a una mujer normal a la que le suceden cosas extraordinarias. Asimismo quise homenajear a la farmacéutica asturiana que dio la voz de alarma. Por otro lado, emplear a un narrador en primera persona fue un reto complicado, ya que el narrador omnisciente permite una mayor versatilidad en la escritura, se dirige con más facilidad una historia en la que el narrador lo ve y lo sabe todo. Sin duda, fue un reto muy interesante y que me hizo disfrutar durante esos meses.

 

Usted lo ha dicho más arriba: las mujeres eran meras actrices secundarias en la España franquista.

En la publicidad de la época, las mujeres aparecían haciendo las tareas de la casa o cuidando a los niños en los parques. Por supuesto, ganaban un jornal en trabajos que acentuaban el estereotipo, como telefonistas o limpiadoras. (Con esto no quiero decir que no sean profesiones honrosas, claro que lo son, cualquier trabajo es importante porque lo que importa son las personas que lo desempeñan). Las tres mujeres de mi novela, Iría, Elisa y Sara, se rebelan contra los estereotipos que pretendían regir en esos tiempos. Cuando recordamos la década de los 60, nos centramos en The Beatles o la minifalda; y creo que esto es muy injusto porque los 60 fueron años fructíferos en libertades, que movían las inquietudes de una parte de la sociedad en desacuerdo con lo establecido. Se organizaban manifestaciones a las que acudían muchísimas mujeres y estudiantes. Desde mi punto de vista, los años 60 también están reflejados de una manera muy estereotipada, solo recordamos lo más prosaico. Por esa razón, con mi novela, he querido homenajear a todas aquellas mujeres que emprendieron una guerra en pos de las libertades.

 

Me llama la atención que los padres de Iria, y de algún otro personaje más, sean emigrantes españoles. ¿Nos quiere decir algo?

Yo soy producto de la inmigración, mis padres salieron de Galicia y se instalaron en Argentina. La historia de España del siglo pasado no se podría contar si borramos de sus páginas a los españoles que emigraron a América Latina, Estados Unidos y, a partir de los años 60, a Europa. La inmigración ha marcado la realidad, tanto para bien como para mal, de miles de familias y no solo en el aspecto económico, porque el sentimental también jugaba un papel central. Claro, la inmigración actual no es como la de entonces. Antes, una persona se subía a un barco y no sabía si podría regresar algún día a su tierra natal. Con las familias de mis personajes, he querido también homenajear a esos padres y abuelos, que como ocurrió en mi familia, tomaron sus pocas pertenencias, y con más o menos fortuna, buscaron una vida mejor en otros países.

 

¿Cómo han recibido su obra las víctimas y sus familiares?

Solo he recibido agradecimientos por su parte. Siempre he contado con su colaboración y comprensión, y siempre que tengo una oportunidad saco a la luz el tema porque falta ese gran homenaje a las víctimas que fueron enterradas injustamente con metílico en las entrañas. Se ha homenajeado a María Elisa Álvarez Ovalla poniendo una placa en Haría, justo donde estaba su farmacia, y otra en su pueblo natal, Villaviciosa (Asturias). Mire, sin quererlo, los familiares fueron “cómplices” del sistema y de los acusados. La vergüenza de que su familiar fuera señalado de alcohólico les empujó a tapar lo sucedido, cuando en realidad a los bebedores habituales no les afectó porque el etílico contrarresta los efectos del metílico. Por lo tanto, las personas que se quedaron ciegas o murieron fueron aquellas que un día se tomaron una copita, y no más. Yo siempre voy a reivindicar que se homenajee a las víctimas como una manera de remover conciencias y evitar precisamente que vuelva a suceder algo parecido.