Desirée Baudel “La tendencia de edulcorar la verdad y no enfrentar a los jóvenes a la frustración es un error”
La novelista y profesora de instituto acaba de publicar “Ya lo pensaré mañana”, donde una docente en la mitad de la vida busca el camino.
Texto: Antonio Iturbe
Desirée Baudel (Barcelona, 1978) es licenciada en Filología hispánica por la Universitat de Barcelona. Durante muchos años estuvo trabajando para la editorial Santillana y actualmente es profesora de instituto. En esta novela, que trae ecos de su trabajo como docente, nos muestra sin desgarro pero sin edulcorantes cómo la vida es una carretera con baches que hemos de asfaltar todos los días.
Lola no es ni joven ni mayor, acaba de separarse y su trabajo en el instituto le trae problemas pero también la libera de esa angustia interior de encontrarse sola de repente. En esa necesidad de arrojar luz a su vida decide tratar de esclarecer una historia familiar silenciada desde siempre: su padre fue un hijo ilegítimo de un hombre adinerado y hay parientes a los que nunca han conocido. Desirée no nos explica lo que le sucede a Lola sino que nos introduce en su cabeza; vivimos dentro de sus pensamientos, sus frustraciones y sus esperanzas.
Cambiaste el mundo de editorial por el aula de un instituto para enseñar Lengua y Literatura, como Lola. ¿Qué ganaste?
Al cambiar el día a día en una editorial por las aulas de un instituto gané estar en contacto con historias en plena transición del momento del planteamiento al nudo, y no precisamente encerradas entre las páginas de una novela. Gané ser testigo de todas esas vidas, con sus conflictos, sus sueños y sus pesares disimulados bajo una capa de rebeldía o indiferencia. El trabajo de profesor te conecta con los jóvenes y te permite mantenerte cerca de esa juventud que ya no te pertenece. Te ofrece la posibilidad de emocionarte casi a diario. Aunque también la de frustrarte.
¿Y qué perdiste en el cambio?
El privilegio de acompañar en el proceso de creación y de edición de una novela, la emoción de compartir el entusiasmo por un nuevo libro entre los compañeros de la editorial. También bastante silencio.
Dice Lola que en el cinismo lúcido de su alumno ve el germen de la infelicidad. ¿La felicidad requiere de cierta inconsciencia?
Creo que sí. Como decía Freud, hay dos maneras de ser feliz en esta vida. Una es hacerse el idiota y la otra, serlo. Creo que esa gran capacidad de observación y comprensión que tiene el personaje de Dani le impide disfrutar de las cosas más sencillas, de la inconsciencia propia de la adolescencia y le hace ser crítico con su realidad. Creo que ese tipo de lucidez dificulta la felicidad porque te aleja de la complacencia y te lleva a la insatisfacción y a considerar la felicidad una especie de ideal inalcanzable.
Tu protagonista al separarse toma conciencia de su precariedad. ¿Será que no estamos programados para la soledad?
Lola tiene que reprogramarse. Pasa de vivir en pareja y de tener en mente una hoja de ruta que la llevaba directa a la maternidad y a la idea de familia, a vivir sola. En ese nuevo estado ha de enfrentarse a ella misma. No hay ruido que la distraiga, no hay conversaciones que la alejen de sus miedos. Yo creo que no nos han enseñado a estar bien con nosotros mismos, que cuando nos encontramos en situaciones como la que vive la protagonista de la novela nos damos cuenta del esfuerzo que nos supone estar a solas.
Vemos sus intentos por tapar los huecos con su incursión en Tinder. Y Tinder echa humo. ¿Cómo es que hay tanta gente buscando? ¿Qué crees que buscan?
Pues sospecho que hay muchas personas que buscan precisamente lo que comentas: tapar huecos. Y quizá esos vacíos sean mucho más profundos de lo que creemos. Vivimos días de inmediatez, de consumo rápido, de reels que nos ofrecen contenido diverso cada pocos segundos, de cuerpos expuestos en escaparates que cada vez están más a mano. Nos hemos acostumbrado a quererlo todo y a querer obtenerlo rápido. Tinder ofrece la posibilidad de llenar esa soledad de la que hablaba antes rápidamente, casi sin esfuerzo. Además, sirve para satisfacer el deseo, que ha pasado de ser el primer paso hacia un vínculo más completo o complejo a convertirse en el fin mismo de una búsqueda insaciable.
Otro frente que abre Lola es el de los secretos familiares del pasado. Remover los lodos del pasado como hace ella ¿no tiene el riesgo de que, más que aclarar, enturbie?
Por supuesto, pero es el riesgo que decide correr Lola. Esas preguntas sin respuesta siempre han ido con ella. Esos silencios familiares son un impedimento para avanzar justo en ese momento en el que se está preguntando hacia dónde quiere ir. Necesita mirar hacia atrás y despejar las incógnitas sobre el origen de su familia para poder continuar, aunque ello signifique comprender por qué esos secretos fueron enterrados.
Señalas con agudeza esa costumbre de poner a las niñas que serán mujeres nombres como Dolores, Soledad, Angustias… ¿Una declaración de intenciones hacia las mujeres?
La tradición de la mater dolorosa que valora y premia el sufrimiento de las madres ha condenado a muchas mujeres a un papel en la abnegación que ya se les presuponía. Y sigue siendo así. Recordemos el discurso de agradecimiento de Eduard Solà, ganador del Goya al mejor guion original por la película Casa en flames. Solà agradeció a las madres su trabajo, su renuncia y reclamó un cambio en la sociedad para que los cuidados no se sustentaran en la renuncia y el sometimiento. Esos nombres son un manera de marcar, una condena.
Otro frente es el del instituto y el caso de Dani. ¿Por qué la generación socialmente más conectada de la historia tiene tantos problemas para comunicarse?
Hoy día están conectados constantemente, pero su manera de relacionarse pasa por una pantalla. Están conectados, pero no se miran a los ojos. Si en un patio de instituto les dejas usar sus teléfonos móviles se sentarán en corro sin hablar apenas. Algunos se pondrán a jugar, a veces juntos en línea, pero con los ojos puestos en la pantalla. Lo pudimos ver en la pandemia, cuando se les permitió hacer uso del móvil en el tiempo de recreo. Si sumamos esta hiperconexión virtual al contenido que consumen, altamente sexualizado y violento, quizá estamos siendo testigos de cómo el ser humano está perdiendo una de sus mejores cualidades: la empatía.
Esa profesora cansada, desgastada pero no derrotada (todavía) por el sistema avisa de que con soñar no basta y lamenta la cantinela del “serás lo que quieras ser”. ¿Qué dice al respecto la profesora Baudel?
Pues que les estamos engañando. Que esta tendencia de edulcorar la verdad y no enfrentar a los jóvenes a la frustración es un error. Parece que hoy día no podemos decir a un adolescente que no hace lo suficiente, que su esfuerzo es escaso o nulo. Es más, parece que es mejor hacerles creer que han venido a este mundo a divertirse y ser felices sin hacerles ver que para llegar a conseguir unos objetivos que les permitan sentirse satisfechos y contentos con su realidad hay una necesidad de esfuerzo. Tienen que entender que esa felicidad es un proceso, una evolución y que no es un derecho de nacimiento. El otro día vi en Instagram un vídeo de un profesor que comentaba alguno de los mensajes que recibe de las familias de sus alumnos y uno me pareció muy ilustrativo de esta manía de alejar el “sufrimiento” de nuestros hijos e hijas. Le pedían que modificara el horario del recreo porque su hija tenía hambre a las 10:30 h y lo pasaba mal hasta las 11 h. Así estamos.
En tiempos en que lo que importa es ser ingeniero o teleco… ¿cómo se consigue contar que la Lengua y Literatura sí importan?
Se consigue difícilmente. El sistema no cuida las humanidades, que se quedan en los márgenes. Como profesora intento hacerles ver la importancia de las palabras. Siempre les digo que el ser humano no tiene ninguna otra manera para dar forma a su pensamiento que mediante las palabras. Da igual que seas un futuro ingeniero o un futuro historiador. Procuro que entiendan que a mayor dominio del lenguaje, mayor será su capacidad para formar pensamientos complejos. Y lo mismo con la Literatura, intento acercar las historias de los libros a su contexto, a sus inquietudes. Cuando les explicas las mil y una que pasa un personaje como el Lazarillo, muestran interés, se sorprenden y acaban acercándose a un libro que les permite saber cómo era aquella época y poner en valor las comodidades de hoy día.