Dai Sijie: “La sociedad china ha perdido la esperanza y está comenzando una lucha por la vida”

El escritor y cineasta chino Dai Sijie publica la novela «El evangelio según Yong Sheng» (Salamandra), inspirada en la vida de su abuelo, un chino cristiano en la época de Mao.

Texto: David Valiente

 

Delante de la cámara apenas pierde la sonrisa. A pesar de sus 70 años, Dai Sijie muestra una jovialidad envidiable. Luce un pelo canoso y liso que cubre con una gorra azul. Cualquiera diría que es un escritor o un cineasta de fama internacional, por su aspecto y el movimiento de sus manos mientras habla, parece que pertenece a una de esas tribus urbanas apasionadas del hip-hop y del rap que tanta popularidad tuvieron en los años noventa y principios de este siglo.

El autor de Balzac y la joven costurera china ha publicado un nuevo libro inspirado en la vida de su abuelo, Dai Metai, quien fuera el primer pastor cristiano de la ciudad de Putian. El evangelio según Yong Sheng cuenta la vida de Sheng, hijo de un artesano especializado en la fabricación de silbatos para palomas. Su progenitor deseaba el mismo futuro para el protagonista, pero la fe (y una profesora de inglés americana hija de un pastor) se cruzaron en su camino. Tras cursar sus estudios de teología en Nankín, regresa a su ciudad para desempeñar su labor pastoral, pero la roja mano del maoísmo lo convertirá en un paria social.

 

¿Qué le convenció a escribir una novela inspirada en la vida de su abuelo, Dai Metai?

Desde pequeño tuve esa inquietud. Al principio, no sabía por qué género decantarme: si iba a ser una novela o una biografía. Hace 10 años, me incliné por el segundo y comencé su escritura en chino. Pero necesitaba los testimonios de personas que hubieran vivido ese periodo para complementar el trabajo. El texto no me estaba satisfaciendo, porque las fuentes que empleaba no eran del todo libres a la hora de expresarse. Así que tuve que recurrir a mis recuerdos y, al final, escogí la novela. En un primer momento, no quise centrar el foco narrativo en la figura de mi abuelo, pero con el tiempo desarrollé un personaje que no era exactamente él, aunque estaba inspirado en su vida.

 

¿Imagino que la edad le habrá permitido entender mejor a su abuelo?

¡Efectivamente! Y también me ha servido para entender a los chinos cristianos de esa época, que en realidad eran bastante numerosos, aunque oficialmente no estaban presentes, (y esto sí que es un drama). Con la edad he comprendido mejor a mi abuelo. Siento una profunda admiración por él, quien sufrió muchísimo, pero supo encajar muy bien los golpes que la vida le dio durante 30 años. Se le consideró enemigo del pueblo: le atacaron, le agredieron, pero aun así se mantuvo firme en su fe. Mi abuelo se convirtió en un referente fantástico para mí.

 

¿Qué lecciones ha sacado de los chinos cristianos, especialmente de su abuelo? 

El valor de la fe, no necesariamente de la cristiana. Gracias a ellos, he descubierto que tengo una fe; incluso, me atrevería a decir que es una creencia. Mi abuelo me enseñó que los seres humanos tenemos alma, y no voy a mentir, esta lección es esencial en mi vida.

 

Hay momentos en la novela en los que la fe de Yong Sheng zozobra, no tiene que ser en el ámbito religioso, pero ¿a usted le ha pasado lo mismo?

Por supuesto, yo también he vivido periodos en los que la duda me ha embargado. De hecho, creo que esas dudas me van a acompañar hasta el final de mi vida, como le pasó a mi abuelo. No podemos negar que la duda existe.

 

Su ingenio lo canaliza a través de la escritura y la dirección de cine, ¿en qué disciplina se desempeña mejor?

Me gusta más escribir. Para mí es más sencillo porque me permite crear un ambiente de concentración. Sin embargo, me obliga a trabajar en soledad y con una herramienta, el francés, que no me fue dada en la infancia. Pero, en los momentos de escasez de ideas, me gusta interactuar con otras personas para alcanzar decisiones compartidas; es fantástico.

 

Dicen de usted que es un exiliado cultural, ¿está de acuerdo?

Claro que lo estoy. Tengo mi punto de vista político, pero quizá no es lo suficientemente comprometido como para brindarme el estatus de exiliado político; y siendo sincero, no creo que mi punto de vista aporte nada novedoso en un país como China, tan ingente y con una población tan descomunal. Sin embargo, mi trayectoria profesional ligada a lo cultural, y lo digo con toda la humildad, puede contribuir y añadir valor. He tratado de poner mi granito de arena y de hacer escuchar mi testimonio en francés, sobre todo porque en China mis trabajos no verían la luz. Por eso, mi recorrido muestra algunos matices políticos.

 

Es curioso que rechacen su trabajo, porque no es especialmente crítico; los hay mucho más y, de hecho, el mismo partido comunista ha emitido críticas sobre el periodo maoísta, sin menospreciar el valor que tuvo.

Es cierto; y es algo que yo tampoco logro entender. Mire, este año se cumplieron siete décadas del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre China y Francia. Pedí a la censura china que me dejaran reponer Balzac y la joven costurera china. No me dieron permiso. ¡Me respondieron que no era posible, que la cinta muestra que mi espíritu es esclavo de Occidente! La película solo cuenta lo que fueron esos años y mis vivencias en las montañas reeducándome, no hago ninguna crítica historicista abierta. Parece que la óptica occidental que pueda tener el film no es apta para el consumo cultural de la población china. No he cometido ningún crimen, pero la censura no lo cree así.

 

¿Le duele este rechazo?

Si le soy sincero, a día de hoy, no me causa ni fu ni fa, la verdad es que no me afecta mucho. De todos modos, a mis compatriotas, sobre todo a las nuevas generaciones, no les gusta demasiado mi trabajo, se han vuelto muy chovinistas y no son capaces de ver más allá del presente actual del país. La historia de mi abuelo no les interesa para nada, no intentan buscar la verdad o los hechos más interesantes. Las nuevas generaciones están centradas en convertir a China en una gran nación.

 

¿Cómo ha influido su experiencia de inmigrante en su recorrido artístico?

Trasladarme a Francia me dio la oportunidad de hablar sin tener que imponerme temas tabúes; me permitió describir la China que yo conocí. Mis compañeros en China no disfrutan de esa misma suerte. Yo valoro mucho la libertad porque mi trabajo tiene sentido gracias a que yo sí puedo hacer lo que ellos no.

 

En Europa se desconoce la historia de los chinos cristianos.

El cristianismo, en todas sus vertientes dogmáticas, que se desarrolló en China, cuenta con una serie de particularidades culturales. Sobre todo a partir del siglo XVII, los jesuitas siguieron una estrategia muy determinada para intentar convencer al pueblo chino de las bondades del Dios cristiano: adoptar algunas costumbres locales. Los conversos que ocupaban puestos de poder en la administración pública creían en Dios y participaban de los ritos confucianos. En Roma no se mostraron muy contentos con la permisividad del clero en China, y el Vaticano llamó al orden a los jesuitas. Aunque en realidad no sirvió de mucho, ya que los cristianos chinos o chinos cristianos no asumieron la ortodoxia establecida desde Europa, sino que continuaron viviendo su fe con esa mezcla de creencias foráneas y rituales autóctonos. Con la llegada del comunismo, la relación entre los fieles chinos y el Vaticano llegó a su final. Mao les permitió mantener su fe siempre y cuando amaran a China sobre todas las cosas e hicieran lo propio con el Partido Comunista, mostrando ese amor a través de los actos colaborativos. Por supuesto, nada de esto casaba con la doctrina cristiana. De hecho, en esos años de revolución, se podía contemplar una devoción completa por el comunismo; era la nueva religión, que entroncaba a la perfección con ese fervor ciego que el creyente muestra a Dios.

 

Ya que menciona el comunismo: ¿qué recuerdos tiene de la Revolución Cultural?

Cuando comenzó, yo tenía 12 años y tuve que cruzar China solo, desde Sichuan, al oeste del país, donde mis padres estaban encarcelados, a Putian, una ciudad situada en el este y hogar de mi abuelo. Lo que presencié a mi llegada no fue nada agradable: vi como golpeaban a mi abuelo. Una imagen violentísima que me impactó un montón. Tengo muchos más recuerdos de esa época, algunos son más dulces, pero sin duda el que más impresión me causó fue ver a mi abuelo, pastor cristiano, golpeado violentamente.

 

Hay un personaje muy interesante en su novela: Qiu Xiangui, apodado el Manco. ¿Él representa al prototipo de revolucionario maoísta?

En efecto. En esos años se vieron a muchas personas cegadas por el halo de renovación del comunismo y que se entregaron a fondo a las labores de la revolución. Lo trágico de sus historias es que el comunismo los convirtió en enemigos y terminaron encarcelados o perseguidos, como le ocurrió a mi abuelo. Quizá este no sea el contexto más adecuado para desarrollar a fondo este tipo de personajes, pero daba la sensación de que deseaban cargarse a todo el mundo. Se produjo una lucha cruel y crucial en el seno de la comunidad y del Partido Comunista chino por el poder. Esto fue lo más atroz de esos años.

 

Cuenta en la novela como los hijos denunciaban a los padres…

Sucedía mucho, sí. Estoy orgulloso de no haber denunciado públicamente a ninguno de mis padres; algunos miembros de la familia lo hicieron y también compañeros de profesión prestigiosos se dejaron llevar por la inercia de aquellos años. A mí me parece algo horrible.

 

¿Cómo puede un adolescente crecer en un ambiente de tanta brutalidad?

En mi primera novela, Balzac y la joven costurera china, cuento que a los 17 años me enviaron a una montaña para ser reeducado en los valores del campesinado y el comunismo. No puedo afirmar que la vida fuera fácil, pero, no voy a mentir, lo pasé peor cuando tenía 12 años cuando tuve que cruzar China solo y vi apalear a mi abuelo. Todos estos episodios fueron cursos intensivos sobre la vida. De pronto, mi familia quedó excluida de la sociedad y debimos afrontar mil desgracias. Sin duda, esa situación te obliga a espabilar; no tienes otra que vivir y desarrollar tus instintos de supervivencia. Esos años me dieron las mejores lecciones nunca aprendidas, ni siquiera en las mejores de las universidades.

 

Los críticos literarios clasifican a Mo Yan, Yang Lianke o Can Xue dentro del grupo de ‘escritores del trauma’, aquellos que de niños o adolescentes sufrieron los momentos de mayores desmanes del maoísmo y luego lo han contado con su literatura. ¿Se considera miembro de este selecto grupo?

¡Qué va! No me identifico con esos nombres; mi trabajo apela más a mis experiencias personales y, en ocasiones, los puntos de vista difieren de los suyos. A mí me interesa más mostrar el dolor y el absurdo mayúsculo que supuso un país sumido en la locura más absoluta. Mi familia era cristiana y fue perseguida en una sociedad donde abundaba la miseria, las desgracias y la gente perdía su vida por nada, por nada. Aun así, yo no critico las violencias de ese mundo, bien sea por mi carácter, o porque me interesa más responder a la pregunta de cómo los seres humanos pueden caer en esa absurda locura. Y, por supuesto, esta cuestión no va solo destinada al caso de China, la historia nos enseña que esta especie de enajenación puede golpear al mundo entero.

 

En 1976, Mao Tse-tung murió y llegó una época de apertura. Imagino que habría mucha esperanza…

¡Claro! No tenga ninguna duda. Tras la muerte de Mao, los chinos albergaron grandes esperanzas respecto a la transformación de China. Y, desde luego, los cambios se han experimentado en cuanto a la economía se refiere; cuando yo era un niño no poseíamos bienes personales, pero en la actualidad prácticamente todos los chinos disfrutan de una vivienda en propiedad por pequeña que sea. Sí, en este sentido se produjeron muchos cambios, pero la sociedad ha perdido la esperanza y está comenzando una lucha por la vida.