Cuando un cuerpo se transforma en un pedazo de selva
«La Amazonia» no es un ensayo al uso. No es un libro periodístico. No encaja en la categoría de memorias. Tampoco es exactamente un manifiesto para intentar salvar el mayor bosque tropical del planeta. Sin embargo, contiene trazos y aromas de todo lo que no es. Las páginas de «La Amazonia», una amalgama de rabia y dulzura, tienen el grado de verosimilitud de todo lo que se escribe con la propia piel y experiencia.
Texto: Bernardo Gutiérrez Foto: Lilo Clareto
La periodista brasileña Eliane Brum (1966) narra con precisión y clarividencia las principales amenazas que se ciernen sobre la Amazonia. Describe a la perfección y con conocimientos cómo los madereros, traficantes de todo tipo de sustancias ilícitas, garimpeiros (buscadores de oro), empresarios de la agropecuaria y grileiros (usurpadores ilegales de tierras). No obstante, la verdadera potencia del relato de Brum reside en cómo su trayectoria vital se cruzó definitivamente con la Amazonia. En 2017, Eliane decidió que su vida cómoda en São Paulo no tenía ningún sentido. Decidió mudarse a la Amazonia. Su elección tenía algo de contra intuitivo: la ciudad de Altamira, la urbe más violenta de Brasil de los últimos tiempos, atalaya desde la que se construyó la polémica y dañina mega presa de Belo Monte en 2011, epicentro de todos los males amazónicos.
Escoger Altamira como hogar dinamitó su vida previa. Su cuerpo se transformó en un campo de batalla. La Amazonia, su agonía, sus luchas, empezaron a clavarse en su piel. Se separó de su marido. Y desde su cuerpo-territorio fue tejiendo las historias, narraciones y deseos que pueblan La Amazonia. Al describir los incendios que ve desde su ventana, Eliane no despliega datos o argumentos científicos. Describe con extremada sensibilidad y dolor esa «masa verde que va a convertirse en cenizas». «Aprendí a vivir en medio de la catástrofe, lo que me convirtió en un ser humano mucho más peligroso», escribe. En medio de la descripción del colapso, Brum consigue desplegar una implacable mirada poética: «Hay pocas criaturas más artísticas que las semillas, con sus colores y formas. La sensación de verlas volar desde las manos a la tierra preparada, es casi mejor que llegar al orgasmo».
La Amazonia está lejos de ser un libro pesimista. Ante la imposible que derroche toneladas de optimismo en el actual momento planetario, Brum destila una especie de realismo esperanzado que confía en la suma de pequeñas acciones y de cambios de actitud puestas en marcha por individuos o colectivos. La Amazonia tiene el propósito de consolidar la «amazonización» del mundo más allá del territorio geográfico de la Amazonia. Amazonización = un movimiento para derribar la hegemonía del pensamiento occidental, patriarcal, blanco, masculino y binario. Llegó la hora de escuchar a los que siempre fueron calificados como bárbaros, dice Eliane.
Parte del optimismo moderado de La Amazonia se debe al nuevo activismo climático de los jóvenes europeos, que han conseguido lo que los científicos no lograron en décadas. «Al escuchar a los adolescentes de Fridays for Future, me di cuenta de que era fundamental construir también una alianza con la juventud climática, mayoritariamente blanca, europea y de clase media. Si se unían todos los cabos sería posible transformar el mapa geopolítico del mundo. Son indígenas, pero no lo saben», escribe. La alianza deseable para salvar el planeta, según la autora, estaría liderada por los pueblos indígenas y los jóvenes por el clima del primer mundo.
Sin ser un ensayo repleto de datos rigurosos ni una investigación periodística exclusiva, La Amazonia se yergue como uno de los libros más trascendentes para despertar sensibilidades y para enredar las complicidades necesarias para intentar salvar al planeta del colapso climático.