Ciudad de cadáveres, de Yoko Ota

«Ciudad de cadáveres», de Yoko Ota (Hiroshima, 1906 – 1963), habla en primera persona del impacto de la primera bomba atómica lanzada contra una ciudad, Hiroshima.

Texto: David Pérez Vega

 

Después de haber grabado para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob un vídeo titulado 10 grandes novelas japonesas del siglo XX, me di cuenta de que las lecturas que había hecho de Japón eran casi todas de hombres. Así que me propuse buscar más referencias femeninas japoneses. Por esos días, hojeando libros en la librería La Central me encontré con una novela de la editorial Satori –editorial gijonesa especializada en literatura japonesa– titulada Ciudad de cadáveres (1948), de Yoko Ota (Hiroshima, 1906 – 1963), que hablaba, en primera persona, del impacto de la primera bomba atómica lanzada contra una ciudad, Hiroshima. La he leído durante mis vacaciones de profesor en Semana Santa, después de acercarme a otra obra japonesa escrita por una mujer, Mi marido es de otra especie (2016) de Yukiko Motoya.

 

A la novela testimonial de Yoko Ota le precede un prólogo de Patricia Hiramatsu, cuya lectura he dejado para el final. Yoko Ota, nacida en Hiroshima, vivía en Tokio cuando estalló la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, en 1945, había vuelto a Hiroshima a vivir con su madre y una hermana pequeña, madre de un bebé, huyendo de los bombardeos de Tokio. Por tanto, fue una testigo directa de lo que ocurrió el 6 de agosto de 1945, cuando el ejército estadounidense arrojó la primera bomba atómica.

 

En la página 71 nos encontramos con un prefacio, escrito por la autora, para la segunda edición. En él, la propia autora nos dice que escribió esta obra, entre agosto y noviembre de 1945, de forma apresurada porque pensaba que podía morir afectada por la radiación del uranio, a la que estuvo expuesta, y quería antes dejar testimonio de su vivencia. «Por este motivo no tuve tiempo de redactar Ciudad de cadáveres como una obra novelada.» (pág. 72). Más tarde leeré, en el prólogo de Patricia Hiramatsu, que cuando se publicó la versión definitiva de Ciudad de cadáveres fue señalado –por la crítica japonesa– su valor como testimonio, pero fue discutido su valor artístico, porque la obra no se adaptaba a los convencionalismos de lo que en la época se consideraba que era una novela. Ahora mismo, nos dice, Hiramatsu, con la mezcla de géneros propia de la modernidad, Ciudad de cadáveres puede encajar más en los preceptos de una novela, que en el del momento en el que fue publicada.

 

«Los días transcurren envueltos en caos y pesadillas. Incluso en un soleado mediodía de otoño, no podemos escapar del ahogo de la confusión, como si nos hundiéramos en un crepúsculo abismal.», este es el primer párrafo de la obra. La novela empieza, más o menos, un mes más tarde que el 6 de agosto de 1945, el día clave de esta historia. Yoko Ota se encuentra refugiada en la casa de unos conocidos, en un pueblo que está a 25 kms de Hiroshima. En las primeras páginas del libro nos va a hablar de la gente que la rodea, de los que van muriendo a causa de lo que llama el «síndrome de la bomba». A las personas que estuvieron cerca de la explosión el 6 de agosto, y que no murieron de forma inmediata, les empiezan a salir manchas en la piel y acaban muriendo. La propia Ota observa los cambios en su cuerpo, temerosa de que esas manchas empiecen a aparecer de repente; pero, por ahora, se trata solo de picaduras de mosquitos. Ota ya ha empezado a escribir sobre su experiencia. Por esos días, la información sobre los efectos de las personas que estuvieron cerca de la radiación del uranio es aún confusa. «Dicen que todos los que estaban a menos de dos kilómetros de la zona cero recibieron una intensa radiación térmica en mayor o menor medida. No sintieron ningún dolor y conservaron la salud durante un tiempo hasta que, de repente, empezaron a sufrir los síntomas.», leemos en la página 88 y, a continuación, Ota pasa a describir esos síntomas, tomando como referencia una noticia de un periódico de Hiroshima. Este tipo de intercalados ajenos en el texto van a ser los que, tiempo después, lleve a algunos escritores y críticos de la época a considerar que Ciudad de cadáveres no tiene valor literario. Lo cierto es que no me han desentonado. En el capítulo dos –titulado Rostros inexpresivos– es en el que se utiliza más este recurso, mostrando cifras de muertos y heridos oficiales, e informes sobre las consecuencias médicas de la bomba, firmados por personalidades como el profesor Fujiwara, de la universidad de Hiroshima, o del doctor Tsuzuki, de la universidad de Tokio.

 

Ciudad de cadáveres no se pudo publicar en 1945, cuando se presentó por primera vez a una editorial, debido a la censura del ejército de ocupación sobre estos temas, y, cuando se pudo publicar, por primera vez, en 1948, el editor decidió eliminar, en consenso con la autora, estar partes técnicas del capítulo 2. En la edición definitiva de 1950 se volvieron a incluir. Esta última es la versión, por primera vez en español, que nos presenta en 2025 la editorial Satori.

 

El capítulo 3 –titulado Hiroshima, la ciudad condenada– comienza con una descripción de cómo era Hiroshima antes de quedar arrasada por la bomba atómica. Así se describe la historia de la ciudad, su clima, su orografía y el carácter de sus gentes. A continuación, Yoko Ota nos narrará su propia experiencia de la bomba: «Cuando esto ocurrió, yo me encontraba en la casa de mi madre y mi hermana, en el barrio de Kyken-cho, en la zona de Hakushima, situada en las afueras de la ciudad.» Cuando la bomba cae sobre la ciudad, la mañana del 6 de agosto, ella estaba durmiendo en la planta de arriba de la vivienda. Aunque esta casi se derrumba; y a pesar de caerse las paredes, los cimientos permanecieron en pie, y ella logró bajar hasta el primer piso. Las cuatro personas (madre de Yoko, hermana, sobrina y ella misma) están vivas. No comprenden por qué empiezan a ver a personas quemadas, porque no ven ningún fuego.

 

Ota mostrará su rabia contra las autoridades japonesas, que parecen haber abandonado a las víctimas del bombardeo, y a la corriente bélica a la que los dirigentes llevaron al país durante la última década; y en menor medida estas quejas parecen estar enfocadas sobre los estadounidenses. Quizás aquí se aprecie el temor de que el texto no lograra pasar la censura de la época. También hará la autora algunas apreciaciones sobre el carácter de los japoneses, a los que no deja bien parados, describiéndolos como gente con poca iniciativa, pasivos y frívolos.

 

Los sobrevivientes casi desnudos, con la ropa hecha jirones, empezarán a deambular por la orilla del río. Sus caras y sus cuerpos se hinchan. Los vivos empezarán a convivir con los cadáveres de los muertos. «Al tercer día después del 6 de agosto, el olor a muerte inundaba la orilla del río. En cuanto se hizo la luz, descubrimos que muchos de los que el día anterior estaban vivos ahora yacían muertos en el suelo.» (pág. 172-3).

 

«–¿Cómo puedes fijarte tanto en los cadáveres? Yo no puedo ni mirarlos –me reprochó mi hermana.

–Los estoy mirando con ojos humanos y con ojos de escritora –le respondí.

–¿Vas a escribir sobre esto?

–En algún momento tendré que hacerlo. Es mi responsabilidad como escritora que ha presenciado todo esto.»

 

Este diálogo aparece en la página 157. Los comentarios metaficcionales, en los que la autora habla sobre el propio texto que está escribiendo, su sentido o sus técnicas narrativas, son frecuentes y dan al conjunto un aire de verosimilitud.

 

La narración llegará hasta el punto en el que empezó la historia y la superará desde ahí, con Ota escribiendo por las noches en la casa en la que ha sido acogida, sin luz eléctrica y sin periódicos, reflexionando, más tarde, sobre la polémica que se dio en Japón sobre si debían reconstruir la ciudad de Hiroshima o dejarla tal y como quedó después de la bomba, como recuerdo del horror y de la guerra.

 

Para finalizar el volumen se reproduce un artículo de Yoko Ota que resume parte de la contado anteriormente y que es un documento histórico importante. Apareció en la revista Asahi Shinbun el 30 de agosto de 1945, solo tres días antes de que las Fuerzas Aliadas intervinieran los medios de comunicación. Este fue el primer documento público en el que se habló de la bomba atómica sobre Hiroshima y sus consecuencias para la población.

 

Después de leer el libro me he acercado a las cincuenta páginas del prólogo inicial, a cargo de Patricia Hizamatsu. Aquí leeré que los escritores japoneses, testigos de los hechos, y que escribieron sobre la bomba atómica fueron solamente siete. Y solo había tres escritores profesionales que sobrevivieron a la bomba y escribieron sobre ella: Yoko Ota, Tamiki Hara y Sankichi Toge. Toge escribió poemas y los que dedicó a la bomba no han sido traducidos todos al español. De Hara leí su novela testimonial Flores de verano, publicada en España por Impedimenta.

 

Hizamatsu nos hablará de la turbulenta vida personal de Yoko Ota, de sus muchas parejas y de su esfuerzo por ser tomada en serio en el mundo de las letras. También será interesante ver cómo antes de la guerra escribió obras que apoyaban el esfuerzo bélico de Japón, para pasar más tarde a mantener posiciones antibelicistas, y cómo fue criticada por ello. Hizamatsu da una visión compleja de la personalidad de Ota.

 

No debemos olvidar las atrocidades del siglo XX. Ciudad de cadáveres es una narración impactante sobre estos hechos, una novela dura e impresionante sobre uno de los episodios más ignominiosos del siglo XX.