«Caravana para cuervos», de la joven promesa de las letras búlgaras Eminé Sadk
La editorial Automática publica la novela «Caravana para cuervos».
Texto: David Pérez Vega Foto: Marina Chamurkova
Me llega al correo electrónico, de forma habitual, información sobre las novedades de Automática. Es una editorial que me interesa, publica sobre todo libros de países del Este europeo, de idiomas de los que es difícil encontrar traducciones en el mercado literario español. Leí, por tanto, la ficha de prensa de Caravana para cuervos (2020) de Eminé Sadk (Dúlovo, Bulgaria, 1996), que era «la nueva revelación de la joven literatura búlgara», y que había escrito esta novela cuando tenía solo veintitrés años. En principio, la dejé pasar, porque son demasiados los libros que quiero atender y, con mi escaso tiempo libre, no puedo acercarme a todos. Más tarde, recibí información sobre la novela Sonia pide la palabra de la rumana Lavinia Braniste, que, además, iba a estar en la Feria del Libro de Madrid 2025, firmando sus libros y participando en una charla, durante la segunda semana de la Feria. Me apeteció acudir a esta charla. Antes, me pasé por la caseta de Automática, para comprar la primera novela de Braniste, Interior Cero y que me la firmara. Las editoras –que ya me conocen por algunas reseñas que he escrito de sus libros– me regalaron Caravana para cuervos de Eminé Sadk, lectura que se ha convertido en mi primera incursión en la literatura búlgara.
El protagonista de Caravana para cuervos es Nikolay Todorov, profesor de Geografía en un instituto desde hace veinte años. Tiene cuarenta y seis años, está soltero, no tiene hijos y sus padres ya han muerto. El día en el que comienza la narración, el Director del instituto en el que trabaja ha decretado un día de fiesta, precisamente porque Todorov ha ganado un proyecto europeo de renovación educativa (el lector, aunque sienta curiosidad, no acabará sabiendo qué proponía Todorov en este proyecto). Por la noche, los profesores, junto con el Alcalde de la pequeña ciudad búlgara en la que viven, van a celebrar una fiesta en el instituto. Al ser día de mercado, Todorov aprovechará el día libre en su honor para visitar el mercadillo de la ciudad. Los alumnos que se encuentran con Todorov este día de mercado no parecen tenerle demasiada simpatía, sino que se ríen de él cuando se cruza con ellos.
La narración está escrita en tercera persona y, de vez en cuando, se le cede la voz a Todorov y conoceremos algunos de sus pensamientos. Este recurso de ceder la palabra a los personajes, la narradora omnisciente también lo hará con otros personajes. La acción se va a situar en un mes de octubre bastante cálido, en el que parece alargarse el verano; por efecto del cambio climático, parece insinuarse en el texto. Esa primera mañana, Todorov tratará de ver el telediario: «Mostraban imágenes dramáticas de enfrentamientos en la capital entre los manifestantes y las fuerzas del orden», leemos en la primera página. Estas manifestaciones en Sofia acabarán teniendo importancia en el tramo final de la novela.
La fiesta que se ha convocado en el instituto, a causa del triunfo de Todorov, va a devenir en un momento epifánico para él. Sus compañeros empezarán a comer y a beber sin tino. «“¿Qué esperaba? ¿Qué diferencia puede marcar el proyecto que hemos ganado si esta gente no está dispuesta a cambiar? Seguirán exactamente de la misma manera…”, reflexionaba con pesar mientras observaba a sus compañeros secarse el sudor de la frente.»; leemos en la página 38. Todorov abandonará la fiesta y se juntará con otros personajes en la calle. Con ellos iniciará una noche de excesos a la que no está acostumbrado. Esta misma noche va a recibir una información sensible sobre su padre –muerto hace siete años–, un profesor de Lengua de instituto, del que Todorov nunca ha sentido que estuviese a su altura. «Mi mundo acaba de dar un vuelco. ¡Se me han juntado demasiadas cosas!», le dirá Todorov a otro personaje en la página 54. Después de esta extraña noche, Todorov va a tomar la decisión de cambiar de vida y, en primera instancia, va a abandonar la pequeña ciudad en la que vive.
De un modo simbólico, Emilé Sadk ha elegido para su personaje la profesión de profesor de Geografía. Parece decirnos la autora que Todorov es alguien que conoce las capitales de todos los países del mundo, pero no cómo viven sus gentes; y también –lo que acabará siendo más significativo en la novela–, aunque Todorov conoce el nombre de todas las capitales de los países del mundo y el nombre de los ríos que los atraviesan, no parece conocer la historia y a las gentes de la región de Bulgaria en la que vive. Su viaje de descubrimiento va a conducirle, de esta forma, a la región de Ludogorie, que, antiguamente, en turco, se llamaba Deliormán.
Debemos saber que Eminé Sadk es una búlgara de origen turco. Esta doble condición va a ser importante en la composición de la novela. Gracias a una nota a pie de página –a cargo de María Vútova, la traductora– sabremos que en las décadas de 1970 y 1980 el gobierno búlgaro inició campañas de unificación del país, en contra de la minoría turca. De esta forma, se cambiaron topónimos originariamente turcos por otros equivalentes en búlgaro, y así la región de Deliormán pasó a llamarse Ludogorie. En 1989, más de 360.000 turcos búlgaros fueron expulsados a Turquía, lo que se conoce como «la gran excursión». Esto hizo que muchas zonas de Bulgaria, donde vivían estos musulmanes, quedasen prácticamente despobladas. De esta región de Europa, tan desconocida para un lector español, nos habla Eminé Sadk.
Creo que la primera parte, la que nos muestra la vida y crisis de Todorov, es la mejor resuelta del libro. Después de esa loca noche, la novela se va a abrir a la aparición de nuevos personajes, como Mila, cuyo padre la abandonó y se fue a Occidente, lugar al que luego emigraría su madre con su nueva pareja. Mila vivía con su abuela, hasta que esta muere y se queda sola. Se dedicará a visitar pueblos abandonados de la Bulgaria profunda, fotografiar objetos de sus casas, que pueden ser usados, y encontrar a personas, en las redes sociales, a las que donárselos. El lector avanzará en la lectura de la novela, sintiendo que el personaje de Mila –que aparece en el segundo capítulo– pertenece a un camino que no se va a transitar. Sin embargo, como la lógica narrativa nos indicaba desde un principio, Mila acabará cruzándose con Todorov.
He tenido la sensación de que, en algunos momentos, las andanzas de Todorov por Ludogorie se tiñen de un halo de irrealidad, de pérdida de verosimilitud narrativa; ya que, por ejemplo, Todorov se cruzará con un grupo de gitanos (otra de las minorías de la región) y tendrá con ellos algún problema cuyo planteamiento me ha parecido un cliché. También se cae en alguna licencia sobre el amor a primera vista, que me ha resultado un giro narrativo algo juvenil.
En cualquier caso, debería apuntar que la narración no es del todo realista de un modo consciente, puesto que hay pequeñas escenas que nos pueden hacer pensar en una especie de «realismo mágico del Este». En este sentido, por ejemplo, cuando Mila empieza a tocar un piano roto en una casa abandonada sucede lo siguiente: «Varias palomas adormecidas en las viejas vigas echaron a volar y se posaron sobre el piano. Formaron una especie de joró. Daban vueltas en un círculo perfecto, como amantes del heavy metal, moviendo la cabeza adelante y atrás, atrás y adelante.» (pág. 80) Este mundo del Ludogorie, un tanto loco, me ha recordado al cine del serbio Emir Kusturica y a películas como Gato negro, gato blanco (1998).
Emilé Sadk usa un lenguaje de metáforas y comparaciones sorprendentes, que mezcla lo tradicional (con toques poéticos), con lo moderno, como veíamos con esas palomas que bailaban heavy metal. Me ha llamado la atención de que en el original hay palabras en turco que usan los personajes; tema que explica la traductora.
Caravana para cuervos se publicó en 2020, cuando Eminé Sadk tenía veinticuatro años; y ya he dicho que la escribió con veintitrés. Aunque en algunos momentos se nota cierta ingenuidad juvenil en la composición de las escenas, o en la creación de efectos narrativos causa-efecto, me ha parecido una novela fresca e imaginativa, que me ha hecho mirar hacia un rincón de Europa –esa región de Bulgaria de la que fueron expulsados los turcos– que desconocía totalmente. Desde luego, Caravana para cuervos no tiene la profundidad y la tensión narrativa de Una carpa bajo el cielo de la rusa Liudmila Ulítskaya, que es el mejor libro de la editorial Automática que he leído, pero hay que tener en cuenta que Ulítskaya es una escritora madura, en la plenitud de su talento, cuando escribe una obra magnífica como Una carpa bajo el cielo, y que Eminé Sadk es una joven promesa de la nueva literatura europea y que, como a tal, hay que celebrarla. Y hay que celebrar también que la editorial Automática nos acerque a estas voces de la periferia de Europa, que no parecen, en principio, apuestas económicas fáciles.