Bret Easton Ellis: retorno del máximo experto en psicópatas americanos
El primer editor en España de «American Psycho” nos habla de su encuentro con el controvertido escritor norteamericano. Ha publicado “Los destrozos”, una electrizante historia de final de la adolescencia en un instituto de Los Angeles entre la lujuria pop de los años 80 y la sombra de un asesino en serie.
Texto: Pere Sureda Foto: Christopher Bollen
Recuerdo perfectamente cuando a principios de 1990 en el comité editorial de Ediciones B, decidimos, no sin un largo y en momentos muy interesante debate, la contratación de la reciente novela-escándalo de Bret Easton Ellis, American Psycho. Ellis era conocido en España por su primera novela publicada en Anagrama Menos que cero, que había sido recibida por los lectores positivamente y profetizando por la crítica que ahí teníamos un escritor.
American Psycho levantó polvaredas de rechazo, de admiración y, sobre todo, de terror en los círculos literarios norteamericanos, donde nadie esperaba que su segunda obra, tuviera ese calado. No me extiendo más porque la historia de American Psycho es de sobras conocida, con sus múltiples traducciones y sus múltiples reimpresiones en España. En la editorial fue nuestro primer éxito literario. Aunque no a todo el mundo le pareciera literario. Después llegó al cine el helado personaje central, Patrick Bateman, que ya forma parte de una cierta visión del mundo y de los seres que lo habitamos. Los hay de todos los tipos. Eso ya quedó claro.
Si cabía alguna duda del genio literario del escritor de Los Ángeles, creo que él mismo se ha encargado en sus siguientes libros de dar al traste con quienes le ponían peros a su obra. De todas formas imagino que si a mí me importa bien poco la opinión de los dubitativos persistentes, al ya señor Bret Easton Ellis le importará mucho menos.
Le conocí en Madrid en la promoción de una de sus novelas y me pareció enseguida un tipo inteligente, mucho, y divertido, mucho. Le encantaba la comida, y comía y bebía en grandes dosis. Había momentos en que se retiraba al baño y regresaba. Demasiados momentos como para que solo fuera a visitar el inodoro. Me quedó claro que sabía de qué iba lo de escribir tanto como qué tipo de vida privada y literaria quería tomar. Y escoger es renunciar. O en este caso, no renunciar es escoger ser un gran novelista americano. Sin peros. Uno de los que nos dan lecciones inintencionadamente con cada nuevo libro. Los destrozos, para mí, es especialmente genial.
Aunque no entraré en contar la trama, a veces demoníaca, a veces crepuscular, siempre proyectando un estallido hacia la luz, sí contaré que mientras la leo me transmite una nueva y emocionante vulnerabilidad que me obliga -no me invita, me obliga- a adentrarme profundamente en la vida emocional del protagonista, un tal Bret que está escribiendo su primera novela, y de sus amigos pre-universitarios de la élite de Los Ángeles que comparten escuela privada, muy privada.
El autor es un excelente artesano literario y las imágenes que veo y que siento exuberantes y hermosas no dejan de abrirme un hueco inquietante que se asoma hacia el mal. Su gran miedo y su gran fuerza.
Los lectores de sus anteriores novelas, sobre todo Menos que cero, American Psycho y Lunar Park, rememorarán muchos de sus trazos maestros y se reencontrarán con el asesinato, los padres negligentes, la cocaína, el Valium, la música a todas horas, las palmeras, el calor, las piscinas y los trazos desnudos de seres indefensos que en ese 1981 creen que son los reyes de la fiesta. Pobrecitos todos, la pérdida de esa inocencia se irá produciendo poco a poco pero no por ello menos dolorosamente.
Estamos ante una novela de más de 600 páginas que en ninguna frase aburre. Que en ningún momento quieres abandonar por mucho miedo que penetre en tu cuerpo de lector, todo lo contrario, querrías quedarte a vivir con ellos, pese a todo. Un artilugio que la mano de escritor maestro, sin titubeos, nos lleva donde quiere. Da igual lo que ocurra dentro de unas páginas, piensas, sea un asesinato o un baño en una fiesta a alta horas de la noche en una casa que esté privada de todo menos de vibración, angustia, alegría y emoción. Sigues adelante porque el texto te obliga.
El deseo sexual hacia los hombres, siempre utilizado como un trasfondo de esta ficción, pasa ahora a primer plano. Bret es gay pero aún no ha salido del armario, vive en un estado de soledad sin remedio y a la vez disfruta ocultando las emociones que le provoca. Poco a poco nos damos cuenta de que va en aumento y a la vez en secreto el, quizás, tema central: la sombra del yo, el violento yo que tenemos que reprimir, las máscaras y los espejos que un adolescente lleno de dolor y de lujuria maneja para intentar encontrar una conexión con el mundo real. Debo aclarar que en absoluto estamos ante una novela gay, estamos leyendo una novela en la que lo gay forma una parte más, no necesariamente la más importante, en la que la pérdida de la inocencia está protagonizada por un grupo de amigos y amigas en el que cada quién sufre esa pérdida de forma diferente, pero siempre terrible. Si no es terrible, aún vives en ese mundo donde reina la inocencia.
Estamos ante un relato introspectivo en primera persona, y también extrovertido porque nos muestra un paisaje de seres ‘hermosos y vencidos’. Inocentes pero cabrones, cabrones pero maravillosos, que consumen drogas para huir del mundo que al día siguiente ellos mismos se encargarán de volver a querer vivir. Con miedos, con sueños, con sexo, y unas brutales ganas de exprimir ese momento especial: su último curso académico en 1981. Esta novela es 1981 en todas sus dimensiones. En un año caben todas las emociones, todas las vidas. En ese año en Los Ángeles y en la vida de nuestros protagonistas se puede resumir la esencia del sentimiento de toda una vida.
Los destrozos
Bret Easton Ellis
Literatura Random House
Trad: Rubén Martín/Murillo Fort
680 págs. 25,90 €