«Simpatía», de Blanco Calderón

El escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón publica su segunda novela «Simpatía» (Alfaguara)

 

Texto: David Pérez Vega

 

Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) me contactó, a través de Twitter, para ofrecerme su segunda y última novela, Simpatía, después de haber leído mi reseña sobre Granta. Los mejores narradores en español menores de 35 años. Al final quedamos en que me iba a enviar su anterior novela The Night, por la que yo había sentido interés hacía unos años, y esta también, Simpatía. Las he leído las dos seguidas y en orden cronológico.

El protagonista de Simpatía es Ulises Kan, que se dedica en Caracas a dar talleres de apreciación cinematográfica. La primera frase de la novela es muy significativa y, en gran medida, marca el tono y el contenido de lo que va a ser narrado: «El día en que su mujer se marchó del país, Ulises Kan decidió buscarse un perro.» (pág. 15)

Casi todas las personas que Ulises conoce parece que están abandonando Venezuela. Llega un momento en el que decide salirse del grupo de WhatsApp de sus amigos porque todos están ya fuera del país, «Así se marchan los que se quedan, pensó.» (pág. 15)

Martín, el atractivo suegro de Ulises, es un alto militar retirado que vive en una mansión a las afueras de Caracas y que acaba teniendo mejor relación con su yerno, que con su propia hija Paulina, y con su hijo Paul, dos hermanos mellizos con los que el padre no se habla desde la muerte de su mujer.

La trama y la creciente intriga de Simpatía surge a partir de una herencia: la de Martín, que ha dejado el piso de Caracas en el que Ulises vivía con Paulina, para Ulises, si éste se compromete a poner en marcha una asociación, con sede en su mansión, para rescatar de la calle a perros abandonados. Ulises, contactado a través del abogado de Martín, emprende manos a la obra, mientras comienza una nueva relación con Nadine, una antigua empleada del centro en que hacía de profesor de talleres cinematográficos. Paulina, mientras tanto, emprenderá acciones legales para demostrar que su padre había perdido la cabeza cuando redactó su testamento, y que éste no puede hacerse efectivo.

«La cosa se fue poniendo cuesta arriba a medida que la crisis y el hambre arreciaban. Todo el que podía se iba del país. Los más afortunados lo hacían en avión, muchos de ellos sin mirar atrás. Cuando ya tenían comprados los pasajes y el gestor les había devuelto los documentos apostillados; cuando ya habían rematado la casa familiar a una cuarta parte de su valor; cuando ya habían renunciado al trabajo y hecho la última ronda de médicos; cuando ya a los niños los habían sacado del colegio, incluso a mitad del año escolar, porque no había tiempo que perder; cuando todo estaba listo, entonces tomaban el carro por última vez y conducían hasta un parque lejano. Allí frenaban, desde dentro abrían la puerta trasera y dejaban salir a los perros; y cuando los perros se bajaban locos de alegría, trancaban de golpe la puerta trasera, aceleraban y huían.» (pág. 29)

El abandono de los perros por sus dueños, con su proliferación de perros callejeros, se convierte en una metáfora del abandono, la crisis, y la huida de un país. Ulises, como quedaba dicho en la primera frase, buscará el consuelo de un perro cuando se sienta abandonado por su mujer. Según alguna historia apócrifa, al libertador Simón Bolívar se le escapó más de una lágrima cuando murió su gran perro Nevado, cuya sombra también planea sobre Simpatía. «Si ni siquiera los perros podían salvarse, aquella tierra estaba de verdad maldita.» (pág. 116)

La metáfora del «perro abandonado» no solo se ocupa de la huida del país por parte de gran parte de su población, sino que se mueve también a otros niveles: Ulises fue un niño abandonado y adoptado de un orfanato por un matrimonio mayor sin hijos. Martín, su cuñado, también fue un niño huérfano y adoptado. En gran medida la relación que acaba uniendo a ambos, y que parece estar para Martín por encima de la consanguineidad con sus hijos, es la de ser huérfanos. Y esta será una de las claves compositivas del libro.

Una de las ventajas de haber leído The Night y Simpatía seguidas es que me he podido percatar de algunos detalles técnicos que unen a las dos obras; por ejemplo, a Miguel Ardiles, uno de los personajes principales de la primera novela, Blanco Calderón lo ha hecho aparecer también en la segunda. Ardiles va a ser el psiquiatra forense que Paulina va a contratar para tratar de demostrar que su padre había perdido el juicio cuando redactó el testamento que la perjudica a ella y beneficia a su exmarido.

Cuando Rodrigo Blanco Calderón escribió The Night (la novela se publicó en 2016) posiblemente vivía en Caracas y, por tanto, medía bien hasta dónde podían llegar en sus críticas políticas. Simpatía ya la ha escrito y publicado viviendo en España. Esto hace que sus críticas al gobierno venezolano sean mucho más claras y explícitas. «Tiene que llegar el día en que esto no dé para más. O que todo se detenga y todo colapse, pero no se puede seguir así.», dice Ulises en la página 86. «Han robado como pocas veces en la historia, no solo de este país sino de cualquier otro. Por eso prefieren que no quede piedra sobre piedra en Venezuela antes de soltar la presa.», dice un personaje en la página 144.

En The Night la tensión narrativa, que parecía que la novela iba a tener en sus primeras páginas, se iba diluyendo en la trama, en la que Blanco Calderón daba paso a contar la historia de muchos personajes que se escapaban de una idea de trama principal. Esto está mucho más medido y controlado en Simpatía, que al tener una estructura de novela más convencional hace que no se desinfle la tensión narrativa. En algún momento he llegado a pensar que la rocambolesca anécdota de Simpatía en torno a una herencia no convencional y los intereses y frustraciones que provocaba podían crear una «novela de abogados» que bordease los clichés de un bestseller. Pero Blanco Calderón es un escritor con talento, y sabe bordear estas amenazas y, sin dejar de lado la creación de misterios realmente propios de una «novela de abogados», va mucho más allá y consigue hacer literatura sobre el fondo de un país en descomposición y a la deriva, igual que sus personajes. Es destacable el gran elenco de personajes secundarios del libro, que le dan hondura y vuelo.

Diría que en The Night Rodrigo Blanco Calderón trató de hacer una novela más ambiciosa que en Simpatía, pero en Simpatía, siendo una novela más tradicional, logra hacer también una novela más sólida y redonda. Me ha gustado leer seguidas estas dos obras de un autor al que no conocía, un autor latinoamericano nacido ya en la década de 1980 y que considero que tiene un gran futuro por delante.