Antonio Soler: «Hay psiquiatras y psicólogos que recomiendan a sus pacientes leer literatura»
La ambición estilística con la que Antonio Soler elabora sus textos, junto con la pretensión de radiografiar la realidad y el compromiso de ahondar en la conciencia que dirige el comportamiento del individuo, le han llevado a construir una obra única que reflexiona sobre la contemporaneidad y la esencia del ser humano. Sus dos anteriores novelas, «Sur» (Premio de la Crítica de narrativa castellana y Premio de narrativa Alcobendas Juan Goytisolo) y «Sacramento» se sitúan entre lo más destacado de nuestra literatura. Acaba de publicar “Yo que fui un perro” (Galaxia Gutenberg).
Texto: Javier PINTOR Foto: Asís G. AYERBE
Yo que fui un perro nos cuenta la historia de un estudiante de Medicina que está obsesionado con su novia, Yolanda. Ella vive en un edificio que está situado enfrente de su casa y él la observa, la hostiga de forma compulsiva a lo largo de toda la narración. La novela adopta la forma de un diario en el que se traza la personalidad de un manipulador que quiere controlar los hábitos e incluso los pensamientos más íntimos de su pareja e imponerle su código perverso de conducta.
Como ya sucedió con sus dos anteriores novelas, esta es una historia cruda, desasosegante, que se recrea en aspectos desagradables de nuestra sociedad y no resulta nada complaciente. El lector se tiene que enfrentar a la visión de una sociedad decadente donde se destapan las miserias del ser humano. Una novela vibrante que atrapa y perturba al lector hasta su desenlace. Todo lo contrario que la conversación que mantuvimos con el autor, que discurre en un tono sereno, amable y reflexivo, fiel a la personalidad de Antonio Soler.
Antonio, queríamos que nos contases de dónde surgió esta historia.
A finales de los ochenta una amiga de mi madre le regaló un lote de libros pensando en que a mí me podían interesar, ya que sabía de mi afición por la lectura. Años después, durante una mudanza y cuando iba a deshacerme de ellos, me encontré con unas cuartillas entre esos libros. En esas cuartillas, en forma de diario, un joven estudiante de Medicina hablaba de su novia de manera insistente. Al parecer, la novia vivía en frente de su casa, con lo cual él la vigilaba de forma obsesiva. Por ejemplo, en una de estas hojas anotaba que, durante una clase práctica de anatomía, cuando estaban diseccionando un brazo él se acordaba de ella. Este comentario me resultó bastante perturbador y muy poco romántico, ya que ahondaba, nuevamente, en el carácter paranoico de este individuo.
¿Por qué decides situar la acción de la novela en 1991 cuando en la sociedad actual es frecuente encontrarse a tipos como el que protagoniza esta historia?
La novela se sitúa en el año de 1991 porque esta es la fecha en la que encontré y leí estas anotaciones. El control que ejerce el protagonista sobre su pareja es el mismo que podría tener un hombre sobre una mujer en la actualidad, aunque los medios utilizados sean diferentes. En cada época, gente con estas obsesiones se las han arreglado para ejercer el control sobre sus parejas sea de un modo o de otro. En mi novela, la fachada del edificio de la novia se convierte en una tableta de información que le sirve para controlar todos los movimientos y observar con desconfianza unos hábitos de vida que él censura y pretende dominar. Él vigila las horas en que ella entra y sale de casa, sus compañías, su manera de vestir, entre otras muchas cosas. Y es ahí donde el fantasma de los celos crece y el juego de la imaginación se dispara.
¿Por qué has dejado pasar más de treinta años para escribir esta historia? ¿Tiene algo que ver con el clima de violencia doméstica que estamos viviendo, con el abuso continuado que se ejerce contra las mujeres?
El clima social de violencia hacia la mujer me preocupa como ciudadano, pero tengo que decir que no lo he tenido en cuenta a la hora de escribir esta novela. Mi inspiración fue puramente literaria, no sociológica. El hecho de guardar estas cuartillas durante tanto tiempo fue porque cuando las leí me impactaron y me perturbaron los pensamientos de este individuo. Este personaje que se movía como un péndulo desde lo que parecía el amor más enfático hacia reflexiones muy inquietantes me pareció que daba mucho juego litera[1]rio. Intuí que ahí había una historia que podría recuperar en algún momento. Y ahora, al volver a leer esas páginas, lo que me motivó a ponerme a escribir fue el anhelo de crear un personaje de esas características.
Me decías que esas páginas que te encontraste te ofrecían solo el bosquejo de una historia con muy pocos datos. Me imagino que tu trabajo de novelista consistió en cohesionar este material y darle forma dramática.
Mi trabajo de novelista consistió en recrear el entorno del personaje, principalmente su ambiente familiar, al que no se hacía referencia en el material encontrado. En la novela, la madre del protagonista adquiere una importancia capital. También reconstruí el entorno universitario y todas las amistades del personaje y de su novia. Y recreé situaciones y episodios que hiciesen avanzar la historia y la dotasen de tensión dramática. En esas cuartillas que se me aparecieron entre ese lote de libros solo había un pequeño esbozo de lo que es esta historia.
Lo que sí mantuviste fue la idea de construir la historia bajo la forma de un diario.
Sí, mantuve la forma del diario, pese a los riesgos de esta forma narrativa que te mantiene un tanto maniatado como escritor. Hay que pensar que el único personaje que habla es el protagonista y todos los demás personajes están caracterizados por su mirada. Él es el filtro sobre el que se construye la historia. Yo, como escritor, no me podía imponer al personaje, pero al mismo tiempo era estimulante entrar en ese juego narrativo y que el lector fuera analizando a este tipo a través de su relación y comentarios sobre los demás personajes. A medida que va escribiendo el diario, el protagonista traza su propio autorretrato, va dejando su huella por todos los sitos. El lector poco a poco va distanciándose de la opinión del narrador porque lo va conociendo y duda de lo que le cuenta e intuye que la situación no es exactamente la que este le refiere.
El personaje que retratas en tu novela es una personalidad, por desgracia, presente en nuestra sociedad. ¿Piensas que la literatura es una vía de conocimiento que nos permite aproximarnos a aspectos de la realidad tan detestables como el que describes aquí?
Hay algunos psiquiatras y psicólogos que a sus pacientes les recomiendan leer literatura. Porque la literatura, de forma más estética y con otras pretensiones, no deja de ser una herramienta para explorar al ser humano. La psicología lo hace de una forma más técnica y profesional, pero la literatura es también una vía de indagación sobre los aspectos no inmediatos del ser humano. La historia de la literatura está repleta de personajes que arrojan luz sobre ciertas identidades y comportamientos.
El título de tu novela, de entrada, me pareció un tanto desconcertante. No sabía con certeza a qué tipo de narración me iba a enfrentar. Una vez leída la novela sí que le encontré todo el sentido. ¿Hubo algún motivo que te llevase a elegir ese título?
Esto de los títulos para mí es un misterio. Empecé a escribir esta novela con un título totalmente provisional, bastante nebuloso y neutro. Este título eventual era Lluvia y hacía referencia a la llegada del otoño y la lluvia como una nueva época, una transición en la vida del protagonista. Durante el proceso de escritura, un día me llegó la frase con el título actual tal cual. Y dentro de ese juego metafórico que practico con el lenguaje lo vi con todo el sentido y muy apropiado para la historia que estaba narrando. Creo que el lector sabrá interpretar el significado de este título una vez haya leído la novela
En todas tus novelas más recientes recreas ambientes bastantes asfixiantes y dibujas a un puñado de personajes carentes de moral que podrían ser reflejo de algunas de las lacras presentes en nuestra sociedad.
Sé que algunos de estos personajes producen bastante rechazo. Pero la historia de la felicidad tiene bastante poco recorrido en la novela porque, sin conflicto, es difícil construir una narración que conmueva al lector.
Uno de los grandes hallazgos formales del libro son las tachaduras que aparecen desperdigadas a lo largo de todo el texto. Confieso que como lector intenté descifrar lo que figuraba en estas líneas oscurecidas…….
Algunos lectores me han comentado lo mismo que tú. Por eso en alguna he dejado ver alguna palabra. Estas tachaduras responden a alguien que no quiere reconocerse en sus momentos más bajos, no quiere que quede ningún rastro de sus comentarios vergonzosos y entonces tacha estos pensamientos. El protagonista llega a pensar que tendría que tachar más cosas, incluso el texto entero. Estas tachaduras no aparecían en el texto original. Al escribir las primeras páginas me vino esta idea y decidí explotarla.
Yo que fui un perro comienza con una cita de Robert Walser: “A nadie le desearía ser yo”. En algunos momentos el lector puede caer en la tentación de compadecer a este personaje. ¿Te lo planteaste mientras escribías?
El protagonista es un chico extraviado y atormentado al que no le sale nada bien, lo que le genera mucha frustración. Tiene un código moral muy estrecho, que quiere imponer a todo el que está cerca de él. De ahí surge el conflicto y el peligro. Este personaje piensa que él sufre tanto como su pareja. Esto puede generar cierta conmiseración en el lector, aunque luego la gestión que el personaje hace de sus emociones lo lleve a la tiranía y a la paranoia. Es curioso porque en conversaciones con algunos lectores me ha parecido que, cuando hablan de este personaje, hay una sombra de sí mismos en la que se ven reflejados en algún momento de sus vidas. Y esto les inquieta, porque no les resulta agradable verse representados en este retrato. También algunas lectoras me han dicho que a este personaje lo han conocido y lo han soportado. Ese deseo de ahormar a otra persona a su imagen y semejanza se está imponiendo nuevamente en nuestra sociedad. Estamos en un momento de retroceso en algunas conquistas que creíamos ya afianzadas. Me recuerda a un efecto bumerán, que te devuelve al punto de partida.