Antón Castro levanta la corteza áspera de Aragón para descubrirnos un mundo fabuloso y sensual

“Los seres imposibles” reúne leyendas, historias asombrosas y miradas a esa realidad que está llena de grietas. Un fabuloso recorrido por la cara oculta de Aragón.

Texto: Antonio ITURBE

 

Este libro del poeta, novelista, periodista y ciclista cultural Antón Castro nos muestra cómo la realidad está llena de rendijas por las que se cuela lo asombroso. Y también nos enseña que las leyendas, por muy fabulosas que sean, son reales, porque forman parte de la realidad de quienes las cuentan y de quienes las escuchan y las incorporan al zurrón de sus vidas. Porque, lo decía William Blake, que además de grabador, pintor y poeta era un hombre de una clarividencia extraordinaria, la única realidad es la imaginación.

Castro actualiza con doce cuentos nuevos y nueva estructura una edición del libro aparecida hace 25 años que lo convierte en una obra diferente. Nos ofrece un paseo por un Aragón mítico como nunca se ha hecho. Un lugar que, visto desde fuera por el visitante apresurado puede parecer seco, de gente que habla fuerte y viento que nunca duerme, muestra a través de la mirada de Antón Castro su carne más ensoñadora. Y es que Castro tiene doble nacionalidad: la aragonesa desde que llegó a Cariñena huyendo del servicio militar (y se quedó para siempre) y la gallega que lo vio crecer en el valle de Arteixo. Esa combinación única de lo seco y lo mojado empapa toda su literatura: una franqueza en sus ensoñaciones eróticas que a veces lo excluye de las modas editoriales del momento políticamente correctas y esa suavidad brumosa de los bosques del norte en los que las leyendas y los silencios mandan más que las leyes escritas.

Sabremos en estas páginas que en Calamocha siguen debatiendo, al paso de los años, si aquella mujer misteriosa llamada Margarita Artal que un día apareció en la estación y al atardecer cabalgaba desnuda por los montes, fue leyenda o realidad. Circulan por estas páginas admiradores de Juan Ramon Jiménez y maestras preocupadas, hijos de guardias civiles, Joaquín Costa, omes grandizos que se ocultan en cuevas, hombres chotos pirenaicos o damas del lago.

Entenderemos por fin por qué llueven ranas o por qué hay ciertas sombras que bajan de la sierra del Moncayo. Conoceremos el escondrijo del barbo gigante de Utebo, que por las mañanas duerme en un remolino  bajo el Puente de Piedra. Sabremos la verdad de lo sucedido con el cuervo albino, que no acabó bien.

Hay leyendas encantadoras y otras inquietantes, como la de la bestia de Bronchales que deja preñadas a las pastoras. O como la de la gallinaza del pantano de Galliupén, que antes fue gallo o sirena, o lucio gigantesco y que sale del agua una vez al año en una tenebrosa noche de luna nueva para anunciar la desgracia en alguna casa. Nos sumergiremos en pueblos submarinos porque en el mar de Caspe, donde el río Ebro engorda, a media tarde se oyen repiques de campanas convocando el rosario o tocando a muerto de iglesias engullidas por el pantano. Señala el autor que gente tan seria como el escritor Jesús Moncada habla de cocodrilos en las riberas del río.

Al parecer, por la Iglesuela del Cid merodea entre los matorrales y las casas de piedra un animal maléfico que por la mañana es tejón, a mediodía comadreja, por la tarde zorro y perro en la noche. En Aínsa los montañeros deben procurar no cruzarse con la niña de las nieves porque puede traerles un mal paso.

De algunas leyendas los protagonistas de las historias llegan al fondo de la cuestión, como en el caso del monstruo del Canal imperial de Aragón. Pero lo importante no es si era o no era, sino es el eco de las historias que nos multiplican la vida y nos recuerdan que todo es posible, que no hay que perder la esperanza porque todo puede suceder en un instante. Nos pasa con estas páginas como le pasa a uno de sus personajes, Leoncio Arbués, que “si algo le enturbiaba el entendimiento no era el alcohol o el vapor hirviente de un café cargado a medianoche sino un auditorio atento, embelesado por sus fábulas antiguas”.

Este es un bestiario de seres fabulosos y de historias mágicas, extrañas y sorprendentes. Pero sobre todo es el bestiario menos bestia que puedan imaginar. Todo es delicadeza en las manos suaves de Antón Castro. Con esa capacidad que tienen los libros para conectarse, estas páginas llaman en mi cabeza a otras de un autor maravilloso, otro gallego que cambió la costa oceánica por el interior, Domingo Villar, en Algunos cuentos completos, por donde transitaban, como en el de Antón Castro, sirenas perdidas y marineros apasionados en búsqueda de lo imposible. Los seres imposibles de Antón Castro, que trae en su portada ese tigre de la ensoñación que nos embelesa y nos rasguña, es un libro que tiene lo que Robert Louis Stevenson consideraba el ingrediente fundamental de la literatura: el encanto.