Ana Merino & Manuel Vilas: En esta casa se escribe… ¡y se ríe!

La invitación del festival literario Transversal celebrado en el Hotel Le Méridien Ra de El Vendrell permitió a Librújula sentarse junto a dos escritores, que además son pareja, para tratar de saber cómo manejan su barca.

 

Texto y Foto: Antonio ITURBE

 

Ana Merino imparte desde hace años clases de escritura creativa en la Universidad de Iowa, es poeta reconocida y ganadora del Premio Nadal. En su última novela, Amigo, nos habla del opresivo ambiente en un campus norteamericano y cómo una profesora viene a España para indagar en unos archivos y alejarse de un compañero de trabajo, que en los años de estudiantes fue un amigo muy querido pero ha mutado en un cínico manipulador. Manuel Vilas también empezó como poeta y se ha convertido en uno de los novelistas de moda. Ha ganado este año el Premio Nadal con Nosotros, donde relata cómo una mujer, tras perder a su marido con el que estaba muy unida, inicia un viaje emocional (y erótico) con la convicción de encontrar a su difunto esposo en el cuerpo de otros hombres. En la distancia corta, de entrada Ana Marino parece más distante y Vilas alguien siempre dispuesto a seguir una broma con su irreductible sentido del humor, aunque enseguida puede darse la vuelta a esta percepción: ella cuando toma el hilo es una gran conversadora y Vilas también, pero de una manera más aragonesa donde todo depende de cómo se gire el cierzo. Desde hace unos años, comparten proyecto de vida.

 

En vuestros dos últimos libros el ausente está muy presente: el marido que muere y ese amigo que se transforma hasta desaparecer su yo de juventud. ¿Creéis que os influís como autores?

A.M.: Estar al lado de alguien al que quieres te influye y te alegra mucho la vida.

M.V.: ¡Ah! ¡Me quieres!

A.M.: Sentirte acompañada es algo fundamental en el proceso creador. Yo he tenido la suerte de crecer en un hogar donde se aman los libros. Mi padre es José María Merino, un grandísimo escritor, y me quedaba dormida escuchando su máquina de escribir Olivetti. Y ahora me quedo dormida con el tecleo de Manuel, que golpea las teclas con muchísima fuerza. Yo escribo mucho a mano, de manera más silenciosa, pero me sigue arropando el sonido del trabajo de alguien que está inventando mundos. A mí eso me da mucha plenitud y mucha alegría.

M.V.:  Sí que es verdad, ahora que lo dices, que aporreo el teclado. ¡Con furia! Porque el pensamiento es más rápido que lo que sale luego por las manos. Somos dos escritores muy distintos y dos personas muy diferentes, y eso, probablemente, sea bueno. Quizás si fuésemos parecidos, tuviésemos una imaginación similar o pretendiéramos escribir sobre mundos literarios vecinos igual tendríamos más problemas. Cuando yo le dejo mi manuscrito a ella sé que la opinión que me va a dar va a ser desde una orilla muy lejana a la que yo escribo y en ese sentido me va a aportar muchísimas más cosas. Y pienso que pasa lo mismo cuando ella me deja leer algo suyo, que yo me aproximo desde un país muy distinto al suyo.

Yo cuando escribí Ordesa tenía un final en la novela distinto al que se publicó, Estábamos en Iowa un verano de 2017 a finales de agosto y ella al leer la versión terminada, se cabrea con el final. No le gusta. Me dice: tienes que quitar estas seis o siete páginas. Estas cosas siempre alteran a un escritor: ¿y esas páginas que me han costado tantos días de trabajo no las voy a cobrar o qué? Pero las razones que ella me dio activaron la codicia del escritor de ver la posibilidad, por remota que sea, de que el libro mejore. Estuve un par de días dando vueltas y al final caí en la cuenta: ¡Es verdad! ¡Eso sobra! Y ahora una de las cosas que más me gustan de la novela es el final, Fue ella la que vio que el final era otro. ¡Pienso que yo no podría vivir con una persona que no leyera mis manuscritos!

A.M.: Manuel es un escritor volcánico: empieza a fluir lava, lava, lava, De pronto, tiene muchísimo material y ese barro lo va modelando. Yo tengo otro proceso creativo: yo veo la historia desplegada y cuando escribo el borrador ya está muy depurado. Dibujo la cara de mis personajes, tengo un mapa, tengo esquemas… en cambio Manuel es todo emoción. Y después tiene un trabajo muy duro para filtrar todo ese material.

¿Y cómo acompasáis vuestro ritmo de escritura con el día a día?

A.M.: Ahora ya nos hemos adaptado a nuestros ritmos. Al principio Manuel se quedaba escribiendo por la noche hasta casi el amanecer. Yo a las seis de la mañana me despertaba y me ponía a trabajar. Un poco como la pareja de Lady Halcón. Ahora nos hemos acoplado y podemos salir juntos a pasear.

M.V.: He descubierto las bondades de la mañana.

A.M.: Antes no te gustaba ir al bosque y ahora te encanta. Son cosas que se han ido acoplando de la personalidad de cada uno.

¿Y en qué diferís?

M.V.:  Tenemos formas de trabajar distintas. Ella es una amanuense increíble. Todas sus poesías y sus trabajos están escritos en cuadernos. Yo casi no tengo ni caligrafía y en cambio la suya es muy bonita ¡Se entienden todas las palabras! Y como sabe dibujar, hace retratos de los personajes al lado del texto. Los manuscritos suyos son una delicia, la veo como una niña grande con sus cientos de bolígrafos de colores. Es de una laboriosidad tremenda. Tiene unas aptitudes que yo no tengo. Es capaz de pegarse tres o cuatro horas sin levantarse de la silla concentrada escribiendo, y yo no puedo. Me levanto cada diez minutos, voy arriba y abajo y la miro a ella y pienso: ¡Jo, esta sí que es escritora, no yo por ahí todo el rato dando vueltas! Me voy a la nevera, me preparo un café… por eso tenemos vacía la nevera, para que no haya ninguna distracción.

¿Dos escritores juntos multiplican geométricamente sus manías?

M.V.:  Es bien divertido ver las costumbres de tu pareja. Ella llega a cualquier sitio y enseguida encuentra un sitio donde ponerse a escribir, a mí me cuesta. Cuando llegamos a una habitación de hotel y hay dos camas, ella como sabe que soy muy raro y me deja elegir. Yo me paso diez minutos mirando las camas a ver cuál me quedo porque escribo mucho con la primera luz del día y he de calcular en cuál de las dos camas va a llegar mejor la luz. Ella no tiene ese tipo de manías, Es maravillosos vivir con una persona sin manías cuando el otro es un maniático.

A.M.:  Yo me adapto. Ya sé que tiene que dar unas cuantas vueltas por la habitación antes de que le parezca bien. Yo a veces me quedo en el lobby y cuando elija que me avise.

M.V.:  Una vez en Chicago quise cambiar tres veces de habitación. Y para que no hubiera una cuarta ella me dijo: si cambias otra vez de habitación yo me divorcio. Y de verdad que se iba a divorciar, así que nos quedamos en la tercera.

¿Peleáis por el espacio en casa?

M.V.:  El espacio importa, no es lo mismo escribir en Madrid que en la casa de Iowa, que es mucho más grande y podemos destruirla con más metros, dejar libros por más sitios, dejar manuscritos tirados. La de Madrid es más pequeña. entonces el día que viene alguien a vernos es terrible porque hay que limpiarlo todo, retirar cajas, libros…

A.M.:  Hay que meterlo todo en armarios. ¡Después abres todo y se te cae encima!

M.V.:   Es que vas a casa de otros escritores y los ves todo limpio y recogido

A.M.:  Tenemos las cajas y los papeles por ahí, pero limpio está.

M.V.:  Sí, sí, limpio está todo,

A.M.:   Yo con la última mudanza he tenido que tirar muchos papeles y ha sido difícil porque por mí lo conservaría todo. Tengo mucho de Diógenes.

¿Tenéis una biblioteca cada uno o es común? ¿Cómo organizáis los libros?

A.M.:  No organizamos la biblioteca, simplemente va creciendo. Van todos los libros mezclados. A veces llega Manuel desesperado buscando un libro y voy yo estantería por estantería.

M.V.:  Es verdad, es ella la que encuentra los libros.

¿Entonces no hay un orden?

A.M.:  Cuando no caben en las estanterías vamos haciendo montañas apoyadas en las paredes, otros están en cajas. Es un pequeño caos, pero un caos armónico. A mí me gusta el orden, pero el orden expansivo. Cuando tengo todas las cosas extendidas, incluso por el suelo, yo sé dónde están. Si decido ordenar en un montón ciertos libros pierdo el ritmo y el orden que llevo.

M.V.:   También venimos de varias mudanzas. Y los libros se quedan en las casas donde has vivido y nuestra biblioteca es un poco como el resto de un naufragio.

Y respecto a las mesas de trabajo de cada uno ¿Quién es el caótico y quién el ordenado?

M.V.:  Una de las cosas más maravillosas de nuestra vida conyugal es que somos caóticos los dos. No podrías distinguir uno de otro. Bueno, en uno hay un montón de cómics.

A.M.:  Tengo pasión por el cómic desde siempre. Y he conseguido que Manuel vaya asomando la cabeza y las orejas a los cómics. Él lo que hace siempre es escuchar música, es un hombre musical.

¿Es cierta esa leyenda de que ibas para músico pero como se te daba fatal te hiciste escritor?

M.V.:   A mí lo que me hubiera gustado es tener una banda de rock&roll. Pero fue imposible porque no tenía ningún talento. Al final, cada novela mía está escrita con tres o cuatro listas muy diversas que me hago en Spotify. Música folk, clásica, country… unas mezclas raras que pienso que favorecen al ritmo y la sonoridad de la novela que estoy escribiendo.

 ¿Qué escritores os unen?

A.M.: Cervantes

M.V.: Cervantes, mucho. También Kafka.

A.M.: Kafka nos unió desde el principio. La primera noche que empezamos a hablar, en una cena en que estábamos juntos con Max y cuando él dijo que le interesaba Kafka pensé: ¡un tipo inteligente!

M.V.:  La poesía española del siglo XX también nos une: Lorca, Cernuda… o Carmen Laforet. O Los santos inocentes de Delibes.

A.M.: Tenemos muchos autores que compartimos, pero Kafka fue fundamental en ese primer encuentro.

Manuel, le debes mucho a Kafka…

M.V.:  Mucho. Yo vi que podía ser escritor cuando leí a Kafka. Eso fue en Teruel, en un pueblo de las cuencas mineras donde tuve mi primer destino de profesor de secundaria. Me llevé las obras completas de Kafka, heredadas de mi padre, y como allí por las tardes no había nada que hacer pues leí a Kafka de cabo a rabo. Cervantes y Kafka, tienen algo en común que es fascinante: los dos son, antes que otra cosa, dos humoristas. Para mí el sentido del humor es como respirar, una necesidad. Yo soy aragonés y los aragoneses o nos reímos de todo o no vivimos.

En tu último libro, Nosotros, uno de los personajes dice: “Podemos amar a otros sin comprenderlos”. ¿Creéis que vosotros dos habéis llegado a comprenderos?

M.V.: Creo que sí. Creo que hemos llegado a interpretar los estados de ánimo del otro. A veces no estamos en la misma onda pero creo que hemos aprendido a respetar los silencios del otro. El gran objetivo de cualquier pareja, sean escritores o no lo sean, es vencer a la soledad.

A.M.: Yo respecto a la metafísica del amor soy más relajada. Creo que es el día a día es lo que va construyendo el amor