Amartya Sen, un héroe elocuente y perspicaz para los pobres y desposeídos del mundo

La editorial Taurus acaba de publicar las memorias del Premio Nobel de Economía en 1998 y reciente Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales, «Un hogar en el mundo».

 

 Texto: David VALIENTE

 

 Cuando era un niño vio la miseria provocada por el hambre y los conflictos sociales. Lejos de amilanarlo, tales visiones de juventud enaltecieron esa creencia innata que todos alguna vez experimentamos de que las cosas pueden cambiar e ir a mejor. Su compromiso con los desfavorecidos ha contribuido en los intentos internacionales de terminar con las penurias de una importante parte de la población mundial, además de significar un aliciente para sus éxitos personales. Amartya Sen ganó el Premio Nobel de Economía en 1998 por contribuir “a la economía del bienestar y a la teoría de la elección social y por su interés en los problemas de los miembros más pobres de la sociedad”. En octubre fue galardonado, esta vez con el Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales, premio que no pudo recoger.

Muchos éxitos y fracasos ocupan lugares destacados en el curriculum vitae de un intelectual que desde bien pequeño bebió de la leche cultural de varios mundos, en apariencia, opuestos, pero interconectados por vasos comunicantes sumidos a pocos metros de las identidades individuales. Para quienes deseen saber cómo se forjó la persona humana- y humanitaria-, la editorial Taurus ha publicado sus memorias, que abarcan el periodo de la vida más trascendental de toda persona: su juventud y el proceso de formación intelectual que le llevaran a crear el concepto de desarrollo como libertad, de gran ayuda años después en la creación del Índice de Desarrollo Humano (IDH), que permite a las instituciones internacionales conocer de manera más exhaustiva cuáles son los avances sociales que se producen en los países.

Nació un 3 de noviembre de 1933, en Santiniketan (estado de Bengala Occidental). A los pocos días su familia se trasladó a una vivienda cercana a la Universidad de Daca donde su padre, Ashutosh Sen, impartía lecciones de química. “Entre mis primeros recuerdos están visitar el laboratorio de mi padre, y la inmensa emoción de ver que un líquido mezclado con otro en un tubo de ensayo podía generar algo completamente distinto e inesperado”. Mientras su padre pasaba horas en el laboratorio, su madre, apasionada de las artes y la lectura, sacó a flote varios proyectos literarios en forma de revista que ella misma editaba y distribuía en la región. Pero, sin duda, el miembro de la familia más decisivo e influyente en la educación de Sen (y en toda su vida intelectual) fue su abuelo materno Kshiti Mohan, “célebre estudioso del sánscrito y la filosofía India”. Sus estudios generaron importantes debates entre las élites intelectuales del país, pero especialmente contribuyeron a desmitificar ese sesgo ideológico que contribuye a la división religiosa de la India y que según algunos entendidos tiene su origen en los textos sagrados del hinduismo. Amartya Sen, gracias al tiempo compartido con su abuelo, aprendió de niño que la India no es una construcción del todo imperialista y que si por algo se caracteriza es por la pluralidad que desde antaño gobernantes budistas, hinduistas y musulmanes contribuyeron a construir.

Su vida era feliz y agradable, con momentos de marcada apacibilidad alterados solo por los fracasos escolares de sus primeros años. La primera institución educativa donde Sen recibió una educación formal, St. Gregory, se caracterizaba por su rígido sistema educativo, creado para implantar en la élite la semilla de la disciplina. Pero al jovencito Sen tanta disciplina y rigidez le producían cierta urticaria, tanto es así que de 37 alumnos que componían su clase, él ocupaba el puesto 33º.

“Me convertí en lo que se podría entender como un buen estudiante solo cuando a nadie le importaba si era o no un buen estudiante”. Esta metamorfosis se produjo después de trasladarse al colegio donde su abuelo materno fungía de profesor, Visva-Bharati. Fundado por Rabindranath Tagore en 1901 en Santiniketan, planteaba un sistema educativo menos “asfixiante”, enfocado en “enaltecer la libertad individual” mediante el diálogo y el razonamiento de los individuos, tanto profesores como alumnos, que frecuentaban las instalaciones educativas.

Gracias a la iniciativa de su abuelo y de Tagore, gran amigo de la familia (tanto es así que fue el mismo pensador bengalí el benefactor que le propuso a la madre de Sen que le bautizara con el nombre de “Amartya”), el joven Sen abandonó las cuatro paredes del St. Gregory y comenzó una nueva vida educativa en una escuela “progresista y de coeducación, con un currículum amplio e inclusivo mediante el cual llevábamos a cabo una inmersión considerable en culturas de diferentes partes de Asia y África”.

Sumido en sus clases en Visva-Bharati, en sus interminables paseos con su abuelo y sus deleitantes charlas con “gente interesante”, pasaron las estaciones sin causar en el niño grandes contratiempos, a excepción de la “hambruna bengalí” acaecida cuando Amartya Sen contaba con 10 años de edad, que se cobró la vida de unas tres millones de personas. Fueron tan atroces las imágenes presenciadas por el futuro Premio Nobel, que definieron, aún de un modo inconsciente, sus futuras líneas de investigación y compromisos sociales en la lucha contra la pobreza y la desigualdad social: «Me llamó la atención su carácter totalmente clasista. No conocí a nadie en mi escuela o entre mis amigos y parientes cuya familia hubiera tenido el más mínimo problema durante toda la hambruna; no fue una hambruna que afectara ni siquiera a las clases medias bajas, sólo a personas mucho más abajo en la escala económica, como los trabajadores rurales sin tierra».

Si Kshiti Mohan “quería socavar estos males mediante una interpretación más profunda de los textos antiguos”, su nieto se aventuró en la misma hazaña, pero desde el enfoque moderno y pragmático que la ciencia económica había desarrollado en los centros universitarios. Por eso, cuando tuvo edad para ingresar en la universidad escogió los cursos vinculados con la economía y las matemáticas, y descartó la física, su primera opción. “Ya albergaba la idea de trabajar por una India diferente: una no tan pobre, ni tan desigual, y en absoluto tan injusta”.

Su primer contacto con el mundillo universitario lo experimentó en el Presidency College de Calcuta. Para ese alumno espigado y con gafitas las bibliotecas fueron mundos interminables y placenteros donde ampliar las lecciones dictadas por los profesores o descubrir nuevas visiones de la vida. Pero su mundo académico no solo “se centraba en su mayor parte en las clases y los estudios formales”, había otras actividades fuera del centro, como las tertulias con compañeros en la cafetería, tan informativas y críticas como cualquier clase magistral de un erudito nonagenario.

Aunque la actividad era incesante, la salud le obligó a detenerse por unos cuantos meses. Una mañana descubrió que tenía un “bulto suave en la boca”. El autor se confiesa hipocondríaco, pero sin ese aspecto, a veces dañino, el desenlace de esta historia hubiera tenido, quién sabe, un final más prematuro. Visitó a varios médicos, incluso a uno de ellos le indicó que tenía un carcinoma (llegó a este diagnóstico acertado tras consultar libros sobre el tema en la biblioteca), pero ninguno le hizo el menor caso. No sería hasta unas semanas después, cuando un tío por parte de madre le hiciera una biopsia y descubriera que, efectivamente, ese bulto, “del tamaño de medio guisante” asentado en el paladar, era un “carcinoma de células escamosas de Grado II”. El autor no oculta en sus memorias la pesadumbre y al mismo tiempo la excitación que sintió cuando escuchó de labios de su padre que su diagnóstico había sido acertado: “Lo sabía. Yo lo diagnostiqué primero”.

Por suerte, Sen superó la enfermedad, aunque “la amenaza del cáncer no desapareció y el daño que me causó la radioterapia en los huesos y en los tejidos género sus propias consecuencias, que requirieron de atención y cuidados durante décadas”.

Con la salud recuperada, la idea de ir a estudiar a Inglaterra “germinó en primera instancia en la mente de mi padre”. Él había hecho su doctorado en la tierra de Shakespeare y vio conveniente que su hijo recorriera idéntico camino más joven. Ambos barajaron varias posibilidades, con la ayuda de los docentes del Presidency Collage, pero la última palabra la tuvo Sen que escogió como alma mater a la Trinity Collage porque así podría estar bajo la tutela de tres economistas de renombre (Maurice Dobb, Piero Sraffa y Dennis Robertson) que han marcado también a la disciplina económica.

Se llevó una gran desilusión al recibir la carta rechazando su solicitud de ingreso. Sin embargo, todo fue una falsa alarma. Resultó que la institución había dispuesto un número de plazas limitadas para los miembros de las antiguas colonias y en el momento que Sen mandó su solicitud, el centro ya había cerrado el cupo, pero “una mañana de agosto llegó un telegrama del Trinity College en que se me comunicaba que algunos indios que habían solicitado la plaza y habían sido aceptados la habían rechazado y que, por tanto, era admitido solo si podía asegurar que estaría en Cambridge a principios de octubre”.

Llegó la hora del adiós. Por delante varias semanas de travesía en barco (el avión se salía del presupuesto familiar) por regiones evocadoras de Las mil y una noches, hasta recalar en su nuevo hogar. En el Trinity se formó como economista, pero también como gran conversador. Conoció a todos los grandes intelectuales de mediados y finales del siglo XX, y vivió grandes aventuras por la vieja Europa que le sirvieron de ejemplo de las virtudes de la cooperación humana. Han pasado unos cuantos años desde que el Premio Nobel y ahora también Premio Princesa de Asturias dejó de ser un alumno que aceptaba invitaciones a conferencias aun sin estar doctorado. Ahora es un intelectual reconocido a nivel mundial por su lucha contra el hambre, la pobreza, la miseria y la ineptitud humana. Desde luego Kofi Annan está en lo cierto al afirmar que “los pobres y desposeídos del mundo no podrían contar con un héroe más elocuente y perspicaz”.