Alberto Torres Blandina: “Si la realidad es ficción, la ficción debe acumular más dosis de realidad”

En «Tierra» (Candaya), Alberto Torres Blandina trata de contar la historia de la humanidad de los últimos sesenta años a través de las numerosas vivencias de personas reales.

Texto: David Valiente  

 

Tierra (Candaya) de Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976) se puede describir como un texto híbrido que responde a la definición de novela empírica o a la de crónica experimental. ¿Qué es Tierra, entonces? Toda la naturaleza narrativa que el lector le quiera dar, pero en esencia son muchas vivencias de personas reales que tratan de contar la historia de la humanidad de los últimos sesenta años. Con ese acercamiento desde la vida de sus informantes, Alberto da un nuevo sentido a la intrahistoria, sacándola de las calles de la ficción y dando rienda suelta al concepto unamuniano desde la tranquilidad de las montañas que rodean la residencia de escritores Toji. Alberto tuvo la oportunidad de acceder a la beca que concede el Centro Cultural Toji a escritores de diferentes nacionalidades y pasar unos meses dedicados exclusivamente a la escritura de este libro.

 

¿Cómo consiguió contactar con los cien protagonistas de su libro Tierra?

Circulando por la vida o por internet, así me he encontrado el elenco de informantes que nutren la estructura histórica.

 

Todo el proceso de documentación y escritura está explicado como si fuera la metodología de una tesis doctoral. O sea que, detrás de cada palabra y cada frase, hay personas de carne y hueso con ilusiones, sueños y un mundo interior repleto de ricas memorias silvestres.

Es verdad que muchas de las historias que recojo podrían novelarse, pero no lo voy a hacer, me pasa como a Borges, me gustan las historias largas más que las cortas.

 

¿Se le daba bien la asignatura de historia en el instituto?

Desde luego, no puedo decir que fuera un mal estudiante. Sacaba buenas notas en todas las asignaturas, pero no me interesaba mucho el instituto. Era el típico alumno que aprobaba con notable la asignatura de Lengua y Literatura y luego en casa me leía todas las obras comentadas en clase. Nunca le dije a mi profesora que leí el Estudiante de Salamanca de Espronceda, por ejemplo. Me caía muy mal. Ahora que lo pienso, me arrepiento un poco. A lo mejor mis notas habrían sido más altas si le hubiera comentado las lecturas que hacía. La mayoría de los profesores que tuve no enseñaban bien (había algunos que sí, por supuesto). Por eso, soy un autodidacta al que le encanta leer, aunque en mi adolescencia detestaba la asignatura de Lengua y Literatura.

 

Entonces, ¿no te enseñaron bien la asignatura de historia?

En los libros solo aparecen los psicópatas, las guerras, las traiciones… Y no soy la primera persona que hace este tipo de crítica. A mis alumnos de instituto siempre les digo que deben diferenciar entre la vida de los reyes y de las personas comunes. Suelen tener la idea de que cuando llegaron los musulmanes toda la población cristiano-visigoda se trasladó hacia el norte de la Península y que cuando los cristianos recuperaron el territorio perdido siglos después, sus descendientes repoblaron de nuevo la tierra. Sin embargo, en realidad, quienes se desplazaban eran los reyes y su corte, la mayoría de la población permanecía en el mismo territorio habitado por sus antepasados, plantando cebollas. Creo que es un error pensar que lo que la gente común pensaba está escrito en los libros de historia. En este sentido, mi libro pretende reivindicar la historia de los pequeños detalles frente a la historia con mayúscula inicial.

 

¿Cómo nació la idea de escribir Tierra?

Surgió una semana antes de viajar a Corea del Sur. Para poder acceder a la beca de la residencia de escritura del Centro Cultural Toji, primero tenías que enviar un proyecto de escritura. Al principio, tenía en mente escribir una novela de corte más clásico, con un punto de fantasía; un género que ya había experimentado en publicaciones anteriores. Sin embargo, deseaba más hablar con personas. Entonces, recordé una reunión en la que estábamos presentes varios escritores valencianos y comenzamos a narrar la historia de nuestro primer beso. Todos los relatos fueron buenísimos. Me di cuenta de que cualquier vivencia bien narrada se puede convertir en una gran historia. Por esa misma época, había publicado Después de nunca, un libro en el que sostengo una tesis relacionada con esta reflexión: la realidad es pura ficción. Y el panorama de aquel momento refrendaba esta idea; solo había que ver quién ocupaba la Casa Blanca (Donald Trump), o ver a Santiago Abascal montando a caballo… Yo pensaba que estos personajes políticos no podían ser creíbles. El ambiente en el mundo era extraño y los cambios que se estaban produciendo no lo eran menos. Por lo tanto, si la realidad es ficción, la ficción debe acumular más dosis de realidad. Entonces, buscando la manera de centrarme en los detalles, se me encendió la bombilla: decidí que quería contar historias pequeñas. Además, como me gusta mucho viajar, conocer otras culturas y leer, reflexioné sobre la posibilidad de escribir un libro que contara la vida de diferentes personas, a poder ser de todos los continentes habitables. De hecho, pensé que en Corea tendría la oportunidad de hablar con otros escritores de nacionalidades dispares, pero me desilusionó comprobar que tan solo una escritora india y otra sudafricana, quienes aparecen en el libro pero no digo sus nombres auténticos porque son muy conocidas en su país, hablaban inglés. El resto de residentes eran coreanos, pero en Corea muy pocos se defienden en inglés. Aun así, le propuse la idea a mi agente y me dio el visto bueno. Él me pasó el contacto de escritores de otros países que movía en las editoriales. Seguía sin tener clara la estructura y los objetivos, pero cuando llegué a Corea del Sur, una mujer coreana que hablaba español me acompañó desde el aeropuerto hasta la residencia, y durante el trayecto me contó su vida y me pareció fascinante. En aquel momento, se disiparon mis dudas y me convencí de que tenía que escribir Tierra. De hecho, de todas las vivencias que me fueron contando, solo descarté la historia de una mujer nacida en la antigua Checoslovaquia.

 

¿Y por qué?

En tres horas, no me contó nada interesante. ¡No me lo podía creer!

 

¿Cuál ha sido, pues, su criterio de selección?

Salvo a esta mujer y a los españoles, no he descartado ninguna historia más. Prescindí del relato de algunos españoles porque ya tenía muchos en comparación con el resto de nacionalidades; y no quería hacer una historia de España, sino de la humanidad.

 

¿Cómo era su día a día en la residencia de escritores de Toji?

(Risas) Me quería morir. Tuve que luchar contra tantos demonios. También es verdad que estaba en un momento un poco complicado: había roto con mi pareja por segunda vez y no sabía muy bien qué hacer con mi vida. La residencia se encuentra en medio de una montaña y me sentía solo. La ciudad más cercana estaba a cuarenta y cinco minutos en coche y siempre que visitaba la urbe iba en autobús, pero regresaba en taxis (me costaban una pasta) porque nunca supe dónde tomar el autobús de regreso. En Corea del Sur, el transporte público es endemoniado. Como ya he comentado, los coreanos no son muy duchos con el inglés, y el único que lo hablaba con fluidez me caía fatal. En otro contexto, no creo que me hubiera acercado a él. Además, era muy homófobo y, aunque soy heterosexual, me gusta la estética queer, pero no me gusta la gente retrógrada. Así que recuerdo un día que salimos juntos y me puse una chaqueta de flores. Sus miradas lo decían todo. No llegó a funcionar la cosa…

 

Imagino que tuvo que adaptarse a un horario diferente…

Los coreanos se levantan muy temprano y sobre las 11:30 ya están almorzando. La cena suele ser a las  16:30, y no se acuestan más tarde de las 22:00. Esas horas entre medias las usan para hacer diferentes actividades. Pero, para mí, después de la cena, el día ha muerto y solo tengo ganas de ver una película o tomar algo. Todo esto que te comento puede sonar triste, pero también disfruté mucho de mi experiencia coreana. Fue muy bonita. Me levantaba con el sol y me pasaba toda la mañana escribiendo; un lujo que la mayoría de los escritores no nos podemos permitir. Luego, mientras paseaba, escuchaba los audios que se acumulaban con las historias de personas de todos los rincones del planeta. Los primeros audios que escuché los recuerdo con mayor intensidad, al final gracias a esas voces con acentos diferentes logré mitigar la soledad. Me sentía algo más acompañado. Recuerdo con especial cariño a Salah Abdullah de Kuwait, sin duda uno de mis informantes favoritos, que me mandaba audios en inglés de hasta una hora y media de duración. Es un hombre muy interesante que cuenta con un vasto conocimiento de filosofía, además de ser un pedagogo paciente que siempre respondía a todas mis preguntas sobre el islam y el mundo árabe. La estancia en la residencia Toji me vino muy bien porque necesitaba alejarme de la rutina, disponer de tiempo para poder pensar, aunque no siempre es fácil.

 

¿Hay algo de ficción en su libro?

No. Bueno… Quizá una sola frase. Me pareció interesante terminar la historia de mis dos informantes de Mongolia uniendo su relato en la última frase. Dudo mucho que se hayan encontrado en la vida real, pero… ¿Quién sabe?

 

No obstante, dicen de su libro que es una novela.

Esto no solo es cosa de la editorial, otra gente me ha comentado que se nota que la voz del narrador es la mía. Les dije que, en cierto modo, trato de hacer algo parecido a lo que hace Svetlana Alexiévich en sus libros, pero me dijeron que la autora bielorrusa era fiel al modo de expresarse de los entrevistados, mientras que yo traduzco a mi estilo la voz de mis informantes y las doto a veces de un tono clásico y otras de un toque más moderno. Ninguna parte del texto escapa al trabajo estilístico. Tanto es así, que al principio no sabía si se podía clasificar como novela o libro de crónicas. Tanto los miembros de la editorial como algunos compañeros de profesión me dijeron que podía catalogarse en los dos géneros.

 

Después de escuchar todos esos audios, imagino que empatizó mucho con algunas personas.

¡Muchísimo! La gente me comentó que fui capaz de crear un clima amistoso en el cual se sentían a gusto para liberar sus sentimientos y contarme asuntos personales que nunca se hubieran atrevido a contar a un desconocido. De hecho, con algún informante he desarrollado una profunda amistad. Más de una vez he salido de mi papel de entrevistador porque sentía que podía devolverles su generosidad abriéndome yo también.

 

Intercambiaste sesiones de psicología.

Creo que he cuidado mucho las historias de esas personas. Más que la respuesta del público, lo que verdaderamente me preocupaba era la reacción de los entrevistados, me daba mucho miedo que no se sintieran reconocidos en la forma en que narraba su vida.

 

¿Y qué le dijeron?

El feedback ha sido muy bueno. Algunas personas que lo han podido leer, me han dicho que fue duro recordar tiempos pretéritos, pero la narración de sus vidas había quedado muy bonita. Uno de mis informantes me preguntó cómo era posible que hubiera recreado con tanta fidelidad la vida de su abuelo, si no lo había conocido. Otra me comentó que había llorado mucho mientras leía los recuerdos, pero también le había ayudado a darse cuenta de que los traumas del pasado estaban superados. Esa niña que yo retraté con mis palabras le gustaba, pero ya nada quedaba de ella en su personalidad.

 

¿Por qué comienza en 1961, cuando se construye el muro de Berlín?

En un principio, el punto de inicio iba a ser 1950; me parecía una fecha redonda. Sin embargo, me di cuenta de que las historias personales empezaban a tomar forma en la década de los sesenta, todo lo anterior era una masa difusa y abstracta de información que no me permitía darle forma a la narrativa vivencial, y mucho menos contextualizar adecuadamente a mis informantes en el plano histórico. Por lo tanto, pensé que establecer como punto de partida el año de la construcción del Muro de Berlín era una buena idea, ya que fue un momento de máxima tensión en la Guerra Fría, y la gente entrevistada tenía los conceptos más claros. Al fin y al cabo, no deja de ser un libro, en principio, escrito para europeos, pero que intenta huir del eurocentrismo y ampliar la mirada.

 

¿Le resultó complicado superar sus propios sesgos?

He hecho todo lo posible para atenuarlo. Mi primera intención con este libro es investigar la transculturalidad; yo quería hacer un libro sobre las diferentes culturas y formas de ver la vida que pueblan el mundo. La historia propiamente dicha se podría decir que llegó después. Para esta labor, por supuesto, he leído muchos libros, he viajado por diferentes países y también he recibido la ayuda de mis entrevistados. Precisamente, uno de ellos, el también escritor Antonio Liu Yang, que me contó la vida de sus padres, me recomendó unos cuantos buenos libros para entender China. Creo que vio mi sincero interés por aprender sobre sus costumbres y su pasado. Las investigaciones que realicé sobre Vietnam me permitieron descubrir la visión de los vietnamitas con respecto a la guerra que mantuvieron contra Estados Unidos. Los americanos decían de los vietnamitas que eran unos bárbaros, pero la impresión que ellos dieron no fue muy diferente. Los soldados americanos mataban a las personas mayores, miembros respetadísimos en las sociedades del Sudeste Asiático; también arrasaban la casa de las personas, esto es, los bosques. La sociedad vietnamita no podía entender esa mentalidad destructiva.

 

¿Cree que tanta interactuación con la historia ha cambiado su forma de ver el mundo?

No lo creo. Yo había viajado mucho y ya había superado muchos prejuicios. Cuando hablo con una persona, busco más las semejanzas que las diferencias culturales que podamos tener: ambos venimos de unos padres, podemos tener hijos y amigos. Al final del día, lo que en realidad preocupa a los individuos no es la raza o la religión del interlocutor, sino los asuntos relacionados con la familia o el trabajo. Sin embargo, debo reconocer que este libro me ha ayudado a comprender mejor el mundo musulmán. El otro día en una entrevista que me hicieron en Radio 3, me comentaron que los ciudadanos de Marruecos, Túnez, Argelia, Líbano, Arabia Saudí… lo saben todo sobre Occidente, en cambio, nosotros apenas tenemos unas nociones básicas de su cultura. Por ejemplo, se habla mucho de los matrimonios concertados y quiero que quede claro que no los defiendo, pero ahora comprendo mejor su  naturaleza después de haber hablado largo y tendido con Salah Abdullah sobre el asunto. Él encargó a una especie de intermediaria que le buscara la pareja más adecuada. Tenía miedo de ver a una mujer hermosa y que la cabeza de abajo hiciera perder los estribos a la cabeza de arriba. Quería un matrimonio serio, para toda la vida, y una esposa que fuera compatible con su familia, porque, esa es otra, en su cultura muchas parejas viven en la casa de los progenitores, no te casas solo con una persona, lo haces también con su familia. Claro, desde esta perspectiva tiene todo el sentido del mundo dar más importancia a la posible compatibilidad que al amor propiamente dicho. También he hablado con él sobre el velo y me ha explicado esta cuestión desde otro punto de vista. Resulta que consideran que los hombres occidentales cosificamos a las mujeres: las vemos principalmente como un objeto del deseo, mientras que ellos las ven como seres humanos porque no se dejan llevar por sus impulsos primarios y hablan con el sexo opuesto sin ningún tipo de pretensión más allá del puro placer de conversar. Me sorprendió bastante su posición porque me la trató de vender como si fuera un postulado feminista. El mundo musulmán es fascinante, me encanta viajar a los países donde la fe de Alá es mayoritaria, y las charlas con Salah Abdullah y otros musulmanes me ha permitido, no tanto superar posibles prejuicios, que no los tenía, como sí profundizar más en el conocimiento de su modo de vida y costumbres.

 

¿Cómo ve el panorama actual? ¿Hemos cambiado mucho desde la década de 1960?

Creo que no, pero es porque hemos sufrido un retroceso; parece que hemos vuelto a los años treinta, cuando el fascismo estaba de moda. Tras la Guerra Fría, vivimos uno de los mejores momentos de la historia, donde, en realidad ocurrían pocos eventos de gran magnitud. Parecía que los pronósticos de Francis Fukuyama se estaban cumpliendo, que los mercados iban a calmar las ansias guerreras de los Estados y que un país con McDonalds no atacaría a otro que tuviera la misma cadena de comida rápida. Sin embargo, con el ataque ruso a Ucrania, esta teoría se vino abajo como un castillo de naipes.