«Tía buena», de Alberto Olmos

Círculo de Tiza publica el último ensayo de Alberto Olmos: «Tía buena (una investigación filosófica)»

Texto: David PÉREZ VEGA

 

He leído bastantes de los libros que ha escrito Alberto Olmos (Segovia, 1975), desde que empecé en 1999 con su ópera prima, A bordo del naufragio. Sin embargo, no había leído nada aún de su obra, fuera de la ficción, salvo sus artículos de periódico. Aunque tengo aún en casa sin leer Vidas baratas: elogio de lo cutre y Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad, me apeteció ponerme con su último ensayo, Tía buena (una investigación filosófica), publicado por Círculo de Tiza.

 

Cuando uno conoce a Alberto Olmos, como es mi caso, y se acerca a un libro con el título Tía buena, y cuya primera parte se titula ¿En serio vas a escribir este libro?, lo primero que piensa es que Olmos ha escrito un libro de humor. Y lo cierto es que, en parte, así es, pero no en su conjunto, como trataré de explicar a continuación.

 

«Durante el verano posterior a mi divorcio, empecé a darle vueltas a una expresión popular que siempre había desatendido: “tía buena”», ésta es la primera frase del libro y, desde luego, no es una primera frase casual. Con ella, el autor le muestra al lector sus cartas, el momento vital por el que atraviesa. «Quizás volver a la soltería y a mirar con más intención o interés a las mujeres de mi alrededor (lo cual incluye hoy en día las redes sociales, por supuesto), provocó en mí una estupefacción nueva, un cuestionamiento.», continúa.

 

Olmos pretende escribir un ensayo sobre la idea de ser una «tía buena», desde el punto de vista de las mujeres, ¿qué siente, o experimenta, una mujer al saberse mirada como tía buena? En una primera aproximación al tema, Olmos quedará con diversas amigas, que pueden alcanzar el estatus de «tía buena», en mayor o menor medida, y las interrogará sobre el tema. A la mayoría de las mujeres cercanas que aparecen en el libro ha tenido la prudencia de cambiarles el nombre (en otros casos no, como en el de las escritoras Luna Miguel o Jimina Sabadú, que aparecen con su nombre, aunque lo que cuenta de ellas pertenece a su faceta pública). Según estas primeras aproximaciones al objeto de la investigación, Olmos opinará que el rol de ser tía buena se elige, que la mujer que va a ejercer en su círculo de amigos, laboral, etc. como tía buena ejerce una voluntad –mediante las actitudes o la elección de la ropa– de serlo. De este modo, nos hablará de amigas que cambiaron su estilo de vestir o que se operaron los pechos y empezaron a llamar la atención de los hombres, atrayendo sus miradas, mucho más que antes. «La infelicidad se combate con exhibicionismo», acabará sentenciando sobre las palabras de una amiga.

Uno de los amigos varones de Olmos opinará que el proyecto de éste es una forma ingeniosa de ligar, de empezar un coqueteo con el piropo soterrado de decirle a una mujer que es una «tía buena» o qué significa eso para ella.

Me he reído con esta reflexión: «El mundo de los libros, según vi durante años, se origina mayormente en la casa de un pobre desgraciado que escribe y termina en una fiesta donde ese desgraciado que escribe se ve rodeado de millonarios y tías buenas.» (pág. 41)

 

La primera parte, que ocupa unas 50 páginas, es un relato metaficcional; en el que Olmos le cuenta al lector por qué quiere escribir su libro y cómo piensa hacerlo. Es la parte más divertida y ligera del libro. También acaba siendo un relato de duelo sobre su divorcio, ya que empieza con él y finaliza cuando el autor nos anuncia que tiene una nueva pareja.

 

Antes de entrar de lleno en el asunto, Olmos coloca en el libro un Interludio filológico, en el que trata de localizar el momento exacto en el que surge el término «tía buena» en el habla coloquial de España. Con la ayuda de un catedrático de universidad, Olmos nos mostrará que la expresión «tía buena» ya se usaba en España a mediados del siglo XIX.

 

La segunda parte se titula Una investigación filosófica, y aquí ya se encuentra el cuerpo principal del libro. Si, como ya he apuntado, la primera parte es la más ligera y divertida, y acaba funcionando como una introducción, el tema del libro se va a desarrollar en realidad en ésta mucho más larga segunda parte. En ella, Olmos hablará de sí mismo en muchas menos ocasiones, y analizará las lecturas que ha hecho para tratar de dar respuesta a sus preguntas iniciales. En el siglo XIX empezará la obsesión popular por la belleza, a la vez que se normaliza el uso de las fotografías. Tendencia que explotará en el sigo XX con el cine, ya que cualquier mujer podrá compararse con las actrices de la pantalla, que establecerá unos patrones de belleza deseados por ellas, y anhelados por ellos.

En realidad, el ensayo de Olmos acaba siendo un estudio de la mirada de los hombres sobre la belleza de las mujeres. Algunas de las páginas más interesantes del libro son aquellas en la que se analiza el posible conflicto entre los estándares de belleza femeninos y los presupuestos del feminismo. «Y es que hay, por paradójico que suene, “un feminismo de las chicas guapas”. Consiste en resignificar los patrones estéticos tradicionales de la mujer físicamente atractiva y considerarlos propios, no impuestos, sin variarlos un ápice. (…) Las cantantes populares siempre han aportado a su trabajo musical una considerable dosis de “sex appeal”, lo cual era machista; ahora las cantantes aportan a su trabajo musical la misma dosis de “sex appeal”, y esto es feminista.» (pág. 102)

 

Uno de los capítulos trata de demostrar que son los hombres los que miran a las mujeres y que éstas son miradas. De ahí se pasará a analizar el fenómeno de la exhibición en Instagram, por ejemplo, y el uso que hacen las mujeres de su «capital erótico». Se hablará también de esas parejas que se acoplan al prototipo de mujer atractiva y hombre de éxito económico, prototipos arcaicos que se encargan de perpetuar las modernas redes sociales, a juicio de Olmos.

Todo el análisis de Olmos me parece interesante –ya he dicho que su libro se centra en analizar la mirada de los hombres sobre las mujeres–, pero creo que se ha dejado fuera de análisis algunos fenómenos de la actualidad: cada vez más hombres no se visten para tener éxito económico (como se apunta en el libro), sino para lucir su físico, y muchas de las cuentas de Instagram en las que alguien exhibe su juventud o su cuerpo son de hombres. Para Olmos no parece existir el concepto de «capital erótico» masculino ­­–algo de lo que llega a hablar, pero muy de pasada y como fenómeno marginal– y, posiblemente, sobre esta idea se podrían escribir páginas interesantes sobre el cambio de roles y la modernidad.

 

Se nota que Olmos se ha documentado con profundidad y las citas que hace de libros clásicos que tratan sobre la belleza, lo sexi y la mirada son muy interesantes y él consigue, acercando estos modelos a la moderna realidad de, por ejemplo, Instagram, sacar un interesante partido a esas ideas.

Es cierto, también, que, lo que empezó en la primera parte con ligereza y humor, acaba cargándose con tintes más amargos, sobre todo cuando habla de conceptos como los de «el negocio de la frustración», al analizar el mundo de la ropa y la moda. También se cita al filósofo de origen coreano, pero que escribe en alemán, Byung-Chul Han (autor de, por ejemplo, La sociedad del cansancio) y se acaba especulando con la idea de que las relaciones entre hombre y mujeres, en la mayoría de los casos, acaban siendo transacciones comerciales, entre el estatus del hombre y la belleza de la mujer; una idea que, como he apuntando antes, me acaba pareciendo que (con los nuevos roles de hombres y mujeres) se ha podido quedar algo anticuada.

 

En cualquier caso, el ensayo de Olmos me ha parecido muy interesante, lleno de reflexiones punzantes, que siempre invitan a ser pensadas dos veces, y que he leído siempre con curiosidad. Me ha gustado este Alberto Olmos ensayista, que después de sus últimos años peleándose con los artículos periódicos, cada vez tiene la prosa más afilada para analizar la realidad en la que vive. Tía buena es un libro refrescante, atrevido y, a la vez, hondo y melancólico.