Ahmad Abdulatif: “No necesitamos ser iguales para respetarnos, solo tenemos que observar las libertades individuales”
El escritor y traductor del español al árabe, Ahmad Abdulatif, publica «El libro del escultor».
Texto: David VALIENTE
“El novelista propone preguntas, aunque en realidad no sepamos resolver los problemas del mundo ni enseñar a las sociedades a aprender del pasado. De hecho, no podemos abandonar el proceso de lectura y escritura si queremos seguir desarrollándonos paso a paso y difundir la cultura de la paz”, dice el escritor y traductor del español al árabe, Ahmad Abdulatif, a través de la pantalla del ordenador.
El libro del escultor, publicado en la editorial Libros de las Malas Compañías, dentro de la Colección Libros del Baobab, es una novela cargada de alegorías y metáforas que transporta al Génesis y al relato de la creación judeocristiana. El Escultor huye de su pasado y encuentra refugio en una isla desierta, donde recrea el mundo del que proviene a través de unas esculturas de barro dotadas con el mismo rostro. De este modo, se representa al Escultor como un dios sin las cualidades de la omnipresencia ni la omnipotencia. “Me interesa la Biblia y el Sagrado Corán a nivel literario y cultural, sus historias transmiten mucha sabiduría”, dice el autor.
Ahmad traduce al árabe las obras de los grandes prodigios de las letras hispanas. Estudió español en la Universidad de El Cairo y luego cursó un máster de traducción en la Universidad Autónoma de Madrid: “Mi interés por el español nació cuando estaba en el bachillerato y leí en árabe dos obras cumbre de las letras hispanoamericanas: Don Quijote de la Mancha y Cien años de soledad. Entonces decidí que quería leerlas en la lengua original”. Por esos años, Ahmad ya sabía que su destino estaba vinculado a las bellas letras, ya que “desde pequeño escribía poesía”. El autor cuenta a Librújula que tiene “una especie de misión que consiste en traducir a autores de España y América Latina”. Es un proyecto vital muy importante que lo conduce a divulgar en el mundo árabe las obras de autores jóvenes que están despuntando en los mercados hispánicos. “Últimamente, estoy traduciendo a Andrés Barba o a Patricio Pron”.
Es curioso que haya empleado el relato bíblico de la creación para articular la trama de su libro. ¿Por qué?
El Génesis tiene muchos materiales literarios que incitan a la reflexión, dos que me llaman mucho la atención son los que cuentan la historia de nuestros primeros padres y el fratricidio de uno de sus hijos. De algún modo, nos recuerdan que los seres humanos somos descendientes de un asesino porque Abel nunca llegó a tener progenie. En cierto modo, el arranque judeocristiano condiciona el momento de la elección porque, curiosamente, los seres humanos, pudiendo elegir el camino del bien, que siempre es mucho más sencillo, nos decantamos por la iniquidad. No paramos de repetir el mismo error: enfrentarnos los unos con los otros a veces con fatales consecuencias. Esta conducta es muy diferente al modo en que los animales gestionan su existencia: ellos no se organizan en grupos para matar por los mismos motivos que los seres humanos, sino que emprenden acciones violentas con el fin de conseguir alimento o defenderse de otros depredadores. En definitiva, lo hacen para sobrevivir. Me entristece mucho comprobar que nuestra especie en pleno siglo XXI siga solventando sus diferencias con el uso de las armas, solo echemos un vistazo a Europa del Este o al Próximo Oriente para comprobarlo. Los diferentes relatos religiosos y míticos no han enriquecido nuestra humanidad, tampoco hemos puesto en práctica las múltiples teorías filosóficas. En vez de acabar con la pobreza, el dinero que se ha generado ha servido para alimentar la industria bélica. Por eso, cuando me planteé la posibilidad de escribir esta novela me pregunté de qué manera podía explicar esta faceta humana y me di cuenta de que tenía que encontrar el punto donde la naturaleza humana comenzó a torcerse. Creo que no hemos sido capaces de desviarnos de la ruta marcada por el mismo relato bíblico del asesinato de Abel a manos de su hermano. El modernismo sostiene que los seres humanos creamos el mundo, que cada uno de los apéndices que lo componen está diseñado para satisfacernos. Sin embargo, habitamos un planeta donde nos toca convivir con muchísimas especies también avanzadas. Es cierto que la única que cuenta con tecnologías refinadas es la nuestra, pero eso no significa nada; la Alemania de Hitler fue uno de los países con mayor desarrollo tecnológico de su tiempo y aun así emprendió una matanza sistemática contra grupos minoritarios y desvalidos. De verdad estamos convencidos de que damos pasos certeros hacia la civilización, pero solo podremos alcanzarla cuando se logre una justicia equitativa para todas las sociedades o cuando los niños dejen de morir de hambre. No estamos más cerca de la civilización que hace unos siglos y yo quería transmitir esta idea empleando como fondo la historia de la creación bíblica.
Las esculturas que diseña el Escultor en la isla cobran vida. El desarrollo de su existencia es idéntico al de los originales en la otra isla, cometen los mismos errores y las mismas faltas. ¿Acaso no hay un libre albedrío? ¿Estamos condicionados por nuestra estructura psicológica o biológica?
El ser humano tiene toda la capacidad para elegir. Es verdad que ciertas cosas como el momento de nacer o de morir, quienes son nuestros padres o el color de nuestros ojos escapan a nuestra capacidad de agencia. Sin embargo, y continuando por el camino que he tomado en el libro, Dios ha permitido a la especie humana hacer y deshacer a su gusto. No sigue habiendo pobreza en el mundo porque Dios ha creado a la gente pobre: los somalíes siguen muriendo de hambre a causa de la desigualdad planetaria. Los seres humanos forjamos nuestra vida, tenemos capacidad, de alguna forma, de elegir que estudiar o en que trabajar, pero, sobre todo, contamos con la suficiencia para escoger nuestra actitud moral ante la vida.
No cree que el planteamiento de la obra sale del canon cultural occidental; en Egipto no será así, pero en Occidente la religión cada vez está más alejada de nuestras vidas.
En el momento de escribir, el autor no debe pensar en los lectores y debe ser fiel a sus ideas y a la estética que moldea y da vida a esas ideas. Si fuera al revés, escribiría una obra según las pautas que marca el lector y esta es la vía más rápida para matar la creación literaria. Lo que sí tengo en mente es a ese lector prototipo. Cuando me siento en el escritorio, pienso que mi lector sabe árabe, que conoce la cultura semita en general y más en particular la egipcia. Estoy seguro de que Gabriel García Márquez proyectaba sus obras para un lector que manejara el español y conociera la idiosincrasia colombiana. Es sorprendente descubrir las mil formas que adquiere ese lector prototipo: desde un adolescente de 12 años hasta un anciano de 80, desde un egipcio a un saudí o un ciudadano de algún país latinoamericano. Estoy seguro de que Gabriel García Márquez nunca imaginó que Cien años de soledad tendría un lector en un pequeño pueblo del sur de Egipto. Una vez que el libro sale de la imprenta, cobra una nueva vida porque encuentra amigos. Fíjese, yo escribí el libro encerrado en una habitación y estoy convencido de que usted lo habrá leído en las mismas condiciones. El libro abre diálogos entre personas de lugares muy dispares.
La idea de huir y comenzar en una isla solitaria está ligada al autodescubrimiento, ¿qué valor tiene que el ser humano inicie un proceso de exploración personal?
Mientras permanecemos en nuestra ciudad con nuestros seres queridos es muy complicado que nos preguntemos quiénes somos. En cambio, cuando nos encontramos sumergidos en otro país y en otra cultura, y tratamos con gente que tienen otro modo de pensar u otras creencias, esa pregunta surge con mucha fuerza. Me voy a poner de ejemplo. Considero que tengo dos identidades. A los 17 años empecé a estudiar español y hoy tengo 46. He pasado 30 años de mi vida hablando en español, traduciendo a sus autores y en 2014 me mudé a España. Precisamente si no me hubiera asentado en Madrid, nunca hubiera comenzado ese proceso de autoexploración ni me habría dado cuenta de esa doble identidad. Por otro lado, un individuo solo logra grandes hazañas lejos de su casa. Las personas cercanas, familiares y amigos, con las que hablamos todos los días, quienes conocen nuestros sentimientos y nuestra forma de pensar, no esperan que hagamos un milagro; saben que somos seres de carne y hueso, con defectos, virtudes y problemas, al igual que ellos. Entonces, para lograr grandes hazañas, debes viajar a un lugar donde nadie te conozca o ausentarte de tu hogar una larguísima temporada para que cuando se produzca el regreso, todos pregunten por los años fuera y crean tus logros. De algún modo, las buenas novelas cuentan la historia de personajes que cambian de entornos y se autodescubren en el proceso. También, la comunidad que lo recibe está predispuesta a escuchar sus historias y milagros. Así que creo que este es el motivo por el cual el Escultor tenía que salir de su isla natal y comenzar una nueva vida en otra desierta.
Es curioso, pero todos los personajes tienen la misma cara…
La novela quiere responder a una pregunta filosófica y es qué pasaría en el mundo si todos tuviéramos el mismo rostro, la misma religión, la misma cultura, la misma lengua… La novela nos dice que la maldición de la similitud nos va afectar al igual que ocurre con los figuras del escultor en la isla.
En la actualidad, cada vez más personas piensan que las sociedades deben ser homogéneas, ¿no cree que lo disímil causa conflictos?
La realidad es otra. En Egipto, se ha querido construir una utopía musulmana que deje fuera a los cristianos y a los judíos que cuentan con sus hogares en Europa e Israel, respectivamente. Por lo tanto, el problema no está en la similitud en sí, sino en los actos que se deben llevar a cabo para alcanzar ese fin: deshacerse de todos aquellos que no comparten la misma cultura. Y así ha sucedido en diferentes épocas históricas, se puede apreciar en tiempos de los Reyes Católicos con la expulsión de judíos y musulmanes o en 1952 cuando Gamal Abdel Nasser dio el golpe de Estado y echó a los judíos de Egipto, acusándolos de ser espías al servicio de Israel. Ambos gobiernos querían dirigir sociedades homogéneas. Por lo tanto, el problema radica en la intención de los líderes políticos respecto a la similitud. Sin embargo, hay otra propuesta, que es la que defiende el libro, que consiste en respetar todo tipo de creencias, ya sea la cristiana, la musulmana, la judía, la budista, el ateísmo…, que todos convivan apreciando al otro y que los estados toleren las distintas culturales. No necesitamos ser iguales para respetarnos, solo tenemos que observar las libertades individuales.
Las estatuas que esculpe el Escultor son versiones idénticas de sus familiares y de las personas que conoció en su anterior vida, casi que se podrían denominar estatuas conmemorativas, que no permiten al protagonista perder su unión con el pasado. ¿Qué papel juega el pasado en nuestro presente?
Esto tiene dos respuestas posibles. Para empezar, en una obra de Juan José Millas, el escritor español se pregunta qué es lo primero que ha hecho el ser humano cuando llegó a Marte. Buscar agua. Es decir, conseguir algo que ya tienen a montones en su propio planeta. Siempre andamos en busca de lo que ya poseemos. El Escultor, aunque quiere ir al futuro, no puede escapar del pasado porque la especie humana, por lo general, odia los cambios y nos gusta el confort que nos proporciona lo que ya conocemos. Fíjese: los españoles, cuando vienen a Egipto, quieren probar la comida típica de aquí, pero a los dos días pregunta en qué restaurante pueden comer jamón (risas). A mí me sucede algo similar cuando voy a España, me encanta probar los platos típicos del país, pero a la semana de estar allí, busco un restaurante de comida egipcia. De una manera más profunda, esta es la idea que he querido transmitir empleando al personaje del Escultor como modelo. Después, pregunto: ¿Qué es la verdad? A grandes rasgos, hablamos de verdad absoluta, sobre todo en temas de religión, pero cuando filtramos esa verdad, descubrimos pequeñas verdades relativas. El Escultor conocía la vida de sus padres hasta donde su existencia y su observación le habían permitido; pero una vez en la isla conoce el pasado (los años antes de que él naciera) de sus progenitores: ellos también se enamoraron y no fueron perfectos. De esta forma combato la verdad absoluta. Lo que nosotros sabemos de la vida, de nuestra vida y de otras personas hasta el día de nuestra muerte, es tan solo una parte de la realidad. Un edificio tiene cuatro lados y con los ojos solo se puede ver una de las caras, para ver las otras hay que desplazarse. Del mismo modo, la percepción de los hechos no es igual a los 20 años que los 40 años, en esas dos décadas de diferencia hemos dado la vuelta al edificio y eso nos ha permitido ver más y comprender mejor nuestra existencia. Y si la realidad del mundo es muy grande, las novelas pueden crear pequeñas realidades que faciliten su comprensión.
¿La literatura hispanoamericana tiene éxito en Egipto?
¡Gusta mucho! De hecho, ciertos escritores de habla hispana se leen más que los propios escritores egipcios o árabes. En los años 50, Egipto y España firmaron una serie de acuerdos culturales por los cuales en Madrid se construyó el Instituto Egipcio y en el Cairo el Instituto Cervantes. Bajo el marco de estos acuerdos, los egipcios pudieron ir a España a estudiar su literatura y en su regreso abrieron el departamento de español de la Universidad de El Cairo, que ha permitido a multitud de docentes y traductores formarse en la lengua cervantina. Precisamente mi país fue el puente que conectó las letras hispanas con el resto del mundo árabe; a partir de los años 70 y 80 en otros países se empieza a traducir obras del español. Asimismo, la entrega del Premio Nobel a Gabriel García Márquez en 1982 fue categórica y abrió las puertas del mundo árabe a otros muchos grandes de las letras hispánicas, como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Camilo José Cela… Debemos tener en cuenta que en Egipto la tendencia política no la marca el Estado, sino los propios intelectuales que, por lo general, se han asociado a la izquierda. De modo que, las obras de teatro de Gabriel García Lorca o de Alejandro Casona llevan décadas interpretándose en los escenarios egipcios, también es verdad que antes más que ahora. En Egipto existe una larga tradición de leer en lenguas extranjeras, al principio en inglés y francés, una impronta del colonialismo y de los países que ocuparon el país de los faraones. A partir de los años 50 hay una mayor presencia de la literatura hispanoamericana y la población conoce a autores como Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez o Federico García Lorca. Últimamente, Juan José Millas está teniendo mucho éxito, de él he traducido unas 7 novelas. Debo aclarar algo: hasta principios de este siglo, la traducción estaba ligada a lo académico, apenas había traductores independientes que tradujeran las obras, más bien los profesores hacían traducciones académicas o invertían su tiempo libre en traducir obras para un público más amplio. Yo he sido de los primeros en poder dedicarme casi en exclusiva a la traducción de obras para el mercado editorial y para los lectores que les gusta leer literatura española. Es muy difícil dedicarte a la traducción; en lo económico afecta muchísimo hasta que tienes un nombre y las traducciones se empiezan a vender.
Y otra dificultad que deberán afrontar proviene del Estado…
En Egipto, de alguna manera, existe la censura. En lo referente a las traducciones, la censura de temas políticos no es tan acuciante; en cambio, el gran tabú que es el sexual sí es muy perseguido. Esto se debe a que puedes argumentar que la forma de gobierno autoritaria que viene desarrollada en el libro no se refiere a la sagrada dictadura egipcia, sino al régimen de otro país. En cambio, temas como la homosexualidad o las mismas relaciones sexuales entre un hombre y una mujer están más perseguidos. Por ejemplo, en Arabia Saudí o en Kuwait no pasaría un texto con escenas subidas de tono; en Egipto pueden pasar, pero debes tener cuidado de que el censor no se percate de ellas. En cambio, en las creaciones literarias autóctonas, el tabú político es más perseguido. Por lo tanto, si quiero escribir sobre una dictadura y su estructura de gobierno es más difícil que pase y tenemos que recurrir a la metáfora para poder escapar a los ojos del censor. Mis novelas, por lo general, contienen referencias políticas, pero también soy un autor que cuida mucho la estética y construyo mundos metafóricos que la censura, menos mal, no entiende. Los escritores que apuestan por obras realistas, muy claras y muy directas, pueden tener problemas con la censura. Por mi parte, lucho mucho y trato de no rendirme cuando tengo que presentar una nueva traducción o una creación propia: mi misión es presentar a los lectores árabes buenos escritores y buenas obras en español.
¿La censura le ha causado problemas?
El libro del escultor ha tenido una buena recepción por parte de la crítica. Sin embargo, algunos críticos me llamaron o me escribieron e-mails dándome la enhorabuena por la obra que había escrito y diciéndome que ellos no podían comentar en su totalidad la novela porque eso me traería problemas con la judicatura del Estado. Evitaban hablar del tema de Dios y se centraban en mostrar que el escultor era un ser humano de carne y hueso. Este libro me podría haber traído problemas, pero ya pasó todo. Tengo otra obra, todavía no traducida al español, que se llama Solo las piernas saben la hora de salir, en donde hablo sobre la Primavera Árabe y el fracaso que supuso para nosotros: los egipcios salimos a la calle para pedir más dosis de libertad y nos hemos encontrado con más represión. El libro cuenta la historia de un rey sin pierna que manda a sus ministros cercenar una pierna de todos sus súbditos. Los miembros son enterrados en un cementerio y sobre el campo santo se construye un edificio para que las personas olviden ese acontecimiento doloroso. Sin embargo, las piernas tienen una gran memoria, adquieren vida y hacen la revolución contra el monarca. De algún modo, se puede entender que esta obra empuja hacia una nueva revolución. Como estipula la ley, la editorial hizo llegar al censor el libro, que le puso un número de depósito (donde se alberga en sí la censura). Por lo general, los libros tardan una semana en ser revisados, pero el mío les llevó seis meses, tiempo en el que casi todos los días la editorial recibía una llamada del censor para preguntarles por el significado de algún aspecto concreto de la novela. Los editores le dejaron claro que soy un escritor de fantasía que escribe sus novelas apelando a la más genuina imaginación para construir un mundo lleno de mitos y leyendas. Al final le dieron el visto bueno.