60 años de El hombre que mató a Liberty Valance

El crítico cinematográfico Eduardo Torres Dulce publica el ensayo “El asesinato de Liberty Valance”

Texto: José de María ROMERO BAREA

 

Luces y sombras abren espacios en la pantalla para que el realizador John Ford (Maine, 1894 – California, 1973), explore su temática: la desesperanza; el poder regenerativo de la fe; las incomprensiones del visionario. Su largometraje El hombre que mató a Liberty Valance, que cumple 60 años, cuenta la historia de un joven abogado del Este de EE.UU., interpretado por James Stewart, que irrumpe en el Salvaje Oeste, al tiempo que viaja hacia sí mismo. El crítico Eduardo Torres Dulce (1950) vuelve a esta producción cinematográfica en su ensayo El asesinato de Liberty Valance (Hatari! Books, 2021), consciente de que “en muchas de las películas de Ford la clave para comprender el sentido del relato se descubre en un plano fugaz, oblicuo, una frase de sentido indirecto, una mirada o un cruce de miradas, un silencio”.

Torres Dulce, fiscal, docente madrileño, escritor y colaborador en distintos medios, deconstruye en su ensayo las formas en que los fotogramas articulan el cuento original de la escritora norteamericana Dorothy Marie Johnson (1905 – 1984), base de este western posmoderno, al tiempo que sitúa las coordenadas del cuatro veces ganador del Premio de la Academia, John Ford, que despliega su desprejuiciada visión del patriota norteño, fascinado por la historia de su país, consciente de pertenecer a una minoría, la católica irlandesa-estadounidense.

Acompañamos a Torres Dulce por las tangentes, en notas a pie de página de su ensayo, que explican el esfuerzo fordiano de “integrar farsa y humor, humanidad y caricatura, en medio de una historia de ruido y furia”, en términos que no alienen al espectador. Es la suya una arriesgada propuesta: escribir sobre el filme (“una película de fantasmas, de esos que calladamente una y otra vez reaparecen en nuestras vidas”) a tiempo real, describir cada escena a medida que ocurre, hacer pausas a intervalos regulares para reflexionar sobre esta y otras producciones de Ford, oficial también de la Armada americana en la Segunda Guerra Mundial, cuyos protagonistas son siempre los perseguidos, ya sean los okies desposeídos de Las uvas de la ira (1940), o los mineros galeses de Qué verde era mi valle (1941).

Eduardo Torres Dulce desentraña los misterios con sencillez, consciente de que “en Ford ningún plano es superfluo, ninguna secuencia puede entenderse aislada del conjunto armonioso”. Su escritura es calculadamente despreocupada y eruditamente desenfadada. Fugaz la sensibilidad para la ironía, al dramatizar la atención inquieta que se detiene sobre la figura del taciturno y sabio ranchero que interpreta John Wayne o el matón disparatado que encarna Lee Marvin. Sabe que “Ford cuenta siempre la realidad tras la leyenda y descubre silenciosamente el corazón y los sentimientos de los personajes, por mucho que su apariencia exterior prevenga contra ello”.

En la película, Ransom Stoddard, el letrado convertido en senador, regresa a la ciudad fronteriza de Shinbone, para asistir al funeral del amigo Tom Doniphon. Entrevistado para un periódico local, el editor del mismo afirma que en el Oeste “cuando la leyenda se convierte en hechos, imprimimos la leyenda”. Torres Dulce descubre los hechos detrás de la fábula, deja que la evidencia de sus ojos prevalezca sobre las teorías. Nos hace ver de nuevo mientras anota geometrías, (“La frontera se ha cerrado, el viejo Oeste ya es un recuerdo, folklore, leyendas, que han servido y sirven para construir el devenir de la construcción de la nación americana”), reconcilia contradicciones en una guía que es memorial, tratado cinematográfico, filosofía de vida.